OTON BARROSDentro de algunas semanas, Paulo Roberto Martini expondrá ante otros geólogos, en el marco de un congreso que se realizará en La Habana, la capital de Cuba, cómo él y su equipo del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe, sigla en portugués) arribaron a la conclusión de que el río Amazonas puede ser el más extenso del mundo. Mediante imágenes satelitales y relevamientos en campo, verificaron que se extendería por exactamente 6.992 kilómetros, 140 más que el río Nilo, que durante siglos fue considerado el más largo. Martini probablemente escuchará sugerencias de ajustes en las medidas, pero difícilmente dispondrá de tiempo para presentar otros descubrimientos acerca del modo de funcionamiento de un río que presenta muchas personalidades, ora ágil e impetuoso, ora lento y sereno.
Un río casi siempre exagerado: nace como un hilo de agua que se escurre entre las rocas a 5.500 metros de altitud en un punto cercano a una montaña conocida con el nombre de nevado Mismi, en los Andes peruanos, forma cascadas monumentales y recibe aguas turbias, cristalinas y obscuras de otros 7 mil ríos. Constituye el eje de una cuenca hidrográfica con un tamaño que duplica a México, que deposita en el océano Atlántico 3 millones de toneladas de sedimentos por día, como si corroyese y cargase en casi un mes un cerro como el Pão de Azúcar, el morro más famoso de Río de Janeiro.
“El Amazonas es más que un río”, piensa Martini, quien junto a su equipo aprendió a entender y a admirar al río, mientras exploraban sus fuentes. “Es un monumento vivo, un agente planetario”. Por el momento, el río, que aparentemente no habla, sólo puede insinuar lo que pretende. Al buscar la trayectoria más larga posible para las aguas del Amazonas y del Nilo, basándose en el mismo banco de imágenes satelitales, del satélite sino-brasileño Cbers y el estadounidense Landsat, Martini percibió que la posible naciente del Amazonas se encontraba a menos de 250 kilómetros del océano Pacífico, como si pretendiese unir los dos océanos y cortar América del Sur.
Las primeras aguas ya comienzan a tallar los escarpados rocosos tan pronto como van descendiendo de los Andes en forma de nieve derretida. Siguen suavemente durante los primeros cien kilómetros, cortando planicies andinas casi desérticas bajo el nombre de Lloqueta y Ene. Más adelante forman un riacho que toma cuerpo, parece despertar y, con el nombre de Tambo, se transforma en un río de rápidos que desmorona raudamente desde lo alto de la montaña. Luego prosigue sinuoso tomando el nombre de Apurimac, cayendo durante 150 kilómetros de cascadas y saltos. “El volumen de los sedimentos sustraídos a los Andes y depositados en la cuenca Amazónica hace de esta garganta una de las más erosionadas del planeta”, comenta Martini. El río entonces se infiltra y serpentea por las tierras bajas ocupadas por la Selva Amazónica, ya con el nombre de Ucayali, se hace más y más caudaloso a medida que recibe las aguas de otros afluentes. En Amazonas – Águas, pássaros, seres y milagres, el poeta Thiago de Mello presenta esa inmensa llanura verde, “ramificada en miles de caminos líquidos”, como un “mágico laberinto que de sí mismo se recrea incesante”. Para él, el Amazonas es la patria del agua.
Y he allí, finalmente, el Amazonas que conocemos: gordo, somnoliento, envolvente. El ahora convertido en río de planicie escapa de un inmenso lago de Ucayali y sigue su marcha hacia el Este, ingresando en Brasil con otro nombre, Solimões, que vale por otros 1.700 kilómetros, hasta que sus aguas barrosas se conjugan con las de color coca-cola del río Negro, luego de una larga negociación que comienza en Manaos; surge finalmente el Amazonas. El manso río también es inquietante, porque su habilidad para deslizarse sobre un terreno tan plano a una velocidad de 6 kilómetros por hora a partir de Tabatinga, la primera ciudad brasileña de su cauce, intrigó al equipo del Inpe durante largo tiempo. “Por su tamaño, debiera ser mucho más lento”, dice Martini, quien tal vez haya encontrado una explicación luego de muchas charlas con Valdete Duarte, Egídio Arai, Janari de Moraes y Oton Barros, por citar solamente a sus colegas más cercanos.
