El debate sobre el futuro de la Amazonia depende esencialmente de la definición de desarrollo. Distintas iniciativas gubernamentales –y privadas, muchas veces ilegales– se han centrado, desde la década de 1970, en la idea de la ocupación del territorio para actividades agropecuarias y de minería, además del uso de los ríos para la generación de energía eléctrica, aun cuando implique la tala descontrolada de la selva. La región norte es la más pobre de Brasil y la deforestación continua, que ha consumido ya el 20% del área selvática original del país, afecta negativamente al clima regional, con impacto en el continente y en el resto del planeta.
La selva amazónica ejerce un rol fundamental en la llamada química atmosférica: es una gigantesca fuente de vapor de agua. Lleva la lluvia desde la región norte de Brasil hasta la cuenca del Río de la Plata, favoreciendo, por ejemplo, la actividad agropecuaria de la región centro-oeste del país. Existe un estudio que muestra que la deforestación total o parcial de los tres grandes bosques tropicales del mundo –el de la cuenca del Congo y el del Sudeste Asiático, además del amazónico– causaría un aumento de la temperatura del plantea de 0,7 °C, lo que equivale a buena parte del calentamiento causado por la acción humana desde la Revolución Industrial.
El ecosistema rico y delicado de la Amazonia demanda un modelo de desarrollo propio, que privilegie las particularidades de la selva, aprovechando su inmensa biodiversidad y respetando a la población local: indígenas, ribereños y habitantes de las ciudades. El debate debe contemplar temas tales como el manejo sostenible de los recursos −la pesca, la madera y los frutos, entre otros−, la oferta de infraestructura para sus pobladores (en esa región que concentra el 20% del agua dulce de toda la Tierra, el 30% de la población no tiene acceso al agua potable y el 87% vive sin sistema de alcantarillado), el combate contra la deforestación ilegal y la apropiación ilícita de tierras públicas, entre otros puntos. Y la ciencia puede contribuir: en el estudio de la biodiversidad; en la domesticación de especies autóctonas con relevancia comercial; en la recuperación de pasturas abandonadas para su uso en una agricultura más tecnológica y en una ganadería más intensiva, o su transformación en bosques.
Pesquisa FAPESP dedica 26 páginas de esta edición a este tema. En ellas se muestran los mecanismos que hacen de la Amazonia un elemento central del clima global (página 18) y también puede leerse cómo la deforestación está conduciendo a cambios tales como el alargamiento de la estación seca (página 24). El desarrollo sostenible de la región es el objeto del reportaje de la página 32, complementado por entrevistas (páginas 30 y 40) con el ecólogo Paulo Moutinho, del Instituto de Investigaciones Ambientales de la Amazonia (Ipam, en portugués), y el químico Lauro Barata, profesor visitante sénior de la Universidad Federal del Oeste de Pará (Ufopa).
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A finales de la década de 1980, los primeros indígenas brasileños ingresaron a carreras de grado. Treinta años después, con doctorados concluidos, algunos se han convertido en científicos y desarrollan investigaciones en áreas del conocimiento que van desde la etnografía hasta la agroecología y la educación. Su presencia en la academia viene ampliando el alcance de las investigaciones científicas, con propuestas de nuevas cuestiones vinculadas a los distintos campos del saber en los que actúan (página 80).
Como algo revelador de su forma de ver el mundo y verse a sí mismos, los tupis demostraban un conocimiento de la anatomía que no encontraba traducción al portugués. Escrito a fines del siglo XVI por el padre jesuita Pero de Castilho, Nomes das partes do corpo humano, pella língua do Brasil fue el primer diccionario brasileño sobre el cuerpo humano, y contenía la visión de los tupis (página 92). Algunos términos sin equivalencia tuvieron que descrirse, como en el caso de bopitéraiçâba, las “líneas de la palma de la mano” (actualmente, pliegues palmares).
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