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Rubens Belfort Junior

Rubens Belfort Junior: Llega la hora de las gafas genéricas

Eduardo CesarEl profesor Rubens Belfort Junior viene de un linaje de médicos oftalmólogos paulistas. La Clínica Belfort fue fundada por su abuelo en 1933, y su padre la heredó. Actualmente es de la familia: trabajan en ella Belfort Junior y Rubens, el único de sus cuatro hijos que decidió seguir el mismo camino. Pero, pese a la tradición familiar, el lugar preferido de Belfort es la universidad. Allí es donde enseña a investigar, dirige y crea proyectos que van de la investigación más pura a los estudios aplicados de amplio interés público.

En los últimos años, Belfort ha insistido en dos temas. El primero es la necesidad de que el gobierno distribuya gafas genéricas para la población carente de recursos de más de 50 años, como una forma de mejorar la calidad de vida. El segundo es un alerta constante sobre los cuidados que los médicos en general y los oftalmólogos en particular deben tener para con la creciente población de ancianos. Con respecto a este último tema, organizó en 2009 el libro Oftalmogeriatria (editorial Roca), junto con Marcela Cypel.

Profesor titular de la Escuela Paulista de Medicina de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp), Belfort es el único oftalmólogo brasileño miembro de la Academia Brasileña de Ciencias, de la Asociación Nacional de Medicina y Academia Ophthalmologica Universalis e integrante del prestigioso International Council of Ophthalmology, además de haber sido presidente del Congreso Mundial de Oftalmología. Hasta el año pasado encabezaba el Instituto de la Visión, vinculado al Departamento de Oftalmología de la Unifesp. En ese cargo, fue artífice de la construcción de nuevo edificio que se inaugurará este año. Actualmente es presidente de la Sociedad Paulista para el Desarrollo de la Medicina, la mayor entidad filantrópica brasileña en el área de salud ligada a la Unifesp, dueña del Hospital São Paulo, administradora de 30 unidades de salud y con una planta de más de 26 mil empleados en diferentes estados do Brasil.

A los 64 años, tiene en la punta de la lengua numerosos proyectos en marcha o por hacerse. No todos son meramente académicos, pero todos nacieron de su trabajo en la universidad. A continuación, los principales tramos de la entrevista.

El año pasado, su libro en colaboración con Marcela Cypel, Oftalmogeriatria, ganó el segundo lugar del Premio Jabutí de medicina en el país. ¿Por qué la oftalmogeriatría se ha vuelto tan importante?
Por un motivo simple, la población está envejeciendo en todo el mundo y la prolongación de esta fase de la vida tiene un gran impacto en la medicina. Si usted piensa en tres o cuatro afecciones oftalmológicas, probablemente serán el glaucoma, la catarata y la degeneración macular. Las tres aparecen en la vejez. Y es precisamente en los países subdesarrollados donde se espera un aumento mayor de la población de más de 70 años. Es importante saber de ello para entender los distintos escenarios de planificación de la investigación, la enseñanza y las actividades asistenciales. No me refiero a las personas de 65 años, sino a las de 80 ó 90 años o más. Los centenarios serán mucho más comunes entre nosotros. Y los ojos de los pacientes más ancianos deben verse de manera distinta.

