REPRODUCCIÓNLogró la proeza de ser encarcelado por los tres regímenes que Francia conoció entre los siglos XVIII y XIX: el Antiguo Régimen, por pedido de Luis XVI; la Revolución Francesa, bajo el comando de Robespierre; y la Restauración, cuando, detenido por Napoleón, acabó muriendo en la cárcel. Para quien pasó buena parte de sus existencia detrás de las gradas, Donatien-Alphonse François de Sade (1740-1814), o el marqués de Sade, alcanzó una notoriedad impresionante, que a la postre, mediante un parco conocimiento al respecto de quién realmente él fue, lo vulgariza todavía más, transformándolo en un vago sinónimo de “perversión”. “La lectura psicopatológica no resulta incorrecta, sino sólo una entre las tantas posibles al respecto de Sade: pero él no es solamente eso. Es también eso”, afirma el historiador Gabriel Giannattasio, profesor libre docente de la Universidad Estadual de Londrina (UEL) y autor de Sade: um anjo negro da modernidade (Editora Imaginário, 208 páginas, 26 reales) y que acaba de lanzar Cartas de Vincennes: um libertino na prisão (Eduel, 154 páginas, 35 reales), obra que reúne 16 cartas escritas por Sade en la cárcel, entre 1777 y 1784, en la prisión-castillo de Vincennes, destino de los nobles en desgracia y víctimas de las lettres de cachet, que eran documentos emitidos por el rey para encarcelar a los “indeseables”, tales como el marqués. Por primera vez, una versión integral de las cartas es editada en el país. Los destinatarios principales eran Renné, la primera mujer del escritor; la señora de Montreuil, suegra “sádica” que detestaba al libertino; y la señorita de Rousset, amiga íntima del noble e interlocutora.
“Esas cartas profundizan el misterio de Sade y esbozan la estructura de su pensamiento, la antesala, la industria experimental y productora del hombre Sade. Es mediante esas cartas que él se comunicaba con el universo que lo cercaba y ese ejercicio de comunicación le permitía poner a prueba sus pensamientos y desarrollar su filosofía”, afirma el investigador. Cuando las escribe, todavía no es el autor de Justine o La filosofía en la alcoba o Los 120 días de Sodoma. “El marqués aún no es el literato, cuya carrera comenzó tardíamente. Las cartas de la prisión son, de este modo, un preanuncio de las ideas y del vigor imaginativo que derivarán en formas más libres en sus novelas. La correspondencia de Vincennes es la más rica que llegó hasta nuestros días, muy superior a las cartas que escribió más tarde, entre 1784 y 1789 en la Bastilla, en general, burocráticas”, explica. Para el profesor, eso es revelador de un desplazamiento de los canales de expresión del célebre libertino. “Su energía literaria se traslada con toda su fuerza a sus obras y al período privilegiado de su producción filosófico-literaria, utilizando una pluralidad de formas y géneros”. En las cartas es posible percibir la superación intelectual del libertino en un libertario radical, igualmente capaz de poner en jaque al Iluminismo, del cual fue, en un principio, un seguidor, para más tarde, utilizando los propios argumentos iluministas (que los iluminados no osaban practicar), romper el molde del movimiento y reinventarlo drásticamente. “Según dices, mi manera de pensar no puede ser aprobada. ¿Y qué? ¡Insano es aquél que adopta una manera de pensar para agradar a los otros! Mi manera de pensar es fruto de mis reflexiones, producto de mi existencia y organización. Esa manera de pensar que tú desapruebas es el único consuelo de mi vida; es lo que alivia mis penas y la prisión, ella compone todos mis placeres en el mundo y es más importante que mi propia vida. No fue mi manera de pensar lo que me trajo infelicidad, sino la de los otros”, le escribe a su mujer. “Se trata de escritos que esbozan el enigma y ya contienen los personajes y temática del romance sadiano. En su celda, Sade fue un observador ejemplar, o mejor dicho, un experimentador ejemplar”, acota el autor.
