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MEMORIA

Los repiques de lo sagrado y lo profano

Con nombres propios y tañidos diferentes para cada ocasión, las campanas suenan desde hace siglos para marcar la hora, anunciar fallecimientos, llamar a misa y darle un fondo sonoro a las fechas festivas

Una de las campanas principales de la Catedral da Sé, en la ciudad de São Paulo

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

Las campanas, creadas alrededor del 2000 a. C. en China, incorporadas al cristianismo en los siglos VI y VII y de uso corriente durante toda la Edad Media, marcan el paso del tiempo, anuncian misas y fechas religiosas y, como instrumentos de comunicación, han servido para alertar de incendios e invasiones de pueblos enemigos. El repique utilizado para anunciar la muerte de un hombre es diferente del que se utiliza en el caso de ser una mujer o un niño. Diferentes campanadas permiten saber si la misa será celebrada por un sacerdote, un obispo o incluso el papa. Cada fecha festiva requiere también su propio tañido de estos objetos metálicos que pueden pesar desde unos pocos kilogramos hasta varias toneladas.

Antes de que existieran los medios de comunicación modernos, los habitantes de las ciudades sabían interpretar las sutilezas de los sonidos provenientes de los campanarios. “Las campanas hacían las veces de las radios”, compara la historiadora Ana Lúcia de Abreu Gomes, profesora de Museología de la Universidad de Brasilia y autora de un artículo sobre estos instrumentos publicado en noviembre de 2022 en la revista Estudos de Cultura Material.

De Abreu Gomes ha comprobado que los residentes de mayor edad de las ciudades pequeñas aún reconocen los significados probables de las campanadas (cuando la campana gira, o dobla, y el badajo produce sonidos espaciados) y los repiques (cuando el campanero tira del badajo de la campana y puede golpearla más rápido), pero los más jóvenes se quejan de los sonidos fuertes.

En 2001, el Instituto del Patrimonio Histórico y Artístico Nacional (Iphan) de Minas Gerais inició un proceso de conservación de este patrimonio cultural, centrado en la dimensión simbólica de las campanas, como la preservación de los toques y del lenguaje de las campanas de las ciudades de Minas Gerais. Según la antropóloga Vanilza Jacundino Rodrigues, del Iphan-MG, los campaneros se quejan de que las torres y las campanas han sido relegadas a un segundo plano en los esfuerzos de restauración y conservación.

Colección del Museo Paulista (USP)La capilla del Padre Faria, en la ciudad de Ouro Preto, Minas Gerais, con la única campana que sonó cuando murió TiradentesColección del Museo Paulista (USP)

Voces y nombres
“Para nosotros, la campana es un elemento vivo que tiene voz”, dice el filósofo Rafael Lino Rosa, doctor en Ciencias Religiosas por la Pontificia Universidad Católica de Goiás (PUC-GO) y campanero desde hace más de una década en la ciudad de Goiás, antigua capital del estado. Fue allí donde nació la poetisa Cora Coralina (1889-1985), quien solía decir: “Aquí nadie baja a la tumba sin que suene una campana”.

Las campanas tienen nombres, de profetas o santos, pero también de personas comunes, como las campanas Marie y Jacqueline, que, al personaje de Quasimodo, el campanero de la novela de Victor Hugo (1802-1885) Notre-Dame de París (1831), le gustaba tocar en la catedral del mismo nombre en París. En la tradición católica, las campanas llevan inscripciones que cuentan su historia y hablan de sí mismas en primera persona.

Se las bautiza antes de instalarlas en lo alto de la torre de una iglesia. “Una ceremonia de bautismo de campanas es un acontecimiento que moviliza a la ciudad. Se rezan oraciones y se ungen las campanas con óleos sagrados, porque se cree que así no se agrietarán”, relata De Abreu Gomes.

A principios del siglo XVIII, la Corona portuguesa restringió la actuación de la Iglesia Católica en Minas Gerais para evitar que el clero contrabandeara oro. Quienes llenaron el vacío religioso fueron las hermandades, “asociaciones integradas por laicos que se reunían en torno a la advocación de un santo, muchas de las cuales llegaron a construir un templo propio”, dice el lingüista Fábio César Montanheiro, de la Universidad Federal de Ouro Preto (Ufop). Generalmente asociadas a grupos étnicos, sociales y económicos, estas cofradías financiaban la fundición de las campanas.

