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Entrevista

Nosotros y los monos

El director del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva investiga qué es lo que nos hace diferentes al chimpancé

EDUARDO CESARPääbo: el cerebro puede esconder las distinciones entre ambas especies EDUARDO CESAR

Uno de los directores del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, Alemania, Svante Pääbo se encuentra entre los más importantes e influyentes científicos de la investigación genómica. Con su vocación multidisciplinaria, este sueco de 45 años y maneras tímidas también estudió, en la época de la facultad, historia de la ciencia, egiptología y ruso, antes de transformarse en una referencia en el área de biología y genética evolutiva. Algunos de sus trabajos recientes, que comparan fragmentos de ADN humano con el de otras especies, produjeron un gran impacto. En 1997, estudios llevados a cabo por un equipo dirigido por Pääbo comprobaron de manera definitiva que el ser humano no desciende del hombre de Neanderthal, especie de homínido extinguida hace cerca de 30 mil años.

Cuando estuvo en Brasil al final de marzo pasado para participar de la Brazilian International Genome Conference, Pääbo habló sobre las investigaciones desarrolladas en el Instituto Max Planck que compararon el ADN humano con el del chimpancé (Pan troglodytes), la especie animal cuyo material genético más se asemeja al del Homo sapiens. Aun sin tener en manos la secuencia completa del genoma de dicho primate – proyecto todavía cercado de incertidumbre y sin fecha ni financiación para ser concluido –, los científicos estiman que el orden de los nucleótidos (bases) presentes en los ADNs del hombre y del chimpancé es idéntico en alrededor del 99% de los casos. En términos constitutivos, por tanto, apenas un 1% del código genético humano parece ser diferente del genoma de dicho mono. No obstante, para Pääbo, lo que nos hace humanos – y no chimpancés – no es solamente esa pequeña fracción de ADN no compartida con los primates  más próximos a nosotros, sino y fundamentalmente la manera única y peculiar del Homo sapiens de usar los genes comunes a ambas especies.

En un experimento realizado en el Instituto Max Planck, el investigador analizó el patrón de expresión de 20 mil genes – dos tercios de nuestro total – en la sangre y en tejidos del cerebro y el hígado del hombre y del chimpancé. Diferencias significativas en la manera de utilizar dichos genes se encontraron solamente en los tejidos cerebrales. Por eso el biólogo evolutivo cree que ese órgano es el depositario de los secretos que nos hacen humanos. Para desarrollar esa teoría y eventualmente comprobarla, Pääbo pretendería que el secuenciamiento del genoma del chimpancé fuera llevado adelante lo más pronto posible. “La lentitud de la comunidad científica para dar apoyo a la idea de un proyecto genoma del chimpancé quizás se deba a una incomodidad subconsciente de nuestra parte ante lo que pueda surgir de dichas comparaciones”, dijo el investigador sueco, en entrevista exclusiva con el periodista Marcos Pivetta.

¿Desde el punto de vista genético, no es posible decir qué es lo que nos hace humanos y no chimpancés?
— Todavía no. Necesitamos secuenciar el genoma del chimpancé, que tendrá que ser estudiado a partir de una perspectiva funcional, para saber cuántos de sus genes son utilizados y cómo son. Lo ideal sería realizar este tipo de análisis durante el proceso de desarrollo de un chimpancé, cosa que tal vez no sea posible. Me gustaría estudiar la expresión de los genes durante el desarrollo del cerebro de uno de esos animales. Es posible que, incluso al final de esas investigaciones a las que me referí, nunca tengamos un entendimiento completo de todo el proceso que nos hace humanos, pero podremos tener alguna idea sobre los fundamentos de este proceso. Podremos tener una noción sobre los primeros pasos, los prerrequisitos genéticos que nos hacen diferentes a todas las otras especies. No obstante, no se puede olvidar que la condición humana, al margen de depender de la carga genética, también está vinculadas a factores culturales y de socialización. Hay muchas cosas que nos hacen humanos: la morfología, cómo somos desde el punto de vista de la apariencia, la lengua y otras habilidades cognitivas que no están muy bien definidas. Me daré por contento se durante mi vida una o dos de esas cuestiones son develadas. Pero la primatología nos muestra que muchas de las supuestas diferencias absolutas entre el hombre y el chimpancé son en realidad distinciones de gradación.

