Imprimir Republish

Geofísica

Los tsunamis – El efecto a distancia

La energía liberada por el terremoto en Asia puede generar otros temblores fuertes en el planeta

La tierra tembló, el mar se enfureció y en minutos se formaron ondas pequeñas que avanzaban a la velocidad de los aviones. Cerca de la playa esas olas se encrespaban, erigiéndose a 20 metros de altura, y adquirían una fuerza tal como para avanzar 5 kilómetros sobre el litoral de 11 países del sur de Asia y en la costa oriental del África a la mañana siguiente a la Navidad del año pasado. Al final de enero habían muerto más de 230 mil personas, principalmente en Indonesia, Sri Lanka, la India y Tailandia, y había millones de heridos y evacuados, y ni hablar de las ciudades destruidas, sin agua, ni energía eléctrica o carreteras de acceso. Una vez pasado el impacto inicial de la catástrofe que devastó, de manera irreparable quizás, la vida de habitantes de regiones ya de por sí pobres, los geofísicos se mostraron intrigados con las peculiaridades y los posibles despliegues del mayor terremoto ocurrido durante los últimos 40 años y el cuarto mayor ya registrado desde que surgieron los primeros sismógrafos, en 1900. Es la primera vez que se registra un temblor tan fuerte de magnitud 9 fuera del llamado Cinturón Sísmico del Pacífico, la franja sinuosa que bordea el litoral de los países de Oceanía, del este de Asia y la costa oeste de América del Norte y del Sur, en la cual se concentra el 80% de los terremotos del planeta.

La energía emanada por el devastador terremoto del 26 de diciembre, equivalente a 30 mil bombas atómicas como la que destruyó la ciudad japonesa de Hiroshima en 1945, sumada a las vibraciones que persisten en la región, pueden todavía causar más estragos. Teóricamente, dice Marcelo Assumpção, geofísico de la Universidad de São Paulo (USP), grandes terremotos pueden afectar la distribución de las tensiones en las otras placas tectónicas que forman la corteza terrestre y precipitar temblores igualmente fuertes en otras regiones.

Vasile Marza, geofísico de la Universidad de Brasilia (UnB), cree que ese terremoto puede representar el comienzo de otro ciclo de temblores muy intensos. Desde 1900, cuando empezó a medirse la magnitud de los terremotos o sismos, hubo solamente cinco episodios de magnitud igual o superior a 9. Excluido el de 2004, los otros cuatro se concentraran en 12 años, entre 1952 y 1964: hubo uno en Rusia, dos en Alaska y otro en Chile. Incluso antes del temblor de Asia, con base en estadísticas, los expertos aguardaban otro sismo de magnitud 9 en la región ubicada al norte de Chile y al sur de Perú, por tratarse de una de las áreas geológicamente inestables del planeta. En 1960, en el sur de Chile se produjo el mayor terremoto del siglo XX, con una magnitud de 9,5, al cual le siguieron olas gigantescas, o tsunamis, que llegaron a Hawai, las Filipinas y hasta a Japón, devastando todo lo que encontraban en el camino.

En cualquier lugar donde haya habido un terremoto, dice Marza, es muy probable que surjan otros, los llamados post temblores o réplicas. Es prácticamente imposible calcular el efecto de los supertemblores sobre regiones inestables distantes: las vibraciones que reverberan por el planeta pueden funcionar como una gota de agua en un vaso casi rebalsando. No se sabe por lo tanto qué sucederá, pero es poco probable que algo tan destructivo se repita pronto en el sur de Asia, ya que el terremoto que generó los tsunamis alivió las tensiones acumuladas bajo el fondo marino de aquella área. Es posible que en esa parte de la Tierra un episodio de tales dimensione demore al menos 200 años, ya que uno similar ocurrió en el sur de Asia en 1833, en una indicación, para el investigador de la UnB, de que el ciclo de repetición podría ser de aproximadamente dos siglos. Cuanto mayor es el área y el tiempo de acumulación de las presiones internas del planeta, mayor es la energía liberada, dice.

La posibilidad de que la costa brasileña también sea devastada por tsunamis es completamente remota tal vez de un caso cada mil años y siquiera hay registros históricos de algún acontecimiento anterior. Los terremotos que se producen en Brasil son relativamente pequeños, no causan tsunamis, ya que el país se asienta sobre una región relativamente estable, en el centro de la placa sudamericana. Por estos lares, el temblor de tierra más fuerte nació en las profundidades de Serra do Tombador, Mato Grosso, hace exactamente 50 años, el día 31 de enero de 1955, y alcanzó una magnitud de 6,2, un valor discreto comparado con los de otras partes del mundo. De cualquier manera, no estamos enteramente exentos. Aunque son más frecuentes en el Océano Pacífico, los tsunamis a veces se forman en el Atlántico: la destrucción de la ciudad de Lisboa hace 250 años, en noviembre de 1755, es un incuestionable y triste ejemplo de esa rara posibilidad.