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP Parte del conjunto de 61 campanas de la Catedral Metropolitana de São Paulo, accionado por un sistema automatizadoLéo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

En los pueblos de la época minera, el oficio de campanero, un trabajo manual agotador y peligroso, solía estar a cargo de hombres negros esclavizados, que debían seguir las directrices para tocar las campanas, pero muchos hicieron de las torres parroquiales lugares de creación artística, añadiendo acentos, invenciones estilísticas y musicalidades al margen de las rígidas partituras eclesiásticas. Algunos pueblos y ciudades crearon su propio lenguaje sonoro, con ritmos más del gusto de los esclavizados. Los batuques y batucadas de origen africano fueron siendo incorporados por ellos en el crisol cultural del catolicismo colonial.

Uno de los campaneros que le imprimió una identidad propia a su parroquia, también en la ciudad de Goiás, fue Benedito de Sá Efigênia (1891-?), quien durante más de 60 años ininterrumpidos fue el campanero de la Igreja da Boa Morte, construida por la Hermandad de los Hombres Pardos. Negro, hijo de una esclavizada liberada, aprendió de niño el oficio que definiría su vida. En un artículo publicado en mayo de 2020 en la Revista Brasileira de Pesquisa (Auto)Biográfica, Rosa relata que Efigênia creó toques divertidos que aún hoy en día son conocidos en la ciudad, como el escorrega-mingau [resbaladas], para avisar que el cura llegaba con retraso a oficiar la misa. Cuando discutía con el cura, anunciaba la misa con un tono lúgubre en el que arrastraba el badajo alrededor de la boca de la campana. Los habitantes de Goiás distinguían su estilo de tocar del de los demás campaneros.

Hoy en día sigue siendo así. “Los campaneros generalmente le imprimen al toque su estado de ánimo y su marca de autor”, dice Montanheiro, de la Ufop. Añaden sutilezas rítmicas manipulando los intervalos de las notas cuando hacen repicar los badajos, en una o varias campanas simultáneamente. Según el investigador, los campaneros suelen tener formación musical o al menos buen oído para la música, son miembros de orquestas y bandas o tocan instrumentos de percusión en el Carnaval y en festividades.

Las campanas han sido llamadas la “voz de Dios”, pero también son las voces de los hombres – el género masculino –, ya que las mujeres tienen un espacio muy limitado. “El ambiente de los campanarios es masculino, no solo por la fuerza física de los hombres”, dice De Abreu Gomes. Los prejuicios y leyendas al respecto de este entorno son moneda corriente desde hace siglos, y no solamente en Brasil. “Se dice que las mujeres no tocan las campanas porque si lo hacen, no se casarán. También se dice que, si la toca una mujer, la campana se rajará”.

Entre los campaneros que participan en los esfuerzos de preservación del Iphan en Minas Gerais, las mujeres son muy escasas. En dos reuniones recientes de campaneros, solo había una mujer entre 20 campaneros en la primera reunión y otra en un grupo de 35 en la segunda, dijo Jacundino Rodrigues. Según ella, en medio de este predominio masculino sobresale Maria do Pilar Silva Resende, una consumada campanera del distrito de Morro do Ferro, en el municipio de Oliveira [Minas Gerais].

Las mujeres ni siquiera pueden participar en la fundición de las campanas. “Si lo hacen, se cree que la fundición fracasará”, comenta el historiador y arqueólogo portugués Luís Sebastian, de la Dirección Regional de Cultura del Norte del Ministerio de Cultura de Portugal. Según él, la propietaria de una de las últimas fábricas de campanas de Portugal, en la localidad de Rio Tinto, se había hecho cargo de la empresa tras la muerte de su marido, pero nunca había estado presente en una fundición: “Solo cuando se dio cuenta de que la obra estaba terminada preguntó si podía entrar”.

De Abreu Gomes recuerda que existía la creencia común de que el toque de las campanas podía expulsar las fuerzas malignas de la vida de los fieles o protegerlos en situaciones difíciles; tan es así que había un toque de campana específico para auxiliar en los partos complicados.

IPHANBenedito de Sá Efigênia, campanero durante más de 60 años en la Igreja da Boa Morte, de la ciudad de GoiásIPHAN

Una actividad de riesgo
Aquel que sube a una torre para hacer sonar una campana tiene que ser valiente. En primer lugar, tiene que “bandear la campana”: agarrado a una cuerda, el campanero camina hasta el borde del parapeto de la torre y proyecta su cuerpo hacia el exterior mientras empuja la campana hacia delante, después se agarra a la estructura de madera situada encima de la campana y la gira hasta situarla cabeza abajo. Así se logra que la campana comience a girar sobre su eje, de modo que el badajo golpee con fuerza y produzca sonidos muy fuertes mientras la campana gira.

