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Entrevista

Roberto Figueira Santos: Las observaciones de un espectador comprometido

LUCIANO ANDRADEEl profesor Roberto Figueira Santos, actualmente con 78 años, fue durante las décadas de 1970 y 1980 uno de los más destacados políticos bahianos, pese a andar en cierta forma a contramano de la corriente hegemónica del poder local, liderada por el hoy senador Antonio Carlos Magalhães. Fue gobernador del estado de Bahía entre 1975 y 1979, y su biografía política stricto sensu incluye también un mandato de diputado nacional (1996-1999), además de los cargos de presidente del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico – CNPq (1985-1986) y de ministro de Salud (1986-1987), ambos ejercidos durante la presidencia de José Sarney, el primer gobierno de Brasil posterior a la dictadura militar. En el sentido lato del término política, esa biografía abarca también otros numerosos cargos, empezando por el de rector de la Universidad Federal de Bahía (UFBA), de 1967 a 1971. Y se inclina sin sombra de duda hacia los campos de la educación superior y de la ciencia y la tecnología. Por cierto, actualmente es miembro del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, con mandato hasta el año que viene.

Roberto Santos, investigador y docente del área médica en sus orígenes profesionales es, en otras palabras, si no actor en esta escena, al menos un observador privilegiado de la política científica y tecnológica en Brasil desde los distantes años 1950. Y su mirada hacia el país es crítica, animada por vívidas memorias. Parte de un área que no es ni central ni la más periférica en la producción contemporánea del conocimiento científico nacional – Bahía ocupa el noveno lugar en el ranking de la producción brasileña por estado, empatando con Ceará, de acuerdo con datos de 2004 del Institute for Scientific Information (ISI)/Web of Science, basados en la publicación de artículos científicos en periódicos indexados en el período entre 1998 y 2002.

Es hijo del profesor Edgard Rego dos Santos, líder de la organización de la UFBA en 1946 y gran artífice de la inclusión de unidades autónomas e prestigiosas de baile, de teatro y de música en la estructura de la universidad; casado desde hace 41 años con Maria Amélia, padre de seis hijos y abuelo de seis nietos. Roberto Santos conversó largamente con Pesquisa FAPESP en agosto pasado. De esa amena charla en su hermosa casa de Quinta do Candeal, ciudad de Salvador, se desprenden a continuación sus principales párrafos.

Querría empezar nuestro diálogo por los comienzos de su vida profesional, es decir, por su actividad de investigador y docente en el área médica .
Yo tuve realmente una vida repleta de actividades muy variadas, algunas de ellas incluso imprevistas, pero comencé con dedicación total a la enseñanza y la investigación en medicina. Hice mi carrera de médico acá, en la Universidad Federal de Bahía, y después me fui al exterior. Pasé casi tres años afuera y cuando regresé empecé atrabajar en el Hospital de Clínicas de la universidad, cuyo nombre oficial es Hospital Universitario Profesor Edgard Santos, que estaba iniciándose, con condiciones de trabajo realmente excepcionales, y me dediqué por entero a las actividades académicas. Tanto es así que cuando unos 17 años después me asignaron una actividad que me obligaba a ejercer la política, fue una sorpresa mayúscula, porque yo nunca había dado señales de tener tal inclinación.

El período que pasó en el exterior después de recibirse incluye un tiempo en la Universidad de Cornell.
Estuve en tres universidades de tendencias diferentes, en tres ciudades muy diferentes. Viajé como recién egresado – me gradué en diciembre de 1949 y fui al exterior en julio de 1950 -, en una época en que Brasil había quedado muy distante de los países más avanzados debido a la guerra, y teníamos por ese entonces un tipo de formación bastante fuera de tiempo. La guerra había terminado cinco años antes, Estados Unidos estaba totalmente abocado al Plan Marshal de apoyo a la reconstrucción de Europa, por tal motivo el apoyo a otras regiones del mundo, incluida Latinoamérica, fue bastante escaso. Yo fui uno de los primeros becarios que tuvimos la oportunidad de trasladarnos a centros que eran los más avanzados en aquel momento, y así aprendí muchas cosas que aún no circulaban acá, por decirlo de alguna manera. Bueno, con relación a las universidades, fui primero a Cornell, Nueva York, donde hice un curso que era una especie de actualización a las condiciones de la medicina americana,que nos eran extrañas, porque aun cuando Brasil tuviera contacto con los países más avanzados, era sobre todo con los de Europa – Francia especialmente, y algún contacto con Alemania e Inglaterra. Pero precisamente en aquel período Estados Unidos despuntaba hacia una nueva concepción de la actividad clínica, que era mi rumbo, y ponía el énfasis en sus bases científicas.

