En la Ciudad Universitaria, a 8 kilómetros del centro de São Paulo, y a orillas del río Pinheiros, viven decenas de especies de aves. “Una diversidad de especies mayor que la que ostentan algunos países de Europa”, comentó la bióloga Elizabeth Höfling, del Instituto de Biociencias de la Universidad de São Paulo (USP), el día 21 de septiembre, en São Paulo, durante su disertación del último encuentro del Ciclo de Conferencias Biota-FAPESP Educación ‒una iniciativa del Programa Biota-FAPESP en colaboración con la revista Pesquisa FAPESP‒, que estuvo dedicada a la diversidad biológica en ambientes alterados por la actividad humana. Desde 1984, Höfling y su equipo identificaron 161 especies de aves en los bosques de la Ciudad Universitaria, entre ellas la pava de monte (Penelope obscura), un ave característica del bosque atlántico con 70 centímetros de altura y que emite sonidos similares al cacareo de las gallinas.
Cerca de allí, en el Parque do Ibirapuera, el mayor de la capital, la diversidad de especies también es asombrosa. En total, ya se han identificado 142 especies de aves, tales como la garza blanca (Ardea alba), el bullicioso tero (Vanellus chilensis), el raro carpintero copete amarillo (Celeus flavescens) y el cardenal común (Paroaria coronata), con su copete rojo. Quienes recorran con calma los parques de la ciudad incluso podrán avistar al caxinguelê o serelepe (Sciurus ingrami), la versión brasileña de las ardillas del hemisferio Norte, o algún guazuncho o corzuela parda (Mazama gouazoubira). En un estudio reciente, un equipo de la Secretaría Municipal del Verde y de Medio Ambiente (SVMA) identificó 433 especies de animales silvestres que se encuentran difundidos por la metrópolis, desde calitrícidos (titíes y tamarinos) hasta monos aulladores (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 125).
La diversidad de aves y otros animales en parajes urbanos depende de ciertos factores, fundamentalmente de la variedad de plantas que les proveerán semillas y frutos que les sirven de alimento, y ramas o troncos para la construcción de sus nidos. Por otro lado, la contaminación del aire y los ruidos de los automóviles pueden dificultar la vida de los animales en esos ambientes. Según Höfling, el bullicio excesivo de las grandes ciudades puede provocarles pérdida de audición, aumentar el estrés y alterar el comportamiento en ciertas especies, mientras que la iluminación artificial puede perjudicar la percepción del día y la noche, fundamental para que los animales regulen sus actividades. Al cabo, como ya se ha visto en la ciudad de São Paulo, los zorzales que viven en libertad en los barrios residenciales ‒y constituyen una de las especies adaptadas al espacio urbano‒ se ponen a cantar a las tres de la madrugada, enervando a los vecinos que prefieren dormir, siguiendo al pie de la letra la máxima de la ciudad que nunca duerme.
Al buitre negro americano, también llamado zopilote o jote de cabeza negra (Coragyps atratus), otra especie muy adaptada, se lo ubica fácilmente en las adyacencias de los ríos Tietê y Pinheiros, los dos principales del Gran São Paulo. Aunque generalmente tiene mala fama entre los residentes de la metrópolis, esta especie de buitre colabora con la limpieza de la ciudad, ya que se alimenta de peces, roedores, aves y otros animales en descomposición en las orillas de los ríos. En esas áreas, también se pueden avistar gorriones (Passer domesticus), palomas domésticas (Columba livia) y un pájaro de pico rojizo conocido como pico de coral común (Estrilda astrild), todas especies exóticas, pero también muy adaptadas a la ciudad. “Insectos tales como abejas, avispas, mariposas y polillas; aves, como por ejemplo los colibríes e incluso mamíferos como los murciélagos son vitales para la reproducción de las plantas de las ciudades, pues actúan como agentes polinizadores”, subrayó Höfling.
Uno de los grandes problemas para la supervivencia de los animales urbanos radica en que las áreas arboladas son cada vez menores, a causa, entre otras razones, del crecimiento desordenado de las ciudades. En Brasil, un 85% de la población reside actualmente en áreas urbanas. “Nuestro modelo de desarrollo y el patrón de consumo han generado una demanda creciente de recursos naturales, poniendo en riesgo a las áreas naturales remanentes en el estado de São Paulo”, dijo la bióloga Roseli Buzanelli Torres, del Instituto Agronómico de Campinas (IAC), durante su presentación, que trató acerca de la diversidad vegetal en ecosistemas alterados por el ser humano.
La Región Metropolitana de Campinas, por ejemplo, integrada por 19 municipios, atraviesa una situación crítica, según Buzanelli Torres, ya que menos del 6% de la vegetación nativa del bosque atlántico permanece intacta. “La superficie con vegetación remanente no llega al 1% del área total del municipio de Hortolândia, cercano a Campinas”, dijo la bióloga. “Esa misma tendencia a la disminución puede observarse en ciudades tales como Nova Odessa, Santa Bárbara d’Oeste y Sumaré, todas actualmente con menos del 1% de áreas con remanentes forestales del bosque atlántico”.