Es una tarea arriesgada. Si el campanero se descuida, puede lesionarse gravemente o incluso salir despedido de la torre. “Cuando la campana deja de sonar quedamos un poco aturdidos”, dice Rosa. “Cierta vez, al quitarme el algodón de los oídos estando mareado, me caí de la torre y me lastimé mucho”.

Quizá por la fascinación que genera el peligro, los campanarios atraen a los adolescentes, que mantienen viva la tradición a la vez que la experimentan. En Ouro Preto, Montanheiro vio a un sacristán muy enfadado porque los campaneros adolescentes habían añadido un ritmo roquero a los toques que deberían haber ejecutado sin introducir innovaciones.

No hay noticias de que existieran fundiciones de campanas en Brasil hasta el siglo XIX, pues, durante la época colonial, la metrópoli portuguesa controlaba estrictamente lo que se podía fabricar en Brasil. La razón de ello es sencilla: en principio, quien sabía fundir una campana también sabía fundir un cañón. La técnica utilizada para fabricar los moldes y el fundido del bronce por entonces era la misma: “Si la aleación metálica utilizada para fabricar una campana era normalmente de cuatro partes de cobre por una de estaño, para fabricar un cañón bastaba con reducir a la mitad la cantidad de estaño”, relata Sebastian.

El técnico de fundición Flávio Angeli asegura que la fabricación de campanas en su fundición, Sinos Angeli, situada en Diadema, en el Área Metropolitana de São Paulo, es rigurosamente la misma desde que su bisabuelo la fundó en 1898.

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESPMolde externo de barro que encaja en otro para recibir el bronce fundido que formará la campana, en una fundición de Diadema, en el Gran São PauloLéo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

La fórmula básica para la fabricación de campanas no ha cambiado en siglos, pero cada fundición parece tener sus propios secretos. La técnica tradicional, que se utiliza tanto en Europa como en Brasil, consiste en construir la matriz con una base de arcilla, recubierta de una mezcla de estiércol, arcilla y pelo de animales. Sobre este molde se deposita el bronce fundido, que adoptará la forma de la campana.

“La fundición fija hizo su aparición recién en el siglo XVI”, dice Sebastian, quien en 2002 descubrió un lugar de fabricación temporal de campanas a cargo de un fundidor itinerante del siglo XIV en el Monasterio de São João de Tarouca (Portugal). Según él, es difícil hallar vestigios de fundiciones ambulantes porque los fabricantes, celosos del secreto de su técnica, solían eliminar todo rastro una vez que terminaban su trabajo, “incluso destruían las fosas de fundición que excavaban en el suelo para enterrar los moldes de las campanas cuando las llenaban de bronce fundido a más de mil grados, ya que de lo contrario podían explotar”.

Montanheiro comenta que, en el Brasil del siglo XIX, los fundidores también eran itinerantes e instalaban el horno de fundición en el propio lugar donde se utilizaría la campana. “Las campanas se fundían al pie de las torres a las que iban a ser izadas”, dice el historiador.

En las fundiciones de Europa y Australia, las fórmulas tradicionales incorporan nuevas tecnologías, como la impresión 3D, para preparar el molde de las campanas. Algunas parroquias, también en Brasil, han sustituido las campanas por altoparlantes que reproducen sus tañidos. Las iglesias más ricas conservan las campanas, pero han adoptado un sistema de control computarizado que prescinde del campanero. Es el caso de la Catedral Metropolitana de São Paulo – la Catedral da Sé, tal su nombre –, en la ciudad de São Paulo, que tiene 61 campanas. Las cinco principales, que llegan a pesar 5 toneladas cada una, están automatizadas, es decir que una computadora acciona la parte mecánica que hace sonar las campanas.

En Portugal, lamenta Sebastian, las figuras del campanero y del sacristán están desapareciendo, porque hoy en día, casi todo está automatizado. En Brasil, los campaneros, portadores de su lenguaje artístico y de la memoria de sus maestros, aún resisten, fundamentalmente en ciudades históricas del estado de Minas Gerais, como São João del-Rei y Ouro Preto.

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