¿Cuánto tiempo permaneció en Nueva York?
Permanecí haciendo ese curso de adaptación poco más de seis meses. Fue entonces mi primer contacto con una ciudad del porte de Nueva York. Bueno, y al margen de medicina, tuve que reaprender muchas cosas básicas. Para explicarme mejor: veníamos de una concepción de la actividad médico-clínica muy al estilo europeo de antaño, sobre todo francés, que ponía el énfasis en la descripción de las enfermedades, en cómo se presentan a la observación del clínico. Los fundamentos de la bioquímica, de la fisiología y de la biofísica eran sumamente parcos – la anatomía patológica era más avanzada – y no tenían el énfasis que pasaron a tener después, en un giro que se dio de la guerra en adelante. Por eso al margen de lo que aprendí con relación a la clínica en el sentido tradicional de la observación médica, tuve que reaprender, digamos que todos esos fundamentos que estaban todavía en pañales. Y allí entraban nuevas cosas, como por ejemplo la genética y la inmunología, que tuvieron ungran impulso luego de la guerra. Todo eso le imprimió una gran firmeza a la actividad clínica, que antes era más instintiva, basada en la anatomía patológica.

Para un joven recién egresado era todo un mundo nuevo que se abría.
Sí, así fue. Cuando salí de Nueva York fui a la Universidad de Michigan, con sede en Ann Harbour – una pequeña ciudad de 40 mil habitantes, de los cuales 20 mil eran estudiantes. Ellos tenían una excelente facultad de medicina para la preparación clínica, pero la investigación, aunque tuviera importancia, no era el foco principal. Y fui residente en el hospital de la universidad, pero con la mira puesta en otra etapa que iba luego a encarar, y que cumplí en Boston, en la Universidad Harvard, en el Massachusetts General Hospital, donde trabajé exclusivamente en metabolismo hidromineral.

¿Cuál sería después el tema de su tesis?
El tema de mi tesis y de la actividad de investigación que desarrollé en Bahía cuando regresé, fue justamente el metabolismo del sodio, el potasio, el pH, el hidrógeno, la oxidosis, la alcalosis, en fin, un metabolismo hidromineral. Pude trabajar por ejemplo en estudios de regulación renal y extrarrenal del metabolismo del potasio en nuestro hospital universitario, que estaba muy bien estructurado, muy bien organizado, de modo tal que tuvimos la ocasión de hacer investigaciones con animales dentro del propio hospital.

¡¿Y podían meter animales en el hospital?!
Sí, como por cierto ocurre en varios hospitales fuera de acá. El piso superior del hospital estaba completamente aislado de cualquier actividad clínica y de laboratorio. Trabajé por ejemplo con la verificación de la depresión sódica como factor esencial para el incremento de la excreción de amoníaco, un trabajo que en parte era de fisiología y en parte de fisiopatología, es decir, de alteraciones del metabolismo del agua y de los electrolitos en función de las enfermedades. Tengo otra tesis de libre docencia basada en un trabajo con cirróticos portadores de esquistosomiasis. Analizo de qué modo la excreción de agua está sujeta a factores ligados al metabolismo de la hormona antidiurética fabricada por la hipófisis. En esa época había salido al mercado el fotómetro de llama. Por cierto, los primeros fotómetros de llama se probaron en el laboratorio donde yo trabajaba en el Massachusetts General Hospital. Este equipo dio un gran impulso al estudio clínico del metabolismo de los electrolitos, pues un dosaje que desde el punto de vista químico hasta ese entonces era muy complicado pasó a formar parte de la rutina. Estos trabajos se conocieron, y los aceptaron para su publicación en revistas de circulación mundial como American Journal Phisiology.

Simultáneamente a las actividades de investigación, usted empezó a tener una fuerte influencia en la enseñanza en la Facultad de Medicina de la UFBA, ¿no es cierto?
Sí, yo empecé también con una actividad intensa en el área de enseñanza, y en 1956 instituí un programa de residencia con el que a la época solamente dos hospitales en Brasil contaban: el Hospital de Clínicas de São Paulo, el pionero, y el de los Servidores del Estado de Río de Janeiro, un excelente hospital, que después atravesó enormes dificultades. La residencia modificó completamente los cánones de asistencia en todo el norte y el nordeste del país.

Usted volvió a Estados Unidos en la década de 1960, ¿verdad?
Sí, en 1961 ó 1962, fui nuevamente al hospital de Massachusetts, y allí desarrollé una técnica para dosificar la hormona diurética en la circulación sanguínea. Era una dosificación directa, cuando que antes yo había trabajado con resultados indirectos de la acción de las hormonas diuréticas en los cirróticos, como ya lo he mencionado.