¿Es más difícil tratar los ojos de los ancianos?
Hay una serie de valores médicos que no suelen aplicarse adecuadamente a los pacientes ancianos. Una vez que llegan a una determinada edad, las personas se vuelven más lentas. Hay que respetar su tiempo de respuesta y mantener algo muy importante, que es la autonomía del paciente. Cuando alguien de 80 años se acerca a una consulta con su hija, o a veces con su nieta, la tendencia del médico es conversar únicamente con quien lo acompaña, y no directamente con el anciano. Existen importantes aspectos psicológicos y de comunicación. Y no podemos olvidarnos de que de todas las tecnologías, la más importante en medicina sigue siendo la comunicación. Pero existen otros aspectos igualmente importantes. Por ejemplo, el acto de abrir un gotero de colirio y echarse unas gotas en los ojos es trivial para un joven. Pero para un individuo cuya mano tiembla y que no logra leer la etiqueta se hace muy difícil. El paciente anciano, toma en ocasiones 15 tipos de medicamentos por día. Cambiar o agregar un medicamento sin necesidad no es un acto con impacto meramente económico, sino también social. Y si el paciente no ve o ve mal, son mucho más complicadas para él las actividades del día a día. Debemos contribuir a mejorar la calidad de vida de los ancianos y no preocuparnos únicamente en curar enfermedades. Incluso porque algunas veces esas enfermedades son incurables. Necesitamos detectar qué enfermedades tienen impacto en la calidad de vida y concentrar nuestros esfuerzos en ellas. Muchas veces los pacientes tienen alteraciones cognitivas, de memoria, y no son evidentes. Un paciente se acerca a la consulta, conversa de manera aparentemente normal, sale con una receta, y de repente es como haberle dado una receta a un niño de cuatro años, que no sabe qué hacer con ese papel. Eso lo notamos cuando un familiar nos llama y nos dice: “¿qué le dijo usted a mi papá cuando estuvo allí? No se acuerda de nada”. El libro Oftalmogeriatria aborda estos problemas, y también situaciones técnicas oftalmológicas. En parte es fruto de la tesis doctoral de Marcela Cypel, para la cual hicimos un seguimiento de octogenarios, nonagenarios y centenarios. Ya contamos más de 50 centenarios a los que les hemos realizado estudios de calidad visual.

¿Cuándo iniciaron el proyecto?
Hace tres o cuatro años. Ahora vamos a empezar otro proyecto muy interesante en el cual examinaremos mellizos, de septuagenario para arriba, univitelinos y no univitelinos. Pretendemos saber qué es genético y que es ambiental. ¿Es posible que un individuo de 80 años que tienen un hermano gemelo vivo, univitelino, tenga el mismo tipo de enfermedad ocular? Los próximos años mostrarán cada vez más el impacto de la epigenética y la genética.

Hablemos de sus orígenes. ¿Usted prácticamente viene de una dinastía de oftalmólogos es verdad?
Son cinco generaciones de doctores. Mi bisabuelo, José Nunes Belfort Mattos, en 1900 y pico, era astrónomo director del observatorio de São Paulo, y registraba la temperatura y el clima de la ciudad. Registró por ejemplo que nevó en la ciudad de São Paulo en 1918. En la casa de la familia, en la avenida paulista, estaba instalado el observatorio particular, que después pasó a manos del gobierno de São Paulo y forma parte de la propia historia de la astronomía y la meteorología paulista y de la de la Universidad de São Paulo (USP). Quizá por ello y por las lentes, mi abuelo, en lo que hace a la medicina, se interesó en la oftalmología. Trabajó en Campinas en el Instituto Penido Burnier, en la década de 1920. En 1930 vino a São Paulo. Era oftalmólogo, político, comunista. Mi padre también fue oftalmólogo, al igual que yo y uno de mis hijos, que ha concluido ahora un doctorado sándwich con beca en Canadá y en Estados Unidos. Pero ésa es tan sólo una feliz coincidencia. Tengo cuatro hijos y solamente uno estudió medicina. De los otros tres, uno siguió economía y mis dos hijas administración de empresas.

¿Por qué hizo primero su doctorado en inmunología y después en oftalmología?
Cuando hacía la carrera de grado me interesaban cuestiones de la medicina preventiva, la epidemiología, las enfermedades infecciosas. Trabajé con los médicos Walter Leser y Roberto Baruzzi, además de los hermanos Villas-Boas. Pero sobre el final de la carrera cambié. Empecé una especialización en oftalmología y empezaron a interesarme las enfermedades infecciosas oculares. Hice un curso de ciencias básicas en Estados Unidos, donde la inmunología celular está empezando a resolver aparentemente muchos de nuestros problemas. Tuve la suerte de encontrarme aquí en la Escuela Paulista de Medicina con el brillante Nelson Mendes, un poco mayor que yo, y que ya era titular de Inmunología. E hice el curso de la OMS [la Organización Mundial de la Salud] en el Instituto Butantan sobre el tema. A partir de entonces, con la buena orientación del Nelson y de otros en la década de 1970, me di cuenta de que más importante que un doctorado en oftalmología era hacer uno en inmunología como oftalmólogo. Al fin y al cabo, un transplante de córnea, una uveítis, enfermedades infecciosas e incluso una retinopatía diabética, y los problemas llamados degenerativos en la época, aparecían desde en ese entonces ligados a la inmunología, y actualmente a la biología molecular. Como el posgrado en oftalmología solamente existía en la Universidad Federal de Minas Gerais, seguí el camino inverso: cursé la maestría en inmunología y el doctorado en inmunología con Nelson Mendes en la Escuela Paulista, y simultáneamente, pese a estar “prohibido”, hice el doctorado en oftalmología con Fernando Oréfice y Hilton Rocha, en Belo Horizonte.

