No es una novedad que la física carioca Márcia Barbosa, radicada en Porto Alegre, lucha contra los prejuicios y la discriminación en relación con las mujeres en la ciencia. Esa labor la inició en la década de 1970, siendo aún estudiante de la carrera de física en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS), cuando decidió competir por la presidencia del centro de estudiantes. Su trabajo cobró una nueva dimensión en 1999, cuando para entonces como docente del Departamento de Física de la UFRGS, se sumó a un grupo de trabajo de la Unión Internacional de Física Pura y Aplicada (Iupap, en inglés) que analizaba la participación femenina en el área, y llegó a su apogeo –aunque parece estar lejos de acabarse– en 2013, cuando recibió el Premio L’Oréal-Unesco para Mujeres en la Ciencia.
Al recibir el premio en la Universidad de París IV París-Sorbona, ella dijo que la ciencia es un trabajo que entusiasma, aunque todavía eran pocas las mujeres científicas, en comparación con los varones. Y comparó a la instancia de un descubrimiento científico con un orgasmo: “¡Imagínense lo triste que es prohibirle a un 50% de la población que experimente una sensación tan maravillosa!”.
Entre aplausos y muecas de desdén, la científica, quien durante los últimos 20 años estudió las propiedades físicas del agua, advirtió al respecto de la situación de las mujeres investigadoras, cuya participación decrece a lo largo de la carrera científica, mientras que la de sus colegas varones va en aumento. La competencia de las mujeres deja de reconocerse en función de prejuicios que ya deberían haber sido eliminados, tal como ella sostiene apasionadamente en esta entrevista que le concedió a Pesquisa FAPESP en su laboratorio de la UFRGS.
Especialidad
Física teórica
Institución
Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS)
Estudios
Título de grado (1981), maestría (1984) y doctorado (1988) concedidos por la UFRGS
Producción científica
136 artículos
Sus padres querían que usted fuera médica o ingeniera, pero decidió ser física. ¿Por qué?
Cuando yo tenía 15 ó 16 años, el profesor Eberhardt Frank, director del Colegio Estadual Marechal Rondon, en Canoas [Rio Grande do Sul], donde estudiaba, me invitó a que le ayudara a crear un laboratorio de ciencias, acaso vislumbrando en mí una inclinación hacia esa área. Estudiaba en el turno de la tarde y durante un año trabajé por las noches en el montaje del laboratorio, junto a los docentes de química y de física. La convivencia fue muy enriquecedora. El profesor Milton Zaro, de física, me traía problemas para resolver. Un día, me propuso construir un horno eléctrico con ladrillos y una resistencia eléctrica. Después, quiso que yo ideara un dispositivo de efecto fotoeléctrico [emisión de electrones por materiales iluminados por frecuencias específicas de ondas electromagnéticas] en vacío, algo que era muy difícil. Descubrí que la física era un campo de experimentación, aventura y descubrimiento. Así fue como decidí que quería estudiar física y ser científica. No me veía siguiendo profesiones tradicionales, tales como medicina o ingeniería, que era el anhelo de mis padres. Al principio fue difícil, pero con el tiempo ellos aceptaron mi decisión.
En la década de 1970, ¿cómo era la participación de las mujeres en la carrera de física?
De los 80 alumnos que ingresaron conmigo en física en 1978, solo ocho éramos mujeres. Al graduarnos, yo era la única mujer, porque mis compañeras fueron abandonando en el transcurso de la carrera. En general, la deserción era considerable. También noté que no había mujeres al mando en el área de la física. Tan es así que fui la primera presidenta del centro de estudiantes. Cuando decidí competir, mis compañeros se opusieron con una firmeza extremadamente machista. Usé como lema algo así como “frente amplio” y ellos difundieron carteles con dibujos de mujeres sin camisa. Veía que algo estaba mal, pero en lugar de escapar decidí cambiar esa situación.
¿Cómo hizo?
