Cerca del centro de Amberes, en Bélgica, en una calle llamada Vrijdagmarkt (que significa “mercado de los viernes” en flamenco), se encuentra el más completo museo de artes gráficas del mundo: el Plantin-Moretus, nombre de la casa editorial que funcionó allí entre 1555 y 1876. Este museo es una “una joya rara”, según las historiadoras Júnia Ferreira Furtado, docente del Departamento de Historia de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG), e Iris Kantor, del Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (FFLCH-USP).Una visita al Plantin-Moretus no solamente promueve el más completa viaje por el arte de la impresión tipográfica del período sino que permite vislumbrar el mundo del comercio de impresos en la época de la expansión marítima.
Declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco en 2005, el museo y la casa Plantin-Moretus deberían hablarles de cerca a los países iberoamericanos. El puerto de Amberes, al igual que todos los Países Bajos meridionales, tal como se conocía a Bélgica, estuvo bajo el dominio español entre los siglos XVI y XVIII, y Plantin-Moretus tuvo un papel privilegiado en la producción gráfica y editorial encomendada por las monarquías ibéricas, que circuló también en las colonias hispanoamericanas y asiáticas. Por ende, gran parte de los libros que arribaron a Brasil en la época colonial también tiene origen en el taller fundado por Christophe Plantin (1520-1589). Pero su importancia viene siendo subestimada sistemáticamente por la historiografía, y esto no solamente en los países iberoamericanos.
Fue ése el principal motivo de la exposición En la estela de Colón. Libros y estampas de Amberes en el mundo entero, organizada en 2009 en el Plantin-Moretus por Eddy Stols, experto en las relaciones entre Bélgica y el mundo ibérico e iberoamericano de la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. “Se suele minimizar la vitalidad de la economía de los Países Bajos meridionales y la de Amberes en particular luego de la reconquista de los españoles, a partir de la década de 1580”, dice Stols. “En cambio, la integración de los flamencos al sistema mundial luso-español fue de larga duración y no desapareció ni siquiera cuando pasaron de la gobernanza española a la austríaca, en 1713.”
De la exposición resultó el libro El mundo sobre papel. Libros y grabados e flamencos en el imperio hispanoportugués (siglos XVI-XVIII), editado en 2009 en español y flamenco y que este año saldrá en su versión brasileña en el marco de una colaboración entre la editorial de la Universidad de São Paulo (Edusp) y la editorial de la UFMG. En Brasil, el libro, que en el original ya contaba con artículos de especialistas brasileños, tendrá otros tres más producidos aquí.
“Esta reunión de estudios echa luz sobre una multitud de anónimos que conformaron una red compleja de producción editorial. Comparativamente, el impacto de las imprentas flamencas fue tan importante como lo fue la Enciclopedia francesa en el siglo XVIII. Las obras editadas en Flandes se ubicaron en la base de la revolución científica de la época moderna”, dice Iris Kantor. La profesora fue una de las compiladoras de la versión brasileña del libro El mundo sobre papel, junto a Júnia Ferreira Furtado, Eddy Stols y Werner Thomas, de la Universidad Católica de Lovaina. Kantor también firma un estudio sobre el impacto que las obras del cartógrafo Abraham Ortelius y del filósofo Justus Lipsius, ambos flamencos, tuvieron sobre la elite letrada colonial en Brasil.
Según Kantor, Amberes llegó a concentrar 2 mil emprendimientos ligados a la producción gráfica. La ciudad era un gran puerto marítimo, una conexión entre los océanos Atlántico e Índico, entre el norte de Europa y Asia, y objeto de codicia de los protestantes de los Países Bajos septentrionales (Holanda). “Amberes se convirtió en el centro de los emprendimientos editoriales que abastecían a los cuatro rincones del imperio hispanoportugués. Las imprentas flamencas propagaron un nuevo sentido del cosmopolitismo: estimularon la interacción y la transferencia de modelos culturales a través de la cultura y las imágenes impresas”, dice. Entre las casas editoriales de la ciudad, Plantin cobró ascendencia desde que, en 1571, el rey Felipe II de España le concedió el rentable monopolio de la producción de los libros litúrgicos que se usarían en los territorios españoles, un privilegio que se extendió a la Corona portuguesa.
La edición “científica” de la Biblia
En 1576, la tipografía ya había producido para ese mercado 18 mil breviarios, 17 mil misales, 9 mil libros de horas y 8 mil libros litúrgicos de otros tipos. El acercamiento entre el monarca y Plantin estaba sellado desde que la editorial recibiera la incumbencia de elaborar y publicar la Biblia Políglota de Amberes (o Biblia Regia), que causó impacto internacional. Los ocho volúmenes se publicaron entre 1568 y 1573 en cinco idiomas: latín, griego, hebreo, sirio y arameo.