¿Cómo es eso?
— Voy a dar algunos ejemplos. Hace algunos años, un estudio científico mostró que grupos vecinos de chimpancés viviendo en un mismo lugar se alimentaban de forma diferente. Eran todos chimpancés, comiendo la misma comida (ramas de los árboles), pero de manera distinta. Claramente, lo que sucedió en ese lugar fue lo siguiente: algún chimpancé inventó una forma diferente – más eficiente – de comer, que fue adoptada por los otros miembros del grupo y, después, transmitida de generación en generación. Algo similar ocurre con los humanos. En un lugar del planeta, el 100% usa palitos para comer. En otro, el 100% de las personas come con tenedor y cuchillo. Son casos distintos de evolución cultural. Lógicamente, la evolución humana es más compleja (que la de los chimpancé).

¿En qué sentido?
— En el sentido de que cambia más rápidamente. Pero eso muestra que ésta no es una diferencia absoluta entre ambas especies. Lo mismo ocurre con el lenguaje. Los chimpancés pueden aprender mucho. Pueden pronunciar una palabra, incluso juntar dos palabras. Pero aun siendo muy entrenados, no van a dominar nuestro lenguaje sofisticado. Pero eso no quiere decir que la lengua sea una diferencia absoluta entre el hombre y el chimpancé. Es nuevamente otro tipo de diferencia de gradación. Este tipo de cosas usted las aprende cuando comienza a estudiar a fondo a los chimpancés.

Actualmente, teniendo en manos dos fragmentos de ADN, uno de un ser humano y otro de un chimpancé, ¿es posible detectar el origen de cada una de esas secuencias?
— No, no es posible, porque muy similares. Sin una vasta información sobre las variaciones de ese pedazo de ADN no es posible decir si el mismo es de un hombre o de un chimpancé. Esos dos fragmentos podrían ser de una sola especie.

¿El número de genes de los chimpancés sería similar al de los humanos?
— Seguramente, el número de genes en los chimpancés debe ser muy próximo a  encontrado en los humanos. Puede haber algunos genes duplicados o perdidos. Pero hasta ahora, los 5 mil cADNs (copia complementaria de ADN original) de chimpancé secuenciados tuvieron su correspondiente en las cADNs de humanos.

En términos evolutivos, ¿representa alguna diferencia que el ser humano tenga 30 mil o 60 mil genes?
— Creo que no. Cuando se divulgó la secuencia del genoma humano, se dijo que los 30 mil genes eran una señal de la complejidad con la cuál usamos esos genes. Pero si tuviéramos 60 mil genes, eso no quiere decir que no seríamos complejos.

¿Existe algún plazo para terminar el genoma del chimpancé?
— No. No se sabe con seguridad ni siquiera quién hará todo el trabajo. A menos que surja alguien con dinero, ese proyecto – que debe costar cerca de 60 millones de dólares – demorará años para ser terminado. Hay en este momento una iniciativa en marcha en Japón sobre el genoma del chimpancé. En breve habrá dinero proveniente de Japón y de Alemania para secuenciar los cromosomas 22 y 23 del chimpancé, que corresponden a los de números 21 y 22 en el hombre.