El nombre del profesor Edgar Santos ha aparecido, pero no hemos hablado de él. Al margen de ser el primer rector, fue el gran organizador de la UFBA, y tuvo una sensibilidad muy grande para el espacio de las artes dentro de la universidad. ¿Como lo ve a la distancia?
Fue un líder en la organización de la universidad, y la sensación que uno tiene es precisamente que, aunque era graduado en medicina, él tenía una sensibilidad muy especial para la cultura, para el área de las artes. Esta sensibilidad sería la que le permitió a la Universidad Federal de Bahía tener, por ejemplo, la primera escuela superior de danza contemporánea, tener una escuela superior de teatro. Tener una escuela de música, por ejemplo, que empezó como seminarios libres de música, en una reacción al estilo de conservatorio de aquella época, con mucho menos formalismo, con la oportunidad de que grandes músicos y profesores de música del exterior y de Brasil vinieran acá, en principio durante los meses de julio, durante algunos años, en actividades que no eran permanentes, y luego en un trabajo regular. En fin, su sensibilidad ayudó a la UFBA a tener todo un espacio cultural más sólido que otras universidades federales desde el comienzo. Y eso, sumado a la inclinación típicade los bahianos hacia las artes, hizo que en pocos años se desarrollasen acá vocaciones que luego salieron en busca de mercados mayores y se afirmaron. Creo que ése es un dato importante cuando lo cotejamos con el desarrollo de la ciencia, área donde la inclinación de los bahianos no me parece que sea tan fuerte.

¿Puede usted referirse un poco a cómo esta visión del profesor Edgar Santos influye en su formación?
Voy a añadir solamente lo siguiente: aunque su nombre se hizo muy conocido en función del énfasis que le imprimió a las escuelas de arte de nivel superior, creo que el trabajo de mi padre con relación a la salud fue tanto o más importante aún, por el hecho de haber fundado con enormes dificultades un hospital universitario que representa a la medicina moderna, y que su construcción demoró 11 años. La construcción se inició en 1937, se inauguró en noviembre de 1948 y entró en funcionamiento en 1949.

¿Y guarda alguna semejanza con el Hospital de Clínicas de São Paulo, no es cierto?
Sí, porque Ernesto Souza Campos, profesor de microbiología de la facultad de medicina de São Paulo, y que posteriormente fuera ministro de Educación, tuvo mucha influencia en el proyecto de São Paulo y, años más tarde, en el de acá. Por eso el plano con forma de H, donde las enfermerías se ubican en las alas laterales y los servicios generales en el travesaño de la H, todo muy parecido al de São Paulo. Todo en tamaño menor. Souza Campos fue uno de los brasileños que cursó la famosa carrera de salud pública en la Universidad John Hopkins al final de la década de 1920 y la década de 1930, que tuvo influencia prácticamente en todo el todo el mundo, y una influencia superlativa en Brasil. Muchos de los sanitaristas destacados en Brasil hicieron esta carrera a título de posgrado. Así fue como Souza Campos vino con dos influencias muy importantes al área médica: la administración hospitalaria, que prácticamente no existía a la época, y la enfermería como profesión de nivel superior y actividad importantísima en el proceso de salud.

Demos un salto en el tiempo: ¿cómo fue el paso de las funciones de investigador y docente al área política de la universidad?
Voy a hacer una digresión para mostrar tal transición. Más allá de mis actividades de investigación, durante mis primeros años como profesor catedrático (el equivalente al docente titular en los días actuales) me dediqué mucho a modernizar la enseñanza de la medicina. Con el modelo tradicional era muy frecuente, casi una regla, la especialización precoz. El estudiante de medicina empezaba a trabajar desde los primeros años de su formación en un servicio, y allí, por una cuestión de amistad, o a veces de parentesco, iba creando responsabilidades crecientes y se iba perfeccionando en algunas prácticas de aquella especialidad, y terminaba ejerciendo la profesión de esa manera, sin una visión de conjunto. Algunos que pretendían ir al interior, por cuenta propia, y sin responsabilidad de parte de la escuela, frecuentaban dos o tres servicios, para luego en el ejercicio profesional poder dar una cobertura ante cualquier carencia.

