Revolucionario. Así era como Monteiro Lobato (1882-1948) al rondar sus 60 años, considerado a la sazón el autor brasileño más importante de la literatura infantil, aludía sin ninguna modestia a su propia actividad como editor, entre 1918 y 1927. Y esa autocalificación hizo escuela: el adjetivo fue reproducido numerosas veces, incluso por su principal biógrafo, Edgard Cavalheiro, autor de Monteiro Lobato: Vida e obra (1955), el primero que reconstruyó detalladamente su labor en esa actividad. Ahora, con base en documentos inéditos hasta hace poco, ese aspecto de su imagen vuelve al centro del debate. “Todos los trabajos que lo presentan como un editor con gran capacidad de innovación tenían como fuente principal lo que el propio Lobato decía acerca de sí mismo”, dice Cilza Bignotto, docente de teoría literaria y literatura brasileña en la Universidad Federal de Ouro Preto (Ufop). En el libro intitulado Figuras de autor, figuras de editor (editorial Unesp, 2018), al revisar la historia empresarial de Monteiro Lobato, analiza cuál fue su dimensión transformadora.
“Monteiro Lobato debe en efecto ser recordado como uno de los grandes editores brasileños, como alguien que renovó muchas de las prácticas por ese entonces existentes”, analiza la investigadora. Uno de sus logros, tal como Bignotto procura demostrar, fue el establecimiento de una red de distribución que transformaría el mercado editorial en Brasil. Monteiro Lobato, quien ya al comienzo de los años 1920 distribuía sus libros en localidades de todo el país, incluso en lo que entonces era el territorio del Acre, reivindicaba para sí la creación de esa red, a partir de lo que él denominó, en una entrevista que le concedió a la revista Leitura, en 1943, como una “resolución revolucionaria”: el envío de una carta a conocidos suyos y alcaldes de otras ciudades solicitándoles que les recomendaran a comerciantes que pudieran exhibir libros en sus establecimientos y que aceptaran venderlos en consignación. “Un negocio redondo”, prometía el editor, quien no hacía distinciones entre libreros, carniceros y otros comerciantes, y afirmaba que de esa manera había conseguido más de mil puntos de venta, superando así con creces las dificultades para hacer que los libros llegaran a los brasileños interesados en leerlos.
El episodio ha sido tratado por biógrafos y otros estudiosos, que mencionan la importancia de la correspondencia –cuyo paradero sigue siendo desconocido– para los destinos del mercado editorial brasileño. “Las cartas constituyen un documento que hasta ahora, nadie ha podido hallar”, subraya Bignotto, quien está dedicada al universo lobatiano desde la década de 1990 y es una de las responsables de la creación del Fondo Monteiro Lobato en el Centro de Documentación Alexandre Eulálio de la Universidad de Campinas (Cedae-Unicamp). Bignotto muestra cómo se estructuró el comercio de libros a partir de una estructura existente, que Monteiro Lobato amplió, principalmente a partir del contacto con hombres de las letras y cuya base era la Revista do Brasil, de la cual estuvo a cargo de su edición entre 1918 y 1925. Escritores de distintas regiones del país vendían suscripciones de esa publicación, garantizando así la circulación de un vehículo que podía, eventualmente, divulgar sus trabajos. Monteiro Lobato, a su vez, “beneficiaba con la publicación de artículos a aquellos escritores que lo ayudaban a vender la revista”, escribe la investigadora. Cuando la Revista do Brasil dejó de ser solamente el título del periódico para convertirse en la editorial homónima, fue gracias esos hombres que los libros se difundieron por el país.
Para la reconstrucción de la actividad editorial del escritor, organizada jurídicamente en cinco empresas a lo largo de los nueve años que duró el emprendimiento, Bignotto se valió no solo de las cartas y declaraciones publicadas en periódicos, sino también del proceso judicial referente a la quiebra de la Companhia Graphico-Editora Monteiro Lobato, que se tramitó entre 1925 y 1927 y que aún no había sido estudiada en forma integral por otro investigador. Ella analizó datos de tirajes, pagos de derechos de autor, documentos referentes a la contratación de autores, registros de ventas al gobierno y pormenores diarios del proceso de producción. A partir de los contratos y de la correspondencia intercambiada con otros autores acerca de las condiciones de publicación, emerge un profesional comprometido con la difusión de las obras, la rendición de cuentas y el pago de derechos de autor.
