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Ciencia

¿Por qué los bosques son distintos?

Biólogos detectan mecanismos que alimentan la competencia entre los árboles y permiten establecer diferencias en las selvas paulistas

EDUARDO CESARUna caraguatá (Bromelia balanceae) del ‘Cerradão’: es la más iluminada y seca de las cuatro áreas en estudioEDUARDO CESAR

No solamente los jaguares pelean por el espacio. Las plantas también delimitan su territorio, y generalmente lo hacen con sutileza: una hoja que cae puede ahuyentar a otras especies. “¿Vieron que acá hay casi que únicamente guarantas?”, pregunta Flaviana Souza, botánica del Instituto Forestal, en una reserva de Bosque Atlántico del municipio de Gália, sudoeste paulista. Acá los guarantas, o Esenbeckia leiocarpa “la especie preferida por el zorzal para hacer su nido”, crean con sus troncos rectos de hasta 60 centímetros de diámetro y 20 metros de altura una cierta homogeneidad en medio al desorden de los árboles retorcidos y desgajados de la vecindad. En laboratorio, Flaviana verificó que las hojas del guaranta liberan sustancias que retrasan la germinación de las semillas y provocan la pudrición de otras especies.

Pero la dominación del guaranta tiene sus límites. “La selva se rehace punto por punto, como una colcha de retazos”, comenta Geraldo Franco, botánico del Forestal. En algunos tramos, se impone un enmarañado de lianas que crecen sobre los árboles y entre ellos. Maria Teresa Toniato, otra investigadora del Forestal, sostiene que nunca perdió el humor al enfrentar esa tela de enredaderas junto al biólogo Tiago Barreto, para reencontrar y medir nuevamente cada uno de los 13.053 árboles listados cuatro años antes, cuando un grupo de biólogos, agrónomos e ingenieros forestales se dejó llevar por una audaz tarea: descubrir cómo y por qué las selvas paulistas son diferentes entre sí.

Aunque el gigantismo de la Amazonia opaque a las otras selvas de Brasil, una mirada más atenta encontrará en el territorio paulista una vegetación variada, que va de las exuberantes selvas del litoral a los montes secos del interior, con derecho a ricos matices entre un extremo y otro. Y no es poco: São Paulo alberga el 15% de lo que resta del Bosque Atlántico brasileño, cuya densidad de especies de plantas y animales exclusivos equivale a la de la Amazonia. El área cubierta por los remanentes de vegetación natural, correspondiente al 13,9% del total del estado, es prácticamente la misma que la que ocupan las plantaciones de caña de azúcar.

La tarea de descubrir las razones de las diferencias entre los bosques paulistas reunió a expertos en suelo, vegetación y luz, capitaneados por Ricardo Rodrigues, Vinícius Souza y Sérgius Gandolfi, docentes de la Escuela Superior de Agronomía Luiz de Queiroz (Esalq) de la Universidad de São Paulo (USP), y Alexandre Oliveira, del Instituto de Biociencias, también de la USP. De entrada verificaron el alcance y los límites del proyecto más antiguo de monitoreo de bosques, que ocupa 50 hectáreas de una isla del canal del Panamá – allí desde hace 25 años se hace un seguimiento del crecimiento de alrededor de 300 mil árboles. Era un buen modelo, adoptado en 13 países, pero ese grupo prefirió adentrarse en nuevas sendas. Demarcaron cuatro áreas menores, pero que pudieran compararse: una muestra de Bosque Atlántico del interior, el así llamado “Cerradão”, la restinga y una muestra de Bosque Atlántico de Serra do Mar. Cada terreno tiene 10,24 hectáreas y representa a los principales tipos de vegetación natural del estado. Otra innovación consistió en investigar la influencia del suelo, del agua y de la luz sobre las plantas.

“Es la primera vez que se obtiene una muestra tan grande de las selvas paulistas, examinadas con la misma metodología, integrando a expertos de diferentes campos del conocimiento”, comenta Oliveira. “Con el tiempo esperamos poder comparar las conclusiones de este trabajo con las obtenidas en el marco de proyectos similares en marcha en Brasil y otros países”. Cada bosque reveló que constituye un organismo único, dotado de profundas diferencias en su modo de funcionar. La diversidad y la distribución de especies y, en un plano más amplio, la propia fisonomía de cada tipo de vegetación, dependen de combinaciones muy peculiares de lluvia más escasa o más abundante, de temperaturas más altas o más bajas, de luz más intensa o más tenue y de suelo más fértil o más pobre en nutrientes, capaz de almacenar agua durante un tiempo más largo o más corto. Uno de los resultados de dicha combinación es que cada selva alberga conjuntos únicos de especies de árboles. Solamente cinco especies – de las 537 que los investigadores encontraron luego de identificar el género y la especie de 64.004 árboles – logran adaptarse a los cuatro ambientes, poco importando la cantidad de nutrientes en el suelo, agua o luz.

