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Paleobot

Los granos del tiempo

Los pólenes de un cráter en la ciudad de São Paulo atestiguan los cambios climáticos y ambientales de los últimos 100 mil años

Más allá de Parelheiros, uno de los barrios ubicados más al sur de la capital paulista, las casas, tiendas y depósitos de chatarra progresivamente dan lugar a chacras con huertas, pastos, palmeras, piñales y un poco de Bosque Atlántico. Es difícil percibir que ese terreno casi plano sea el cráter de Colonia, formada posiblemente por el impacto de un cometa o de un meteorito hace por lo menos 3 millones de años. Sus límites sólo se hacen evidentes a medida que se abre la mirada oteando el horizonte y se nota un anillo de cerrando cercando un área circular de 10 kilómetros cuadrados. El centro del cráter está ocupado por un charco cubierto por vegetación rastrera en la cual ni las vacas entran.

Las vacas lo evitan, pero a los investigadores les encanta entrar en ese pantano. También llamado yacimiento de turba, está formado por una capa que puede alcanzar 450 metros de espesor, con sedimentos cenagosos y negros que se depositaron lentamente entre los bordes del cráter desde el supuesto impacto del cuerpo celeste. La turba – materia orgánica en descomposición cuyo color, allí, varía del negro ceniza al negro verdoso – se mezcla con pedazos de tallos, restos de hojas y espinas, algunos frutos y granos de polen. “Esos sedimentos pueden contener registros de los cambios climáticos de los últimos 4 millones de años en la Región Sudeste”, dice el geólogo Cláudio Riccomini, del Instituto de Geociencias (IG) de la Universidad de São Paulo (USP). Él visitó el cráter por  primera vez en 1980 y aún hoy no dudaría en, de nuevo, enfilarse hasta la cintura en ese matorral y recoger muestras de un tesoro que fascina apenas a los científicos. “Geológicamente”, dice él, “ese cráter es único, por todavía estar cerrada y aislada por sus bordes”.

Situado en los límites de la zona urbana, a 50 kilómetros del centro de la ciudad, el cráter de Colonia es el único de la Región Sudeste y uno de los seis en Brasil cuyo origen aún necesita ser atestado por estudios más detallados. A esos se suman otras cinco que, comprobadamente, resultan del impacto de cuerpos celestes – en la América Latina hay 11 y en el mundo todo 170 depresiones ya conocidas formadas por el impacto de objetos venidos del espacio. Con un diámetro de 3.6 kilómetros y bordes con entre 100 a 125 metros de altura, el cráter de Colonia vuelve a ganar importancia en razón de un estudio hecho con los 130 tipos de granos de polen encontrados en una columna de sedimentos de 7.8 metros retirados del medio del charco.

Los tentáculos de la floresta
En ese trabajo, publicado en la revista Quaternary Research, los investigadores de Brasil y de Francia, a partir de la secuencia, de la diversidad y de la abundancia de polen, concluyeron como la vegetación cambió, de acuerdo con las alteraciones climáticas. A lo largo de los últimos 100 mil años, límite que corresponde a la edad aproximada de los sedimentos de la base de la columna, la floresta avanzó y retrocedió algunas veces de modo radical, ganando o perdiendo espacio como si fuese un pulpo abriendo o encogiendo los tentáculos. Según la coordinadora de ese trabajo, la paleobotánica francesa Marie-Pierre Ledru, investigadora del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo (IRD, en la sigla en francés) y profesora visitante del Instituto de Geociencias de la USP entre 1998 y 2003, en esos 100 mil años el bosque atlántico se expandió ocho veces y se retrajo dos, en respuesta al clima, una hora más caliente o húmedo, otra hora más frío y seco.

Cuando la humedad y la temperatura se mostraban más favorables a la reproducción de las plantas, en uno de los períodos interglaciales recientes, entre 130 mil y 85 mil años atrás, la floresta presentó tres ciclos de crecimiento. Los árboles se nutrían a su gusto de luz y de agua, formando bosques cerrados semejantes a los encontrados en el litoral paulista. Pero se siguió un largo período de clima hostil – el período glacial, que duró 73 mil años, de 85 mil a 12 mil años atrás. La temperatura media cayó por lo menos cinco grados – lo bastante para desregular los ciclos reproductivos de las plantas, que muchas veces morían sin dejar descendientes. Poco a poco, en el lugar de la floresta alta y densa brotó una vegetación campestre, abierta y baja, con árboles apenas en las márgenes de los ríos. Según Marie-Pierre, probablemente en esa época había vientos fuertes, capaces de derrumbar los árboles más altos o más frágiles.