Buzanelli Torres dirigió un diagnóstico socioambiental de la cuenca del arroyo Das Anhumas, en un área densamente poblada de Campinas, con la colaboración de investigadores de las universidades de Campinas (Unicamp) y de Brasilia (UnB) y del Instituto Forestal de São Paulo, además de técnicos de la alcaldía de Campinas. Con base en fotos aéreas e imágenes satelitales, pudieron detectar una expansión exponencial de las áreas urbanas sobre las rurales y las de vegetación nativa, donde las que quedan se encuentran bastante fragmentadas, pero aún cobijan una elevada diversidad de especies de árboles, entre los que podemos citar al huesillo o purrá (Casearia sylvestris), la piptadenia o pau-jacaré (Piptadenia gonoacantha) y el cramantee o guarea (Guarea macrophylla), entre otras. La investigadora resaltó incluso la importancia de planificar la arborización de las ciudades como instrumento para la conservación de la biodiversidad en los remanentes de vegetación aislados en el paisaje urbano.
“En el estado de São Paulo”, dijo el agrónomo Luciano Martins Verdade, del Centro de Energía Nuclear en la Agricultura de la USP, “la mayor parte de los remanentes forestales y ejemplares de la diversidad faunística se encuentra en los parajes agrícolas, no en unidades de conservación”. En su presentación, enfocada en la diversidad de especies animales en regiones agrícolas, reveló que las áreas destinadas a la explotación agropecuaria pueden albergar una gran variedad de animales silvestres ‒mamíferos, peces, anfibios y aves‒, a los que generalmente no se los valora como a los de la ciudad y las unidades de conservación.
Algunas aves ya se encuentran adaptadas a los montes cercanos a las plantaciones, tal como el comúnmente denominado loro hablador, el amazona de frente azul (Amazona aestiva), la bandurria (Theristicus caudatus) y la garza chiflona o silbadora (Syrigma sibilatrix). “Se calcula que hasta un 60% de las especies de aves originarias de esos ecosistemas también habitan en áreas agrícolas alteradas”, dijo Verdade. En los escasos bosques del interior paulista, caracterizado por vastas plantaciones de caña de azúcar y eucalipto, él mismo se topó con un puma (Puma concolor), “un animal que cada vez se encuentra con mayor frecuencia en los ambientes alterados por la actividad humana”. En su opinión, el zorro cangrejero (Cerdocyon thous) es otra especie adaptada al paisaje agrícola y puede avistárselo con relativa facilidad en medio de los cañamelares.
Al vivir en áreas agrícolas, los animales silvestres plantean un conflicto entre la producción económica y la conservación ambiental, que podría conciliarse, considera Verdade. “Tal vez, el mejor camino sea trabajar en ese conflicto desde el punto de vista de la conservación inserta en la dinámica de la producción agrícola, para dotar a la agricultura de una misión multifuncional, que mantenga su carácter productivo y al mismo tiempo promueva la preservación ambiental”, dijo. Por ahora, predominan los intereses agrícolas, ya que Brasil es uno de los principales productores mundiales de commodities agrícolas. Para tener una idea, la superficie agrícola total abarca casi un tercio del territorio nacional ‒unas 260 millones de hectáreas‒, donde las plantaciones de soja ocupan 28 millones de hectáreas y las de caña de azúcar, relacionadas con la producción de etanol, azúcar y energía, 9 millones de hectáreas. En São Paulo, la actividad del agro es una de las principales responsables tanto de la riqueza del estado como de la reducción de las áreas originales de bosque atlántico y del cerrado, hoy en día bastante fragmentadas.
Estrategias de conservación
“No basta con conocer los modelos de distribución y abundancia de población de las especies de animales silvestres en los ámbitos agrícolas para trazar estrategias consistentes de conservación de la diversidad biológica”, advirtió Martins Verdade. “¿Cómo evaluar el impacto de los cambios en el uso de la tierra sobre la diversidad?” A su juicio, cuando no se sabe qué hacer, lo más adecuado sería reforzar las bases conceptuales, para permitir una mejor comprensión de la situación. Al mismo tiempo, las innovaciones tecnológicas o metodológicas pueden ser necesarias cuando ya se sabe qué hacer para propiciar la conservación de la biodiversidad en los escenarios agrícolas. Por último, la administración, entendida como la articulación entre instituciones públicas y privadas, resulta indispensable para implementar efectivamente las propuestas de conservación.
“El mero conocimiento de los patrones biológicos característicos de cada paisaje le aporta poco al proceso administrativo. Ocurre que esos patrones se determinan mediante procesos epidemiológicos, humanos y evolutivos, entre otros. De este modo, la diversidad de patrones queda determinada por la complejidad de los procesos”, dijo. “Lo más importante en el planteo de estrategias de conservación sería, ante todo, comprender lo que genera la complejidad de dichos procesos”.
En las ciudades, el incentivo a la forestación podría contribuir para fortalecer las estrategias de conservación, al generar ambientes con temperaturas agradables, tanto para la gente como para los animales silvestres. “Los árboles con copas más densas retienen hasta un 98% de la radiación solar”, dijo Buzanelli Torres, del IAC. Ella considera que los árboles contribuyen incluso a la reducción de la velocidad de los torrentes. La tipa (Tipuana tipu) y la acacia robiña (Caesalpinia peltophoroides), por ejemplo, pueden retener hasta un 60% de agua durante las dos primeras horas de lluvia, menguando la intensidad de las inundaciones.
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