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Tapa

Monos cuasi hablantes

Los muriquíes, autóctonos del Bosque Atlántico, tienen una singular forma de comunicación

Louise es una de las muriquíes más agitadas en el interior de la pequeña reserva situada en las cercanías de la ciudad de Caratinga, en el norte del estado brasileño de Minas Gerais. Tiene un rostro rosado, nariz pequeña y cejas prominentes, como si hubiera sido maquillada, y es la que mantiene más encuentros amorosos con todos los monos adultos del grupo. Cutlip, conocido por su cicatriz en el labio, que le valió el nombre, era hasta que murió, el año pasado, uno de los centros de atención del grupo, frecuentemente buscado por sus compañeros para conquistar sus abrazos, en medio a constantes demostraciones de amistad.

Hace algunos años, la peculiar organización social del mono araña lanudo o muriquí (Brachyteles arachnoides) sorprendió a los propios investigadores. Estos primates, que fueron hallados durante décadas entre el sur del estado de Bahía y el estado de Paraná, pero que actualmente se encuentran aislados en remanentes de Bosque Atlántico de Minas Gerais, Río de Janeiro, Espírito Santo y São Paulo, miden hasta un metro y medio de largo, incluida la cola -son conocidos en Brasil también como monos carboneros, debido al color negro de su rostro, similar al de la gente que trabaja con carbón-, y forman comunidades que funcionan basadas en la fraternidad y el amor libre.

No es solamente Louise, sino que todas las hembras del grupo, incluso Cher, la más discreta y aislada, se cruzan con todos los machos adultos con los que viven -normalmente, éstos constituyen la tercera de los grupos, que son formados por entre 15 y 50 individuos. Cuando entran en celo, sueltan trinos, algo así como un titititi, o incluso chirridos y silbidos agudos -un sííííí-, con los cuales llaman a los machos, que se ubican cerca, esperando su turno. No hay peleas ni disputas. Los muriquíes, los mayores monos de las Américas, lograron crear una jerarquía regida por el afecto. En el centro del grupo no están los más fuertes, sino los más queridos, los que se destacan por ser los que obtienen más abrazos de sus compañeros, como Cutlip o también Irv, reconocido por sus manchas en forma de cruz en la nariz.

Pero los recientes descubrimientos sobre el lenguaje de los muriquíes son todavía más impresionantes. Cuando se desplazan por el bosque, escondiéndose entre el follaje de los árboles, y a medida en que se alejan unos de otros, estos monos se comunican de una manera que aún no ha sido registrada en ninguna otra especie de primate. Recombinan 14 elementos sonoros, que se aproximan a las vocales o consonantes del lenguaje humano, y producen una rica variedad de llamados -más largos o mas cortos, más agudos o más graves-, en medio a un proceso similar al que utilizamos para formar las palabras. Tamaña es la reorganización de esos sonidos que se tiene la impresión de que los muriquíes intentan ser inventivos: cuando se envuelven en un diálogo, raramente uno de ellos repite aquello que el otro ha dicho.

Eleonora Cavalcante Albano, investigadora del Instituto de Estudios del Lenguaje (IEL) de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp), lo asegura: estos sonidos emitidos por los muriquíes, y que han sido descritos por primera vez, forman una lenguaje natural, con un sentido social claro, puesto que ayudan a mantener la cohesión del grupo. Pero sucede que ese lenguaje pierde con relación al nuestro porque, posiblemente, no es simbólico. “Es un lenguaje indicativo de los objetos del mundo, pero todavía no se sabe si los representa”, dice la investigadora. En una situación hipotética, un muriquí logra avisarle a otro que un árbol está repleto de frutas solamente cuando se encuentra frente a uno de éstos, pero no sabe cómo contarle acerca del árbol en el que estuvo el día anterior, ni emitir un sonido específico para cada uno de los distintos tipos de árboles que conoce.