La idea entonces fue ofertar un programa que se extendiese a la totalidad de los estudiantes y que hiciera que el estudiante, aun en el marco del formalismo de un currículo, crease aquella idea general de la medicina. Esto es muy importante en otras carreras, pero es particularmente importante en medicina, porque uno trata seres humanos, no trata un hígado o un corazón. Ese esfuerzo de modernización se extendió a otras escuelas y resultó en la creación de la Asociación Brasileña de escuelas de Medicina, una entidad que tuvo una influencia muy grande tanto en este aspecto de establecer currículos, normas pedagógicas y una organización hospitalaria ajustada a la enseñanza, como en el de insertar en la enseñanza de la medicina una noción de medicina colectiva, de salud pública, que antes era extremadamente precaria.

¿Y después de ese esfuerzo en pro de la modernización de la enseñanza?
Yo estaba muy entusiasmado con ese programa de reforma de la enseñanza médica cuando sobrevino el proceso de elección del rector acá. En 1967 existía una cierta competencia entre algunos docentes que integraban el consejo universitario para reemplazar a Miguel Calmon. Y Miguel murió súbitamente, en vísperas de la elección.

Pero en ese tiempo usted era secretario de Salud del estado.
Exactamente. Sucede que cuando yo estaba en el programa de reforma de la enseñanza médica, uno de mis empeños era crear oportunidades también fuera del hospital universitario para que los estudiantes frecuentasen los servicios de los centros de salud, que eran muy precarios. En ese momento el nuevo gobernador, Luiz Viana Filho, me ofreció el cargo de secretario de Educación. Yo le dije que aceptaría ser secretario de Salud y asumí el 7 de abril. En junio hubo elecciones para la rectoría y el candidato natural era Orlando Gomes, jurista, docente de la Facultad de Derecho, vicerrector durante casi todo el mandato de mi padre, de 1946 a 1961. Pero había una gran disputa y en ese clima el gobierno nacional se contaminó por una resistencia al nombre de Orlando, porque él había sido del Partido Socialista en la década de 1930. Y el gobierno militar lo rechazó.

En las cercanías de la elección yo había entrado como el nombre más votado en el segundo escrutinio. A una determinada altura el ministro de Educación, Tarso Dutra, pidió que me llamasen, y en un diálogo junto con Adriano Pondé, por ese entonces rector en ejercicio, dijo que había resistencia con el primer nombre de la lista, y como yo era el segundo, estaban pensando en mí como rector. Yo le dije que no podría aceptar, considerando incluso la amistad de mi familia con Orlando Gomes, y éste dijo que entonces tendría que devolver la lista a la universidad, pedir que organizasen otra, en síntesis, una crisis. En aquel tiempo se temía mucho por las represalias políticas, y por eso pedimos tiempo como para consultar por teléfono (estábamos en Río con el ministro) al consejo universitario y al propio Orlando Gomes, que fue taxativo en el sentido de que yo aceptase, para evitar una crisis en la universidad. Bueno, el resultado fue que yo, que había tenido al comienzo del gobierno de Luiz Vianaun trabajo enorme para prepararme para ser secretario, en menos de tres meses estaba dejando el cargo para asumir la rectoría.

Y en la rectoría usted tuvo que vérselas con la cuestión de la reforma universitaria.
Al final del gobierno de Castelo Branco, Luiz Viana, por ese entonces jefe de Gabinete de Castelo y también profesor de derecho de la universidad, aunque se dedicaba a la política casi todo el tiempo, logró convencer al presidente de que debía hacerse una reforma de las universidades. Y Castelo promulgó un decreto ley en 1966. No existía entonces ninguna comisión conjunta del ministerio de Educación y la Usaid (la Usaid es la agencia estadounidense para el desarrollo internacional), lo que recién se dio cuando Muniz de Aragão fue ministro, unos dos o tres años más tarde. Al contrario de lo que el movimiento estudiantil difundió, acá interesaba solamente la reestructuración de la universidad, y en una concepción desarrollada por educadores brasileños. Lo más importante de esa reforma fue que los sectores básicos del conocimiento, que tenían poca relevancia en la organización original de las universidades, pasaban a tener una importancia mucho mayor – algo que eminentes educadores brasileños exigían desde la década de 1930 y que solamente la Universidad de São Paulo experimentara en la Facultad de Medicina y en la Facultad de Filosofía, y luego la Universidad de Brasilia, en 1960.