Me di cuenta de que el primer paso para modificar la condición opresiva de las mujeres en la física consistía integrar comisiones formales de la universidad y participar en debates y decisiones. Al principio padecí una invisibilidad muy desagradable. Pero cuando a una no se la tiene en cuenta, también puede actuar sin que la gente lo note. Cuando era la representante de los alumnos en el Departamento de Física, participé en una reunión en la que se elaboraría la lista de candidatos a docentes reemplazantes. En aquella época, la selección estaba subordinada a los intereses de los investigadores sénior, que elegían a los alumnos que ellos supervisaban y no a los que podrían dar buenas clases. Al salir de la reunión, convoqué a los estudiantes de doctorado y les informé cómo se confeccionaba la lista. Y se escandalizaron. En la reunión posterior para elegir a los sustitutos, los profesores se preguntaban cómo había trascendido la lista. Yo era tan invisible que nadie pensó en mí. A veces, la invisibilidad trae beneficios.
El Premio de L’Oréal, en 2013, terminó de golpe con su invisibilidad, ¿cierto?
El impacto fue inmenso. Advertí que esa era una posibilidad para transformar el galardón en militancia. Adquirí mucha visibilidad y cada vez que concedía una entrevista hablaba de los fenómenos físicos del agua, de la falta de agua en el mundo, de la cuestión de género y de la mujer en la ciencia. En la entrega del premio, en la Universidad de La Sorbona, disponía de dos minutos para hablar. Dije que la ciencia era algo maravilloso, pero que había pocas mujeres científicas en Brasil y en el mundo. Relaté que, en cierta ocasión, un periodista me preguntó qué sentía alguien cuando realizaba un descubrimiento. Le respondí que era una sensación similar a un orgasmo: “¡Imaginen lo triste que es prohibirle al 50% de la población que experimente una sensación tan maravillosa!”. El público de La Sorbona explotó. La presentadora dijo: “Hace calor acá, ¿cierto?”. Después, el presidente de L’Oréal me llamó y me dijo que tendría que pedirles a sus empleados un orgasmo por día. Al año siguiente, tal vez a causa del premio, me eligieron para ingresar en la Academia Brasileña de Ciencias. Como no tengo el perfil tradicional de los miembros de esa institución, muchos se sintieron molestos. Uno de los comentarios que me refirieron que circulaba era que fui elegida porque uso faldas cortas.
Un comentario prejuicioso y misógino.
Claro, porque mis polleras les molestan a muchos. Durante una reunión para elegir la jefatura del Departamento de Física, cuando estaba organizando una lista para competir, uno de mis colegas hizo mención a mi falda corta. Es algo que resalta. Y es por eso que las uso. Quiero que la gente me acepte como voy vestida. En el mes de marzo estuve de visita en El Cairo, en Egipto, exactamente como estoy ahora [con falda corta] y conseguí que Brasil fuera elegido como sede del Foro Mundial de Mujeres en la Ciencia en 2020. Por supuesto que no fue por ello, sino por la argumentación que brindé.
¿Cuándo empezó a abogar por una mayor participación de las mujeres en la ciencia?
En 1999, en el marco de la asamblea general de la Iupap, que agrupa a las sociedades de física, se discutió por qué no había mujeres en el área de la física en general y particularmente en esa institución. Se organizó un grupo de trabajo para debatir el tema y quien entonces era el presidente de la Sociedad Brasileña de Física, Humberto Brandi, sugirió mi nombre. Yo no había escrito nada sobre eso, pero él me designó para formar parte del grupo porque sabía que yo era, digamos, alguien que molestaba. La primera reunión congregó a mujeres de distintos lugares del mundo en un hotel en Washington. Los presidentes de las otras sociedades designaron a científicos de renombre. Yo era una extraña en ese nido: pollera corta, más joven, locuaz.
¿Cuál fue el resultado de la reunión?
Decidimos hacer una conferencia internacional en la Unesco [la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura], en París, sobre el tema de las mujeres en la ciencia, y me eligieron para coordinarla. Congregamos a 300 representantes de 65 países, el 85% mujeres. Esa fue la primera Conferencia Internacional de Mujeres en la Física, que se llevó a cabo en 2002. Recabamos datos que revelan que las mujeres van desapareciendo a lo largo de la carrera. Llevamos esos datos a la Iupap planteando que deberíamos ser más las mujeres en la institución. Las cosas empezaron a cambiar, lentamente. Hoy en día, todo aquel que solicita dinero a la Iupap para organizar un encuentro científico ya sabe que tendrá que responder: ¿cuántas mujeres hay en el comité organizador del evento y entre los disertantes invitados? Se creó un comité de género en la institución y, algunos años después, una mujer, la sueca Cecilia Jarlskog, ocupó por primera vez la presidencia de la Iupap; yo fui una de las personas que llegó a la vicepresidencia.
