La importancia y la influencia de las revistas depredadoras, publicaciones que divulgan artículos a cambio de dinero sin someterlos a una evaluación calificada, se ha vuelto objeto de las investigaciones referentes a la integridad científica. Y una lista de trabajos publicados durante los últimos meses pone de relieve los esfuerzos tendientes a identificar en forma adecuada a esas publicaciones y entender su impacto sobre la comunidad científica. Dos estudios divulgados en el mes de septiembre por médicos del Instituto de Investigación del Hospital de Ottawa, en Canadá, apuntaron a establecer una definición aceptada universalmente acerca de qué es una revista depredadora. Ambos manuscritos se publicaron en el repositorio MedArxiv y están firmados por Samantha Cukier, del Centre for Journalology del instituto, un organismo creado para difundir buenas prácticas de publicación entre sus investigadores.
En uno de los estudios se mapearon 93 listas distintas de periódicos dudosos: se hallaron 53 en bancos de datos electrónicos, 30 en sitios web de universidades y 10 en videos divulgados en YouTube. Podría parecer absurdo, pero clasificar en forma segura a esos periódicos constituye un gran desafío. Si bien en todas las listas se halló contenido convergente, pudo comprobarse que solo tres de ellas habían sido elaboradas con base en trabajos empíricos. La lista más famosa fue propuesta por el bibliotecario Jeffrey Beall, de la Universidad de Colorado, en Estados Unidos, y se basa en 54 criterios diferentes que involucran prácticas equivocadas de las publicaciones, el perfil de los editores y factores relacionados con la ética y la integridad. Tal complejidad no resultó suficiente para sostener la obra de Beall, que llegó a listar más de 8 mil publicaciones y editoriales, pero fue retirada de internet por el autor ante las amenazas de denuncias judiciales. Otra lista de publicaciones dudosas, confeccionada por la empresa estadounidense Cabell International, solo disponible para suscriptores, incluye 65 criterios y explica las razones objetivas por las cuales se incluyó a cada revista, para evitar problemas en la Justicia.
El segundo trabajo del grupo canadiense apuntó a llegar a algún consenso sobre aquello que convierte a una revista en depredadora. En el marco de una conferencia sobre publicaciones fraudulentas que se llevó a cabo en abril en la Universidad de Ottawa, 45 científicos participantes respondieron a una encuesta sobre las características de esos periódicos. Hubo acuerdo en cuanto a las estrategias comerciales abusivas, tales como el envío de correos electrónicos persuasivos estimulando a cualquiera a enviar trabajos, y fallas tales como la ausencia de políticas para la retractación de artículos. En tanto, entre las características acerca de las cuales hubo amplia concordancia, pero no consenso, sobresalen que el periódico no esté asociado al Committee on Publication Ethics (Cope), un foro de editores de revistas científicas con sede en el Reino Unido que provee sugerencias sobre buenas prácticas, y el aspecto diletante del sitio web de la publicación en internet.
La dificultad para verificar incluso si los editores se encuentran vinculados a las instituciones a las que dicen pertenecer es otro factor que puede caracterizar a las revistas depredadoras, en opinión de los entrevistados. Se trata de un problema frecuente. El médico y educador Selcuk Besir Demir, investigador de la Universidad de Firat, en Turquía, publicó al final de 2018 un artículo en el periódico científico Journal of Interferometrics en el cual estudió las características de 735 revistas depredadoras presentes en la lista de Jeffrey Beall, distribuidas por 52 países. El investigador constató que, si bien la mayoría oficialmente tienen sede en países tales como India, Estados Unidos, Turquía y el Reino Unido, muchas mienten acerca de su ubicación real. En 119 de esas revistas, la dirección del Protocolo de Internet (IP) no coincidía con el país declarado. Se investigó la identidad de los editores de esas revistas y el investigador comprobó que parte de ellos existe realmente y trabaja en universidades, pero al menos 80 eran personajes ficticios. También se detectó, que la mayoría de los investigadores que publicaban en la lista de revistas evaluadas eran de países con escaso historial en investigación académica, tales como Nigeria, Turquía, Botsuana, Jordania, Malasia, Pakistán y Arabia Saudita.
¿Cuál es el impacto que causan las publicaciones fraudulentas en la comunicación científica? Un estudio elaborado por el científico de la información Richard Anderson, investigador de la Universidad de Utah, en Estados Unidos, constató que la influencia es menor, pero no debe desestimársela. Anderson evaluó hasta qué punto los artículos publicados en revistas depredadoras son mencionados en las referencias bibliográficas de trabajos científicos serios, aquellos indexados en bases de datos internacionales. Para ello seleccionó a siete publicaciones depredadoras del campo de las ciencias biomédicas y evaluó si había mención a sus artículos en las bases Web of Science, que cuenta con más de 90 millones de documentos, y Science Direct, con 15 millones de publicaciones, así como entre los 200 mil artículos que lleva publicados la revista de acceso abierto PLOS ONE. Según el autor, no quedan dudas acerca del carácter fraudulento de las publicaciones seleccionadas. Cuatro de ellas –American Journal of Medical and Biological Research, International Journal of Molecular Biology: Open Access, Austin Journal of Pharmacology and Therapeutics y American Research Journal of Biosciences– fueron reprobadas en un test llevado a cabo en 2017 que remitió a varios periódicos un artículo sin ningún sentido o base científica. El contenido del artículo en cuestión era irrisorio: versaba sobre los denominados midiclorianos, formas de vida inteligente que vivirían simbióticamente en el interior de las células de algunos seres vivos. Esas entidades microscópicas, que forman parte de la ficción de la saga La guerra de las galaxias, serían las responsables del poder de los caballeros Jedi. El autor del manuscrito era un tal Lucas McGeorge, en alusión al cineasta George Lucas. En el caso de esas cuatro revistas, el paper salió publicado sin ningún pedido de corrección. Bastó con pagar un canon.
En las conclusiones de su estudio, Anderson demostró que las publicaciones depredadoras registraron una muy escasa capacidad de “contaminar” las referencias de artículos remitidos a una verdadera evaluación por pares. En total, se registraron 100 citas en la Web of Science y ocho en el Science Direct. En el caso de PLOS ONE, hubo 17 menciones a artículos de una de las revistas depredadoras, la International Archives of Medicine, pero todas anteriores a 2014, cuando el dueño de la revista era otro y era una publicación respetada. De las siete revistas evaluadas, dos de ellas no registraron ninguna cita en las bases de datos.
“Las publicaciones depredadoras evaluadas raramente fueron citadas en publicaciones legítimas”, escribió Anderson en un texto reciente difundido en el portal The Scholarly Kitchen. El investigador ya había presentado el trabajo en el mes de julio, en el marco de la 6ª Conferencia Mundial de Integridad Científica, que se llevó a cabo en Hong Kong (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 281). La mala noticia, dice Anderson, es que parte de esas publicaciones están siendo tenidas en cuenta en trabajos científicos divulgados fuera de las grandes bases de datos. Una de las revistas evaluadas llegó a tener el 36% de sus artículos citados en algún estudio académico.
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