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Biografía

Los esclavos del esclavo

La vida de Francisco Félix de Souza revela de qué modo los negros negociaban negros

En Quincas Borba , Machado de Assis narra la historia de Prudêncio, el esclavo víctima de los malos tratos que, tan pronto como se ve liberto, compra su propio esclavo para, acto seguido, zurrarlo. En tiempos políticamente correctos, de idealización de las víctimas, esto parece más bien un ejemplo del eterno nihilismo del Bruxo. Pero, desgraciadamente, la historia muestra que el arte copiaba a la vida, tal como se revela en el libro Francisco Félix de Souza, mercador de escravos (Nova Fronteira/ Ed. Unerj, 208 páginas, R$ 29), del diplomático e historiador Alberto da Costa e Silva.

Es la biografía de un ex esclavo Ballano, mercader de esclavos. Es más: el libro es un panel cruel de cómo los negros africanos obtenían réditos, y altísimos, traficando esclavos para vivir como reyes y comprar armas.La vida de Félix llegó a la pantalla del cine en Cobra verde , de la mano de Werner Herzog, y también se convirtió en novela: El virrey de Ouidah , de Bruce Chatwin.

Pero gracias a Costa e Silva, por primera vez el tema es tratado con rigor historiográfico. Por supuesto, sin dejar de lado la fascinación rocambolesca de su vida: el pobre negro de Salvador que en África logró reunir poder, nobleza y una fortuna calculada en 120 millones de dólares, que hizo de sí mismo uno de los tres hombres más ricos del planeta. Al morir, a los 94 años, Félix dejó 53 mujeres, 80 hijos y 12 mil esclavos.

Nacido probablemente en 1768, Félix llegó a África en 1788 como comandante de la fortaleza de São João Batista de Ajudá, que en el siglo XVIII era el epicentro del mercado exportador de esclavos del golfo de Benim (el 40% de los cautivos que cruzaron el Atlántico llegó de aquella región), lo que le rindió el mote de Costa de los Esclavos. El costado trágico de esto era que los responsables del mantenimiento de este comercio eran otros negros, que les vendían prisioneros de guerra y condenados por la Justicia a los mercaderes europeos y brasileños.

Desde la elite africana hasta los ex esclavos con espíritu de aventura, es innegable la participación efectiva de hermanos de color en la comercialización de seres humanos en condiciones inhumanas para trabajos forzados. “El rey Guezo, por ejemplo, se rehúso a firmar un tratado con los ingleses para la abolición de la esclavitud en Dahomey, alegando que hacerlo sería alterar la manera de sentir de su pueblo; personas acostumbradas desde chicos a considerar que ése era un comercio justo y correcto. Guezo agregó que había incluso canciones de cuna que evocaban la reducción de los adversarios al cautiverio”, comenta Costa e Silva.

Pese a la carencia de recursos, Félix se beneficiaba con una estructura comercial común a otros tratantes de esclavos: se recibía el pago en negros por adelantado de parte de los africanos para entregarles a futuro armas y otros artículos. El tiempo daba la chance para el giro de capital con la disponibilidad de cautivos. “La correspondencia de los traficantes casi no nos deja entrever que la mercadería de la que trata son seres humanos”, explica el historiador. Ante un mercado organizado como aquél, el brasileño prosperó en Ajudá como intermediario y almacenando dnegros, práctica que agilizó la compra de esclavos, pues éstos eran embarcados en el mayor número posible y en el menor tiempo posible. Ganancias seguras y abundantes.

Félix contó también con la ayuda de la suerte: si bien la prohibición del tráfico con destino a las colonias británicas y a Estados Unidos redujo el precio de los cautivos, la liberalidad de los puertos brasileños permitía cobrar valores cada vez mayores por los esclavos. Y el bahiano era el principal proveedor con destino a Brasil. En poco tiempo el brasileño se fue dando cuenta de que podría ganar más aún si se aventurase en el transporte de negros: compró varios barcos (incluso navíos negreros que eran subastados por los británicos luego de su captura) y llegó a hacer solicitudes de fragatas en EE.UU.

