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Entrevista

Marcelo Damy: Opiniones atómicas

Físico defiende el uso de centrales nucleares para la generación de electricidad y critica la opción de Brasil por la energía térmica

Marcello Damy de Souza Santos podría ser definido sencillamente como un hombre de opiniones fuertes. Pero en su caso, eso es poco. Aunque no lo parezca, este hombre es también físicamente fuerte. A simple vista, el aparato para la sordera que usa en su oído derecho y un ligero esfuerzo para caminar engañan a los entrevistadores. Pero ocurre que, a los 88 años, Damy fuma diez cigarrillos por día, alimenta personalmente a algunas decenas de tortolitas que frecuentan su jardín, lidia frecuentemente con los aparatos eléctricos y electrónicos de su casa (a veces llega incluso a inventar alguno), dirige a un grupo de ex doctorandos por él formados y brinda asesoría al Instituto de Investigaciones Energéticas y Nucleares (Ipen, sigla en portugués), organismo que ayudó a crear en 1957, por entonces bajo el nombre de Instituto de Energía Atómica.

Pero el físico Marcello Damy es aún más interesante cuando empieza a hablar. Sus opiniones sobre todos los temas demuestran siempre una enorme convicción. Ya sea para criticar con ironía a los ambientalistas, que se oponen al uso de la energía nuclear, o a algunos de sus colegas, que utilizan a la universidad únicamente en beneficio propio. Marcello Damy ingresó a la Escuela Politécnica a comienzos de los años 30, y tuvo la suerte de encontrarse con dos profesores europeos que le cambiaron la vida. Las secciones de física y química de la por entonces Facultad de Filosofía funcionaban a la época en la Poli, lo que permitía que los alumnos siguieran las clases en ese entonces revolucionarias de los italianos Gleb Wataghin (física) y Luigi Fantappié (matemática), completamente diferentes al hábito vigente de preparar clases basadas únicamente en libros muy antiguos. El joven Damy no vaciló en profundizar sus estudios en física y en las investigaciones llevadas adelante por Wataghin.

A partir de allí, el joven nacido en Campinas construyó un currículum exuberante, raramente igualado en Brasil, con contribuciones reales al conocimiento de la física nuclear y, en algunos casos, a la industria. Se jubiló como profesor emérito y catedrático de la Universidad de São Paulo y pasó por la Universidad Estadual de Campinas y por la Pontificia Universidad Católica de São Paulo, sin contar diversas universidades de Inglaterra y Estados Unidos. Su interés por los átomos lo convirtió en un experto en la cuestión nuclear y un férreo defensor de la energía eléctrica generada a partir de uranio enriquecido. Con conocimientos, y con un dejo de ironía, Damy explica por qué Brasil debe reorientar las inversiones en ese sector.

Su gama de intereses es muy grande. La música es uno de ellos -y es no menos importante. Con su mujer, Lúcia, y algunos amigos, Damy llegó a formar un grupo que tocaba música antigua, con preferencia por el barroco, en su casa. Lúcia en el piano, el marido en la flauta dulce. En la casa en donde viven es fácil percibir su gusto: hay un clavicordio, un piano y un pianoforte auténtico, y otros instrumentos de cuerda y viento. Las paredes están repletas de cuadros, casi todos pintados por Lúcia, y algunos de ellos premiados en el exterior. Con un raro talento, Damy logró unir algunas pasiones: como ama la música y es un pionero de la física experimental en Brasil, no le fue difícil inventar un aparato para afinar instrumentos. Lea a continuación los principales tramos de la entrevista.

Causó polémica que el ministro de Ciencia y Tecnología, Roberto Amaral, haya dicho que Brasil debería dominar todo el conocimiento nuclear, incluso el de la bomba atómica. ¿Cómo usted vislumbra la posibilidad de uso de ese tipo de energía en el país?
-Si observamos el panorama internacional, veremos que la energía hidroeléctrica, que es la gran fuerza motriz en Brasil, representa menos del 5% de la generación de la energía eléctrica en todo el mundo. Ahora bien, la energía hidroeléctrica va muy bien cuando se dan condiciones favorables y hay lluvias regulares. Pero cuando San Pedro está un poco peleado con nosotros, entramos en el apagón. La energía hidroeléctrica es interesante cuando existe una caída de agua natural que pueda aprovecharse y hay un régimen de funcionamiento razonable durante todo el año. La fuente de energía más común en el mundo es la térmica, de petróleo, carbón o gas. Ésa fue la que Fernando Henrique Cardoso eligió para Brasil. El país compró un cierto número de centrales de ese tipo, pero hasta hoy no han sido puestas en funcionamiento.

