La Asociación Médica Canadiense (CMA) pidió disculpas públicamente por su historial de racismo, crueldad y negligencia perpetrado por los profesionales de la salud contra los integrantes de los tres pueblos originarios reconocidos oficialmente en el país: los inuits, que habitan la región más próxima al Ártico, los métis, una etnia mestiza descendiente de nativos y europeos, y las “primeras naciones”, que agrupan unos 600 grupos diferentes. “No hemos cumplido con las normas éticas que la profesión médica debe observar para garantizar la prestación del máximo nivel de atención a los pacientes y promover la confianza en los médicos, residentes y estudiantes de medicina. Hemos dejado a los pueblos indígenas fuera de ese alto estándar de atención”, reconoció la obstetra Joss Reimer, presidenta de la CMA, en el marco de una ceremonia que tuvo lugar a mediados de septiembre en el territorio de Lekwungen, en la provincia canadiense de Columbia Británica.
Uno de los momentos de mayor intensidad de la ceremonia, que incluyó discursos y espectáculos de danza y música de las comunidades nativas, fue el homenaje a Sonny McDonald (1939-2021), un integrante de la etnia métis que, cuando era niño, pasó dos años y medio recluido en un sanatorio en tratamiento por su tuberculosis. Para evitar que tuviera contacto con otros pacientes y los contagiara, los médicos lo inmovilizaron enyesándole las piernas unidas por una barra. El caso McDonald se describe en un informe de 47 páginas, fruto de más de tres años de trabajo de un grupo integrado por médicos e indígenas que escudriñó 156 años de registros en archivos históricos y debates en el Parlamento, además de realizar consultas en comunidades de los pueblos nativos.
Este grupo examinó 44 episodios conocidos de mala conducta médica y científica al tratar indígenas. A menudo, los registros de la asociación no mencionaban los episodios, lo que se interpretó como una omisión deliberada. Según el documento, los indígenas recibieron vacunas experimentales o terapias invasivas contra la tuberculosis que no se aplicaron a la población blanca. Uno de los casos descritos es el de John Pambrum, paciente de un sanatorio de la ciudad de Saskatoon, a quien se le extirpó parte de uno de sus pulmones para tratar la enfermedad. Eso fue en 1955, cuando esta técnica ya había dejado de utilizarse y los antibióticos se habían convertido en el tratamiento estándar.
Otro fragmento espeluznante del informe describe el uso de niños y adultos indígenas como cobayos humanos en experimentos reñidos con la ética, como las investigaciones realizadas por el bioquímico Lionel Bradley Pett (1909-2003), del Departamento Nacional de Pensiones y Salud, que ayudó a formular las directrices nutricionales en Canadá en la década de 1940. El investigador alimentó a niños indígenas con una harina experimental a base de huesos y observó que desarrollaban anemia con mayor frecuencia. También llevó a cabo un ensayo sobre los efectos nutricionales del consumo de leche en los niños dividiéndolos en dos grupos: uno recibió la mitad de la cantidad diaria recomendada y el otro, tres veces la cantidad permitida. También los privó de los cuidados odontológicos preventivos, en un experimento para evaluar la relación entre la salud bucodental y el bienestar nutricional.
También según el informe, miles de mujeres indígenas fueron obligadas o coaccionadas a someterse a cirugías de ligadura de trompas, aun cuando esta práctica había sido prohibida en la década de 1970. Un médico fue sancionado por obligar a una mujer a someterse a una esterilización sin su consentimiento en 2019. “La naturaleza terrible de estos actos ha contribuido a generar una profunda desconfianza en el sistema de salud entre los pueblos originarios”, informa el documento, según el cual, los efectos de este prejuicio perduran hasta nuestros días y quedan de manifiesto en la renuencia a buscar atención médica por parte de los indígenas. La esperanza de vida de los varones inuits, por ejemplo, es de 64 años, mientras que la media para los varones canadienses llega a los 80 años. Este grupo étnico, que vive en condiciones inhóspitas en regiones heladas, también registra una incidencia mayor de diabetes, hipertensión y problemas de salud mental en comparación con la población no indígena.
En 2008, un indígena de 45 años llamado Brian Sinclair con cuantiosos problemas de salud y sus dos piernas amputadas, murió en la sala de urgencias de un hospital de Winnipeg tras aguardar por 34 horas para ser atendido: la causa de la muerte fue una infección en la vejiga que podría haberse tratado con antibióticos.
El pedido de disculpas de la asociación médica se produce una década después de que el gobierno canadiense concluyera los trabajos de una Comisión de la Verdad y Reconciliación que reunió los testimonios de indígenas sometidos al sistema de escuelas residenciales o internados escolares, una red que funcionó entre 1847 y 1996. Miles de niños indígenas fueron obligados a asistir a estas escuelas, administradas por grupos religiosos cristianos, para aislarlos de la influencia de sus culturas y creencias. Los colegios de pupilos fueron escenario de muchos de los experimentos antiéticos perpetrados con niños.
La idea pasar en limpio el pasado racista no es una novedad ni se limita a los médicos de Canadá. A finales del año pasado, la revista científica New England Journal of Medicine publicó un ensayo reconociendo que, en sus orígenes, estuvo ligada a figuras vinculadas con la esclavitud en Estados Unidos y contribuyó a la difusión de ideas racistas (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 336). Recientemente, la Universidad Virginia Commonwealth, en la ciudad estadounidense de Richmond, inauguró un espacio en memoria de 50 negros cuyos restos mortales fueron hallados en 1994 en un pozo abandonado, tras haber sido descartados por médicos de la institución en 1800.
Más allá del pedido de disculpas, la CMA anunció medidas destinadas a acercar a los profesionales médicos a la población nativa, tales como invertir en la formación y el reclutamiento de médicos de origen indígena y revisar su Código de Ética para cohibir prejuicios. “No deberíamos pedir disculpas hasta no estar realmente preparados para hacer las cosas bien”, declaró a la revista Science la anestesióloga Alika Lafontaine, presidenta de la CMA entre 2022 y 2023, la primera médica indígena en ocupar el cargo. Lafontaine colaboró para presentar el pedido de disculpas y dice que espera que otras organizaciones del país busquen reconciliarse con los pueblos originarios.
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