Con todo, los muriquíes son imbatibles en el vocabulario y en las recombinaciones de sonidos con relación a otras especies de primates brasileños, entre ellas el mono capuchino, el sagüí ‘leãozinho’ y el tamarino león dorado, que cuentan con una comunicación vocal probadamente compleja. La capacidad de los muriquíes para recombinar sonidos es también mayor que la de otras dos especies conocidas por la gritería que generan: el chimpancé africano y el gibón de los bosques de Indonesia y Malasia.En dos épocas diferentes -julio de 1990 y agosto de 1991-, el antropólogo Francisco Dyonísio Cardoso Mendes, investigador de la Universidad Católica de Goiás, en Goiânia, recorrió la Estación Biológica de Caratinga, un remanente de Bosque Atlántico de 9 kilómetros cuadrados, y registró todos los sonidos que pudo en 138 horas de grabación. Para el análisis de ese material, concluido al final del año pasado, Mendes aprovechó una pasantía realizada con Charles T.

Snowdon, de la Universidad de Wisconsin, EE.UU. Trabajó también con su director de tesis de maestría y doctorado, el psicólogo César Ades, investigador del Instituto de Psicología (IP) de la Universidad de São Paulo (USP), y una de las mayores autoridades nacionales en etología, la ciencia que estudia el comportamiento animal. Juntos, Mendes y Ades transformaron las grabaciones en sonogramas, especie de gráficos que muestran la frecuencia, la intensidad y la duración de los sonidos, y descubrieron que el vocabulario de los muriquíes está formado por 38 llamados vocales básicos. De éstos, 24 son utilizados en situaciones específicas: existen sonidos para juegos, y otros que son usados en el momento de abrazarse o como señal de alerta en situaciones de peligro, al margen del llanto de los hijos cuando se sienten abandonados, la convocatoria de la madre a su prole dispersa o los gruñidos de satisfacción luego de hartase de frutas.

Pero, hasta ese punto, nada distingue a los muriquíes de otros animales. “Esos sonidos ya nacen más o menos listos, al igual los ladridos de los perros, y son usados en contextos específicos”, dice Mendes.Pero los llamados de losmuriquíes al saltar de un árbol a otro eran completamente diferentes que los de los de losrelatos hechos anteriormente por otros científicos. A esta forma de comunicación, compuesta por 14 elementos sonoros, y la más común entre ellos, se la denominó intercambio secuencial, debido a una sencilla razón: un mono emite el llamado y otro responde, uno por vez, menos de 10 segundos después, casi que como en medio a un diálogo, en el que cada uno espera que el otro termine de hablar, para luego pronunciarse. De acuerdo con lo que los investigadores descubrieron, existen dos tipos básicos de llamados, dentro de esa categoría. El primero está constituido por los relinchos, bastante similares a los sonidos emitidos por las yeguas en celo o por los caballos cuando quierenanunciarse.

Lo que identifica un relincho son los elementos sonoros largos, graves y roncos, algo así como un oh-ohhh (la h representa un sonido raspado, gutural). Ese conjunto incluye sonidos cortos y agudos que, mezclados con los graves, resultan en composiciones contrastantes, algo parecido a un hoooiihhuuohh. Esos relinchos, emitidos por los animales que se encuentran más apartados, a más de 50 metros del centro del grupo, tienen un tono de enfado o protesta, y significan algo así como: “¡estoy lejos, espérenme, ustedes van muy rápido!”. El segundo grupo de sonidos básicos son los ‘stacattos’, y está formado solamente por sonidos breves y secos: i-i-ih. Los ‘stacattos’, producidos por los monos que se encuentran cerca del centro del grupo, pueden traducirse por algo así como: “tranquilos, estoy cerca”. Pero tanto en un caso como en otro, las interpretaciones son aún provisorias. “La búsqueda de los significados de los sonidos constituye un trabajo similar al de los antropólogos cuando encuentran una nueva cultura”, compara Ades.