Pues bien, el decreto ley que generalizó este principio salió en 1966 y no tuvo nada que ver con el acuerdo MEC-Usaid. Las cosas se confunden a causa de los complementos a la reestructuración que se hicieron para enfrentar al movimiento estudiantil, y que se basan particularmente en la cuestión de la representación estudiantil. La dirección académica se vio imposibilitada de funcionar en los moldes que funcionó hasta 1967 y la dirección central de los estudiantes, sumada a las uniones estaduales, todo quedó cesante, en síntesis… Tanto en la representación estudiantil como en el gobierno de la universidad las cosas se alteraron sobremanera y a eso se lo denomina reforma universitaria. Pero lo que nos importa desde el punto de vista del desarrollo científico de la universidad es que la reestructuración a la que me refiero implantó la enseñanza de las ciencias en la generalidad de las universidades. Lo que la reestructuración generó fue por lo tanto la posibilidad de hacer investigacióncientífica dentro de las universidades.

¿Entonces para usted la investigación de ciencias en las universidades brasileñas tiene un acta de nacimiento con una fecha precisa?
Sí. En febrero de 1966 se promulgó el primer decreto que trazó realmente la línea, la directriz esencial, directrices racionales, intelectuales y todo eso, pero que las universidades consideraron que era algo un poco vago desde el punto de vista de la implementación. Entonces, al año siguiente hubo un segundo decreto, elaborado por educadores brasileños en el marco del Consejo Federal de Educación. Sé que esa verdad no será restablecida, me he referido a eso en innumerables oportunidades, y otros compañeros también, pero la connotación política que rodea a esta cuestión es muy fuerte.

¿Para usted somos todavía muy jóvenes en investigación científica?
Sí, así es. Tuvimos alguna investigación desde el siglo XIX y a comienzos del siglo XX con los laboratorios seroterápicos, Manguinhos, el Instituto Biológico de São Paulo, el Instituto Agronómico de Campinas, etc. Entre la agricultura y la salud pública hubo algunas investigaciones en Brasil. Acá tuvimos la escuela Tropicalista Bahiana, pero todo fuera de las facultades.

Bueno, ¿por qué usted sostiene que aquella reestructuración de la universidad fue absolutamente necesaria?
Por lo siguiente: incluida la Universidad de Brasilia, todas las universidades resultaban de la aglomeración de facultades aisladas. Así los sectores básicos del conocimiento, como matemáticas, física, química, biología básica y ciencias humanas también existían dentro de las facultades profesionales como una fase preliminar, preparatoria. Por eso los sectores básicos del conocimiento estaban fragmentados dentro de las universidades. Existía una matemática en la Politécnica, una matemática en la Arquitectura, y por ahí iba la cosa, pero no existía matemáticas, como una unidad más abarcadora, que cultivase todos los aspectos de la enseñanza y la investigación y con una concentración de los recursos humanos, materiales y económicos. Estaba todo atomizado. Eso se aplica a la física, a la química, a la biología básica y a las ciencias humanas, y la motivación mayor de la reestructuración fue precisamente tomar esos trozos y concentrarlos en una gran unidad de matemáticas, o defísica, o de química. Eso fue fundamental, pasó a existir una matemática, una física, una química con la concentración de los medios de investigación que estaban hasta ese momento pulverizados. Y yo estoy persuadido de que fue a causa de eso, sumado a la dedicación exclusiva, que la investigación floreció.

Pero usted mismo dice que en Bahía la investigación no floreció tal como lo soñaba .
Creo que hubo una cierta timidez de la gente de los sectores básicos del conocimiento y por eso las facultades tradicionales siguieron dominando el gobierno de las universidades. Esta gente no se sintió con poder, no se sintió apoyada, ni internamente en la institución, ni en la comunidad en general para enfrentar el prestigio de los sectores tradicionales.

Sectores que no tenían dedicación exclusiva, que es algo que llegó mucho más recientemente, y por eso producían poco desde el punto de vista científico. La verdad es que ellos eran médicos que enseñaban fisiología, bioquímica etc. y al mismo tiempo disponían de horas del día para ejercer la profesión médica, como profesionales generalistas o especialistas. Pero lo que importa es que la universidad brasileña siguió adelante pese a todas las dificultades, a toda la falta de dinero y todo lo demás. La cantidad de maestrandos y doctorandos que tiene la universidad hoy en día, de producción de tesis y de transformación de esos trabajos en artículos de revistas y periódicos con buena aceptación, y así sucesivamente, es impresionante. Y no cabe duda que la formación y la calidad de los docentes han mejorado mucho.