¿Usted se refiere al gas, verdad?
-Exactamente. Lo cierto es que tienen que importar gas desde Bolivia. El gasoducto va de Brasil a Bolivia para retirar su gas -y eso es un absurdo, hasta desde el punto de vista estratégico: una enorme línea de transmisión de gas, de tubos. Cualquier cosa puede causar un accidente, y entonces, paran todas las usinas. No se puede mantener a la industria dependiendo de variables tan fáciles de ser afectadas. Y además eso es caro, depende de una política exterior, es un problema complicado, al paso que la energía atómica no lo es. Brasil es el quinto depositario de yacimientos de uranio del mundo. Y es el quinto porque hasta ahora hemos explorado una región muy pequeña. Necesitábamos desarrollar la tecnología de empleo del uranio en reactores para generar fuerza electromotriz. Y ese problema fue completamente resuelto en Brasil. Nosotros desarrollamos la tecnología necesaria para construir un reactor nuclear, y lo hicimos con nuestro uranio. Luego se desarrolló toda la tecnología de producción deuranio y uranio enriquecido, que es el que se usa para la bomba. Eso se hizo con una colaboración entre el Ipen, la Armada y Río de Janeiro. El descubrimiento de la tecnología de enriquecimiento se dio allá por los años 70. Pero antes ya se habían concretado intentos basados en los métodos clásicos. Utilizaron una centrífuga para separar el uranio más pesado, porque las partículas del uranio más liviano adquieren menos velocidad en una centrífuga, entonces se pensaba que con una centrífuga podríamos separar el uranio fácilmente. Pero se separan difícilmente. Entonces esa técnica de separación fue estudiada acá y desarrollada en el mundo entero. Nosotros tenemos esa tecnología de centrifugado, que funciona muy bien, los reactores son mantenidos con uranio nacional, enriquecido acá, elaborado y transformado en combustible acá en Brasil.

Pero, si todas esas cuestiones ya han sido resueltas, ¿por qué tenemos problemas con relación a la cuestión de la energía nuclear?
-Las centrales de Angra fueron adquiridas por el almirante Álvaro Alberto en un tiempo en el que Brasil no dominaba el enriquecimiento de uranio, es decir, la separación del uranio 235 del 238. En esa época se hizo el acuerdo Brasil-Alemania, en los años 70. Pero sucede que así seríamos para siempre dependientes de la importación, y esa importación, en caso de guerra, es imposible de hacerse, porque el combustible utilizado para la producción de energía puede ser un poco más refinado y utilizado para hacer la bomba atómica. Estudios hechos acá llevaron al método de separación de uranio perfectamente equivalente a los métodos de separación que se usaban en Estados Unidos, Alemania y en la entonces Unión Soviética. Como consecuencia de ello, Brasil se volvió independiente en la producción de combustible. Y considerando que somos el quinto país del mundo en yacimientos de uranio, y eso que nosotros examinamos apenas alrededor de 1/30 del territorio nacional, queda claro que ése es un combustible que deberíamos usar.

Los ambientalistas siempre han sembrado dudas con relación a las centrales nucleares.
-El problema de los ambientalistas es la explotación del desconocimiento del problema. Claro que los primeros reactores construidos para producir energía no eran otra cosa que bombas atómicas controladas. Existía el riesgo potencial de que explotasen. Pero ese riesgo ya no existe más. Hoy en día, una central nuclear tiene un riesgo mucho menor que una central hidroeléctrica.

Pero están los ejemplos de Chernobyl (1986) y de Three Miles Islands (1979)..
.-Chernobyl tenía un reactor muy bueno, muy bien proyectado, que funcionaba muy bien -existen varios reactores en Chernobyl. En uno de éstos, los técnicos, durante un fin de semana, resolvieron explorar para ver si las condiciones de seguridad estaban funcionando bien. Modificaron un poco el sistema y cuando hicieron un experimento ocurrió lo que era de esperar. Es decir: se metieron en algo que no entendían y terminaron provocando una explosión. Pero es el único reactor que explotó. Ahora bien, explotó no porque estuviera en condiciones normales de trabajo, sino porque los técnicos procuraron ponerlo en una posición anormal para ver si el vidrio se rompía. Tumbaron el vaso y vieron que realmente se rompió. En Three Miles Islands sucedió lo mismo. Es un caso de técnicos que empezaron a alterar el sistema de control.