El noticiario de las últimas semanas, por medio del cual se puede tener una noción acerca del drama de las familias damnificadas, presentó algunos efectos inmediatos de este terremoto sobre el propio planeta. La inmersión de la placa Indoaustraliana bajo la microplaca de Burma, que originó el temblor y las olas gigantes, dejó una cicatriz de unos 1.200 kilómetros en el fondo oceánico. Hasta ese momento, durante casi 200 años, la placa india había sido presionada de manera bastante lenta contra el otro fragmento de la corteza, que carga Sumatra y otras islas de Indonesia, a razón de alrededor de 6 centímetros por año, una velocidad cercana a la del crecimiento de las uñas. La energía se fue acumulando hasta que finalmente se liberó a las 7:59 horas del último domingo del año pasado (en Brasilia faltaba un minuto para las 11 de la noche del sábado), y fue registrada en mayor o menor intensidad por los sismógrafos de todo el mundo: los de la UnB detectaron el temblor 19 minutos después de que se inició. Sus efectos pueden estar asociados a una inusual elevación del nivel del mar en la bahía de Guanabara, registrada por ingenieros de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) un día después, o a la erupción de un volcán en una de las islas del sur de Asia, detectada dos días después de la catástrofe por el Servicio Geológico de Estados Unidos.

El movimiento de ambas placas tectónicas rediseñó el mapa del sur de Asia. La placa índica se desplazó alrededor de 20 metros en dirección a Indonesia, elevando a algunas islas y hundiendo a otras: se cree que islas como Andaman y Nicobar, en Indonesia, están ahora algunos metros más arriba del nivel del mar, mientras que la superficie de la ciudad indonesia de Banda Aceh parece estar más baja. El devastador terremoto habría llevado también a que el eje terrestre se inclinase otros 2,5 centímetros,  acortado así el período de rotación en unos 3 millonésimos de segundo. Fueron cambios causados por el desplazamiento de masa en dirección al centro del planeta, ya que una de las pesadas placas se hundió debajo de la otra, haciendo que la Tierra girase más rápido.

El día es más corto
Aunque son impresionantes, dichos efectos no alteran para nada la vida de los que sobrevivieron a la tormenta. Estas pequeñas variaciones están dentro de la oscilación normal, dice Marza, y tienen más importancia teórica que práctica. El eje de rotación y la duración del día se alteran normalmente como resultado del paso de un cometa cerca de la Tierra, por la acción de la Luna o incluso por la acción de temblores como el de 1960 en Chile, cuando la placa de Nazca se sumergió debajo de la placa Sudamericana, creando un desnivel de algunos metros, con una extensión de mil kilómetros a lo largo de la costa.

Según el investigador de la UnB, se puede notar ahora que hubo signos precursores del terremoto del sur de Asia. Desde 1995, dice, el índice anual de sismos con magnitud superior a 7 se redujo gradualmente, en una señal indicativa de que se había acumulado energía. Asimismo, el año pasado hubo solamente 13 temblores de magnitud superior a 7 en todo el mundo el promedio anual es de 20. Doce de esos 13 sismos ocurrieron en la porción occidental del Cinturón Sísmico del Pacífico y en el Cinturón Sísmico Mediterráneo-Himalaya, en el sur de Asia, sugiriendo, según Marza, una concentración del esfuerzo tectónico en los respectivas bordes de placas.

Al analizar el mapa de los terremotos del año pasado, el geofísico de Brasilia verificó también que hubo dos grandes terremotos que pueden considerarse como precursores del ocurrido en el océano Índico: uno de ellos, en noviembre de 2002, surgió en la misma área que el de diciembre, y alcanzó una magnitud de 7,4, en tanto que el otro, de julio del año pasado, con una magnitud de 7,3, surgió más al sur de Sumatra. Por último, tres días antes, el 23 de diciembre, se registró un fuerte temblor de magnitud 8,1 en el sudoeste de Australia, en otra señal indicativa de que la placa Indo-australiana estaba en un estado crítico de inestabilidad. Este comportamiento forma parte del proceso preparatorio del megaterremoto de diciembre, dice el investigador. De cualquier manera, las estadísticas de ocurrencia de terremotos poco ayudan, porque los temblores de tierra son fenómenos naturales aleatorios ?los que aparentemente faltan un año pueden no aparecer al siguiente, sino recién dos o tres años después.

Al final de enero, uno de los temas previstos en la Conferencia Mundial de Reducción de Desastres, realizada en Kobe, Japón, era la instalación de un sistema de alerta de tsunamis en el océano Índico. Sería un aparato similar al del océano Pacífico, que podría entrar en operación en menos de un año si se lo utiliza bien, y con una buena dosis de suerte, le permitiría a la población de las áreas de riesgo guarnecerse en lugares más seguros antes de la llegada de las ondas gigantescas. En 1975, al prever un temblor que tendría magnitud 7,3, China logró evitar la muerte de 200 mil personas, pero el sistema de alerta dejó de funcionar y al año siguiente un terremoto más intenso todavía destruyó casi por completo la ciudad de Tangsham. Murieron alrededor de un millón de personas.

Republicar