Mi falda incomoda a muchos. Pero deseo que la gente me acepte tal y como voy vestida
¿La situación de las mujeres en las ciencias humanas, exactas y biológicas es similar?
Existe un problema común. A medida que las mujeres avanzan en la carrera van desapareciendo porcentualmente. En el área de ciencias biológicas, el porcentaje de graduadas es de al menos un 50%, pero esa cifra disminuye en la maestría, en el doctorado y en la participación en el cuerpo docente de la universidad. En las academias de ciencias nacionales, el promedio es de un 25%. El primer gran problema radica en que la mujer rara vez alcanza la cima. Hay otro problema que es específico del área de la física. La carrera ya arranca con un bajo porcentaje de alumnas, aunque los directivos y docentes varones se nieguen a reconocer esa situación. Había colegas en el Departamento de Física de la UFRGS que decían que casi la mitad de los cursantes eran mujeres, cuando solamente había un 20%. Ocurre lo mismo en otras áreas de las ciencias exactas. Hice un estudio con mis colegas y descubrimos que el área de la energía en Brasil cuenta solamente con un 14% de mujeres en puestos de liderazgo, un porcentaje exiguo y mucho menor que el 30% de las ingenieras que se gradúan cada año. Por eso, mi preocupación siempre pasó por dejar claro, en primer lugar, que teníamos un problema, que es la baja representatividad de las mujeres. Al observar los logros y la situación en otros países, mi desesperación cundía al oír a mucha gente decir que en Brasil no teníamos ningún problema de ese tipo.
¿Y cómo hizo para lidiar con esa negación?
Como era improductivo debatir sin datos concretos, me propuse realizar estudios, dado que no había ninguno. La primera dificultad –que por sí sola ya refleja la discriminación contra las mujeres– reside en que el CNPq [el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico] no disponía de información tabulada por género en la Plataforma Lattes. Para realizar ese mapeo, tuve que abrir los currículos uno por uno, mirar el nombre de la persona y cotejarlo en internet cuando tenía dudas acerca de si se trataba de un varón o de una mujer. A partir de ese informe pudimos revelar, por ejemplo, que las mujeres en el nivel más bajo de la carrera de investigadora en física tenían, en promedio, 20 artículos más que los varones. Eso era algo absurdo. Significaba que ellas eran de mayor edad que ellos, no progresaban en la carrera y acumulaban artículos. En esa primera etapa trabajé mucho con datos.
¿Y actualmente cómo está eso?
Ya se admite la baja participación de las mujeres en la ciencia en Brasil. Pero el acceso a cargos directivos aún es difícil. En ciencias exactas, incluyendo a la ciencia de la computación, seguimos siendo minoría. Una alumna de doctorado está concluyendo un trabajo que muestra que el panorama, en realidad, se ha deteriorado. La situación estaba mejorando, pero el perfil de los profesionales del área de la ciencia de la computación cambió mucho. En sus albores, en la década 1980, era un trabajo glamoroso, elegante, casi como el de una secretaria. A medida que la informática evolucionó como una profesión de estatus y dinero, los varones lo acapararon y se impusieron.
Si bien lentamente, pero hay avances, ¿cierto?
Así es. Como fruto de la labor con grupos feministas en las áreas de ciencias humanas, la licencia por maternidad para las becarias de maestría, doctorado, posdoctorado y de productividad e investigación fue aprobada en el Congreso Nacional y se convirtió en ley. También como resultado de nuestra movilización, el CNPq, con la participación de académicas, organizó un concurso para que las chicas de la enseñanza media de las escuelas públicas pudieran investigar en el área de ciencias exactas en la universidad. A partir de eso, en 2013 se crearon grupos en todo Brasil. Otra iniciativa fue Ellas en Exactas, asociada al fondo social Ellas, de Unibanco, en 2017, que organizó grupos que promueven eventos maravillosos. Uno de ellos fabrica circuitos electrónicos con material reciclado en escuelas de los suburbios de Río de Janeiro. Esos programas seleccionan a muchachas de la enseñanza media con talento para la ciencia y las orientan para su ingreso a la universidad. El grupo Meninas na Ciência [Chicas en la Ciencia] de Carolina Brito, aquí en la UFRGS, lleva la robótica a las escuelas.