¿Y no podría suceder lo mismo en otras centrales?
-Puede suceder con varios tipos de experimento, incluso en la farmacia. Si una persona entra en un farmacia, toma un frasco en el que está escrito que es material venenoso y se lo bebe para probar, verifica que era veneno realmente.

Bueno, pero el problema reside allí en el alcance del daño que una central provoca..
.-Es un problema de disciplina y de elección de los técnicos que operarán el reactor. Ahora bien, siempre podemos tener cuidado para no dejar nunca que el reactor almacene más combustible que el que necesita para funcionar normalmente. Así se elimina la posibilidad de que explote, ni siquiera si quisieran provocarlo.

Y la cuestión de los desechos no constituye un problema ambiental grave?
– No, no lo es. Basta con planear un reactor que tenga desechos mínimos. Los desechos se desintegran con el tiempo. Es cuestión de enterrarlos bien, en un lugar apartado, y acaban siendo inocuos. Aunque demoren algunos millones de años para ello. Lo que debe aclararse lo siguiente: el argumento sobre la peligrosidad de los desechos es ridículo, puesto que la cantidad de uranio que se quema en un año para mantener el reactor de Angra funcionando es algo que cabe en dos baldes, o algo así. Se puede utilizar una mina antigua, un lugar en donde no haya infiltraciones de agua, y arrojar ese uranio usado allí. Como hacen en Estados Unidos, en Alemania, en Francia, en Inglaterra y en todo el mundo. En esos lugares no parece ser peligroso, solamente acá lo es. ¡Y solamente si nosotros lo hacemos! Si ellos lo hacen, no hay peligro alguno.

Angra II ya ha llegado a ser llamada “central luciérnaga”, debido a que funciona y sale de servicio con mucha frecuencia. ¿Este tipo de problema ya ha sido resuelto?
-Nunca más he escuchado nada sobre problemas técnicos con los reactores de Angra. Yo me opuse a la construcción de los reactores de Angra porque creía que nosotros debíamos construirlos acá en lugar de que Brasil le comprara dos reactores a valor oro a Alemania. Aunque inicialmente construyéramos un reactor menor para evaluar la calidad de nuestro uranio y probar nuestra tecnología, para luego intentar cosas mayores. En lugar de ello, elaboraron aquel programa de varios reactores de potencia.

¿Pero eso no está relacionado con los acuerdos internacionales de control de armamentos que Brasil suscribió?
-No, pues ocurre lo siguiente: los acuerdos internacionales que existen se refieren al uranio que es importado junto con el reactor que va a utilizarlo. Para Angra I y II, en un comienzo importábamos todo el combustible, porque Brasil no sabía enriquecer uranio. Luego descubrimos la manera de enriquecer uranio. Y para Angra III no tenemos necesidad de usar uranio de nadie, pues podemos hacerlo todo nosotros.

¿Qué piensa de la declaración del ministro Roberto Amaral, cuando dijo: “sí, debemos incluso conocer de qué manera se hace la bomba atómica”?
-Yo creo Amaral fue poco feliz en eso. Parece que no sopesó bien lo que estaba diciendo o no midió las consecuencias. Amaral debiera saber cuál podría a ser la reacción, no debiera haber sido tan imprudente.

¿Usted no cree que la producción de energía a partir de la biomasa puede ser una salida?
-Eso parece un chiste. Si usted piensa que va a encontrar bagazo de caña como para mantener en funcionamiento una central del tipo de Itaipú… No va a hallarlo nunca. Puede ser para encenderla una tarde, para divertir a la gente. Y al respecto de otros tipos de energía, han dado muy poco resultado en el resto del mundo. La energía solar, por ejemplo, es muy limitada y es cara.

