La física Maria José Pompeu Brasil tenía una carrera exitosa como investigadora del Instituto de Física Gleb Wataghin de la Universidad de Campinas (IFGW-Unicamp) cuando decidió jubilarse, en 2016. Por entonces, a sus 55 años de edad, estaba muy interesada en las actividades relacionadas con la divulgación científica. Así que dejó el laboratorio y se dedicó con ahínco al proyecto de instalar un museo de ciencia en Campinas. Quería hacer algo a semejanza de las instituciones estadounidenses y europeas. Luego de un año y medio de intentos, reuniones y negociaciones, el proyecto no prosperó. Entonces, decidió abocarse a otra idea. Alquiló un espacio cerca de la Unicamp y fundó Cyborg Makerspace, un espacio de divulgación y producción científica y tecnológica abierto al público. “A pesar de gustarme mi trabajo como investigadora, anhelaba hacer cosas nuevas y diferentes”, recuerda. “Al mismo tiempo, no podía esperar a hacerlo cuando ya tuviera una edad mayor”.
Maria Brasil considera fundamental que los investigadores planifiquen su jubilación con anticipación y se dediquen a realizar proyectos personales, relacionados o no con la labor desarrollada previamente en la universidad. El retiro suele ser un tema muy delicado para muchos científicos. “Por lo general, concebimos el trabajo intelectual como una manera de mantener el bienestar por medio del compromiso con actividades valoradas y que pueden realizarse hasta edades avanzadas”, explica la psicóloga Elizabeth Barham, del Departamento de Psicología de la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar). “Eso está relacionado con la satisfacción de colaborar con nuevos profesionales y contribuir con su formación”.
Una planificación adecuada del retiro puede servirles a los investigadores para usufructuar de algunos beneficios, tales como escoger con mayor libertad las actividades a las cuales se dedicará, dejar de lado la rutina de reuniones y corrección de pruebas, concentrarse solamente en sus proyectos personales o dedicarse a brindar conferencias, asistir a congresos o a interactuar con jóvenes universitarios. Esa planificación también puede servir para organizar un legado académico: preparar los datos, software, protocolos de laboratorio y material de clases para que otros puedan utilizarlos en nuevas investigaciones. Según Barham, quien trabaja en ese tema desde hace más de 10 años, lo ideal es que el proceso jubilatorio se desarrolle gradualmente y que el investigador, poco a poco, pueda transferirle sus proyectos a otros integrantes de su equipo de trabajo.
En Brasil hay 11.363 profesores universitarios jubilados, según el Censo de la Educación Superior de 2017. No hay datos sobre la edad promedio a la que dejaron de trabajar, pero hay algo que es real: jubilarse no es solamente una decisión profesional y financiera, sino que también reviste índole existencial. “La rutina del trabajo científico suele forjar la identidad del investigador, que valora y le encuentra un significado a aquello que realiza, de manera tal que es importante que en el tránsito hacia el retiro se tome un tiempo para rever sus planes de vida y vislumbrar los cambios que se propone realizar, como mantenerse activo dedicándose a otras tareas”, dice Barham.
Eso es lo que hizo el arquitecto Carlos Zibel Costa, docente jubilado obligatoriamente de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de la USP. Él dejó la docencia en 2014, a los 70 años de edad. “Recuerdo que estaba bastante involucrado con mis investigaciones en esa época”, relata. “Además de dar clases, escribía y trabajaba en varios proyectos”. Una vez que se jubiló, decidió seguir organizando exposiciones y redactando textos sobre temas relacionados con sus antiguas investigaciones sobre arte y cultura. Eso le permitió mantener el contacto con antiguos alumnos y colaboradores. “También me invitan a dar charlas y a presentar algunas de las ideas que desarrollé a lo largo de mi carrera”.
Zibel Costa también considera importante que los investigadores permanezcan activos luego de jubilarse. “No hay necesidad de cortar completamente los lazos con las actividades académicas”, sostiene. “Uno puede seguir ligado a la estructura de investigación que ayudó a generar”. Muchos siguen viviendo cerca de la universidad para poder usar la biblioteca o para visitar amigos. “varios colegas académicos desarrollaron depresión y trastornos de ansiedad luego de jubilarse porque no hallaron alguna actividad que justifique su existencia o les brinde alguna satisfacción”, comenta.