Bueno, si el sistema brasileño de posgrado forma actualmente 7 mil doctores por año, debe tener efectos en ese sentido.
Exacto, esto no existía antes. El modo en que la persona llegaba a la cima de la carrera era más bien sobre la base de las relaciones personales, aquello del maestro y el aprendiz, sin carácter formal, sin ningún criterio de aceptación ni nada. Existían los concursos, pero los concursos constituyen solamente un determinado momento en la vida de los profesionales, y la forma de tomar los exámenes antiguamente favorecía más a los que memorizaban y repetían las cosas. Hoy en día se evalúa la capacidad de creación y realización de trabajos. La cuestión es que también en parte por eso nuestra investigación es poco innovadora, entonces de allí surge aquel moho que viene del tiempo de la educación jesuítica, de la herencia escolástica; una historia que viene de muy lejos, una historia que los portugueses nos trajeron. Por eso uno sabe que hasta hace pocas décadas la historia era más en sobre la base de memorizar. Y no de transmitir los conceptos de la ciencia como una cosa que está siemprebajo cautela, en nuevo examen.

¿Podemos dar un nuevo salto y ver cómo usted abordó el área de ciencia y la tecnología cuando fue gobernador de Bahía, en 1975?
Antes estábamos hablando de la cultura científica y quiero recordarle que una de las cosas que hice con el mayor cariño en el gobierno, aunque no tuviera mayor porte desde el punto de vista material y financiero, fue un museo de ciencia y tecnología en Pituaçu, para promover los conceptos científicos para las generaciones más jóvenes. Había una oportunidad especial para ello, porque Bahía estaba industrializándose rápidamente, primero con el Centro Industrial de Aratu y, más adelante, con el Polo Petroquímico de Camaçari, que representó un inversión de 4 mil millones de dólares en un lapso de cuatro años. Era algo nuevo y pensamos en preparar el museo para mostrarles las cosas a los niños de una manera dinámica y viva. Inauguramos el museo al final de 1978, y en marzo de 1979 dejé el gobierno. Resultado: el museo de ciencia y tecnología desapareció. Era un proyecto que implicó incluso una participación inglesa – los ingleses son buenos en eso de hacer cosas con poco dinero -, lacooperación de Petrobras, con modelos de torres de petróleo, modelos tridimensionales de moléculas de productos petroquímicos y otras cosas. Creamos una operación museo-escuela, que implicaba una dotación de ómnibus para alumnos de la escuela pública primaria, para llevarlos a los museos, incluso al de ciencia y tecnología. Los maestros iban primero al museo, para saber qué era aquello, preparaban su clase; y es impresionante como todo eso murió.

Pero, para no ser injustos, es bueno recordar que en algunas áreas existe una tradición respetable de investigación en Bahía. Me refiero a las investigaciones en el área de medicina tropical, por ejemplo. ¿Podría comentar un poco por qué el área avanza, mientras que la física, e incluso la bioquímica, etc., permanecen rezagadas?
La medicina, la salud tuvo realmente un pasado sostenido en base a la presencia de la facultad de medicina en el ambiente bahiano. No obstante, la facultad de medicina no fue el factor fundamental para las investigaciones que se realizaron durante la segunda mitad del siglo XIX, por ejemplo. Los investigadores de mayor relevancia no se entendían bien con la facultad. En el siglo XX, con el Hospital de Clínicas, Bahía continuó siendo un ambiente muy valorado por los investigadores porque continuaba teniendo una pobreza intensa, por así decirlo, rica para la investigación, y al mismo tiempo pasaba a estar en nuevas condiciones, tanto en el aspecto de laboratorio como en el clínica. Por eso, además de algunos bahianos, vinieron muchos investigadores de afuera en el área de las enfermedades infectocontagiosas, las enfermedades transmisibles. En la década de 1930 y un poco después, Otavinho Mangabeira, que era investigador del Manguinhos, entomólogo, aprovechó algunos talentos locales y después trajo a Samuel Pessoa, docente de parasitología de la USP, entre otros, para realizar trabajos bastante importantes y formar bastante gente. Todo eso en un instituto que se llamaba Oswaldo Cruz, luego Fundación Gonçalo Muniz y posteriormente, en los años 1990, se convirtió otra vez en un centro de la Fundación Oswaldo Cruz, con un grupo de investigadores de la más alta categoría, entre ellos Bernardo Galvão, un excelente investigador. Galvão es bahiano; permaneció muchos años en Río y en los años 1980 empezó a estudiar bastante Sida. Cuando yo estaba en el Ministerio de Salud, él estaba allá: estaban armando un laboratorio de biología bastante especializado.

¿Existe algún campo específico donde las cosas ahora estén funcionando bien, alguna enfermedad específica mejor estudiada en Salvador que en otras ciudades brasileñas?
Al margen del Chagas y la esquistosomiasis, que son, por así decirlo, los estudios tradicionales, está la leptospirosis, el Sida y sobre todo las enfermedades virales menos divulgadas, menos conocidas, que ellos las están estudiando y con bastante buenos resultados, y con la aceptación en la literatura médica que selecciona estas cosas.