Ellos concluyen que son los estrechos los que controlan el río y lo hacen andar rápido. Pasando Tabatinga, la distancia entre sus márgenes es de 2,2 kilómetros. Poco después, a diez minutos en barco, el río se ensancha y de una orilla a otra son 12 kilómetros. Más adelante, otro estrecho, en São Paulo de Olivença, a tres horas en barco, con 2,5 kilómetros de ancho, y luego vienen otro y otro más, salpicados en tramos más largos, hasta el último estrecho, en Óbidos, en el estado de Pará, con sólo 1.800 metros entre sus márgenes, que comprimen un volumen impresionante de agua, 200 mil metros cúbicos por segundo, que sería suficiente para inundar la Bahía de Guanabara en tres minutos y medio.
OTON BARROSA merced de los Andes
“El río se estrecha y se expande, acelerando o conteniendo las aguas, como si cada segmento de sí mismo fuese una cuenca hidrográfica”, comenta Martini. Los estrechos que definieron el trayecto del río, conformados por rocas elevadas, funcionan como las válvulas de las venas que controlan el flujo de sangre en el cuerpo humano. Fue posiblemente en la época en que formaron las bases geológicas de esos estrechos, hace alrededor de 6 millones de años, que el río invirtió su curso, otrora con pendiente hacia el Pacífico, y se dirigió hacia el Atlántico, consonante con el nuevo crecimiento de los Andes que también cambió el curso de muchos otros ríos sudamericanos.
Aun en Brasil, el Amazonas no deja de ser un río andino, rico en sedimentos traídos de las montañas orientales hasta encontrar las aguas del río Xingú, en el estado Pará, ya cerca de la desembocadura. En las cercanías del archipiélago de Marajó, formado por los sedimentos del Amazonas, parte de la tierra de los Andes culmina su larga jornada, se zambulle en el Atlántico y comprime a la materia orgánica de origen marino que en algunos millones de años puede transformarse en petróleo. Si caen en las corrientes marinas, los sedimentos, más finos que la arena, pueden llegar hasta el litoral de Surinam, distante a dos mil kilómetros de la desembocadura, y fertilizar las plantaciones de arroz.
En los meses de crecida, cuando las aguas suben en promedio 18 metros, el Amazonas invade la selva, hace que las maderas se pudran y libera una cantidad colosal de gas carbónico, uno de los responsables del calentamiento global. “Parte del carbono que falta puede estar siendo generado en las planicies durante las crecientes del Amazonas”, dice Martini, basándose en estudios de la Nasa que indican que cada año, las crecientes del Amazonas generan 6 gigatoneladas de gas carbónico, lo que equivaldría a 60 millones de elefantes muertos dejados a cielo abierto. En otro fenómeno propio de este río, las aguas de las crecientes desbordándose a lo largo de su cauce se infiltra en canales subterráneos y ocasiona que kilómetros de tierras cercanas a las costas se hundan casi 8 centímetros, por estar tan empapadas, de acuerdo con mediciones realizadas en las cercanías de Manaos. Y también las rocas que forman el lecho ceden bajo el peso del agua.
De Nueva York a Roma
Antes de convertirse en candidato a ser el río más extenso del mundo, que si fuera puesto en línea recta uniría la ciudad de Nueva York con Roma, el Amazonas ya era el río con mayor caudal de agua que, si se le suman sus afluentes, contienen el 20% de toda el agua dulce de la Tierra. Es tanta el agua que, si nos situamos en el medio, no conseguimos divisar sus orillas. “Las aguas del Amazonas se pierden en el horizonte y uno pierde en él, como si estuviese en del mar”, cuenta Martini, quien hoy cuenta con 60 años, y conoció el río cuando tenía 22, desde un muelle de Belém, cuando aún cursaba el tercer año de geología. Creyó que era el mar. “Pero cómo no engañarse con un río cuyos márgenes desaparecen, a 10 kilómetros uno de otro”.