REPRODUCCIÓNY tuvo tiempo suficiente para ello. “Para un prisionero, las cartas sirven para abolir distancias. Para un prisionero como Sade, que ignoraba la extensión de su pena, ese sentido fue imperioso. Durante los 13 años que estuvo en Vincennes, el marqués afirmó con tal intensidad el deseo de ‘abolir distancias’ que acabó por transformarlo en un principio soberano de su literatura”, explica Eliane Robert de Moraes, profesora titular de estética y literatura en la PUC-SP y autora de diversos ensayos sobre el imaginario erótico en la literatura, entre los cuales se encuentran Sade: a felicidade libertina (Iluminuras) y O corpo impossível (Iluminuras/ FAPESP). “Fue durante ese primer período de reclusión que nació la literatura sadiana, inaugurada en 1782 por el ‘Diálogo entre un padre y un moribundo’, escrito en Vincennes, seguido por el monumental ‘Los 120 días de Sodoma’, redactado en 1785 en la Bastilla. Si éstos ya contienen toda la base sobre la cual él edificará su literatura, no dejan de remitir, jamás, al mismo cuerpo a cuerpo con el lector que la correspondencia ansía”.
“Si, lo confieso, soy libertino; concebí todo lo concebible en el género, pero ciertamente no hice todo lo que concebí y no lo haré jamás. Soy un libertino, pero no un criminal, un asesino”, confiesa en una de sus cartas. Es una bella profesión de fe. “La literatura de Sade expresa, más que cualquier otra, una especie de ‘hipermoral’. O sea, es un pensamiento que busca descubrir en la creación artística aquello que la realidad rechaza. Para realizar esa exploración, le da la espalda a la ética y a la moral, descartando discursos humanistas. Procura oír la voz de los verdugos, considerando sus motivos y aún su falta de motivos para alcanzar un conocimiento sobre el mal. Pero atención: se trata aquí de un conocimiento, y no de una práctica”, advierte la investigadora. En el límite, observa Eliane, la relación entre el conocimiento y la acción se halla en el centro de la discusión, ya que los detractores de Sade, como los tres regímenes que lo encarcelaron, aunque atacasen su discurso, no era raro que lo pusiesen en práctica. “Superando igualmente a sus refinamientos. Desafortunadamente, en materia de sadismo, la historia humana es bastante más pródiga que la literatura sadiana”. Finalmente, la palabra libertino tiene su origen en el latín libertinus, cuyo significado exacto sería: aquella persona libre de la esclavitud y de cualquier prejuicio y convención social o moral.
“En el caso de Sade resulta imposible distinguir al libertino del libertario. Política y moral, en ese caso, son hermanas siamesas y vale lo mismo para el filósofo que para el escritor. La opción literaria del creador de Justine exige particular atención, ya que la ficción constituyó su privilegiada forma de expresión”, observa Eliane. “Al trasladar la reflexión filosófica a la alcoba libertina, el marqués fue obligado a tomar en cuenta las diferencias entre cada uno de los ‘caprichos de la naturaleza’ que forman parte de su interminable catálogo. Con ello, se vio obligado a exceder los límites de la filosofía con la certeza de que sólo la literatura permitiría su ingreso en el territorio ilimitado de la imaginación erótica”, analiza. La investigadora recuerda que es significativo que uno de los libros más importantes de Sade, La philosophie dans le boudoir, asocie, desde el título, la reflexión política con las prácticas libertinas. “No se trata de una filosofía de alcoba, sino de una filosofía en la alcoba. La diferencia es sutil, pero esencial”, explica. Importante, por otra parte, a punto tal de permitir la inusitada, pero genial, “reunión” entre el marqués y Machado de Assis, realizada por la investigadora. Eliane Robert percibe ecos “familiares” entre la literatura sadiana y el cuento machadiano A causa secreta (1885), más conocido por la descripción horrorosa, y extrañamente rica en detalles (algo poco común en la literatura de Machado), del placer literalmente sádico con el que el personaje Fortunato tortura un ratón. “Aunque ellos sean escritores muy distintos, ambos desean tocar el fondo falso que constituye nuestra humanidad”, explica la profesora. “Finalmente, si el punto de vista de los narradores sadianos siempre coincide con la conciencia de sus pérfidos libertinos, lo que ocurre en el cuento de Machado no difiere mucho de ese modelo”. El “placer vasto, quieto y profundo”, una frase del cuento, observa Eliane, igualmente remite a la soledad de los personajes sadianos, incluso en el momento en que Fortunato sorprende a un amigo, testigo ocular de las atrocidades con el ratón, llorando frente al ataúd de su fallecida mujer, revelando una pasión oculta y adúltera. En aquel momento, nota la investigadora, surge, en el rostro de Fortunato, al saberse engañado, aunque “vengado”, la misma expresión de placer que tuvo al torturar al roedor, sólo que, esta vez, el gozo se produce con el sufrimiento del amigo.