La inventividad sonora de los muriquíes saltó a la vista con el análisis del modo por el cual éstos organizan las 14 unidades sonoras que componen los relinchos y los ‘stacattos’. En los 648 llamados grabados por Mendes, había 534 secuencias diferentes, aun considerando las repeticiones, del tipo ttptrrrtArBZ -cada letra corresponde a un elemento sonoro en una representación gráfica de la comunicación de los muriquíes (las minúsculas representan sonidos breves, y las mayúsculas, los más largos). Una vez eliminadas las redundancias, restaron 320 secuencias originales, sin repetición de fonemas, y 231 ordenes en las que los tipos de elementos sonoros se combinaban en llamados más largos o más cortos. “La producción vocal de los muriquíes es muy rica en información, al tiempo que muestra una cierta previsibilidad, resultado de un conjunto claro de reglas de organización secuencial”, comenta Ades. “Al igual que en el lenguaje humano, existen elementos sonoros que se utilizan principalmente al comienzo de los llamados, y otros, principalmente en el medio o solamente al final”, añade.

Al principio parecía que la gritería tenía una función bien clara: ayudar a los miembros del grupo a ubicarse unos con relación a los otros, evitando así perderse -lo que sería fatal, por tratarse de una especie que sabe vivir únicamente en comunidad. Sucede que en ello hay una cierta lógica: estos monos, cubiertos por el follaje y distantes a 10, 20 ó 50 metros entre sí, no se ven. Al gritar cada tanto, indican donde están, profiriendo una especie de llamado. Pero los relinchos y ‘stacattos’ son utilizados también en otras situaciones. “Los muriquíes sueltan esos llamados no solamente cuando se están desplazando, sino también cuando están descansando o cuando están comiendo, como si estuvieran conversando todo el tiempo”, dice Mendes. Los relinchos y ‘stacattos’, en tanto, son más usados por los simios adultos, y son más frecuentes a la mañana, antes de que el grupo empiece a buscar su alimento, al final de la tarde, a la hora de acomodarse en lo alto de los árboles antes de dormiro ensus encuentros con otros grupos, cuando se produce una disputa por el lugar para descansar o alimentarse.

“Si ya hubiéramos mostrado que existen sonidos específicos para cada situación y para cada tipo de interacción social, hubiera quedado demostrado que los muriquíes hablan”, comenta Ades. La recombinación de sonidos de la que estos monos se valen es precisamente el mecanismo por el cual el ser humano produce el lenguaje y los significados -claro que con un repertorio mucho más amplio en el caso humano, con 33 elementos sonoros o fonemas. Por ejemplo: las palabras loma y malo son formadas por los mismos fonemas, pero su sentido cambia de acuerdo con el orden en el que se los utiliza. Pero, “¿podrían existir reglas comunes de recombinación de sonidos entre los simios y los seres humanos?”, especula Ades. Una respuesta positiva podría aproximar a ambos universos. Pero en lo inmediato, el conocimiento acumulado puede auxiliar en los proyectos de cría o mantenimiento de la especie, que está amenazada de extinción, y de la cual quedarían menos de mil individuos.

“No se puede decir más que los seres humanos tenemos una forma de comunicación maravillosa, que es el habla, y los otros animales tienen una comunicación simple”, dice el investigador de Goiânia. Hasta hace poco, los sonidos emitidos por los primates eran vistos apenas como respuestas instintivas a situaciones de miedo, dolor o alegría, por ejemplo. Ni siquiera se pensaba que esa enigmática gritería de los muriquíes, que haciendo uso del libre ejercicio de la imaginación, podría decirse que evoca el primitivo placer de emitir sonidos, que aún experimentamos al bostezar o estornudar y provocar así un escándalo público. Se puede también hacer un abordaje estrictamente evolucionista. “Si no hay peligro, es posible exhibirse y mostrar la individualidad”, dice Ades. “Para otros animales, el producir sonidos es exponerse a los predadores.”

