En la casa de campo en que vivió durante una buena parte de su infancia en Petrópolis, región serrana de Río de Janeiro, Glauco Machado acostumbraba encontrar por los rincones de la casa los pequeños e inofensivos opiliones, animales emparentados con las arañas bastante comunes en áreas de la Mata Atlántica con humedad elevada y temperatura templada. Era el inicio de los años 1980 y Machado no imaginaba que más tarde volvería a rever a esos arácnidos de piernas muy largas y delgadas durante sus estudios de biología en la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp). Menos aún sospechaba que un día pudiese convertirse una de las mayores autoridades brasileñas en el comportamiento de esos animales, que puede ayudar a entender el de otros seres vivos. “El comportamiento de los opiliones puede servir de modelo para comprender como otros animales actúan en lo que respecta a cortejar, a la reproducción y a las relaciones familiares”, afirma el biólogo, actualmente profesor en el Instituto de Biociencias de la Universidad de São Paulo (USP), que en los últimos años demostró que el cuidado de las hembras con la prole es fundamental para el éxito reproductivo de los opiliones.
Frecuentemente confundidos con las arañas, los opiliones también tienen ocho patas. Pero dos de ellas, más específicamente el segundo par de patas, funcionan como antenas y son usadas para reconocer el ambiente por el tacto. A propósito, es justamente por el hecho de poseer patas largas que probablemente recibieron el nombre de opilión, que en latín significa pastor de ovejas. Es que en la Roma Antigua los pastores andaban sobre patas de palo para contar mejor sus rebaños. Diferentemente del cuerpo de las arañas, separado en dos partes (abdomen y cefalotorax, que une cabeza y torax), el cuerpo de los opiliones no presenta divisiones: cefalotorax y abdomen están fundidos en una única estructura. Pero su característica más significativa, que permite a cualquier persona saber que no está delante de una araña, es que el opilión posee glándulas de olor: cuando es molestado, libera una secreción con un fuerte olor repulsivo que valió al grupo el apodo de araña chivo o araña apestosa. A base de compuestos químicos como quinonas, fenoles y cetonas, esa secreción permite a las diversas especies de opiliones – son alrededor de 6 mil en el mundo y casi mil en Brasil – librarse de predadores como sapos y hormigas, hecho constatado recientemente por el equipo de Machado.
En un estudio coordinado por Machado en la Isla de Cardoso, litoral sur de São Paulo, la bióloga Francini Osses acompañó durante un año la selección de locales para nidos por las hembras de la especie Bourguyia hamata. De cuerpo anaranjado y patas con hasta 10 centímetros de largura, esos opiliones buscan casi siempre las hojas largas de la bromelia Aechmea nudicaulis para depositar sus huevos, aunque existan otras 36 especies de bromelia solamente en la región en que fue desarrollada la investigación. Francini evaluó el volumen de agua y las condiciones de limpieza de las bromelias que esa especie de opilión escogía para tener sus crías. Constató que la preferencia era por bromelias mayores, que acumulaban más agua, evitando la variación de humedad, y donde se depositaban menos detritos caídos de los árboles, como describe en un artículo que será publicado en breve en el Journal of Ethology. “La opción por esa bromelia, que generalmente crece sobre los árboles, ofrece seguridad contra predadores y condiciones de limpieza ideal para el nacimiento de las crías”, explica Francini.
El cuidado materno no se restringe a la elección del local más adecuado para procrear. Después de colocar los huevos, las hembras muchas veces dejan de lado otras actividades diarias – como la propia alimentación, a base de insectos y frutos o hasta opiliones muertos de otras especies – para dedicarse a la prole. Pasan prácticamente un mes sobre los huevos, para protegerlos de los predadores. “Es una tarea bastante árdua. La hembra tiene que renunciar a una serie de situaciones para garantizar el nacimiento de las crías, pero acaba siendo recompensada”, dice Machado, que había observado ese comportamiento ya en 1998, durante su proyecto de iniciación científica. Pero recientemente él y el zoólogo Bruno Buzatto decidieron analizar la importancia de proteger los huevos en un experimento realizado en la naturaleza.
Cuidado de madre
En el Parque Estadual Intervales, en el Valle do Ribeira, sur del estado de São Paulo, Buzatto encontró 144 hembras de la especie Acutisoma proximum, de cuerpo verdoso con el tamaño de una moneda de 10 centavos, que acostumbran colocar sus huevos en piedras y hasta próximas a las márgenes de riachos, y las marcó con una tinta que permanece en el cuerpo por hasta dos años. En seguida, las separó en dos grupos: la mitad de ellas puede pasar todo el tiempo cuidando los huevos, mientras que los huevos de las restantes hembras fueron retirados de los nidos durante dos semanas. Buzatto vio que los nidos desprotegidos fueron atacados por grillos, avispas u opiliones, que como promedio consumían un 75% de los huevos. En un artículo en el Journal of Animal Ecology de septiembre de 2007, Buzatto, Machado, Gustavo Requena y Eduardo Martins relatan que las hembras cuyos huevos fueron experimentalmente retirados de los nidos buscaron en seguida otro macho para copular y pasaron a poner huevos más veces – como promedio depositaron un 18% más huevos que las que cuidaron de sus crías. Colocar más huevos, sin embargo, garantizó solamente una ventaja aparente, según los investigadores. Cuando calcularon el costo para las hembras, vieron que lo mejor era poder cuidar de la prole. “De nada vale colocar más huevos si la mayoría de las crías van a morir si no recibe los cuidados de la madre”, explica Machado.