Recién hace 15 años fue que Martini decidió partir en busca de la cabecera del Amazonas. Él y sus colegas del Inpe sospechaban que el punto de partida del río no se encontrase en el norte, sino en el sur de Perú. El análisis de las imágenes satelitales avanzó a punto tal de indicar, en el año 1995, que el Amazonas sería, seguro, el más extenso, con 7.100 kilómetros, algo más de 100 kilómetros mayor que la medición actual, pero luego el ritmo se redujo, por falta de tiempo, gente, dinero, equipamiento e información.
Hace dos años, las circunstancias volvieron a tornarse favorables. Fue cuando el grupo del Inpe conoció un archivo de imágenes de la Nasa denominado Gecover, que ayuda en el análisis y corrección de las imágenes satelitales y sería utilizado para cartografiar las zonas desforestadas de la Amazonia en conjunto con investigadores de instituciones peruanas. Martini reanudó entonces su relación con el río y, en mayo del año pasado, recibió la invitación para participar de una expedición a la cabecera del Amazonas, organizada por los productores de programas de televisión Paula Saldanha y Roberto Werneck, quienes visitaron las primeras aguas del Ucayali en 1994 y pretendían volver, ahora en una expedición formal, con representantes del Inpe, de la Agencia Nacional de Aguas (Ana), del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) y del Instituto Geográfico Nacional (IGN) de Perú. Martini había asumido otro compromiso que impedía su participación, recordó que el ascenso a los Andes era riesgoso (Janari de Moraes, andinista experimentado, había muerto unos meses antes mientras recorría un sendero inca en los Andes peruanos) y, aunque lo apasionaba el río, la rechazó.
Dos semanas más tarde, quien embarcó hacia Perú en lugar de Martini fue Oton Barros, otro integrante del equipo, un ingeniero agrónomo de 42 años y deportista amateur, quien recorre 50 kilómetros en bicicleta siempre que puede. Por haber vivido en Manaos desde los 9 hasta los 21 años y recorrido la Amazonia, siempre quiso averiguar dónde nacía el río. Pero lo que sintió en la altura de los Andes, en su primera aventura como andinista, en lugar del encanto que esperaba, fue un mareo permanente y una leve resaca causada por la altura y por haber comido muy poco durante los tres días de ascenso hasta allí: la mayoría de los casi 20 integrantes del grupo ya había padecido diarrea, por la falta de costumbre con la alimentación en las montañas, con salsas a base de crema de leche. Estaba tenso y cansado soportando el frío y el fuerte viento. “Es un lugar inhóspito, que inspira respeto y miedo”, describe Barros. A causa del aire pobre en oxígeno, sentía el cerebro funcionando en cámara lenta.
La expedición ayudó para establecer el consenso entre los expertos de Brasil y Perú de que el río Amazonas nace en las vertientes del río Ucayali. El punto exacto del cual parten las aguas del mayor curso de agua del mundo tal vez aún cueste ser establecido. “Es muy difícil definir cual es la vertiente principal ya que el agua escurre por todos lados y recién se transforma en un arroyito tres kilómetros más abajo”, cuenta Barros. Los peruanos ya establecieron por ley, que la cabecera se halla en una quebrada denominada Carhuasanta, un valle en forma de U con una base de 300 metros. Barros y el equipo del Inpe aún analizan la posibilidad de que la vertiente se encuentre en otra quebrada, la Apacheta, a un kilómetro de distancia, con un área mayor de captación de agua con turba y líquenes que almacenan el agua durante todo el año. Un dilema difícil: por encima de la Carhuasanta se eleva el nevado Mismi, una montaña sagrada para los peruanos desde los tiempos en que los incas vivían allí.
Republicar