¿Cómo fue su paso por la Facultad de Medicina de Jundiaí?
Terminé la maestría cuando tenía menos de 30 años, y fui allá como profesor titular. Mis residentes tenían casi mi edad, lo que era bárbaro en términos de comunicación, porque los conceptos son muy similares. En la actualidad, a los 64 años y siendo docente desde los 29, veo cómo es progresivamente difícil llegar a los jóvenes, el gap es cada vez mayor. Y ocurrió algo muy interesante en el sector, que muestra la importancia de los sistemas que les ofrecen el ejercicio del poder a los jóvenes. Dos profesores de la oftalmología paulista que se destacaron, Newton Kara José en Jundiaí, la Unicamp [la Universidad Estadual de Campinas] y la USP, y yo, en Jundiaí y en la Unifesp, ambos empezamos muy jóvenes. Newton empezó en Jundiaí, fue a la Unicamp y yo entré en su lugar. Cuando me fui a la Unifesp, entró Ana Luisa Höfling-Lima, siendo también muy joven, que ahora es docente titular de la Unifesp. Después de convertirme en profesor titular de la Unifesp y antes de asumir, resolví tomarme un año sabático y me fui al NEI, el Instituto Nacional de los Ojos del NIH [los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos]. Me quedé allá un año desarrollando trabajos en oftalmología, inmunología y biología molecular relacionada principalmente con el VIH, contratado por el NIH como visiting scientist, con privilegio quirúrgico. Es decir, podía operar a norteamericanos. Una gloria…Regresé en 1990, revitalizado.

¿Usted siempre atendió pacientes?
Sí, siempre. Sin atender me moriría de hambre, con la familia grande que tengo. Además, el consultorio brinda oportunidades y desafíos útiles para la vida académica. Si no atendiese en consultorio y no necesitase dinero, me habría convertido un burócrata, sin contacto con pacientes a no ser en diapositivas o en  situaciones artificiales. Pienso que la vivencia y el desafío clínico y quirúrgico del consultorio son fundamentales. En él, compito en la oferta de atención con cualquiera, en general con gente más joven, que está en el mercado y no precisa tener maestría, doctorado o libre docencia. En la universidad competimos en concursos, por financiamientos y en situaciones a menudo irrelevantes si se piensa en los problemas que los pacientes deben resolver. A su vez, el ambiente universitario es crítico e innovador, es indispensable para mantener el consultorio actualizado.

¿Usted atiende en la Unifesp y en la Clínica Belfort?
En ambos lugares, y opero en los hospitales São Paulo, Einstein y Santa Cruz. Cuando empecé en la Clínica Belfort, en 1970, mi padre contaba con 12 médicos trabajando con él. Hace dos años, mi madre, que tiene 83 años, me dijo: “Nos puso tan contentos cuando fuiste a hacer oftalmología, nunca pensamos que fueras a ‘destruir’ la clínica de la familia”. La clínica que erigió mi abuelo; mi padre y él siempre se dedicaron a ella. Mi padre era profesor libre docente, pero su vida era la clínica. Naturalmente, se fue dando cuenta de que, pese a que éramos oftalmólogos, nuestro trayecto de vida era distinto. Cuando murió, la clínica éramos prácticamente él y yo. El consultorio para mí es fundamental, pero la universidad es mi casa.

¿Cuántos son actualmente en la clínica?
Mi hijo, otras dos oftalmólogas y yo, y también docentes que trabajan un cierto tiempo semanal, también para complementar la atención y brindar cobertura a los pacientes cuando alguno de nosotros viajamos.

¿Cómo surgieron las llamadas cirugías colectivas para las cirugías de catarata?
Siempre sostuve que de nada sirve tener una medicina cada vez mejor y si está cada vez más distanciada de la población. En la década de 1980, gracias a mi padre, Newton Kara José y yo conocimos a Carl Kupfer, quien en esa época era director del Instituto Nacional de los Ojos de Estados Unidos. Kupfer era un norteamericano atípico, internacionalista y avanzado, que nos inició en esas ideas. Cuando se habla de las acciones colectivas para las cirugías de catarata, siempre debemos acordarnos de Newton. El fue el gran líder, que en la época ya era docente titular en la Unicamp, en donde no lo molestaban y le permitían crear nuevos sistemas de atención.