Mendes se muestra intrigado con los sonidos de los muriquíes desde que los escuchó por vez primera, en 1985. Por entonces, había empezado a estudiar la estructura social de estos animales, bajo la orientación conjunta de Ades y de la primatóloga Karen Strier, de la Universidad de Wisconsin, Estados Unidos. Strier, una pionera en el estudio de esta especie, con la que trabaja desde 1982, fue quien clasificó a los animales y le enseñó a Mendes a identificar a cada uno de ellos por el color del pelaje, por su forma y por las pecas del rostro. De tanto observarlos, Mendes aprendió también a distinguir a cada mono de acuerdo con su temperamento -los hay más quietos o más revoltosos, más sociales o más aislados. Mendes descubrió rápidamente que estaba ante la más pacífica especie de primate estudiada hasta ese momento. Los muriquíes no se molestan por compartir los árboles para comer o descansar con los miembros del mismo grupo. “Los grupos se organizan por medio del contacto amistoso, no por el poder”, comenta el investigador, con base en las 990 horas de observación de ese etapa del trabajo. El comportamiento pacífico puede explicarse, al menos en parte, por el hecho de que los machos son generalmente parientes entre sí, ya que éstos permanecen en el mismo grupo en el que nacieron. Muy raramente se pelean, aun cuando una de las formas predilectas de las crías para ocupar el tiempo es provocándose: viven persiguiéndose, haciéndose cosquillas o tirándose de la pierna y el brazo unos a otros.

Aun cuando son adultos, los muriquíes intercambian frecuentes abrazos: uno cada dos horas y media en promedio, y esos abrazos pueden durar algunos minutos. A veces, cinco o seis monos se abrazan, colgados de las ramas apenaspor la cola.A diferencia de lo que sucede con otras especiesde primates, los machos parecen no disputarse a las hembras, que, cuando entran en celo, brindan atención a todos. Sin embargo, los científicos creen que puede existir una competencia de esperma: cuanto mayor es la cantidad de esperma producido, mayor es la probabilidad de fecundar a la hembra. Esa hipótesis cobra fuerza debido al aventajado porte de los testículos de los muriquíes, de unos 20 centímetros de longitud, y de su eyaculación abundante, a punto tal de escurrirse por entre los árboles, a 15 metros de altura, y llegar al suelo luego de la cópula. El hecho de que las hembras se crucen con tantos compañeros hace que ningún muriquí macho sepa cuáles son efectivamente sus hijos. Y los hijos, a su vez, tampoco saben quién es su padre. Pero eso parece no importarles demasiado.

Un don Juan y su harén

En una línea de investigación iniciada hace diez años, César Ades analiza las diferencias de comportamiento entre dos grupos de animales con un probable origen común, pero que actualmente tienen estilos de vida muy diferentes. Uno es el cuis (Cavia aperea), un animal de vida libre, de 25 centímetros de largo como máximo, y que habita toda América del Sur. El otro es la cobaya o conejillo de Indias (Cavia porcellus), domesticado hace alrededor de 6 mil años en los Andes peruanos, en un proceso en el que puede haber adquirido o perdido habilidades, en una forma análoga a la del perro, a partir del momento en que su ancestral, el lobo, se aproximó a un campamento hace alrededor de 15 mil años y descubrió que podría recibir alimento en lugar de cazar. Patrícia Ferreira Monticelli, una alumna de doctorado de César Ades, verificó que el apareamiento de las cobayas es un ritual más demorado y animado que el de los cuises. Acercándose a la hembra, el conejillo macho inicia un baile: la “rumba”, en el que mece la parte trasera del cuerpo, y profiere un sonido largo, un pruu-uugg-es el llamado de corte, por medio del cual procura atraer a la hembra.