¿Cómo ve el país en su conjunto hoy en día en materia de investigación científica?
Bueno, São Paulo es un caso aparte. En el país en general creo que con el posgrado las oportunidades de fijar gente en programas regulares en las universidades, y con el régimen de dedicación exclusiva, ha habido una evolución muy grande en la producción científica, demostrada incluso por el número de publicaciones de artículos en revistas internacionales que se encuentran en bases indexadas. Hay como que un despertar, un cambio muy rápido, aunque por ahora se lo observa mucho más en el área científica que en el área tecnológica. Y donde se mantuvo encendida la llama de la investigación científica y tecnológica con perspectivas de innovación, aunque sea reducidamente, fue en las universidades. Las empresas fueron mucho más lentas para despabilarse, y están despertando últimamente en función de la necesidad de exportar.

Con este tema del apoyo a un ambiente propicio para el desarrollo tanto científico cuanto tecnológico, existe un problema curioso en Bahía, que es la larga resistencia oficial a la implantación de una fundación estadual de apoyo a la investigación. ¿Cuándo usted gobernó el estado, no había clima como para crear esa fundación?
En mi período de gobierno el esfuerzo de inversión de recursos se concentró en el Ceped, el Centro de Investigación y Desarrollo, que se fundó durante la gobernación de Luiz Viana. El Ceped desarrolló muchos trabajos en el área de petroquímica, en perfeccionamiento de procesos petroquímicos, porque el polo petroquímico estaba entonces comenzando. Se trabajó mucho en agronegocios, en agroindustria. En metalurgia, como estaba comenzando producirse cobre acá, hubo una necesidad de que el Ceped se dedicase a la metalurgia de no ferrosos. Por lo tanto, el Ceped tuvo un rol muy importante durante muchos años. Y murió. Se acabó.

Pero, ¿por qué no se creó enseguida una fundación de apoyo a la investigación?
Por ocasión de las constituyentes estaduales, en 1989, muchos estados crearon sus fundaciones de apoyo, incluso Bahía, al menos en la ley. Pero, después de algún tiempo, de uno o dos años, la fundación dejó de existir. Era dirigida por un consejo que contaba con la participación de otros órganos de la comunidad, y se transformó en un consejo con un mecanismo de nominación mucho más vinculado al propio gobierno del estado.

¿Usted cree que está preparada ya la estructura formal sobre la cual ha de apoyarse efectivamente la investigación científica?
Sí, esa estructura existe. Claro que luego de un retraso, de una disminución muy grande de impulso con relación a como se había empezando, pero en este momento existe.

Cuando ocupó la presidencia del CNPq, ¿intentó de alguna manera movilizar los sistemas de investigación en los estados que se ubican por fuera de la región sudeste?
Yo estuve solamente un año en CNPq. Pero, si bien yo ya tenía una inclinación a este tipo de actividad, a partir de entonces realmente me entusiasmé, y también desde entonces muchos de los cargos que he ejercido, o lo que he escrito o dicho se relaciona con esa cuestión de la ciencia y la tecnología como un factor absolutamente decisivo, impostergable e irrecusable en el desarrollo del país. Cuando yo asumí, en el CNPq había una desconfianza muy grande en el seno de la comunidad científica con relación a las instituciones de gobierno. Era una comunidad que había ejercido una gran resistencia al gobierno militar y en la transición aún había mucho de aquello que se denominó “residuos de autoritarismo”. Por eso tuve que enfrentar y atravesar todo eso.

Pero desde el punto de vista del trabajo propiamente dicho, en primer lugar, me preocupé bastante con la atomización de los recursos del CNPq. Yo hacía la siguiente cuenta a la época: si uno tomase, en una contabilidad sencilla, el total de recursos captados por el CNPq, dividido por el número de proyectos que éste financiaba, en promedio daría entre 5 mil y 10 mil dólares por proyecto. O sea, casi nada. ¿Qué se puede hacer con 5 mil dólares? Eso no existe. Al mismo tiempo era moneda corriente que quien solicitaba financiación no salía más. Existía también aquello que se puede denominar el ser “buenos muchachos”, es decir, el no rechazar un proyecto vino de los propios investigadores.