La floresta se recomponía en los momentos de clima más ameno. De acuerdo con el análisis de los pólenes a lo largo de la columna de sedimentos, el bosque se expandió entre 55 mil y 43 mil años atrás y se retrajo severamente entre 43 mil y 28 mil años. Pero volvió a ganar espacio entre 28 mil y 23 mil para después encoger, al punto de otra vez casi desaparecer, entre 23 mil y 12 mil años. En el período interglacial más reciente, que comenzó hace 12 mil años y sigue hasta hoy, los árboles se vieron nuevamente bajo condiciones climáticas más amigables. El bosque atlántico se diseminó también en tres momentos en esos últimos 12 mil años, recomponiendo el bosque cerrado, denso y rico en especies. Los cambios en el clima y en la vegetación registrados en el cráter de Colonia coinciden con los verificados en dos cavernas, una en São Paulo y otra en Santa Catarina, en la que ya se hace ese tipo de estudio. Confieren también con los testigos del hielo de Groenlandia y de la Antártida.

Un jardín de coníferas
Cada vez que la floresta encogía, surgían nuevas especies de árboles, mientras que otras desaparecían. En uno de los momentos de retracción del bosque, hace cerca de 80 mil años, se propagaron los árboles del género Weinmannia. Uno de los representantes actuales de ese género, la Weinmannia paulliniifolia, un árbol de hasta 16 metros también llamado gramimunha o gramoinha, con una cáscara rica en tanino bastante utilizada para curtir cueros, es normalmente encontrada en lo alto de cerros. Al mismo tiempo, como consecuencia de los cambios climáticos, casi acabaron los representantes de la familia Myrsine, formada por casi mil especies, generalmente arbustos, hoy encontrados en las regiones tropicales del planeta. En los tiempos más fríos restaban pocos ejemplares, contenidos en refugios, probablemente cerca de los ríos. “Esos refugios se expandieron hace 15 mil años por causa de las condiciones climáticas favorables”, cuenta Marie-Pierre.

Según Marie-Pierre, en los últimos 12 mil años, en los alrededores de la futura metrópolis paulista, también crecían en abundancia coníferas como la Araucaria y la Podocarpus. Sus decendientes, como el pino de Paraná (Araucaria angustifolia) y el pino bravo (Podocarpus lambertii), formaban poblaciones más densas en los estados del Sur y en áreas montañosas de lSerra da Mantiquiera ?actualmente apenas puntúan la capital paulista. “Ese fenómeno de retracción de las coníferas es muy interesante”, dice Marie-Pierre, “porque no se debe a la acción del hombre, que llegó mucho después. Puede ser el resultado de la historia evolutiva de las antiguas coníferas, que no encontraron más condiciones climáticas favorables a las expansiones”.

El cráter atrae a los investigadores también por causa de las inseguridades sobre su origen. Después de ser eliminadas otras posibilidades, como la erosión o el vulcanismo, en razón de las características geológicas del terreno, se aceptó la idea de que esa depresión pueda ser el resultado del impacto de un cuerpo celeste. Sin embargo, “científicamente sólo descartar otras posibilidades no es suficiente”, comenta el geólogo Álvaro Crósta, profesor del Instituto de Geología de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp), que estudia cráteres hace tres décadas. “Ese es un punto frágil del trabajo científico”, observa el astrónomo Oscar Matsuura, profesor jubilado del Instituto de Astronomía, Geofísica y Ciencias Atmosféricas (IAG) de la USP. Años atrás, el geólogo estadounidense Eugene Shoemaker, uno de los mayores especialistas en asteroides y cometas, examinó los datos sobre Colonia y comentó a los colegas brasileños: “No tengo dudas de que se trata de un impacto de un cuerpo celeste. Pero ustedes lo tendrán que probar”. Shoemaker murió en un accidente de auto en el 1997, de vacaciones en Australia.

