Podemos conceptualizar a la propiedad intelectual como una parte del conocimiento científico que, de manera independiente del todo, presenta características que permiten la explotación comercial. En otras palabras, pese a que todo experimento/investigación genera conocimiento científico, no todo hecho científico nuevo se constituye en propiedad intelectual. Por otro lado, no toda propiedad intelectual es de hecho comercializada. Patente es el nombre que se le da al mecanismo por el cual la propiedad intelectual es identificada y eventualmente comercializada.
Las patentes resultan, por lo tanto, del conocimiento científico, y la universidad y los institutos de investigación son los grandes generadores de ese saber. Entretanto, hasta hace poco tiempo, solo algunas universidades requerían patentes. La patente implica un interés comercial y, tradicionalmente, la comunidad académica tiende a direccionar la investigación hacia aquello que juzga esencial, la creación del conocimiento científico. El sector productivo, por el contrario, muestra como punto fundamental la explotación comercial.
En los países desarrollados, el sector productivo también contribuye a la generación de conocimiento científico. Y generalmente es mucho más versátil y ágil en la obtención de patentes, no solamente por tener en ellas su principal objetivo, sino también por la posibilidad de concentrar esfuerzos en un tema específico. Pero dicho sector tiene una capacidad limitada para generar conocimiento científico y procura establecer relaciones con la universidad para el desarrollo conjunto de la propiedad intelectual. Es un tipo de intercambio saludable porque agiliza la aplicación del conocimiento y aumenta la captación de recursos para la universidad.
En los países en desarrollo esa interacción todavía es poco comprendida. Brasil, por ejemplo, hasta 1996 no reconocía patentes de medicamentos, cosa que inviabilizó el desarrollo de la capacidad de explotar la propiedad intelectual en el sector farmacéutico nacional. Pero con la ley de patentes, las industrias nacionales y multinacionales empezaron a preocuparse con el conocimiento científico y la universidad comenzó a discutir la cuestión de la explotación comercial de dicho conocimiento. Esa interacción es aún incipiente y poco ágil.
El tema cobró especial interés en razón de los debates sobre medicamentos para el tratamiento del Sida y su explotación comercial. Está muriendo gente en países poco desarrollados debido a la falta de remedios contra la enfermedad, que son caros e inaccesibles. Brasil, alegando que los precios eran incompatibles con nuestra realidad económica, rompió la patente y empezó a fabricar los medicamentos sin pagarles dividendos comerciales a los detentores del derecho original de explotación de esos fármacos.
Los problemas de salud de los países poco desarrollados se caracterizan en gran medida por la falta de infraestructura básica y no por las patentes de remedios. Al argumentar que son medicamentos esenciales, el gobierno brasileño entra en un área nebulosa, pues todos los fármacos son esenciales para quien los necesita. El riesgo embutido en esa postura es que las multinacionales reduzcan la inversión en el área, en razón de complicaciones políticas y comerciales, retardando la cura del Sida. La estrategia de explotar comercialmente una parcela del conocimiento científico, sin tener en cuenta aquel que es generado por la sociedad por medio de la universidad, es un tanto controvertida, aunque sea eficiente.
Gilberto de Nucci es profesor de Farmacología del Instituto de Ciencias Biomédicas de la USP y de la Unicamp y coordina la Unidad Analítica Cartesius
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