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Cine

Locura artística

De qué manera muestra los trastornos mentales el séptimo arte

Locura de Dalí en Spellbound

Más que cualquier otra forma de arte, el cine se presta a la representación de trastornos mentales. Los paranoicos, los psicóticos y otros trastornados fascinan o perturban a los espectadores, porque la locura interrumpe el orden inherente al mundo y las modalidades habituales de percepción del mismo. Cinema e loucura — Conhecendo os transtornos mentais através dos filmes (Artmed), de J. Landeira-Fernandez y Elie Cheniaux, es la primera obra publicada entre nosotros que clasifica sistemáticamente los trastornos mentales de ciertos personajes cinematográficos. Cada capítulo describe los aspectos clínicos de un determinado trastorno mental y luego plantea y comenta ejemplos cinematográficos de ese mismo trastorno. Los autores discuten un total de 184 películas, muchas de ellas bastante conocidas. “El libro constituye una herramienta académica para la enseñanza en psicopatología y psiquiatría, y suministra ejemplos concretos que se abordan de manera más abstracta en clase”, afirma J. Landeira-Fernandez, docente del Departamento de Psicología de la PUC-Rio. “El empleo de películas motiva a los alumnos y es especialmente interesante para aquellos alumnos que no tienen acceso a pacientes de carne y hueso”, sostiene Elie Cheniaux, docente del Instituto de Psiquiatría de la UFRJ.

La relación entre el cine y el psiquismo es evidente, pues el séptimo arte representa a lo humano desde todas sus formas, desde las más risueñas hasta las más sombrías. Por otro lado, el propio dispositivo cinematográfico —la sala oscura en que se proyectan las imágenes, con el espectador en situación de pasividad relativa, de inmovilidad — determina un estado regresivo artificial que remite al sueño. En éste, el sujeto se aparta de lo real y es envuelto por sus imágenes. En el cine sucede algo análogo con el espectador. La experiencia del sueño, con sus asociaciones libres, también puede compararse con el montaje cinematográfico, que hace coexistir mundos aparentemente heterogéneos.

Más allá de estas analogías, cabe recordar que el cine y el psicoanálisis, proveniente de la psiquiatría, nacieron prácticamente al mismo tiempo, entre el final del siglo XIX y el comienzo del siglo XX, y que revolucionaron el abordaje de la realidad. Hanns Sachs, discípulo de Freud, fue uno de los primeros psicoanalistas en manifestar interés en el cine. En su seminario, Jacques Lacan, otro pionero del psicoanálisis, realizó un análisis del personaje principal de El alucinado (1953), de Luis Buñuel, un célebre caso de paranoia.

“La dramaturgia se basa en el conflicto. De acuerdo con el modelo clásico, una película se compone de tres actos: la introducción de los personajes, el desarrollo de conflictos entre éstos y la resolución de dichos conflictos. Muchos de los mismos son de naturaleza mental. Un film con personajes ‘normales’, resueltos y sin conflictos, no suscitaría el interés del público. Pero un film con figuras perturbadas, fuera de la normalidad, contiene conflictos que hacen que la narrativa avance. El personaje ‘chiflado’ es más cinematográfico. El desvío seduce; la norma no”, argumenta Flávio Ramos Tambellini, coordinador docente de la Escuela de Cine Darcy Ribeiro, de Río de Janeiro.

En Cinema e loucura, los personajes cinematográficos se abordan como casos clínicos. Días sin huella (1945), de Billy Wilder, retrata muy bien la riqueza de los síntomas presentes en el cuadro de abstinencia alcohólica. Dos extraños amantes (1977), de Woody Allen, muestra el trastorno distímico — caracterizado por síntomas depresivos menos intensos que los que se observan en un cuadro depresivo típico — y también el trastorno de ansiedad generalizada.

Pero en muchas ocasiones los trastornos mentales no están bien representados, pues la película no tiene una finalidad educativa, sino que obedece a exigencias artísticas y comerciales. “Los guionistas y los cineastas no tienen ninguna obligación de ser fieles a la realidad. El cine no tiene la obligación de ser didáctico. Es arte, no ciencia”, constata Cheniaux. No obstante, tales distorsiones no desautorizan el abordaje planteado por los autores, al contrario. En Una mente brillante (2001), de Ron Howard, la biografía de John Nash, matemático y Premio Nobel de Economía, la esquizofrenia del personaje está mal descrita. “Tiene alucinaciones visuales, sinestésicas y auditivas. Eso es erróneo, pues los esquizofrénicos tienen alucinaciones unimodales, y la modalidad auditiva es la más común. De hecho, el John Nash real tenía solamente alucinaciones auditivas. Aun con ese error, la representación del síntoma sirve como ejemplo negativo”, dice Landeira-Fernandez.

El loco de Nicholson en El resplandor

En otros casos, el personaje tiene un comportamiento que no se encuadra en ninguna categoría diagnóstica. A menudo esa “locura” constituye un reflejo de la visión común, y es muy diferente de los síntomas de un enfermo mental real. El libro también compila películas que muestran este tipo de distorsiones. En Repulsión (1965), de Roman Polanski, Carol, personaje vivida por Catherine Deneuve, siente horror a la penetración y exhibe una serie de comportamientos extraños. ¿Qué trastorno mental tendría estas características? Los tratornos de Carol no se encajan en las categorías descritas por el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV-TR), que orientó a los autores.