Esa hipótesis sólo sería demostrada se los investigadores encontrasen señales del impacto que pudiesen ser aceptadas como concluyentes, ya que el objeto que vino del espacio se deshizo inmediatamente después de chocar con la superficie. Sería necesario recoger muestras de las rocas que sustentan la capa de sedimentos y tener la suerte de encontrar deformaciones en minerales como el cuarzo o resquicios de metales del grupo del platino, como el iridio, que sólo se forma fuera de la Tierra.

Fue el iridio detectado en 1980 en rocas con 65 millones de años en puntos distantes como Italia y la China que sugirió a los geólogos la posible ocurrencia de un gigantesco impacto en esa misma época en algún lugar del planeta. Sólo en 1991 fue que encontraron el cráter de Chicxulub, sumergido en el golfo de México, con 180 kilómetros de diámetro. El impacto de un asteroide con cerca de 10 kilómetros de diámetro debe haber generado una densa nube de polvo  que se expandió por el planeta, bloqueó el paso de la luz solar, hizo que la temperatura cayese abruptamente cerca de diez grados y contribuyó a la extinción en masa de muchas formas de vida de entonces, incluso los dinosaurios.

Un puñal de hielo
Riccomini cree que el impacto sobre Colonia también haya formado una nube de polvo y generado una ola de choque y de calor, aunque bien menor, pero ancha y densa lo suficiente como para causar la muerte de los animales que vivían en un radio de distancia de 50 kilómetros. Fue él que estimó que la colisión pueda haber ocurrido en un momento cualquiera entre 5 millones y 3 millones de años atrás – y, a su modo de ver, puede no haber sido causada por un objeto rocoso como un meteorito o un asteroide, sino por un cometa, que, por ser formado de hielo, no dejaría vestigios. “Sería como un puñal de hielo, que se deshace después de un asesinato”, compara.

Los investigadores están un poco afligidos, sobre todo porque la región está siendo progresivamente tomada viviendas. Por allí habitan cerca de 30 mil personas. Se teme que la ocupación desordenada desfigure los bordes, altere la composición de los sedimentos de la turba o dificulte futuras excavaciones. Los primeros habitantes llegaron a la región en el final del siglo XVIII, cuando el emperador Dom Pedro I autorizó la instalación de granjas por colonos alemanes – el nombre del cráter viene de ahí. Las granjas persistieron hasta dos décadas atrás, cuando sus dueños comenzaron a vender las tierras, exigidas para un presidio,  inaugurado en 1987, y después para viviendas. Desde 2001 el cráter integra el Área de Protección Ambiental (APA) Capivari-Monos, pero las casas continúan avanzando sobre los cerros y la vegetación original del cráter.

Naturaleza y cultura
“Esa región tiene una clara vocación, que podría ser aprovechada por medio de un parque temático que atendiese a toda la ciudad”, dice Matsuura. El parque que él esbozó explota no sólo el patrimonio natural – las diversas formas de vegetación – y lo antropológico: allí cerca hay dos aldeas de indios tupí-guaraníes.

Hay ejemplos notables de como conservar y explotar esos lugares. En los Estados Unidos, la familia Barringer construyó un museo de geología y astronomía cerca de un cráter de  50 mil años en el desierto de Arizona. En Alemania, una ciudad medieval, Ries, creció en el interior de un cráter de 25 kilómetros de diámetro y se mantiene con la renta generada por el turismo.

En Brasil hay solamente señales del deseo de explotar los cráteres, como la torre de 30 metros erguida hace pocos años para que los visitantes aprecien el Domo de Vargeão, un cráter de 12 kilómetros de diámetro en el oeste de Santa Catarina. En el 2005, Crósta estuvo una vez más en el Domo de Araguainha, cráter de 40 kilómetros en Mato Grosso. Participó en la inauguración de un marco instalado en el centro del cráter, ofreció conferencias en escuelas y conversó con los alcaldes y concejales de Araguainha y Ponte Branca, situadas en el interior del cráter.

Hace casi 20 años Crósta anduvo bastante por allá y se recuerda de como era difícil de explicar a los habitantes lo que hacía y lo que era aquella estructura circular cortada por el río Araguaia. Pero no dudaba en mostrar sus mapas e imágenes de satélite. Poco después él consiguió probar que Araguainha no era una estructura volcánica, como se pensaba, sino un cráter de impacto – el más antiguo y el mayor de la América del Sur, con 245 millones de años.

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