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Itamaraty

Los embajadores del sertón

La diplomacia influyó en la literatura de Vinicius de Moraes, Guimarães Rosa y João Cabral de Melo Neto

ARQUIVO / AGÊNCIA ESTADO / AEBrasilia en construcción (1959), una metáfora de la división entre la modernidad y la realidad del paísARQUIVO / AGÊNCIA ESTADO / AE

En 1956, cuando el presidente Juscelino Kubitschek presentó su Plan de Metas destinado a modernizar el país, Guimarães Rosa (1908-1967) publicó las novelas Corpo de baile y Grande sertão: veredas. Era embajador y trabajaba en Itamaraty, el ministerio de Relaciones Exteriores, en Río de Janeiro. Ese mismo año, João Cabral de Melo Neto (1920-1999) publicó Duas águas y los inéditos Morte e vida Severina, Paisagens com figuras y Uma faca só lâmina. El diplomático fue enviado a Barcelona como cónsul adjunto. También en 1956, Vinicius de Moraes (1913-1980) regresaba de París luego de ocupar el cargo de segundo secretario de la embajada. Y escribe entonces el poema Um operário en construção para el primer número de la revista Para Todos, por invitación de Jorge Amado. También inicia su trabajo junto a Tom Jobim, a quien invita a musicalizar Orfeu da Conceição, obra llevada a escena en el Teatro Municipal de Río de Janeiro ese mismo año. A contramano del optimismo general imperante en Brasil, de las obras de este trío emerge la multitud del sertón y de las favelas, los extranjeros en su tierra.

“El año 1956 fue paradigmático, pues de esos textos no se desprende una integración a la verdad alardeada por la producción de la modernidad. De las obras de estos autores surge un desplazamiento de la percepción hacia unos lugares más recónditos de la estructura social, de los sujetos menos favorecidos en la escala social. Cabral, Rosa y Vinicius cuestionan los lugares jerárquicos tradicionales, impuestos como naturales en el orden colectivo”, explica el crítico literario Roniere Menezes, docente del Centro Federal de Educación de Minas Gerais (Cefet-MG) y autor de la investigación intitulada O traço, a letra e a bossa: literatura e diplomacia em Cabral, Rosa e Vinicius (de la editorial de la UFMG). Los tres, además de diferenciarse del optimismo nacional, también evocaban un “sertón” (o en el caso de Vinicius, las favelas, análogas al sertón) sumamente distinto del sertón exótico, nostálgico y reacio a lo moderno –a menudo tratado con los tintes de la política representativa tradicional–, tal como sucede en la obra de algunos pares de letras. Los autores, al construir sus imágenes del pueblo brasileño, se interesaron más por la cuestión ética que por el sesgo político partidario.

Si bien existen diferencias entre estos autores, exhiben a su vez un punto similar: eran diplomáticos.  “Más que una coincidencia, el trabajo diplomático, es decir, la aproximación a la exterioridad de un sistema, la apertura al juego de las diferencias existentes en la vida social, cultural y política, permite articular los proyectos tan heterogéneos de los tres, con caminos estéticos diversos, pero con una misma preocupación: la tensión entre el discurso del Brasil desarrollista de las elites y el discurso del Brasil arcaico, pobre, rural o urbano”, sostiene Menezes. “Estos escritores-diplomáticos corroyeron la idea de un regionalismo cerrado, enrigidecido, ajeno a las conexiones con el mundo exterior. Al mismo tiempo, caminan a contramano de las pretensiones de un Estado desarrollista enfocado en la idea de la unidad nacional. Sus textos ponen de relieve identidades diversas del país, la multiplicidad de culturas y las demandas sociales en Brasil”, analiza. De la misma manera que el movimiento de la escritura diplomática se pauta por la “desterritorialización”.

Guimarães Rosa en su discurso de ingreso a la Academia Brasileña de Letras, en 1967

FolhapressGuimarães Rosa en su discurso de ingreso a la Academia Brasileña de Letras, en 1967Folhapress

Los escritores diplomáticos son viajeros de un Brasil perdido en los laberintos de la modernización. “La tensión que se crea en el espíritu al mismo tiempo burocrático (eran funcionarios del Estado) y ‘turista’ de estos autores aporta una mirada aguda de aquéllos ‘extranjeros’ nativos que deambulan por su país, como lo son las masas de refugiados de la posguerra en busca de vivienda. El desplazamiento, el exilio, la adaptación compleja a otras tierras que es parte de la vida diplomática contribuye para la desterritorialización del pensamiento”, evalúa el investigador. La realidad social que sus textos revelan es abordada según una óptica de la exterioridad.