¿Cómo ve usted a Brasil, en comparación con Estados Unidos y Europa?
Acá tenemos otra forma de resolver los problemas. En Estados Unidos los investigadores van cambiando de institución durante su carrera, algo que acentúa la preocupación por la familia. Allá no hay licencia por maternidad y los jardines maternales son carísimos. Hace poco, cuando participaba en un congreso en Estados Unidos, una colega física me contó que quería tener un hijo, pero no podía porque donde ella vive no hay guarderías, en un laboratorio de investigación del gobierno en medio del desierto. Sus padres viven del otro lado del país. Una de las ganadoras conmigo del Premio L’Oréal, la estadounidense Deborah Jin, se trajo a sus padres jubilados a vivir cerca de ella para que la ayudaran con sus hijos. En algunos países de Europa, tales como Portugal y España, donde se cuenta con el apoyo de la familia, la situación es un poco mejor. En Alemania, más allá de la falta de jardines de infantes, persiste el enfoque de que la mujer debe cuidar a sus hijos hasta que cumplan 2 años. En los países árabes, hay muchas mujeres en la universidad, pero el problema es la carrera. Ellas no tienen acceso a cargos.
¿Usted cree que habría progresado más rápido en la carrera si hubiera sido varón?
Ciertamente, ¡pero también hubiera progresado con mayor lentitud si no fuera tan locuaz! El género y la personalidad no deben ser tan importantes; el criterio que debería tenerse en cuenta es únicamente la capacidad. Empero, al darme cuenta de mi facilidad de palabra, de mi tenacidad y al disponer de más tiempo que otras mujeres dado que no tengo hijos ni familia, tuve una ventaja, si bien menor, que decidí utilizar para que la próxima generación de investigadoras no necesite ser tan locuaz ni varón para progresar en la carrera. Mi anhelo, como científica, es producir una ciencia mejor y más justa, con diversidad y con ideas nuevas y complementarias.
¿Qué opina al respecto del acoso moral o sexual en la universidad y en las instituciones de investigación científica?
Eso es algo de lo que se habla poco, porque recién ahora ha empezado a dársele su dimensión. Un estudio del Instituto Avon reveló que el 50% de las chicas entrevistadas en la Universidad Federal de São Carlos [UFSCar] refirieron haber padecido acoso sexual o de género. Es necesaria una diferencia jerárquica o el uso de la fuerza para reconocerlo como acoso. Pero también puede ocurrir cuando, por ejemplo, un docente o técnico es el único que sabe operar un determinado dispositivo y apela a esa circunstancia para forzar una situación de intimidad con alguna alumna que necesita los datos que provee ese aparato.
Usted misma fue objeto de acoso sexual en la década de 1990. ¿Cómo sucedió?
Fue algo horrible. Esa persona, un profesor extranjero, ya se jubiló. Yo era muy joven y siempre fui muy comunicativa. Durante un evento, le presté bastante atención y se confundió. Me dijo que tenía que dejar algo en la habitación del hotel y me atrapó. Yo reaccioné y lo pagué por años porque, naturalmente, él me aborreció por el resto de su vida. En otro evento, él dijo en una ronda de colegas: “Barbosa es perfecta, no tiene pecados”. Eso fue un mensaje. Y yo le respondí: “No, es que yo elijo muy bien mis pecados”. Él era una eminencia en mi área y, por supuesto, eso tuvo costos a nivel científico. Cuando cuento esto siempre hay alguien que piensa “¿quién la obligó a ella a acercarse al cuarto de él?”. Para muchos, la mujer siempre es la culpable. Yo no acepto eso. No tengo la culpa. Muchas mujeres han abandonado la ciencia a causa de estos cretinos. Y sabemos quiénes son. Convivimos con ellos todos los días y no podemos hacer nada porque para eso no hay una legislación.
¿Qué debería hacerse?