¿Pero cómo empezó eso?
Newton empezó a hacer una crítica radical a la ineficiencia de los servicios hospitalarios en los cuales se hacían una o dos operaciones de catarata por día y eso les parecía bárbaro. Entonces él empezó a hacer 12, 20 cirugías diarias de catarata. Eso generó un conocimiento nuevo y engendró en mí y en otras personas unas ganas de hacer más y mejor con el nuevo concepto de atención en gran escala sin comprometer la calidad. Quisimos entonces hacer 50 cirugías por día. Y empezamos a competir. Newton siempre fue un líder. El iba a algún lugar de Brasil a organizar un esfuerzo colectivo de esos [mingas, o “mutirões”, en portugués] y yo iba a otro, siempre compitiendo. Seguimos siendo amigos, y eso desde hace más de 30 años.

¿Las cirugías colectivas ustedes siempre las hacían por separado?
Sí, pero gracias al objetivo común logramos sensibilizar a todos en Brasil y en otros países. Fue un movimiento surgido en la universidad, pero que se propagó por el Consejo Brasileño de Oftalmología [CBO] y llegó a los gobiernos. Los tiempos eran adecuados, porque había surgido una nueva ideología de salud acá en São Paulo en la era del [gobernador Mário] Covas. No quiero que parezca partidario, pero fue en la época en que [José] Serra se convirtió en ministro de Salud, en 1998. Allí realmente todo empezó a hacerse en escala nacional, pues él se sensibilizó ante la importancia de todo esto y se puso al frente de las nuevas ideas. Una vez, Serra, como ministro da Salud, visitó el Hospital São Paulo por invitación del médico Miguel Srougi, quien me lo presentó. Empezamos a charlar sobre diabetes y ceguera. Me dijo que no entendía nada de eso y me invitó a que fuera a su oficina esa misma noche. Fueron dos horas de charla franca sobre salud ocular, médicos y hospitales públicos, en que respondí prácticamente a un cuestionario. Le expliqué la importancia de llevar a cabo una acción colectiva en el campo de la diabetes ocular.

eduardo cesarY él lo aceptó…
Inmediatamente. Al final de la charla me comprometió a hacer lo que había prometido. Luego me pidió que telefonease al día siguiente bien temprano a un asesor, Renilson Rehem de Souza, en el ministerio. Salí preocupado, quién sabe con una falsa promesa, pero hice lo que Serra me pidió y descubrí que Renilson, tempranito, ya se había puesto al tanto y estaba trabajando en la idea. Empezamos aquella misma mañana con la minga de diabetes ocular, que se propagó por todo Brasil. Después de la catarata y de la diabetes, él aceptó un tercer proyecto, también muy importante, sobre el transplante de córnea. Todo eso cambió la salud ocular en Brasil.

¿Ese proyecto fue el que terminó con la lista de espera para transplantes de córneas en São Paulo?
Sí. Los pacientes siempre esperaron años para hacerse transplantes de córneas en todo Brasil. Hasta que la universidad, el CBO y el gobierno se unieron para reestructurar los transplantes. Y hoy en día, en São Paulo ningún paciente espera más que algunos días para someterse a la cirugía. Se terminó la espera. El SUS [el Sistema Único de Salud] funciona. Eso se concretó debido a la adecuación de las normas de transplantes, al darle la debida importancia a la cuestión de la gestión y del financiamiento. No se remunera únicamente por la córnea transplantada, sino también por el ojo captado. Esta estrategia fue muy eficiente para aumentar la cantidad de córneas para transplantes y en investigación y capacitación. Ahora bien, es irónico, emblemático y triste que incluso en estados cercanos a São Paulo siga sin haber córneas ni bancos funcionando eficientemente. El mensajeuna  estructura local, organización social y capacidad política resolutiva.