“La escritura diplomática desconfía del vínculo limitado con los lugares. Cabral, Rosa y Vinicius saben que no pueden escribir ‘desde dentro’, no tienen el discurso del sertanejo o del favelado. Por eso crean ‘espacios del afuera’, donde hacen resonar las voces del ‘adentro’. Esta perspectiva de frontera, ni dentro ni fuera, apunta a un constante diálogo entre diversas proposiciones, generando nuevas reflexiones, nuevas configuraciones estéticas”, sostiene Menezes.

En el itinerario de los escritores-diplomáticos surgen resonancias, aproximaciones, traducciones entre las producciones culturales de diversas partes del mundo, precisamente en un momento en que el país atraviesa su modernidad tardía, cuando la producción local se articula con la extranjera y los conceptos de dependencia comienzan a sufrir la interferencia de los conceptos de simultaneidad cultural. Aunque en Brasil la idea de modernidad surgió antes que el proceso de modernización. Brasilia es el símbolo de esto, como capital de un Estado de “vanguardia” en una nación en la cual muchos de los valores de la modernidad no fueron ni siquiera asimilados. “En esto los tres escritores fueron sabios, al echar mano de la escritura diplomática, especialmente en lo que hace a utilización del afecto con relación al otro para el reconocimiento de lo exterior a los lugares establecidos”, analiza el investigador.

El trabajo con la diplomacia funciona como una alegoría del proceso de creación literaria tendiente a pensar la escritura como una relación con la alteridad. De allí la imagen de la simpatía que los autores desarrollan por los “extranjeros” de la modernidad que circulan por el territorio brasileño.

“Los autores desarrollaron el pensamiento de la ‘extranjeridad’, la apertura a otros modos de saber y de expresarse. Al tiempo que actúan en el campo burocrático o en el literario, buscan la convivencia con la diversidad social, estética y cultural autóctona, subjetiva o concreta, ligada al gran arte o a la tradición popular”, evalúa Menezes. Guimarães Rosa, en sus experiencias en Europa, durante la guerra, experimentó la pérdida de certezas en su propia humanidad e hizo de la inseguridad ante el orden extranjero la posibilidad de crear líneas de fuga a través de la literatura. “El enfrentamiento de las fragilidades humanas en tierras inhóspitas se liga íntimamente a la formulación artística”. El trabajo estético adquiere así una fuerza política restauradora, pues se relaciona con la voluntad de transformación individual y colectiva.

Dualista
Para el investigador, la transdisciplinariedad hace posible la creación de espacios de extranjeridad incluso con relación a los pensamientos más íntimos. “Se rompe con el pensamiento estancado, dualista, se aprende a ver con los lentes del otro, a sentir un poco la inseguridad de las tierras desconocidas. La experiencia con la tierra extranjera, con los espacios diferentes, crea en el viajero el interés en lo nuevo de manera aguzada. Eso lo hace reconocer sus limitaciones, y ser más abierto y más tolerante ante los diversos modos de existencia”, sostiene.

Vinicius de Moraes, en 1965

FolhapressVinicius de Moraes, en 1965Folhapress

Existe la constatación de que es preciso salir de la interioridad e ir en dirección a otras formas de pensamiento, y el concepto de diplomacia es fundamental en su calidad de búsqueda de un diálogo con una exterioridad en relación con el sistema instituido. “La diplomacia le ofrece a la escritura la capacidad de pensar al otro no mediante reglas consolidadas, sino mediante la capacidad de ser mirado por ese otro, de dejarlo invadir el discurso y dotar de nuevos significados al pensamiento y al propio acto de creación”, dice Menezes.

A ello se le suma el esmero en la escritura, ya que los diplomáticos saben cuánto existe de construcción lingüística, de técnica retórica, de juegos de poder en cada tramo de un argumento. “La atención y el cuidado con las minucias del lenguaje, las estrategias de convencimiento, la preparación intelectual, el control para que aspectos sentimentales o no reflexionados no interfieran en las negociaciones, reflejen la ‘prudencia’ diplomática presente en la producción artística de los tres”. Pero, a diferencia de la diplomacia oficial, con sus reglas y dogmas, la “diplomacia literaria” o “diplomacia menor” tiene como fuerza mayor el cuestionamiento. No se pretenden sellar acuerdos definitivos, sino revelar nuevas miradas políticas sobre el mundo. No se trata de destruir la idea de modernidad para plantear un retorno nostálgico al pasado, sino de revelar las incongruencias de la modernización forzada y proponer formas alternativas de pensar el país. “Si el diplomático a veces miente o esconde conocimientos para lograr mejores acuerdos, el escritor inventa mentiras que nos permiten vislumbrar verdades mayores que las certezas aparentes”, analiza el investigador.