La actividad comercial de Monteiro Lobato, aclamada en textos de la época, era exaltada como una “gran máquina de vender libros” y a él se lo identificaba como “el padre del libro para las masas”. Monteiro Lobato sigue siendo reconocido como un precursor en la historia editorial brasileña, cuyas prácticas renovó, dice Bignotto. “Pero denominarlo ‘revolucionario’ resulta temerario, sostiene la investigadora, “porque así parecería que antes de él no hubo editores que realizaran esfuerzos similares”. La primera parte de Figuras de autor, figuras de editor hace hincapié en algunos de esos editores y en sus semejanzas con Monteiro Lobato, tales como Francisco de Paula Brito (1809-1861), quien intentó establecer una red nacional de distribución, y Baptiste-Louis Garnier (1823-1893), un francés radicado en Brasil que habría fomentado la profesionalización de los escritores. El libro reconstruye la historia editorial brasileña desde la instalación de la Prensa Real, en 1808, por la familia real portuguesa, hasta el comienzo del siglo XX, cuando la generación de Monteiro Lobato inició la modernización de la industria editorial brasileña.
“Monteiro Lobato es una figura singular, pero no única. Forma parte de un proceso de modernización del cual tal vez fuera, en aquel momento, el ápice, dado que se abocó al mercado editorial de una manera que muchos otros no lo hicieron”, dice el sociólogo Enio Passiani, docente en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS). Autor de Na trilha do Jeca: Monteiro Lobato, o público leitor e a formação do campo (Editorial Edusp, 2003), él atribuye, en parte a la capacidad de autopromoción del escritor, el mito de Monteiro Lobato como “pionero de las editoriales nacionales”, pero también resalta el gran prestigio del cual disfrutaba al comienzo de la década de 1920: “Monteiro Lobato fue un editor exitoso porque era un autor famoso. Su práctica editorial sacó provecho de toda la red de relaciones e influencia que él había obtenido como uno de los escritores más importantes de aquella época”.
La actividad de Monteiro Lobato como editor, que comenzó en 1918 con la publicación de O Sací Pererê: Resultado de um inquérito, de su autoría personal, y finalizó en 1927, cuando asumió el cargo de agregado comercial en el consulado brasileño en Nueva York, estuvo signada por una serie de reveses. “Intentó triunfar toda su vida y más de una vez fracasó. Monteiro Lobato acumuló infortunios en la vida”, dice Marisa Lajolo, docente de la Unicamp y de la Universidad Presbiteriana Mackenzie, y coordinadora del proyecto de investigación intitulado “Monteiro Lobato (1882-1948) y otros modernismos brasileños”.
Eso es particularmente real en cuanto a la Companhia Graphico-Editora Monteiro Lobato, fundada cuando el editor, preocupado por asegurar la calidad gráfica de las ediciones, importó máquinas y montó una imprenta tipográfica. No pasó mucho tiempo para que los cambios en la política económica del país condujeran a un aumento sustancial de su deuda y posteriormente a la crisis que derivaría en la quiebra. Sus actividades se vieron afectadas por dificultades en la producción, generadas por la Revolución Tenentista de 1924 en São Paulo, la sequía que sobrevino al año siguiente, que cortó el suministro de energía eléctrica en la ciudad, y el boicot del gobierno al catálogo de la editorial, luego de que Monteiro Lobato criticara públicamente las medidas tomadas por el presidente Artur Bernardes (1922-1926).