¿Por qué Sorocaba, ciudad del interior del estado, se convirtió en símbolo de ese éxito en la cuestión de los transplantes?
Sorocaba cuenta desde hace muchos años con un individuo visionario, idealista y un excelente administrador: Paschoal Martinez Munhoz. Con el apoyo de organizaciones como la Masonería, él desarrolló un método eficiente de captación, y así se empezó a actuar en la morgue, donde los familiares eran abordados de manera adecuada por alguien que les explicaba la posibilidad de donar los ojos, cuya ablación puede hacerse incluso varias horas después de la defunción. El dolor del familiar en la morgue ya se ha atenuado ante la necesidad práctica, y así se le hace más fácil percatarse de la retribución social que implica la donación, y además se crea un estímulo económico por el no pago de ciertos gastos. Y Paschoal supo aprovechar esto de manera adecuada. Al ser una ciudad menor, las personas comenzaron percatarse del bien que estaban haciendo y la comunidad se sintió orgullosa por el hecho de ser el municipio con más donaciones de ojos, por el bien de todos. Sorocaba pasó a enviar córneas a otras ciudades de São Paulo y del país. Este ejemplo ahora se replica y se ha difundido en otros lugares del estado. También la Secretaría Estadual de Salud desempeñó un papel importante al crear y equipar otros centros junto con el Ministerio de Salud.

¿Cómo fue el caso de Pauini, la ciudad de la Amazonia que tenía el mayor índice de analfabetismo hace algunos años?
Pauini salió a la luz gracias al programa Alfabetización Solidaria, dirigido por Ruth Cardoso. Conversábamos sobre las dificultades de alfabetizar a los ancianos y le comenté acerca de la experiencia de los gobiernos militares con el Mobral [el Movimiento Brasileño de Alfabetización] en el interior del nordeste. Las personas no aprendían y a veces se las consideraba estúpidas, pero a decir verdad eran ancianas y no veían. Ruth entendió inmediatamente la necesidad habilitar visualmente a las personas en primer lugar, para luego dar inicio al proceso educativo. Fuimos a Pauini antes de que llegara el Alfabetización Solidaria. Examinamos a todos los futuros alumnos y les entregamos las gafas antes de que empezasen las clases. Esto pasó a ser también una marca del fabuloso trabajo que Ruth Cardoso inició y que sigue hasta ahora, tantos años después. Fue replicado en muchos otros lugares. Y vea que interesante: como resultado de este trabajo que nada más era que examinar la vista y entregar gafas, descubrimos y publicamos al respecto de una enfermedad ocular nueva en Brasil, causada por una filaria, la Mansonella ozzardi.

¿Qué provoca?
No se sabe bien todavía; tal vez dificultad visual. En estos momentos estamos preparando un proyecto sobre eso para presentarlo en la FAPESP.

¿Usted participa en las mingas de cirugías colectivas?
Estuve en muchas de esas acciones y me encanta participar. No solamente para ver a los pacientes que están siendo atendidos, sino también para sentir la solidaridad humana y el compromiso social. La atención más difícil en tales situaciones sigue siendo la consulta de refracción para prescribir las gafas. Es sumamente importante entregar las gafas. Sin ellas, el adulto mayor de 40 años no logra actuar, leer ni vivir bien. Ningún indio de 50 años logra poner la carnada o hacer artesanías sin sus anteojos. Las gafas son indisprescindibles para la calidad de vida.

¿El hecho de entregar las gafas es algo menoscabado entre los oftalmólogos?
Es menoscabado de todas las maneras. Es demasiado fácil hacerlo, no tiene glamour, pero el recetar gafas puede ser más lento que realizar una cirugía de catarata. Las gafas inadecuadas siguen siendo una queja frecuente en pacientes de todos los niveles en Brasil. Y ese menoscabo de algunas actividades es muy malo, pues la descalificación del trabajo de entregar los anteojos, en cierta forma, es como descalificar el trabajo que hace que una persona vea. Inicialmente, en el programa Alfabetización Solidaria, con el apoyo del óptico Miguel Giannini y del empresario Álvaro Ferrioli, en el nordeste, hicimos lo que culminó con un proyecto que debe ser reanudado por el SUS, que consiste en evitar que se terminen las consultas con un “tome su receta y vaya nomás”. Se constató hace muchos años en el Hospital São Paulo que nuestros pacientes a menudo ya habían pasado antes por otros hospitales y les habían dado sus recetas. El problema no era conseguir la prescripción, sino qué hacer con ella. Es el problema del acceso por parte de la población. No me quiero meter en política, pero durante la gestión de Serra en el Ministerio de Salud, él aceptó un proyecto piloto que consistía en que al final de la consulta, se le decía al paciente: “Usted necesita anteojos, elija entre estos tres modelos”. En tres días el paciente volvía y recibía sus lentes bifocales listos e incluidos en la consulta vía SUS.