La preparación de la Biblia Políglota involucró a eruditos ilustres de la época, bajo la supervisión del teólogo Benito Arias Montano. Es este aspecto de corte humanista de la Contrarreforma católica lo que lleva Kantor a comparar las imprentas flamencas con el enciclopedismo iluminista francés. La propia Biblia Políglota pretendía erigirse en una edición “científica” de los textos sagrados.
La figura de Christophe Plantin fue fundamental en ese panorama de efervescencia e inquietud intelectual provocado por la expansión marítima. “Plantin mantuvo la correspondencia con los más importantes científicos de la época”, dice Kantor. “La editorial era un punto de llegada donde se decantaban los conocimientos. Muchos de los intelectuales eran vecinos en Amberes, y la editorial les reservaba una sala para que se reuniesen”. El proyecto humanista no estaba divorciado de la economía mercantil. El conocimiento se les imponía a aquéllos que hacían comercio en el exterior, sobre todo el aprendizaje de idiomas. “Lo que se estaba inaugurando en aquel momento era un mercado de libros que se autosostenía, con gran potencia y alcance”, dice.
Entre 1555 y 1589, Plantin editó alrededor de 2.450 títulos. Las obras litúrgicas y religiosas correspondieron al 33% de esa cifra, pero la producción abarcaba cuadernos de música, textos jurídicos, históricos y geográficos. Los tratados científicos (un 7,3% del total) comprendían disciplinas tales como la cartografía, la medicina, la astronomía, la tecnología, la farmacología, la física, la botánica y la matemática. En la ilustración de los libros, Plantin fue pionero en la utilización de los grabados de cobre, que terminaron reemplazando a la técnica de la xilografía, empleada en las imprentas alemanas. La casa le asignaba gran importancia a la producción de imágenes. Entre los artistas que trabajaron para Plantin se encuentran Pieter Paul Rubens y Pieter Brueghel el Viejo. Al morir, Plantin le heredó el negocio a su yerno, Jan Moretus, quien le añadió su apellido al nombre de la empresa.
Así como en la metrópolis, en las colonias, en la brasileña por ejemplo, la producción editorial que más circulaba entre la población era la de tenor religioso, ya sea para la práctica de la fe entre los colonizadores como para la catequesis de nuevas almas. Pero ese material no llegaba solo. “Los misales ilustrados, el catecismo y los libros de devoción les llevaban a los evangelizados de los tres continentes no solamente la religión católica, sino también una cultura más amplia y nuevas facciones del mundo a través de las obras de Erasmo de Rotterdam, la reedición de los clásicos romanos y los mapas de Ortelius, por ejemplo”, dice Eddy Stols.
La amplia difusión del conocimiento –y la transformación del libro en producto circulante en el comercio mundial– generó cruzamientos culturales inesperados, y dejó marcas indelebles. “Pintores de la América española reprodujeron escenas de patinadores sobre hielo y figuras como arcángeles armados con escopetas y vestidos con encajes flamencos”, dice Stols. “Y los japoneses sintetizaron en biombos el conocimiento exterior con mapamundis y perfiles de ciudades occidentales.”
Las iglesias de Minas Gerais
Dos artículos presentes en Un mundo sobre papel –de Alex Bohrer, docente de la Fundación de Arte de Ouro Preto, y de Camila Fernandes Guimarães Santiago, docente de historia del arte de la Universidad Federal de Recôncavo de Bahía– abordan la influencia en ocasiones explícita de los grabados flamencos en las iglesias barrocas de Minas Gerais. “Esa producción pictórica adornó diversos espacios, como cielos rasos y altares”, dice Júnia Ferreira Furtado. “Los grabados de Plantin fueron objeto de las más diversas apropiaciones.”
La línea editorial de la casa Plantin terminó dejando su impronta también en la formación de las primeras bibliotecas existentes en territorio brasileño. Si bien entre la población en general el material impreso que más circulaba eran los misales y los catecismos, una elite culta (no solamente letrada) importaba libros de acuerdo con sus necesidades: para los militares, por ejemplo, llegaban los tratados de matemática e ingeniería. “No había librerías, pero sí importadores que eran agentes distribuidores entre las personas involucradas en la colonización, tales como magistrados, gobernadores de capitanías y autoridades en general”, dice Iris Kantor.
En simultáneo a eso, se formaban los primeros archivos humanistas en las bibliotecas de los religiosos. “Existe una visión que menoscaba la cultura de la época colonial”, prosigue la profesora. Kantor subraya que la idea de que la ilustración solamente llegó a Brasil a finales del siglo XVIII es falsa. “La biblioteca de los jesuitas de Bahía durante la primera mitad del siglo XVIII, por ejemplo, tenía entre 3 mil y 4 mil volúmenes, más o menos la misma cantidad que muchas bibliotecas europeas de esa misma época”. De todos modos, la investigadora destaca que, con la expulsión de los jesuitas, en 1759, la transmisión y conservación de ese patrimonio bibliográfico se vieron irremediablemente comprometidas.
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