El editor se mantuvo activo hasta 1929, gracias a la fundación de la Companhia Editora Nacional, que se convertiría, en manos de su socio Octalles Marcondes Ferreira (1900-1973), en la mayor editorial del país entre las décadas de 1940 y 1970. Aunque su socio era el responsable comercial de la empresa, el pedido de quiebra lo presentó Monteiro Lobato, durante un período de ausencia de Ferreira. En declaraciones posteriores, el administrador diría que la situación podría haber sido subsanada sin necesidad de tomar una resolución tan drástica.
“A Monteiro Lobato le faltaba olfato comercial, pero en muchos aspectos él tenía noción de mercado”, dice Passiani. En 1920, la firma Monteiro Lobato & Cia., según su propio ranking, ocupaba el sexto puesto en tiraje de obras, con 56 mil ejemplares vendidos, con 28 de las 48 obras lanzadas en el país entre 1920 y 1922 editadas por la empresa. Las prácticas que adoptó Monteiro Lobato siguen en boga, tales como el uso de tapas coloridas –algo hasta entonces reservado fundamentalmente a la literatura de escaso valor–, la publicación de principiantes, la apuesta a novelas populares y las ventas al gobierno con miras, sobre todo, a mantener la salud financiera de la empresa. “Casos tales como, por ejemplo, el de Narizinho arrebitado, la versión escolar de A menina do narizinho arrebitado, del propio Monteiro Lobato, que se adoptó como libro de lectura en las escuelas del estado de São Paulo, colaboraron para sostener su actividad editorial”, dice el diseñador Didier Dias de Moraes, quien desarrolló una investigación en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de São Paulo sobre el diseño del libro didáctico de la Companhia Editora Nacional (1926-1980).
Las publicaciones que cambiaron la literatura infantil brasileña también surgieron, en parte, a partir de esa perspectiva comercial del editor. En una época en la cual los niños tan solo disponían de libros que preconizaban la educación moral y cívica, y obras extranjeras traducidas, Monteiro Lobato detectó la ausencia de cierto tipo de producción: “El mercado editorial no ofrecía el tipo de libro que a él le gustaría leerle a un niño”, explica Bignotto, “entonces decidió escribir”. Desde la primera versión de A menina do narizinho arrebitado, de 1920, hasta el proceso de quiebra, Monteiro Lobato & Cia. publicó ocho títulos de su autoría, a los cuales se sumaría una serie de otros autores, acumulando casi 200 ediciones y reediciones hasta la muerte de Monteiro Lobato, según un estudio llevado a cabo en el marco del proyecto coordinado por Lajolo.
Su meta como escritor, sin embargo, no eran solamente las ventas: “Era un gran autor, con un proyecto estético bien definido y que, entre otros aspectos, buscaba valorar la cultura nacional”, dice Bignotto, recordando el carácter esencialmente brasileño de los relatos que describían la vida en el rancho del pájaro amarillo (Sítio do Pica-Pau Amarelo, otra de sus obras famosas). Para Jorge Coli, historiador del arte y docente de la Unicamp, “sus libros infantiles introducen un poderoso instrumento crítico en el pensamiento de los niños. Él los anima contra cualquier afirmación con la que puedan discordar, incluso viniendo del propio autor. Les enseña a desconfiar de todo enunciado taxativo, impone un análisis”. Cabe recordar que aquella era una época en la que las obras disponibles estaban dedicadas a prescribirles comportamientos a los niños.
La profesora Lajolo, quien planificó Monteiro Lobato livro a livro: Obra infantil (editorial Unesp, 2008), afirma que Monteiro Lobato fue el creador de una literatura irreverente, basada en la imaginación y en un enfoque crítico de la sociedad brasileña. La investigadora también destaca “la precocidad” con la que el editor percibió “la enorme importancia del mercado de libros infantiles y juveniles”: “Más allá de explotar ciertos contenidos, él también es un precursor de la profesionalización de ese tipo de literatura”, añade Lajolo. Si el mercado actual está formado por autores que sacan provecho de los libros para jóvenes y niños, eso es gracias a la obra de Monteiro Lobato, argumenta Lajolo. En ese sentido, ciertamente fue un revolucionario.
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