REPRODUCCIÓN“En Sade, todo y cualquier argumento, por más racional que sea, acaba siendo arrastrado por la fantasía, y en forma tal que termina por ofrecerse al lector como una alucinación. Nada más distante del notable realismo psicológico de Machado”, sostiene. “La comparación, agrega, permite concebir la distancia entre una literatura que trabaja con modelos, como sucede con los personajes del marqués y otra enfocada en la particularización de los personajes, característica de los grandes realistas del siglo XIX”, advierte. Según Eliane, el libertino de Sade ostenta tal gusto por el mal que no deja ninguna sombra de ambivalencia respecto de su carácter. En tanto, el sádico de Machado es un sujeto encubierto, con un pasar de hombre de bien, mientras mantiene hábitos escondidos en el silencio de la intimidad. “Lo que se nota en esa comparación es el proceso histórico que conduce a la privatización de los actos perversos. Además, Machado es pródigo en escenas que nos revelan no sólo la versión brasileña de esa privatización, sino también la propia interiorización psicológica de la práctica del mal”. En ese sentido, para la profesora, hay que recordar que Sade fue hombre de su tiempo, sin duda, lo cual no le impide ser moderno y hasta también posmoderno, en la medida en que él fue y es así conocido. “Pero puede ser también un autor fuera de su tiempo y me gusta verlo también desde esa óptica. Lo que más me atrae en Sade es justamente esa ruptura con el mundo que opera su literatura, en el intento por despertar y poner en juego virtualidades humanas aún insospechadas. Él se vale de la imaginación para acceder a los dominios de lo imposible”.
Finalmente, en un universo en el que Dios estaría muerto, todo estaría permitido, y existe incluso espacio para pensar en qué es el mal. “Invirtiendo la lógica de Rousseau respecto de la bondad natural del hombre, Sade reconoce en el mal el concepto creador de todo lo que existe. El mal se convierte en la fuerza motriz del Universo, ya que es la categoría esencial al mundo natural y humano. Aunque él haya dicho que ‘el Universo no sobreviviría un segundo si todo fuese virtud’, lo inverso es válido respecto del vicio. Es un juego de tensión entre creación y destrucción que revela el sentido trágico de nuestra existencia”, nota Giannattasio. De la misma manera, en ese esquema filosófico no hay espacio para el “pacto social” de Rousseau. “El desafío, según él, consistía en proponer leyes que considerasen a los individuos y su rol en la sociedad. El pacto, en cambio, planteaba renunciar a la propia voluntad en beneficio del bien general. Sade disiente e invoca la liberación de los instintos. Si Rousseau quiere la destrucción de las fuerzas naturales, Sade las defiende, afirmando que la única moral posible es la de cada individuo”. O, en las propias palabras del marqués, en una de sus cartas: “No son las opiniones ni los vicios de los particulares los que perjudican al Estado; son las costumbres del hombre público que, por sí mismas, tienen influjo en la administración general. Que un particular crea o no en Dios, que honre a una prostituta o que le de cien puntapiés en la panza, tales conductas no mantendrán ni destruirán la constitución de un Estado. Si el político corrupto triunfa, el otro se pudre en una celda”. En 1783, seis años antes de la caída de la Bastilla y de la revolución, Sade ya advertía: “Que el rey corrija los vicios del gobierno, que reforme los abusos, que ahorque a los ministros que lo engañan o que le roban, en lugar de reprimir las opiniones y gustos particulares de sus súbditos. Esos gustos y opiniones no afectarán su trono, mientras que las vilezas de aquéllos que lo rodean lo derrumbarán tarde o temprano”, una precaución que todavía suena actual.
“Mi cuerpo a la mañana cuenta con una disposición diferente a la de mi cuerpo por la noche. Puedo ser el más virtuoso de los hombres y convertirme en el más vicioso”, escribió el noble. “Sade representa al materialismo llevado hasta sus últimas consecuencias, pues, frente a las necesidades del cuerpo, ¿cómo puedo tener una única razón que de cuenta de tanta multiplicidad? La modernidad es un tiempo que volcó y aún vuelca todos sus esfuerzos para hacer del hombre un animal racional. Sade es una de las expresiones del siglo XVIII que mejor traducen la futilidad de ese esfuerzo, al oponerse a la imagen del animal controlado por la razón, el animal estético, dotado de arrebato creativo. Así es Sade, un extemporáneo para la modernidad, aunque profundamente marcado por ella”, observa Giannattasio. Las cartas, finalmente, no mienten, ni siquiera las del marqués: “¡Goza, mi amigo, goza! Y no ocupes la mitad de tu vida intentando arruinar la existencia de los demás”.
Artículo científico
MORAES, E. R. Um vasto prazer, quieto e profundo. Estudos Avançados,