¿Cuando entró en su vida la física nuclear?
-Fue una evolución natural. En el período en el que empecé a estudiar con el profesor Gleb Wataghin, en los años 30, primero en la Politécnica y después en la Facultad de Filosofía, se conocían los rayos cósmicos, esas partículas cargadas que caen a la Tierra, y sustancias radioactivas. Nosotros trabajábamos con eso. No se conocía la energía nuclear, ni el aprovechamiento industrial de esa energía. Eso llegó con la Segunda Gran Guerra. En el fondo, la física es una ciencia experimental. Estudiamos los fenómenos de la naturaleza. Entre éstos se encuentran los fenómenos radioactivos, descubiertos por Pierre y Marie Curie, a comienzos del siglo XX. Pues bien, el estudio de la radioactividad empezó a ser importante. En todo el mundo se empezaron a estudiar las propiedades del radio y de las radiaciones. Esos estudios fueron desarrollándose y se transformaron en la física nuclear.

Usted fue uno de los pioneros de la física experimental en Brasil. Pero no había mucho interés en el tema en esa época, ¿no?
-En aquel tiempo, en la década del 30, los profesores únicamente enseñaban física. Y de la siguiente forma: el profesor estudiaba la clase en la víspera, para al día siguiente pasársela a los alumnos. La diferencia de conocimiento entre el profesor y el alumno era de 24 horas. En 1938, luego de recibirme, fui a la Universidad de Cambrigde, Inglaterra, e hice una pasantía en el Laboratorio Cavendish, que era el mayor centro de física del mundo. Allí le presenté un proyecto a mi director, William Lawrence Bragg, Premio Nobel de Física, para la construcción de un equipamiento medio complicado para estudiar rayos cósmicos penetrantes, que cayeran en una gran extensión. Bragg aprobó el proyecto y cuando el aparato estaba casi listo para funcionar llegó la decisión de cerrar la universidad debido a la guerra. Entonces mi supervisor, W. H. Lewis, me invitó a que me quedara allí, trabajando con ellos. Yo les dije que no dependía exclusivamente de mí, incluso porque yo estaba allí por decisióndel gobierno brasileño. Ellos le escribieron una carta a nuestro gobierno preguntándole sobre esa posibilidad. Para mi suerte, y para desgracia de ellos -o viceversa- el ministro de Relaciones Exteriores era Oswaldo Aranha, primo hermano de mi padre. Y su razonamiento fue el siguiente: “Si Marcello puede ser tan útil en Inglaterra, a punto tal de querer mantenerlo allí, será mucho más útil acá, porque no tenemos a nadie con esa especialización”. Entonces volví.

Entre sus contribuciones a la física, el físico José Leite Lopes destaca el descubrimiento del componente penetrante de la radiación cósmica, en 1939
-Eso se hizo con ese aparato que yo me traje de Inglaterra. Los ingleses fueron tan correctos conmigo que el director del laboratorio me dijo: “Es importante terminar ese experimento. Por eso laboratorio le hace entrega del aparato que usted construyó, para que se lo lleve a Brasil”. En Río de Janeiro -Brasil estaba entrando a la guerra y había mucho espionaje alemán, que se hacía por radio-, un celoso funcionario de la aduana inspeccionó el aparato que traía, dispuesto en una caja de acero de unos 80 centímetros de profundidad. Cuando vio que tenía 40 y tantas válvulas, me dijo: “Esto es un transmisor de radio”. Y retuvo mi equipaje. Pero al final logré que me lo devolvieran y con ese artefacto hicimos el estudio de las duchas penetrantes en grandes profundidades.

