Fútbol y política parecen terrenos fértiles para el extremismo. Un típico fanático de Corinthians jamás saldría a la calle con una camiseta de São Paulo o de Palmeiras, así como quien siempre simpatizó con los liberales ciertamente se recusaría a dar su voto a un conservador. Con la intención de entender cómo surgen y se propagan las opiniones polarizadas, el físico André Cavalcanti Rocha Martins, de la Universidad de São Paulo (USP), buscó inspiración en el mundo de las partículas atómicas para crear un programa de computadora capaz de representar, aunque de modo simplificado, cómo las personas interactúan e intercambian ideas en una comunidad. Por medio de su modelo computacional, Martins llegó a la curiosa constatación de que el radicalismo puede prevalecer en un grupo hasta cuando las personas tienden inicialmente a presentar ideas moderadas.
Investigador de la Escuela de Artes, Ciencias y Humanidades de la USP, Martins desarrolló su programa a partir de propiedades de la mecánica estadística, la parte de la física que trata de la asociación entre fenómenos en escala microscópica con fenómenos en escala macroscópica. Más específicamente, él simuló el intercambio de informaciones entre las personas de una comunidad tomando como base un modelo de cómo partículas elementales “como os electrones” se comportan en un campo magnético.
Una de las características que pueden ser estudiadas durante la interacción entre esas partículas es el llamado spin, que puede ser caracterizado, a grosso modo, como el sentido de rotación de los electrones (a favor de las manecillas del reloj o en sentido contrario a las manecillas del reloj). “Cuando se estudia un puñado de electrones, una aproximación razonable es considerar que algunos pueden girar en el sentido de las manecillas del reloj, mientras que otros ruedan en sentido contrario. Cada partícula de la muestra interactúa con sus vecinas e, influenciada por el spin de ellas y por campos magnéticos, acaba cambiando el suyo”, explica Martins.
Descrito así, el proceso no parece muy diferente de la manera como una determinada opinión se disemina en un grupo de personas. Y es así que funciona la mayor parte de los modelos matemáticos desarrollados para explicar ese tipo de situación. Los modelos llamados binarios permitirían a las personas expresar solamente una de dos opiniones, en general, opuestas y mutuamente excluyentes: sí o no o hasta “soy fanático del Corinthians o soy fanático del São Paulo”. Ya en los llamados modelos continuos las opiniones son representadas por una medida, usualmente cualquier valor entre 0% y 100%, que representa la opinión de un individuo. En el ejemplo futbolístico, sería como si una persona fuera fanática preferentemente del Corinthians, pero también pudiera tener una cierta simpatía por el São Paulo.
Al crear su propio modelo, Martins decidió perfeccionarlo sumando algún grado de incertidumbre: la opinión de las personas es representada por una probabilidad entre dos opciones – Corinthians y São Paulo -, pero la opinión verdadera no es revelada para quien está cerca. “En mi modelo, tengo una opinión probabilística, pero no muestro esa incertidumbre a mis vecinos. Si la probabilidad de que alguien tenga una opinión fuera mayor que un 50%, esa persona interactúa con los vecinos mostrando su elección preferencial. Si fuera menor que un 50%, ella revela la opinión contraria”, explica Martins.
La sorpresa vino cuando él colocó su programa para rodar millares de veces seguidas. Independientemente de la opinión inicial de cada individuo, la tendencia predominante era que surgieran grupos extremistas, con opiniones opuestas. O sea, no importaba mucho si los individuos comenzaban todos con un juicio neutro y no fuera fanático ni del São Paulo ni del Corinthians. Al interactuar con el grupo, las opiniones se consolidaban y se volvían cada vez más difíciles de ser alteradas, como si la mayor parte de aquella población pasase a integrar grupos de fanáticos de uno de los dos equipos – y solamente unos pocos mantuviesen una posición más moderada. En la pantalla de la computadora, Martins veía una mezcla inicial de puntos negros y blancos transformándose en grandes manchas bien definidas: negras o blancas. “Las opiniones fueron reforzándose y comenzaron a surgir grupos en que todos pensaban de la misma manera”, afirma Martins, que esperaba una influencia más importante de las condiciones iniciales del sistema sobre el resultado final.
De lo contrario
El físico, que describe esos resultados en un artículo que va a ser publicado en breve en el International Journal of Modern Physics C, es el primero en reconocer las limitaciones del modelo para simular lo que sucede en el mundo real. Un elemento que no fue incorporado a la simulación son los llamados contrarios – individuos que son textualmente de lo contrario, que insisten en adoptar siempre la opinión opuesta a la de los vecinos. “En ese modelo, los agentes aún son extremamente simples. Ninguno de ellos es realista”, afirma Martins. El resultado, sin embargo, muestra que a partir de reglas simples sobre el comportamiento de partículas atómicas es posible sacar conclusiones sobre el comportamiento del mundo macroscópico. “Así como no es necesario saber la posición de todas las moléculas en un vaso con agua para medir la temperatura del líquido, no es necesario saber la opinión de cada individuo de un grupo para predecir como los grupos piensan”, dice.
Una de las presuposiciones curiosas del trabajo, que puede representar bien lo que sucede en situaciones reales, es que los individuos interactuaban de forma más intensa y constante con grupos locales – o sea, con los vecinos. Ahí está un posible suelo fértil para el surgimiento del extremismo, sugiere el físico: “Esos grupos locales sólo intercambian opiniones entre ellos, se quedan medio cerrados, aunque que en los extremos pueda haber interacción con otros grupos”.
Para Martins, no es sorprendente que sólo ahora las ciencias naturales hayan comenzado a intentar enfrentar problemas vinculados al comportamiento social humano. “No se puede negar que son cuestiones más difíciles. Está claro que es más fácil describir el comportamiento de un átomo que el de un ser humano”, afirma. “Habrá a quien no le guste el modelo simplemente porque él usa matemáticas. El hecho es que nuestra área y las ciencias humanas necesitan conversar más”, dice Martins. Para él, especialistas como sociólogos podrían traer contribuciones valiosas a este tipo de modelado, creando representaciones más realistas de las interacciones sociales en gran escala o del comportamiento humano. El físico, además, participa del Grupo Interdisciplinario de Física de la Información y Economía (Grife) de la USP, volcado para promover la interacción entre esas áreas. “Queremos ver, por ejemplo, lo que resultados como esos pueden decir sobre la dinámica del mercado”, cuenta.
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