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CARTA DE LA EDITORA | 261

Mensajes del cielo y de la Tierra

La astronomía siempre ha fascinado a la humanidad. La conquista del espacio, entendida como la ampliación de nuestro conocimiento al respecto del Universo que habitamos es una inquietud de los científicos desde hace siglos y ha sido objeto de momentos épicos, tales como el juicio a Galileo o la llegada del hombre a la Luna.

El alborozo de los investigadores que en el mes de octubre anunciaron que habían logrado observar ondas gravitacionales y, simultáneamente, ondas electromagnéticas provenientes de una colisión entre dos estrellas de neutrones dejaba traslucir la importancia del momento. El relato de cómo fue posible esa observación, mediante una carrera con decenas de telescopios barriendo el cielo hasta detectar las señales del cataclismo que originó las ondas, adquiere ribetes épicos. Revela el éxito de la investigación colaborativa –que no por ello deja de ser competitiva– y el inicio de una nueva era en la astronomía, a la cual se alude como “multimensajera”, porque recurre al uso de diversos “mensajeros cósmicos” (ondas de diversos tipos) para obtener informaciones complementarias sobre objetos y fenómenos celestes.

La presente edición de Pesquisa FAPESP se abocó a la exploración de ese evento. Más allá del relato sobre los acontecimientos del 17 de agosto, que tuvo a su favor ciertas rachas de suerte –mientras que un observatorio de ondas gravitacionales volvía a entrar en operación, otro interrumpiría sus actividades para una pausa programada ocho días después–, el artículo de la página 18 explica aquello que efectivamente se observó y lo que eso significa en términos de avance del conocimiento. En resumen, podría significar la identificación del origen de la radiación de los rayos gamma de corta duración, detectada desde la década del 1960, y conocer cómo es el interior de las estrellas de neutrones, objetos celestes extremadamente densos y misteriosos.

Dos de las principales derivaciones de esa colisión se ponen sobre el tapete en la página 23: la producción de elementos químicos pesados y el uso de este tipo de fenómenos para la medición de distancias cósmicas y el cálculo de la tasa de expansión del Universo. Como corolario, transcribimos una entrevista realizada a Marcelle Soares-Santos, líder de uno de los grupos de investigación que exploraron el cielo en busca de señales de emisiones luminosas resultantes del choque de las estrellas de neutrones.

Esa científica no es la única brasileña destacada en ese emprendimiento. La astrofísica Claudia Mendes de Oliveira es la ideóloga del T80 Sur, un pequeño telescopio con un amplio campo visual que permite cubrir vastas áreas del firmamento en poco tiempo. El T80 Sul, instalado en Chile y construido con recursos aportados por la FAPESP, fue uno más de los casi 70 instrumentos terrestres y espaciales que observaron la emisión de radiación electromagnética derivada de ese evento.

La búsqueda de una mayor participación femenina en las ciencias exactas e ingenierías es el objetivo de las iniciativas que se relatan en la página 46. Aunque dicha empresa no se circunscribe solamente a la labor investigativa: el reportaje de la página 38 cuenta la historia de May Rubião, quien decidió legar parte de su herencia al estudio de las células madre. Rubião se graduó en letras y ciencias sociales en los primeros años de la USP, fue amiga de pintores y científicos, y una precursora en el campo de las relaciones públicas. Antes de morir, buscó a una institución sólida para que llevara adelante su proyecto, escogiendo a la FAPESP por intermedio de su expresidente, Celso Lafer. Ahora le cabe a la Fundación hacerle honor a ese notable legado, asignando los recursos a investigaciones en la frontera del conocimiento, tal como lo anhelaba ella, y acaso promoviendo otras donaciones a instituciones educativas y de investigación, algo bastante común en Europa y en Estados Unidos.

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