Y no son solamente las hembras que se interesan por cuidar los nidos. Machado descubrió que los machos de algunas especies se las dan de buenos padres como estrategia de conquista. En los últimos años Machado y sus colaboradores identificaron a seis especies de opiliones en que son los machos los responsables por los huevos e investigaron ese comportamiento en otras seis – antes se conocía solamente tres especies en que los machos cuidaban los huevos. Evaluando la especie Iporangaia pustolosa, con el cuerpo verde vivo con manchas negras y un poco mayor que una perla, Machado y Gustavo Requena descubrieron que cuanto mayor es el número de hembras en una población de opiliones, tanto más tiempo los machos pasan cuidando los huevos.
Selección correcta
Al menos entre los opiliones, la estrategia funciona. Taís Nazareth acompañó en laboratorio a los regordetes opiliones del genero Pseudopucrolia originarios de Espíritu Santo. Puso en recipientes de cristal dos machos – uno cuidaba los ovos, mientras el otro permanecía solito, sin prole. En seguida, Taís colocó una hembra en el ambiente. En menos de dos horas, ella ya había escogido el macho que cuidaba los huevos y copulado con él. En una etapa siguiente, los papeles fueron entonces invertidos. El macho que antes no tenía que cuidar pasó a tomar cuenta de los huevos. El otro quedó sin nada que vigilar. Nuevamente la hembra optó por el macho con la prole. Cualidades físicas como tamaño y color del cuerpo no influenciaron en la selección, notó Taís. Ese experimento mostró también que, cuando el responsable de los huevos muere, otro macho asume la protección de la prole, comportamiento contrario al observado en varias especies. “Si las hembras prefieren a los machos cuidadores, aquellos que fingen ser dueños de los huevos se salen mejor”, sugiere Machado.
Sin veneno ni presas, los aparentemente frágiles opiliones pueden volverse agresivos para defenderse: atacan con los palpos, pellizcan con sus pinzas (quelíceras) o con las espinas de las patas. Pero un arma exclusiva les viene permitiendo sobrevivir desde que surgieron, hace 400 millones de años: el mal olor. Por medio de un par de glándulas de olor, ellos liberan un líquido amarillento con un fuerte olor ácido, capaz de mantener distante a varios de sus predadores. En una serie de testes realizados años atrás en la Unicamp, Machado confirmó la eficiencia del olor para salvar la vida de los opiliones. Con la ayuda de los investigadores Patrícia Carrera, Armando Pomini y Anita Marsaioli, él recolectó el líquido amarillento y maloliente producido por la especie Acutisoma longipes, común en toda la Región Sudeste del país, y aisló dos tipos de benzoquinona.
En experimentos con siete especies de hormiga, Machado humedeció un pedazo de papel filtro en agua con azúcar y después acrecentó un poco de la secreción del opilión. Fue lo bastante para mantener las hormigas lejos de la comida por hasta diez minutos, tiempo más que suficiente para un opilión escapar de un ataque. El grupo repitió el teste con otros predadores de los opiliones. Para asegurarse de que era exactamente la peste – y no otra estrategia de defensa – lo que estaba protegiendo a los pastores de largas patas, Machado dejó caer gotas de la secreción amarillenta en grillos y los ofreció también a sapos de cuernos y arañas. La mayor parte de los predadores no soportó el mal olor. Después de morder al grillo apestoso, el sapo pasó a saltar y revolverse hasta vomitarlo vivo. El único predador que consiguió comer el grillo, aunque con cierta dificultad, fue la mofeta de oreja blanca, relatan los investigadores en un artículo del Journal of Chemical Ecology.
“Tuvimos el cuidado de estudiar animales que viven en las mismas áreas que los opiliones y los incluyen en su dieta”, dice Machado, que en el inicio del año pasado publicó en sociedad con Ricardo Pinto da Rocha, de la USP, y Gonzalo Giribet, de la Universidad Harvard, el libro Harveastmen: the biology of opiliones. Con capítulos escritos por 25 autores, el libro trae novedades sobre morfología, taxonomía, comportamiento y ecología de los opiliones, uno de los grupos animales más antiguos de la Tierra. Como sólo se desplazan por cortas distancias, es probable que las especies encontradas en diferentes regiones del mundo vivan en esos lugares hace millones de años, dato que contribuye a que se comprenda la evolución del planeta. “Mirando la distribución actual y estableciendo relaciones de parentesco, verificamos que hay especies muyo semejantes en Chile, en África del Sur y en Australia”, cuenta Machado. No por casualidad, esos países están en bloques continentales que centenas de millones de años atrás estaban reunidos en el supercontinente Gondwana.
El Proyecto
Inversión parental y evolución del comportamiento subsocial en opiliones de la familia Gonyleptidae (arachnida: opiliones) (nº 05/50147-1); Modalidad Línea Regular de Auxilio a la Investigación – Joven Investigador; Coordinador Glauco Machado – IB/USP; Inversión
141.737,16 reales