Debemos contar con reglas de conducta al respecto de cómo tratar a las personas dentro de la institución, con sanciones ejemplares. Ningún docente puede atormentar a una alumna. Los trastornos mentales en los alumnos de posgrado pueden agravarse no solo como resultado de las presiones de la carrera, sino también debido a la manera en que se los trata en la universidad. En otros países hay códigos de ética y de conducta. El docente sabe que no debe atender a ninguna alumna a puertas cerradas, ni tocarla, ni invitarla a tomar un café. Las reglas son exageradas, pero necesarias. Necesitamos un me too en la ciencia [en referencia al movimiento internacional contra el acoso y los ataques sexuales surgido en el medio artístico]. Aunque no haya leyes, este año ya hubo tres casos de renuncias de profesores por denuncias de acoso, en las universidades federales de Goiás [UFG] y Fluminense [UFF], que solo se produjeron porque había pruebas sólidas, tales como grabaciones, y porque los administradores fueron firmes. Aquí en la UFRGS, registramos frases machistas y discriminatorias de docentes y alumnos para mostrar que son inadmisibles. Abrimos una cuenta de correo electrónico, un e-mail, para recibir denuncias y elaboramos un cuestionario para medir el alcance del acoso sexual y moral.
Necesitamos reglas de conducta, con sanciones claras acerca de cómo tratar con las personas en un marco de diversidad
¿Qué debe hacer quien sufre el acoso de un docente en la universidad?
Debe presentar la denuncia en una comisaría y en la defensoría de la universidad, que debe iniciar un proceso administrativo disciplinario para averiguar lo ocurrido. Es importante que quien sufrió acoso reúna pruebas, tales como correos electrónicos o grabaciones, y busque al menos a otra persona que haya sido acosada, caso contrario será su palabra contra la del docente. Todavía son pocos los casos que llegan al sector que se encarga de ese tipo de denuncias, y el proceso puede durar años. Para que eso vaya más rápido se necesitan voluntad política y leyes. Mientras tanto, las mujeres se defienden de otras maneras, pasándose información entre ellas de los nombres de los docentes y empleados acosadores y evitando conversaciones y reuniones que revistan riesgos.
Como investigadora, ¿por qué se dedicó a estudiar el agua?
En 1990, al retornar luego de un posdoctorado con Michael Fisher, en la Universidad de Maryland, Estados Unidos, y convertirme en docente del Departamento de Física de la UFRGS, necesitaba escoger qué camino iba a seguir. Venía del área del estado sólido, sin nada de agua, y empecé a estudiar mezclas del tipo tensioactivo, tal como lo había hecho en Maryland. Comencé a trabajar con polímeros, ADN, todo en solución acuosa, y noté que esos sistemas generaban interrogantes interesantes y mal planteados. Todavía se tomaba al agua como un coadyuvante, si bien ya había comenzado a revelarse que podría cumplir otras funciones. En aquella época nadie del departamento se enfocaba en líquidos y monté un grupo de investigación de fluidos complejos, enfocado en los líquidos.
¿Cómo estaba conformado ese grupo?
Éramos el profesor Paulo Netz, dos doctorandos y yo. Pensé que podíamos elaborar polímeros cargados por electrolitos [sustancias con cargas eléctricas cuando están disueltas en un líquido]. Escribí algunos artículos en esa área, pero después arribé a la conclusión de que tendría que modificar el enfoque de mi investigación. En esa época surgieron algunas coincidencias. Al comienzo de 1996, durante un congreso en México, conocí a Eugene Stanley, uno de los mayores estudiosos del agua en el mundo, de la Universidad de Boston, en Estados Unidos. Y me enamoré de esa área. Otra coincidencia fue la llegada de Paulo Netz, quien había realizado un doctorado en polímeros en Alemania y todavía no había resuelto qué iba a investigar. Yo se lo sugerí y él aceptó que empecemos a estudiar el agua.
¿Y qué se proponían estudiar?
Cuando comprimíamos los sistemas de carga eléctrica, como en el caso de los polímeros, ADN y proteínas, aparecían cosas extrañas. La metodología que suponía que el agua era un medio uniforme no funcionaba. El agua se comportaba de maneras diferentes, dependiendo de la densidad de los otros materiales. Decidí abocarme al estudio del agua durante meses, para entender todo y volver a poner agua en los sistemas cargados. Esos meses ya llevan 15 años, porque hice descubrimientos interesantísimos. El agua tiene más de 70 comportamientos posibles, distintos a los de cualquier otro material, y no son comportamientos anómalos permanentemente, sino solamente bajo ciertas condiciones de presión y de temperatura.
Mi anhelo como científica es poder hacer una ciencia mejor y más justa, con diversidad e ideas novedosas
¿Cuál es el origen de esos comportamientos?