El físico alemán Werner Heisenberg publicó un libro sobre la radiación cósmica analizando su trabajo junto al de Gleb Wataghin y Paulus Pompéia sobre ese descubrimiento. Heisenberg atribuye parte del éxito de esa investigación al período que usted pasó en Inglaterra.
-Exactamente. Mi aparato fue el primero en el mundo en medir tiempos del orden de una centésima de millonésima de segundo. Los que funcionaban hasta aquella época habían sido elaborados con la tecnología que Wataghin trajo a Brasil. Con ésta se medían 100 millonésimas de segundo; pero yo, con mi aparato, logré medir una centésima de una millonésima de segundo. Era 10 mil veces más sensible. Así, acá en Brasil, descubrimos las duchas penetrantes, un fenómeno característico de los rayos cósmicos. Los rayos cósmicos consisten en una radiación que viene del espacio y alcanza la Tierra. Es un residuo de la formación del Universo: son partículas que no se unieron a masas mayores para dar origen a planetas, estrellas, etc. Entonces deambulan por el espacio -estamos continuamente a merced del bombardeo de los rayos cósmicos. Sucede que descubrieron que, algunas veces, esos rayos llegan simultáneamente, en forma de grupos de partículas, y eso constituye una ducha. Al estudiar esas duchas, verificamos que existen algunas de decenas de metros de extensión. Son muy penetrantes -nosotros logramos medirlas hasta abajo de la mina de Morro Velho, en Minas Gerais, la más profunda del mundo. Entonces las denominamos lluvias penetrantes. Las descubrimos nosotros acá en São Paulo: Wataghin, Pompéia y yo. Wataghin se entusiasmó tanto que redactó un resumen del trabajo y logró publicarlo en Physical Review Letters, en 1940.

Nos interesaría que se refiriera a los cristales y a su influencia en el área industrial.
-Durante el período de la guerra, el profesor Pompéia y yo fuimos convocados para ayudar a la Marina. El problema era localizar a los submarinos a distancia, por medio de sonares. En esa época intentamos utilizar el método auditivo, provisto de un micrófono muy sensible que poníamos en el agua para escuchar el ruido de la hélice enemiga. Construimos un laboratorio flotante en la represa de Santo Amaro, acá en São Paulo, perfeccionamos los instrumentos y desarrollamos detectores. Poníamos el detector en el agua, y bien lejos de éste, un barquito que construimos y que funcionaba con un motorcito eléctrico y una pila. El micrófono captaba el ruido del torbellino provocado por la hélice. Pero después, cuando hicimos la experiencia en Río, tuvimos una sorpresa, que era de esperar, si alguno de nosotros fuese marinero: el mar es muy ruidoso. La agitación de las olas, los vientos… Cuando poníamos el aparato en el agua, oíamos todo, cualquier ola vulgar y silvestre. Oíamos tantos ruidos que era imposible distinguir nada. Entonces empezamos a usar una técnica diferente, la del sonador ultrasónico, que fue estudiada por un gran físico, que fue Langevin, durante la Primera Guerra. Langevin había utilizado un micrófono muy sensible, pero solamente con frecuencias muy altas, y esos micrófonos estaban hechos con cuarzo piezoeléctrico. Nosotros comenzamos a trabajar el cuarzo, cortándolo en láminas finas y en un determinado ángulo, para obtener mejores resultados. Al final, resolvimos el problema de los sonares para la Armada.

¿Y los experimentos con cuarzo tuvieron influencia en la industria siderúrgica?
-No. Tuvieron influencia en la industria de relojes y en la de piedras preciosas. Pero eso fue mucho después de la guerra. Durante la guerra, nosotros trabajábamos con sal de Rochelle. Después, cuando surgió el problema de la falta de cuarzo en Brasil -las regiones que producían cuarzo puro empezaron a producir cuarzos imperfectos y no se aprovechaba casi nada-, se dieron cuenta de que la solución para Brasil era extraer la piedra pura, pero mal cristalizada, disolverla y cristalizarla adecuadamente.

¿Cuál es su visión actual del sistema de ciencia y tecnología?
-Ha habido un progreso extraordinario. Principalmente cuando se consideran las dificultades existentes en Brasil para conseguir recursos para la investigación. Hoy en día podemos ver dos cosas contradictorias: por un lado, existen laboratorios competentes, pero que encuentran dificultades para conseguir recursos; por otro, hay laboratorios incompetentes que desperdician dinero y no producen nada. Eso sucede en todos los países, pero en Brasil esa relación es actualmente un poco alta. Ahora bien, cuando digo esto excluyo obviamente a la FAPESP, un modelo de corrección, de cómo debe trabajarse en el auxilio al desarrollo científico. Yo me refiero a los fondos del ministerio y cosas por el estilo, que entran a través de las universidades y son utilizados en áreas que carecen de sentido.

Y la física, ¿como está actualmente en Brasil?
-Yo creo que marcha bien. El número de trabajos científicos de alto nivel que publicamos anualmente es significativo, y ha ido incrementándose. Pero creo que la investigación científica podría ser todavía más desarrollada si existiera un criterio más riguroso y más justo en la mayoría de las instituciones científicas brasileñas. Los recursos aún son destinados en gran medida en función de intereses políticos. No digo en São Paulo, pero sí en el resto de Brasil.