Involucrado en una disputa dinástica entre dos hermanos por el poder del reino de Abomé, Félix escogió el lado del medio hermano del rey Guezo, que no solamente lo salvó de la prisión (el rey Adandozan decidió perseguir a los mercaderes extranjeros) sino que, una vez que asumió el trono, le concedió el título honorífico de Chachá (aún hoy en día concedido a los descendientes del brasileño), virrey de Ajudá, y el monopolio de la exportación de esclavos. Félix era así noble y rico.

En Ajudá construyó su casa grande de dos plantas en un barrio que, poco después, pasó a conocerse como Quartier Brésil. Cuando salía por las calles, tenía derecho a un esclavo que lo protegía del sol con una sombrilla, guardias armados, taburete y una escolta de músicos. Con gran astucia, construyó una red de alianzas con los microestados que poblaban la costa africana y convocó a otros mercaderes de esclavos brasileños a operar como socios. De esta manera, logró imponerse en tiempos difíciles, con los ingleses vigilando la costa en busca de depósitos de negros. Los europeos empezaron a ver en él a un interlocutor de prestigio e importancia.

El mismísimo vicecónsul británico en Dahomey, John Duncan, aunque lamentaba el hecho de que Félix se dedicase al comercio de esclavos, lo caracterizaba como “el hombre más generoso y más humano de las costas de África”. El Chachá pretendía europeizarse, por ello mandó a su hijo menor a estudiar a Portugal, años después de haber enviado a su primogénito a Brasil. En su casa reinaba el lujo: la mesa estaba adornada con cubiertos de plata y vajilla monogramada. Al recibir al príncipe de Joinville para un almuerzo, saludó al noble con 21 salvas de cañón. Con todo, no perdía ciertas costumbres: le encantaba servir feijoada, fríjol de leche de coco, sarapatel [plato elaborado a base de vísceras], moqueca [guiso] de pescado y cocidos. En 1846 fue condecorado por Portugal con la Orden de Cristo como “benemérito patriota”.

Félix fue el mercader negro más exitoso, pero el suyo no fue un caso aislado. Existen muchos ejemplos de brasileños, varios de ellos negros, que, en la senda del Chachá y como aprendices de su método de trabajo, sobresalieron como tratantes de esclavos, como Domingos José Martins, rey del tráfico en Lagos, o João José de Lima, comandante del mercado en Lomé, entre tantos otros.

Pero Félix era el gran maestro. “Cuando suscribía una letra, esta era aceptada sin cavilaciones en Liverpool, Nueva York, Marsella y otras plazas. Se decía que con su palabra bastaba, que no era necesario un documento escrito suyo para firmar un compromiso”, comenta Costa e Silva. Solamente la vejez logró minar su poder. En 1844, a los 90 años, padeciendo de reumatismo, le parecía al rey Guezo que había perdido su antigua fuerza mercantil, y poco a poco fue siendo dejado de lado en el comercio de esclavos.

Pero tuvo tiempo todavía como para ser casi uno de los pioneros en la sustitución lucrativa del tráfico de negros por la exportación del aceite de palma o aceite de dendê, que era usado cada vez más como lubricante y también como materia prima de la incipiente moda europea de usar jabones para el aseo personal. La palma siempre estuvo asociada a los negreros, pues era uno de los alimentos dados a los cautivos durante la travesía del Atlántico.

“Se les vendía aceite a los británicos y a los franceses y, muchas veces, era con mercaderías provenientes de ese comercio que se adquirían esclavos en el interior, para su posterior embarque en los barcos negreros”, explica el historiador. Félix rápidamente se dio cuenta del alcance de esa hipocresía y del potencial del cambio de un polo de comercio que pronto sería ilegal (y ni hablar de los riesgos crecientes inherentes al tráfico, como las enfermedades, la pérdida de esclavos, la incautación de barcos, etc.) hacia otro legal e inocuo.

“Los mismos grandes puertos negreros y las mismas empresas dedicadas al comercio de gente continuaron comandando las transacciones con África. Los navíos negreros fueron readaptados para albergar barriles de aceite y sus capitanes eran los mismos que antes negociaban con esclavos”, observa el autor. Félix dejó así de ser símbolo del “comercio odioso” para transformarse en un capitalista emprendedor y creativo. Pero la raíz de los dos hombres es desgraciadamente la misma.

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