¿Cuántas gafas se distribuyeron gratuitamente?
Hicimos 1.200 en la primera etapa y 12 mil en la segunda en São Paulo, Manaos y Recife, con gran éxito. La siguiente etapa consistía en llegar a 120 mil, pero no fue llevada adelante. De cualquier manera, es posible hacerlo, y comprando en cantidad el precio cae mucho. Es lo mismo que se dice de los medicamentos y de los genéricos. Hay que desarrollar el equivalente a los genéricos para los anteojos. Con eso volvemos a la primera cuestión, la vejez. La gente no puede gastar lo que no tiene en lentes. Es un problema que se resuelve con voluntad política. La causa más importante de baja visión y de ceguera en Brasil es la falta de anteojos. El médico, al liderar un equipo de salud ocular, con la ayuda de la tecnología y de técnicos de nivel medio, con una política de salud adecuada, puede hacer todo más ágil y eficiente.

¿La ceguera viene cayendo en Brasil?
No. Tiende a crecer y no es por culpa del gobierno. Todos deberemos operarnos de catarata algún día (si no nos morimos antes) y no hay ninguna posibilidad de cualquier otro tratamiento previsto para los próximos 10 años. Es un problema mundial. Hay centenares de millones de personas con catarata aguardando para someterse a una cirugía en todo el mundo. En poco tiempo más quizá se llegue a 500 millones de personas. Los brasileños ahora viven mucho más y la ceguera y la baja visión de los ancianos es algo para lo cual muy a menudo la medicina no tiene respuesta todavía. Es lo que sucede por ejemplo con la degeneración macular. También está aumentando mucho la ceguera relacionada con la diabetes, complicaciones oculares relacionadas con los avances de la medicina, tales como los transplantes y la cura o la postergación de la muerte en algunos tipos de cáncer. Los diabéticos viven más, pero desafortunadamente pueden pasar muchos años con neuropatía, ceguera, etc. La ceguera relacionada con el glaucoma también aumenta mucho con la edad.

A usted parece que le gusta la gestión.
No se trata de que me guste, sino de que es necesaria. La falta de gestión es uno de los mayores problemas del sistema universitario y hospitalario, más grave que la falta de inversión. Llegué a Estados Unidos en 1990 y era docente titular. En la época el departamento era grande, tenía unas 50 personas. Hoy tiene 500. Como docente, debo administrar. Tuve la suerte de que me admitieran en el MBA [Master of Business Administration] de la FEA [Facultad de Economía y Administración de la USP]. Eso en la universidad me sirvió mucho pues expandió mis conocimientos y mis posibilidades de aprendizaje. Me permitió una comunicación mayor con profesionales del área. Y hoy en día una de las cosas que más me enorgullecen cuando pienso en nuestro departamento es que hay otras personas que también terminaron haciendo el curso. Tenemos una tradición de varios docentes con esa preocupación con la gestión. Fue ese conocimiento lo que nos permitió construir el edificio del Instituto de la Visión, pero también tener éxito internacional en ensayos clínicos, etc. Tenemos un equipo de excelentes profesores gestores en oftalmología.

¿Cuál es su cargo actual en el instituto?
Fui presidente hasta 2009. Cuando me eligieron presidente de la SPDM, la Sociedad Paulista de Desarrollo de la Medicina, salí para no tener conflictos de intereses.

¿Ese edificio nuevo del instituto, de 11 pisos, es de su gestión?
Sí. Es fruto de nuestra generación. Hubo que construirlo porque no podíamos dejar de edificar en esa área de la ciudad un edificio con la altura máxima que la legislación permitiese. Siempre supimos que el edificio era más grande que lo que la sede de Oftalmología necesitaría, y fue construido pensando que la Unifesp y el Hospital São Paulo necesitarían espacio. Esa construcción es un ejemplo de la necesidad de hacer una buena gestión. Una parte del terreno, la municipalidad nos la prestó por 50 años, y la otra parte conseguimos dinero del BNDES [el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social]. Es fundamental saber gestionar. No se puede más seguir con un departamento solamente formado por científicos y educadores; hay que contar también con gestores.

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