¿Cómo analiza el esfuerzo de hacer una especie de unión entre la empresa y la universidad, de manera tal que rinda frutos para todos?
-Durante el período en el que estuve en Inglaterra, y luego en Estados Unidos, vi que la universidad suministra el know how a la industria, y a veces sugiere cosas nuevas a aquel industrial que nunca había pensado que éstas existieran. Entonces el investigador transfiere su creación a una firma. Pero eso no es a través de la universidad. La firma entra en contacto con la universidad, la universidad hace lo propio con el profesor, y el profesor continua trabajando en la universidad, y ambos perciben una fracción del contrato. Funciona así en Estados Unidos y en Inglaterra.

¿Qué opina al respecto de que los investigadores trabajen en las universidades y en las empresas, o que tengan participación de royalties en el desarrollo de productos?
-Lo de tener una participación de royalties me parece razonable. Si un investigador hace un descubrimiento importante es lógico que tenga un rédito mayor; pero si descubre algo común y corriente que da pérdidas, debería contribuir también por el perjuicio que ocasionó, en lugar de percibir por ello. Lo demás creo que solamente puede ser hecho por las universidades. Eso es hacer las cosas de una manera limpia, correcta. La universidad siempre debe intermediar. Claro que ahí existe un peligro: que empiecen a usar a las universidades para resolver problemas de las empresas. Y eso sucede mucho acá en Brasil. Principalmente en el área de química y biología. Eso es algo feo. Los individuos que son asalariados, perciben de parte del gobierno y además ganan una propina por fuera para dirigir la investigación en un rubro en el cual hay mucho interés.

¿Usted es favorable a que las empresas contraten investigadores por cuenta propia?
-Claro. Pero, lógicamente, la tecnología deben hacerla los tecnólogos, pagados por los beneficiarios de esa tecnología. Como hace el Instituto de Investigaciones Tecnológicas (IPT), por ejemplo. Eso podría hacerse para las universidades. Ahora bien, el único peligro que yo observo es el descubrir que el número de colegas ladrones que existen es mucho mayor de lo que se imaginaba. Hay mucha gente que hace una investigación nimia por ahí y no se lo cuenta nada a nadie, se la vende a otro y después queda a cargo de la investigación de la universidad, no siguiendo el interés de la universidad o el de la ciencia, sino el interés de un amigo suyo.

¿Usted ganó dinero con sus investigaciones e innovaciones?
-Nunca vendí nada, pero siempre publiqué. La única vez que trabajé para la industria fue en el período de las investigaciones con cuarzo en Río, en donde fui contratado como técnico consultor y percibía 500 cruzeiros por mes, y una vez por semana pasaje aéreo de ida y vuelta pago. Esa influencia de la investigación en la empresa permitió que la industria lograra, en dos años, hacer cuarzo de tal calidad que hoy en día todos los relojes utilizan cristales hechos con la receta de Marcello Damy.

¿Y por qué en Brasil no tenemos un Nobel de Física?
-Yo creo que nuestra física no ha alcanzado el nivel del Nobel porque empezó a desarrollarse hace menos tiempo que en otros países. Quizá el trabajo de César Lattes, que descubrió el mesón pi, mereciera el premio.

Sabemos que a usted también le gusta mucho la música. ¿Cómo es ese instrumento de afinación que inventó?
-El sonido es siempre producido por una vibración en el aire, producida en general por algún objeto que se mueve. Puede ser un diafragma, una caja de resonancia -como el violín-, o una cuerda de un instrumento de arco, o de percusión -como el piano. El problema consiste en lograr que alguna cosa vibre a una frecuencia predeterminada y con un alto grado de precisión. Y eso se hace con cuarzo. Tomo un cuarzo y extraigo una lámina. La lámina impulsa millones de vibraciones por segundo. Entonces uso circuitos electrónicos. Variando el espesor del cuarzo, varían las frecuencias que éste puede producir. Programo el aparato, lo pongo en las cuerdas del instrumento y éste me suministra todas las frecuencias que necesito para el piano, para el clavicordio, etc. Construí ese artefacto acá, en mi propia casa.

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