Luego el macho corre detrás de la hembra, que responde a su aproximación corriendo y soltando grititos: iic! El cuis, en tanto, parece tener prisa: baila una “rumba” entrecortada por una postura de alerta, y su chamado es más bajo, algo así como un prug-prug. “El cuis la corteja y, al mismo tiempo, está mirando en derredor”, dice Patrícia. “Reacciona instantáneamente ante cualquier ruido extraño que pueda escuchar mientras está con la hembra, produciendo incluso un llamado especial de alerta, que suena como un deggg.” La domesticación puede haber liberalizado el comportamiento reproductivo. “El macho de cobaya corteja a la hembra de cuis frecuentemente, pero un cuis macho muy raro vez corteja a una cobaya hembra”, dice Ades. “La obsesión reproductiva de la cobaya es mucho mayor. El macho corteja a la hembra permanentemente, aun cuando ésta se encuentra fuera del período reproductivo”. Tanto el macho de cobaya como el cuis macho participan muy poco de los cuidados de las crías. Puede incluso haber rivalidad entre una cría macho y su padre. Con un mes de edad, las crías de conejillos de Indias empiezan a ser golpeadas por los padres si se aventuran a cortejar a las hembras, incluidas la madre y las hermanas, pese a que aún no son capaces de aparearse.

Cuando llegan a adultos, los machos forman harenes de seis o siete hembras -y tienen sus predilectas. La especie domesticada es más flexible en su organización social que la otra. “Entre las cobayas, cuando aumenta la densidad poblacional, los animales se dividen en subgrupos: cada macho con sus hembras, y cada uno respeta el territorio de los otros”, comenta el investigador. “Los cuises son mucho menos tolerantes y no forman subgrupos.”Entre los roedores, los conejillos de Indias y los cuises tienen uno dos repertorios vocales más ricos, compuestos por 12 llamados diferentes, incluyendo gritos de dolor y de defensa, las alarmas frente al peligro y elshut-shut-shut que emiten permanentemente cuando están en grupo. Las crías que se pierden de su madre sueltan un silbido: uiic, uiic, uiic muy alto y repetitivo, merced al cual logran regresar al grupo. El equipo de César Ades descubrió que este silbido contiene lo que se denomina firma vocal, con características que distinguen a una cría de las otras, y podría permitir el reconocimiento por parte de la madre.

“El reconocimiento de la prole es una necesidad biológica crucial”, comenta el investigador. “En la naturaleza, si una madre no reconoce a su propia cría, está sujeta a desperdiciar su tiempo protegiendo a otras crías o alimentándolas, en detrimento de las suyas”. En su doctorado, concluido el año pasado, Rosana Suemi Tokumaru, que ha sido contratada por la Universidad Federal de Espírito Santo (UFES), comprobó experimentalmente que las hembras de cobayas reconocen a sus crías de acuerdo con el olor de cada una de éstas, y pasan más tiempo cerca de éstas que de las crías de otras madres. Suemi quiso verificar si las madres reconocerían a sus crías de lejos únicamente por medio del silbido de separación. Primeramente creó una situación de aprendizaje, en la cual las madres escuchaban repetidamente el silbido de una de sus crías, que entraba en contacto con ella tras el llamado. Posteriormente, en otra situación, una madre debía escoger entre una grabación del silbido de su propia cría y una de una cría ajena. Pero las madres no distinguieron los llamados y se dirigían tanto a una como a otra.

“El silbido de la separación de la cría no se desarrolló en función del reconocimiento materno”, observa Ades. “El llamado de la cría funciona porque la madre normalmente está cerca y también porque los adultos del grupo son benevolentes con relación a las crías, pues incluso sirven de puntos de seguridad”. Algo así como un niño que se ha perdido en un shopping center y se siente amparado por el solo hecho de que alguien le brinde atención, aun cuando no es su madre. La benevolencia es tanta que, como comprobó Adriana Toyoda Tokamatsu, en un trabajo que todavía no ha finalizado, es común que las madres que están amamantando permitan a las crías ajenas el acceso a su leche. Puede ser otro rasgo de la domesticación.

El Proyecto
1. Comunicación Vocal en Mamíferos Neotropicales (99/04680-7); Modalidad: Línea regular de auxilio a la investigación; Coordinador; César Ades – Instituto de Psicología-USP; Inversión: R$ 37.954,34

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