Con todo, los problemas de diagnóstico lejos están de ser una especificidad del cine. “En medicina, las enfermedades se definen a partir de sus causas. Pero en psiquiatría las categorías se describen únicamente de acuerdo con los síntomas, y esto es bastante criticable. A menudo un mismo paciente reúne criterios diagnósticos como para ubicarse en más de una categoría nosológica al mismo tiempo. Se hace difícil creer que padezca tres o cuatro enfermedades psiquiátricas al mismo tiempo. Es algo hasta cierto punto arbitrario”, afirma Cheniaux.

Durante las primeras décadas del siglo pasado, los “locos” estaban generalmente recluidos en el género fantástico, y eran a menudo criminales. Con El gabinete del doctor Caligari (1919), clásico del expresionismo alemán, de Robert Wiene, la locura entra en las modalidades de la representación cinematográfica. Como en otras películas expresionistas, los escenarios fuertemente estilizados y la gestualidad brusca de los actores traducen simbólicamente la mentalidad de los personajes y sus estados de alma. Caligari es un médico loco que hipnotiza a César, su asistente, para que éste cometa crímenes, afirmando una voluntad de poder paranoica. Otra figura perversa e inteligente de esa época es el personaje central de El doctor Mabuse (1922), de Fritz Lang. Se trata de un psiquiatra que también recurre a la hipnosis para manipular a las personas y cometer crímenes. Mabuse es devorado por el deseo de gobernar por medio del dinero, mientras que la sed de poder de Caligari es abstracta. La locura de Mabuse y la pasividad morbosa de sus víctimas apuntan hacia la decadencia de la sociedad alemana de la época y hacia el caos que en ese entonces asolaba al país.

En otra película de Lang, M — El vampiro de Dusseldorf (1931), surge un interés  más realista en la psicología de los personajes. La figura central es un asesino de niñas que, sin embargo, muestra humanidad en su horror. Pero la sociedad no es mejor: ante la incapacidad de la policía para atraparlo, es “juzgado” por otros delincuentes, prefigurando lo que iría a ocurrir en Alemania en pocos meses más, con la ascensión de los nazis al poder.

A partir de los años 1940, el psicoanálisis ocupa espacio en los medios de comunicación. Surgen los thrillers psicoanalíticos, que emplean el arsenal del psicoanálisis de manera rústica e ingenua. El prototipo de estos filmes es Cuéntame tu vida [Spellbound] (1945), de Alfred Hitchcock. Constance (Ingrid Bergman) es una joven psiquiatra de un asilo que se enamora del nuevo director. Pero enseguida se da cuenta de que el hombre a quien ama (Gregory Peck) es un enfermo mental que se hacer pasar por el doctor Edwards. A partir de los sueños del enfermo y luego de una sesión de análisis, Constance descubre que éste ha perdido la memoria y comprende por qué el enfermo se ha hecho cargo de un crimen que no cometió: fue testigo de la muerte del verdadero Edwards, asesinado por el ex director del asilo, así como él mismo, en un juego, cuando niño, había empujado al hermano menor a la muerte. Aparte de la angustia ante la locura, la película muestra la angustia de la locura, figurando el miedo del personaje por medio de sueños (obras de Salvador Dalí) que revelan un mundo lleno de alucinaciones y símbolos pretendidamente producidos por el inconsciente. En ésta y en otras películas del período, el psicoanálisis es reducido a un método capaz de resolver oscuros conflictos mediante el desciframiento de un conjunto de signos generalmente clarísimos.

Escena de Repulsión

A partir de los años 1950, bajo el impacto de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, se inicia el cuestionamiento de la reclusión de los enfermos. Al mismo tiempo, surgen nuevos psicofármacos que provocan graves efectos colaterales, lo que lleva a muchos pacientes a rehusarse a hacer el tratamiento. Como reacción a la psiquiatría de la época, aparece la antipsiquiatria, que cobró densidad en los años 1960, en el auge de la contracultura. Algunas películas retratan bien este momento, como Family life (1971), de Ken Loach; Una mujer bajo influencia (1974), de John Cassavetes, y Alguien voló sobre el nido de cuco (1975), de Milos Forman, que critican a una sociedad que prefiere recluir a sus enfermos en lugar de ayudarlos a mitigar su sufrimiento y les ofrece como único tratamiento el chaleco de fuerza, el electroshock y las drogas.

Estas películas afirman una nueva visión del cine sobre la locura, más preocupada con el peso de la sociedad sobre los individuos. Algunas se interrogan acerca de la “locura” de esta sociedad y la de la familia, poniendo en cuestión la idea de normalidad.

El gran precursor de esta vertiente es Ingmar Bergman, quien hizo de la locura uno de sus temas obsesiones. Pese a las transformaciones en la representación de la locura en el cine, la inmensa mayoría de las películas sigue banalizando a la locura, con viejos clichés que hacen de los enfermos mentales delincuentes de film policial o abobados de comedia.

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