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Estrategias

Los genes no deberían patentarse

El profesor Edgar Dutra Zanotto, de la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar), uno de los dos coordinadores adjuntos de la Dirección Científica de la FAPESP, escribió la siguiente carta publicada en la revista Nature, número 6808, de 02/11/2000.

“El debate público acerca de los avances en la biología molecular y las ganancias de miles de millones de dólares que podrían provenir de las nuevas terapias han adquirido una particular significación en Brasil. Ese es uno de los resultados del gran éxito del consorcio que anunció el secuenciamiento genético de la Xylella fastidiosa, la bacteria causante de la ‘plaga amarilla’, enfermedad que destruye más del 30% de las plantaciones de naranjas de San Pablo.

El mismo consorcio está llevando adelante grandes progresos en otras áreas de secuenciamiento: genes de cánceres humanos endémicos en Brasil; genes relacionados al metabolismo de la caña de azúcar y el genoma de la Xanthomonas citri, bacteria que causa el chancro cítrico, muy común en los cultivos de naranjas de Brasil.

Los descubrimientos brasileños requieren protección, pero la legislación del país no permite el patentamiento de seres vivos. Los brasileños no tienen experiencia en la cuestión de patentes internacionales. De las 100 mil o más patentes otorgadas por la oficina de patentes de Estados Unidos por año, solo unas pocas docenas van a manos de brasileños.

Toda invención original que sea útil y tenga potencial comercial puede patentarse en algún lugar del mundo. La imaginación humana no sabe de límites: piénsese, por ejemplo, en la patente norteamericana 5443036, un sistema para hacer que un gato se ejercite persiguiendo un punto de luz. Sin embargo, los estatutos americanos definen cuatro tipos de invención con fines de registro: nuevos procesos (o métodos); máquinas (o sistemas); artículos manufacturados; y nuevas composiciones de la materia.

Los procesos o métodos son invenciones que describen cómo hacer algo. Un pedido típico sería ‘un método para hacer sopa de vegetales’, que contenga todos los pasos necesarios para su preparación. Los sistemas son máquinas que hacen algo, como ‘cepillar los dientes automáticamente’. Un ejemplo de la tercera categoría podría ser una ‘fibra óptica’, con una detallada descripción de su estructura y composición.

En la cuarta categoría, y aunque los materiales que existen espontáneamente en la naturaleza no son patentables, nuevos compuestos y composiciones químicas sí pueden serlo. De esta manera, un vidrio bioactivo sintético para sustituir huesos y dientes, conteniendo oxígeno, silicio, sodio, calcio y fósforo, fue patentado. No así  sus elementos constituyentes, pues son naturales. (Se pueden imaginar las consecuencias si cada elemento de la tabla periódica hubiera sido patentado tras ser descubierto.)

Una patente requiere de la intervención humana en el proyecto, construcción y síntesis o manufactura del producto. Otro requisito es la suficiencia descriptiva: información suficiente para que la invención pueda ser reproducida. Allí reside una diferencia clara entre una invención y un descubrimiento. La primera resulta en una nueva composición, producto, sistema o proceso; el segundo surge de develar leyes universales o la estructura o composición de la materia natural existente.

Lobbies poderosos incentivan el registro de patentes de seres vivos. Agencias norteamericanas y europeas –a excepción de las francesas– otorgaron varios miles de patentes para genes y genomas, pese las promesas de los líderes mundiales. El argumento más usual es que las patentes solo se concederán después que la funcionalidad del gen haya sido claramente establecida. ¡Pero seguramente esa es una cuestión de descubrimiento, no de invención!

Desde el punto de vista ético, los genes no deberían patentarse (aunque las invenciones medicinales basadas en un descubrimiento de esa índole pueden y deben patentarse). Aun así, en los países industrializados los investigadores están registrando millares de patentes de genes:  Celera Genomics habla de 6.500. ¿Cómo hace entonces Brasil, o cualquier otro país, para proteger los recursos públicos que hacen factibles esos descubrimientos? Hasta tanto la lógica y el sentido común imperen, deberíamos patentar nuestras invenciones por todas partes. Y podríamos depositar descubrimientos que tengan interés comercial inmediato en bases de dados electrónicas, y cobrar por el acceso privilegiado. Ello no impediría a otros investigadores seguir sus investigaciones, aun cuando no puedan pagar por el acceso privilegiado a los últimas descubrimientos.”

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