El resultado fue esa atomización. Bueno, por supuesto que el argumento era que el problema es que el dinero es poco: sin duda lo era y sigue siendo poco y será siempre poco, pero eso era también un pretexto para no contrariar, para no enfrentar a la comunidad científica. Yo procuré organizar las cosas de modo tal de mitigar eso, pero como el tiempo fue poco… Bueno, el otro tema es que que, pese a todo mi empeño por el desarrollo de las ciencias básicas, que fue se demostró muy bien en la práctica en mi vida, la gente de las ciencias básicas tenía una desconfianza muy grande con relación al reparto de recursos con la parte tecnológica. Pero el consejo es de desarrollo científico y tecnológico… Hubo un momento en que se pensó en separar un poco eso, con la idea de que si el CNPq fuese solo de la ciencia sería mejor. Eso es ser un tanto iluso. No se puede dividir y terminar dejando a la tecnología sin nada. Pues bien, por último estaba la famosa cuestión de la distribución regional. Pero, a decir verdad, era necesario reconocer que el problema de la distribución regional también era en gran medida resultado de la falta de iniciativa de muchas de las unidades de esas regiones más pobres.

¿Usted no se está metiendo en una pelea científica con ese análisis?
Sabemos que la predominancia de gente del este y del sur en los órganos de decisión también tuvo importancia en la mala distribución. Había un cierto menoscabo por la calidad de todo lo que venía del nordeste, del norte, es cierto. Pero, por otro lado, había también una gran falta de iniciativa. Yo digo eso acá, en mi tierra. Intenté estimular la presentación de propuestas, sobre todo en ciertas áreas de cuya importancia yo estaba convencido, como el área agronómica, pero la gente era lerda.

¿No mandaban los proyectos?
Con excepción de algunas pocas unidades que ya tenían un historial, en general los pedidos eran más débiles. Intentábamos equilibrar, acomodar, estimular lo que venía de las regiones más pobres, pero a sabiendas de que la gritería de que son perseguidos, que no son debidamente valorados, etc. no es precisamente verdadera.

¿Y en el Ministerio de Salud?
Salud prácticamente se encargaba solamente de prevención de enfermedades transmisibles. Las enfermedades de la pobreza, las enfermedades infectocontagiosas. Y era un ministerio muy pequeño. Y la población en general tenía asistencia en el área de infectocontagiosas, pero fuera de allí no tenía asistencia alguna, no se podía hacer nada, no había dinero, no tenía gente suficiente, mientras que el Ministerio de Previsión Social en aquella época nadaba en dinero. Bueno, estuvo el movimiento de los llamados sanitaristas, que es una expresión incluso impropia, que procuró juntar la parte de salud que estaba en el Ministerio de Previdencia burocráticamente, con la salud propiamente dicha. Por eso el Ministerio de Salud, que más bien chico, se volvió enorme, con un dinero que era de la Previsión Social. Esto generó unos problemas inicialmente; hubo incluso un momento en que las cosas empeoraron, pero después se racionalizaron.

¿Pero no había alguna manera de que el Ministerio de Salud se articulase con el área de investigación científica orientada a la salud? ¿No existía un mecanismo posible para eso?
Existía sí, en la estructura la Fiocruz, tradicionalmente ligada al Ministerio de Salud. La fuerza de la investigación en el Ministerio de la Salud estaba y sigue estando en la Fiocruz, y nosotros apoyamos mucho eso. Bueno, siempre restringidos en aquel momento a las enfermedades infectocontagiosas: hubo una explosión de malaria en la región amazónica. Eso que fue algo interesante. Porque durante la Segunda Guerra habían surgido unos insecticidas muy potentes para terminar con los mosquitos, y surgió el “aralem”, la cloroquina, el primero de los antipalúdicos más eficaces. Antes incluso se constituyó la Sucam, la Superintendencia de Campañas de Salud Pública, y se hizo un excelente trabajo que acabó con la malaria en esta mitad del Brasil oriental. Pero en la Amazonia las mismas cosas y las mismas personas fallaron. La Amazonia tiene algo que yo creo que aún está por descubrirse, algo que alimenta al mosquito.

En aquella época que yo llegué al ministerio se estaba produciendo una gran migración, sobre todo de parte de agricultores de Río Grande do Sul, Santa Catarina, Paraná, etc., hacia la región amazónica. Esta gente llegaba sin ninguna defensa inmunológica, vírgenes, listos para someterse al ataque de los mosquitos. Entonces fue una devastación. Por eso trabajamos mucho con ese tema de la malaria, trabajamos mucho también en las fiebres maculosas, en el mal de Chagas, en la esquistosomiasis; en resumen, había problemas, y grandes, en el área de transmisibles, sobre todo en las zonas pobres. Y había también instrumentos, aunque un poco anticuados, que eran la Sucam y la Fundación Cesp, que formaban parte del Ministerio de Salud.

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