Todo radica en que el agua forma un dipolo: el átomo de oxígeno y los dos de hidrógeno conforman una unión química de tipo covalente en forma de V, con una distribución peculiar de electrones en el vértice de la V. Esto permite que las moléculas del agua se atraigan, constituyendo, en función del formato en V, hasta cuatro uniones de hidrógeno. Las uniones entre los átomos de la mayoría de las otras moléculas siempre son lineales. Mi trabajo de investigación consiste en construir modelos computacionales mínimos para entender el origen de la anomalía a partir de ingredientes muy pequeños. La anomalía más frecuente, que sirve para orientar el modelo computacional, es la de la densidad. La disminución de la temperatura provoca una reducción del volumen en casi todos los materiales, pero con el agua ocurre lo contrario: a temperaturas por debajo de los 4 ºC, ella comienza a expandirse. Cuando se congela y se transforma en hielo, se expande aún más. El hielo flota en el agua gracias a esa anomalía de la densidad, porque se torna más voluminoso y menos denso.
¿Qué es lo que más le interesó del estudio de las anomalías del agua?
En principio, fue el fenómeno de la movilidad. Había experimentos que demostraban que con el aumento de la presión, el agua en regiones muy frías, lo que se denomina agua superfría, que no se congela, se movía con mayor velocidad cuanto más se concentraban sus moléculas, algo contraintuitivo. Al fin y al cabo, cuantos más vehículos hay en el tránsito, más lento se pone. En el caso del agua no ocurre lo mismo. Descubrimos que el coeficiente de movilidad aumentaba a la par del aumento en la densidad del sistema. Otro interrogante era cuántos vecinos podía tener cada molécula de agua superfría. En condiciones de temperatura normales, el agua efectúa cuatro uniones de hidrógeno y, por lo tanto, pensamos que tendría cuatro moléculas vecinas, pero a menor temperatura esa cifra se incrementa. También pretendíamos verificar si al moverse, las uniones se rompían. En realidad no. Las cuatro uniones se mantienen incluso con la movilidad del agua. Sin embargo, en la zona de mayor movilidad había seis moléculas vecinas y no cuatro, como era de esperarse. La fuerza de la unión entre los átomos también es menor. El agua, al girar, debilita esa unión. Fue a causa del descubrimiento del mecanismo de esa anomalía en la difusión del agua que obtuve el premio de L’Oréal. Pero últimamente, cada vez que me enfoco en un nuevo problema al respecto de las propiedades del agua, veo a decenas de grupos de investigación en todo el mundo planteándose lo mismo, y con un poder computacional mucho mayor que el mío.
¿Cómo operan ustedes con esa limitación?
En lugar de trabajar con programas que exigen alta capacidad de procesamiento, comencé a desarrollar modelos mínimos. De igual forma, en lugar de trabajar con oxígeno e hidrógeno, simulo la complejidad del agua mediante esferas que representan efectivamente un tetrámero de moléculas con potencial para modelar el agua con menos poder computacional que los modelos complejos. Los científicos de otros grupos podrían decir que eso es un modelo simplista, que no representa la realidad del agua. Para rebatir esas críticas, desarrollamos modelos que representan la anomalía en la densidad y en la difusión del agua de manera satisfactoria. Con el modelo mínimo, observamos que el agua confinada en nanotubos de carbono fluye mil veces más rápido de lo que debería. Las ecuaciones de la hidrodinámica que se usaron para explicar el flujo del agua no se aplican a aquello que ocurre en los nanotubos. Pero logré reproducir ese fenómeno y explicar el resultado en mi modelo reducido, que también sirvió para dilucidar el mecanismo ulterior de la anomalía del flujo del agua.
¿Hay aplicaciones para esos estudios?
Pretendo valerme de esas propiedades del agua para desarrollar procesos más eficientes de desalinización del agua del mar. Hoy en día, los procesos de filtrado y destilación sirven para cualquier líquido. Estamos elaborando simulaciones teóricas con agua, sal y nanotubos de carbono, láminas de grafeno y membranas de disulfuro de molibdeno. Nadie pudo descubrir aún un material que funcione bien, porque la sal se adhiere a los elementos filtrantes y menoscaba su desempeño. Esa es solamente una de las aplicaciones posibles en función de una mejor comprensión de las propiedades del agua.