Sin embargo, el trío desentonaba frente a muchos colegas diplomáticos. Tal como se ve en un oficio de Aluízio de Magalhães, cónsul general de Brasil en Marsella, en 1958, en el que critica a la cantora Marlene y a un grupos brasileños de ballet negro y frevo en Europa, por ejemplo. “La brasileña se deshace en movimientos epilépticos, mientras unos negros, sin compostura, golpean tambores y se bambolean alrededor como monos en el monte”, escribe el cónsul general.

“Los escritores-diplomáticos, cuando operan con la política de la escritura, saben que el trabajo político más importante no tiene que ver con las fronteras físicas visibles, sino con las formas de separación de las líneas invisibles del prejuicio, de la discriminación”, afirma Menezes. Es en ese “lugar menor” que buscan corroer la separación y la exclusión. “En la diplomacia oficial, el trabajo se lleva a cabo mediante instituciones políticas, jurídicas y económicas. En la ‘diplomacia menor’ se realiza, por ejemplo, mediante la representación del pueblo simple, expuesto a la crudeza de la realidad, en su modo de lidiar con la biopolítica, con los límites que deben atravesar todo los días para sobrevivir”, sostiene.  “La traducción de necesidades internas en posibilidades externas a los efectos de ampliar el poder de control de una sociedad sobre su destino es, tal como lo entiendo, la tarea de la política exterior”, escribe el diplomático y docente de la Universidad de São Paulo, Celso Lafer, en O Itamaraty na cultura brasileira (Instituto Rio Branco, 2001).

João Cabral en su departamento de Río de Janeiro, en 1997

Eder Chiodetto/ FolhapressJoão Cabral en su departamento de Río de Janeiro, en 1997Eder Chiodetto/ Folhapress

“La capacidad de Guimarães Rosa para usar registros lingüísticos diversos era, en el plano literario, el correlato perfecto del primer apartado de cualquier agenda diplomática: la fijación de las fronteras, la base de la política exterior que presupone una diferencia entre lo ‘interno’ (el espacio nacional) y lo ‘externo’ (el mundo)”, analiza Lafer. “En su literatura traducía uno de los principios básicos de la diplomacia brasileña, una línea de acción volcada a transformar nuestras fronteras: de ser clásicas fronteras de separación a erigirse en modernas fronteras de cooperación”, evalúa. Al diferencia de Rosa y de Cabral, que tuvieron esa experiencia del sertón en la infancia, Vinicius solamente conocerá el nordeste y el norte a los 29 años, en 1942. Su ingreso a Itamaraty se produce en el momento en que está descubriendo el país y asumiendo su nueva brasileñidad. De este modo es como su producción artística comienza a recibir el influjo de la realidad social de Brasil y de los saberes populares.

En lugar del sertón, Vinicius inserta en su obra imágenes de la favela y de las zonas bohemias de Río de Janeiro. Su permanencia diplomática en EE.UU. lo hizo conocer mejor el jazz y el cine. Pero, a diferencia de sus colegas de letras, fue el único que fue cesanteado en Itamaraty. Cabral había afrontado un proceso de cesantía en 1952, durante la presidencia de Vargas, pero regresó al ministerio. Vinicius no. Durante un show en Portugal, en 1968, ataca al régimen militar. Contra ésa y otras acciones del poeta, el régimen reacciona imponiéndole una jubilación forzosa. En una nota grosera, el entonces presidente Costa e Silva se encarga de escribir enfáticamente: “Despidan a ese vagabundo”. La diplomacia cede definitivamente su talento a la música popular.

“Los textos del trío no están pautados por la lucha de clases, los partidos o el poder, sino por las mediaciones, por las negociaciones”, sostiene Menezes. En los escritos de los tres diplomáticos aparecen imágenes molestas, disonantes con relación al discurso de la nación desarrollista simbolizada por Brasilia, a la que ellos, cada uno a su modo, supieron admirar y criticar.

“En un período en que el país pretendió ingresar al concierto de las naciones, con inversiones en la modernización y en el progreso, ellos confiaban en el futuro, pero desconfiaban con respecto a la conducción del país en ese nuevo estadio político y económico”, acota el investigador. Por eso se dirigen hacia los sertones, los cerros y las periferias para valorar los saberes y las creaciones populares. “La ‘diplomacia menor’ y las ‘poéticas de fronteras’ muestran la necesidad de encontrar algo que fuerce al pensamiento a salir de su interioridad. “El movimiento hacia el exterior de los lugares convencionales contribuyó al desarrollo de la imaginación y de la mirada crítica de los autores”, dice Menezes.

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