¿Por qué usted dice que el secuenciamiento del genoma del chimpancé va lento debido a un recelo frente a las comparaciones y conclusiones que pueden surgir de ello?
— Para quien es un cristiano fervoroso, que cree que la creación descrita palabra por palabra en la Biblia es verdadera, ver que los chimpancés son tan próximos a nosotros es una conclusión perturbadora. En Estados Unidos, eso puede ser un tema importante. Las diferencias entre el hombre y los grandes monos pueden revelar los fundamentos genéticos de nuestra rápida evolución cultural y expansión geográfica, que comenzó hace entre 150 mil y 50 mil años y nos llevó a nuestra actual dominación autoritaria de la Tierra. La percepción de que uno o algunos accidentes genéticos hicieron que la historia humana fuera posible va a permitirnos un nuevo conjunto de indagaciones filosóficas sobre las cuales tendremos que pensar.

¿El estudio comparativo de los genomas del hombre y de otras especies nos llevará entonces a una revisión de la historia de nuestra especie?
— Probablemente, no tendremos que reescribirla, pero tendremos una especie de historia adicional, un tipo de historia genómica. Vamos a poder decir cómo está distribuido en el mundo nuestro genoma, cómo somos diferentes a nuestros parientes más próximos en el planeta. Vamos tener una historia adicional, diferente de la de la fuentes escritas y del material arqueológico y paleontológico. Es importante resaltar que la historia genética no es la historia de la humanidad, sino apenas un aspecto de ella.

¿Cual sería la mayor contribución de los estudios genómicos para esa nueva forma de historia?
— En un cierto sentido, ellos nos darán una forma más objetiva de ver nuestra historia genética. Pueden producir buenos insights sobre cómo pensamos nuestra especie. Un ejemplo de este tipo de insight es el resultado de trabajos como el de Sérgio Danilo Pena (investigador de la Universidad Federal de Minas Gerais). Pena mostró que, a pesar de que muchos brasileños se dicen blancos, su genoma puede ser mayoritariamente de origen africano.

¿La gente todavía se sorprende con los orígenes africanos de la humanidad?
— En el fondo, la información proveniente del estudio de los genomas y de la ciencia en general no va a acabar con el racismo o los prejuicios. Lo máximo que la información puede hacer es no estimular este tipo de sentimiento y mostrar cómo son las cosas. Creo que es saludable ver que somos todos muy parecidos, que somos una mezcla, que existe poca variación. Eso contribuirá a mostrar que somos todos muy semejantes, pero no va a acabar con los prejuicios. La lucha contra los prejuicios tiene más que ver con políticas públicas, con la forma en la que se educa a la gente en las escuelas, con la manera que la prensa trata el tema.

Entre os seres humanos, ¿tiene sentido el concepto de raza?
— No tiene sentido desde el punto de vista científico. Siempre supimos que la noción de raza nunca tuvo sentido. Encontramos las mismas secuencias de ADN en cualquier lugar del mundo. Si usted está en Europa y camina hacia el este, ¿en qué lugar las personas dejan de ser europeas y comienzan a ser asiáticas? Eso es totalmente arbitrario. Es una cuestión social. De cierta forma, tiene sentido trabajar con el concepto de poblaciones, pese a que la definición de población negra, por ejemplo, tampoco es muy clara.

¿Usted no se pregunta de vez en cuando si todo ese énfasis puesto en las investigaciones genómicas no es un poco exagerado?
– Claro que existe cierta exageración, como en todo. Pero creo que ese ámbito de investigación representa algo fundamental, pues permite que conozcamos la estructura de cada genoma, el lugar de los genes en los cromosomas. Es algo fundamental.

¿Pero no cree que algunos investigadores se olvidan un poco de la influencia de las otras ciencias en el estudio del hombre?
— Creo que con el aumento del número de genomas secuenciados habrá un retorno la biología básica. Quiero decir que, cuando hablamos del transcriptoma o del proteoma (el conjunto de proteínas de un organismo), estamos dando pasos atrás, llegando hasta la fisiología. En cierto sentido, cuando hablamos del proteoma estamos hablando mucho de fisiología. Solo que actualmente no se usa ese término. Entender cómo trabajan las proteínas, como éstas influyen en las células y los organismos, eso es fisiología. La genómica va a permear toda la biología.

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