Eso fue lo que le sucedió al ingeniero electrónico João Zuffo, docente jubilado compulsivamente de la Escuela Politécnica de la USP en 2009, a los 70 años de edad. “Al principio fue un shock”, relata, refiriéndose a la ruptura con la rutina de trabajo que tenía hasta entonces. “Uno se siente frustrado y melancólico durante cierto tiempo, dado que se está acostumbrado a una rutina laboral y a las actividades en la universidad”. No obstante, poco a poco notó que podía aprovechar el tiempo libre para dedicarse a los temas que realmente le gustaría investigar. “Empecé a trabajar en un libro, para el cual aún no he previsto su lanzamiento, sobre los efectos de la tecnología en las sociedades a partir de la Segunda Guerra Mundial y las perspectivas para los próximos 30 años”, informa.
Zuffo tenía un cargo como jefe cuando tuvo que dejar la institución. “Recuerdo que fui dejando de lado las supervisiones y dejando que las cosas se desvanezcan poco a poco”. Él refiere que aún mantiene contacto con antiguos colegas y grupos de investigación y que ahora cumple un rol de consejero en temas relacionados con la electrónica. “Los científicos necesitan aceptar la jubilación con naturalidad y dejarle su lugar a los más jóvenes”, sugiere.
Para ayudarlos a los investigadores en ese proceso, el científico de datos estadounidense Philip Bourne, de la Universidad de Virginia, en Estados Unidos, publicó un artículo en la revista PLOS Computational Biology con recomendaciones sobre el tema. Una de ellas es considerar las implicaciones económicas de la decisión de jubilarse. Él aconseja a los científicos que hagan una evaluación de sus reservas y calculen los ingresos que necesitarán para asegurarse una jubilación tranquila. Eso les permitirá evaluar si necesitan incrementar sus ingresos, reducir gastos, posponer el retiro para obtener una pensión mayor o buscarse un empleo de medio tiempo. “Es la seguridad financiera lo que les permitirá mantenerse disponibles para otras actividades, relacionadas o no con su campo de actuación”.
Esa recomendación vale para los 209.442 docentes que trabajan en instituciones privadas de educación superior en Brasil. Lo ideal sería que empiecen a planificar la jubilación con al menos cinco años de anticipación, no solo para poder ordenar su situación financiera, sino también para garantizar que la transición no comprometa la marcha de las investigaciones en desarrollo o la carrera de otros científicos. En el caso de los docentes que trabajan en instituciones públicas de enseñanza superior, la situación es diferente.
Hasta diciembre de 1998, las reglas para la obtención del derecho a la jubilación en el sector público solamente tenían en cuenta los años de servicio. Al igual que los docentes de la educación básica, los de la enseñanza superior adquirían el derecho al beneficio íntegro luego de 30 años de ejercicio del magisterio, en el caso de los varones, y 25 años en el caso femenino, independientemente de la edad. A partir de la Enmienda Constitucional nº 20, se sumaron cinco años a esos períodos de tiempo y la obligación de abandonar los cargos a los 70 años de edad. Con la Enmienda Constitucional nº 88, de mayo de 2015, ese tope subió a 75 años.
La decisión de abandonar la carrera científica fue algo sencillo para la ingeniera agrónoma Maria Auxiliadora de Carvalho. En 2012, a sus 61 años, con 34 de ellos dedicados al Instituto de Economía Agrícola (IEA) de São Paulo, ella decidió que era hora de jubilarse, incluso antes de llegar a la edad límite de 70 años. “Me di cuenta de que ya había logrado todo lo que me había propuesto y que deseaba pasar más tiempo con mi familia”, dice. Maria de Carvalho siguió dando clases en el Departamento de Economía de Faculdades Metropolitanas Unidas (FMU), en São Paulo, hasta 2017, cuando la despidieron del cargo. “Ahí entonces aproveché para parar del todo”.
Al igual que ella, Maria Brasil también se declara muy satisfecha con las elecciones que tomó. En colaboración con Claudecir Biazoli, docente de física de la enseñanza media, ahora se dedica por completo a las actividades de Cyborg Makerspace, ofreciendo talleres y cursos sobre temas de ciencia y tecnología para públicos de todas las edades.
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