Pero, ¿para qué tanto trabajo? Para entender de qué manera una selva se reorganiza, se diferencia y reacciona ante fenómenos locales o globales como los cambios climáticos, que solamente pueden evaluarse por medio de mediciones de largo plazo. “Si la temperatura del planeta sigue subiendo desaparecerán primeramente las especies que viven en la cima de las sierras, que son las más sensibles a las variaciones climáticas”, comenta Rodrigues, coordinador general de este proyecto que empezó con 15 integrantes y reúne actualmente a 104. “En tanto, las selvas del interior, más acostumbradas a la sequía, se deben adaptar más fácilmente”. Según él, la perspectiva de una extinción de las plantas del Bosque Atlántico es preocupante en primer lugar porque hace inútil el esfuerzo de creación y mantenimiento de la mayoría de las áreas de preservación ambiental, ubicadas a lo largo de la costa. Sería un ataque al corazón verde de São Paulo, representado por los fragmentos de Bosque Atlántico que le escaparon a la expansión urbana y agrícola precisamente porque ocuparon terrenos montañosos y ayudan así a mantener una temperatura agradable para los 18 millones de habitantes del Gran São Paulo.

Atento al futuro, pero fuertemente arraigado en el presente, el equipo paulista siembra prácticas más adecuadas de conservación y restauración de los espacios naturales, en vista del conocimiento acumulado sobre las interacciones entre las especies y de cada una de ellas con el suelo, el agua y la luz. Según Rodrigues, la restauración será importante especialmente en el interior paulista, donde la vegetación natural se halla bastante fragmentada en razón de la constante expansión de los cultivos y tierras de pastoreo. El propio Rodrigues está utilizando este conocimiento para recuperar montes aledaños a los ríos en ingenios de caña de azúcar: en cinco años, su equipo ha logrado reforestar 2.500 hectáreas de montes ciliares.

Germinan también algunas hipótesis sobre los mecanismos de supervivencia propios de cada tipo de selva. ¿Por qué especies del interior no llegan a la costa? “Porque no pueden vivir con tan poca luz”, responde Sergius Gandolfi, docente de la Esalq, quien instaló decenas de sensores de luz para entender de qué modo las variaciones de luminosidad pueden favorecer o dificultar la supervivencia de las plantas. ¿Y por qué las de la costa no llegan al interior? Esta vez el que brinda la respuesta es Miguel Cooper, también investigador de la Esalq, quien coordinó los estudios de agua en el suelo: “Porque no saben vivir con poca agua”. Las informaciones recabadas hasta ahora indican que a medida que el suelo se vuelve más fértil, algunas especies crecen más que otras, cae la densidad de árboles y aumenta la competencia por la luz, pues los árboles que crecen más se imponen en el monte, hacen sombra y eliminan a los otros.

Suelo fértil, agua y luz variables
La fertilidad del suelo principalmente es lo que hace del Bosque Atlántico del interior un escenario rico. En esta área de estudio, integrada a la Estación Ecológica de la localidad de Caetetus, que pertenece Gália, un municipio del sudoeste paulista con casi ocho mil habitantes, se mezclan árboles delgados y gruesos, bajos y altos – los más altos tienen alrededor de 30 metros, la mitad de la altura de los más grandes de la Selva Amazónica. “Uno de los mayores árboles que encontré acá fue una Gallesia integrifolia, un palo de ajo, que emite un fuerte olor a ajo que se siente a metros de distancia, con un tronco de un metro y medio de diámetro”, comenta Franco.

Para las plantas, no faltan nutrientes ni agua, porque el suelo retiene la lluvia que cae entre noviembre y enero. “Es como si lloviera todo el año y las raíces contaran siempre con un stock de agua”, dice Cooper. Pero no son sólo réditos: según Rodrigues, debido a la riqueza de este suelo, sumado al relieve plano, muchos montes de este tipo del interior paulista fueron derribados para dar lugar a las pasturas, al café, a la caña o a la soja. Otra peculiaridad es que aproximadamente la mitad de los árboles pierde sus hojas durante la estación seca, entre junio y agosto. Es cuando el monte, al iluminarse, ejercita un mecanismo propio de renovación. Gandolfi y Flaviana verificaron que los árboles que pierden sus hojas funcionan como claros estacionales, que dejan pasar la luz que durante tres meses baña a los árboles que hasta ese momento luchaban para crecer a la sombra de los otros.

Los claros generados por la caída de las hojas y, a lo largo de todo el año, por el viento, aportan la luz que alimenta la red de lianas y mantiene la elevada diversidad de este monte, donde conviven 151 especies, representadas por 13.053 árboles. Y fue precisamente para saber de qué manera el monte se recrea que Maria Teresa y Barreto salieron en busca de cada una de éstas. Durante seis meses verificaron cuántos árboles murieron y midieron, identificaron y mapearon a aquéllos que crecieron a punto tal de alcanzar los 15,7 centímetros de perímetro mínimo requerido para incorporarse al relevamiento.

Suelo pobre, poca agua y mucha luz
Aunque está cerca, a unos 80 kilómetros de distancia, el “Cerradão” de la Estación Ecológica de Assis, ubicado en la localidad homónima de casi 90 mil habitantes, también en el sudoeste paulista, es muy diferente – y ahora se sabe por qué. En este monte, que constituye la forma forestal del Cerrado o sabana, crecen muchos árboles porque hay bastante luz – es el ambiente más iluminado y seco entre los cuatro. Allí fue donde se halló la mayor densidad de árboles: en 10 hectáreas, 23.495, casi el doble que la cantidad encontrada en las otras áreas, aunque la diversidad es menor, de apenas 122 especies. Pero los árboles raramente pasan de los 15 metros debido al suelo, que es pobre en nutrientes. Y por ser arenoso, el agua de la lluvia de desliza y se seca rápidamente.

Estas características del suelo ayudan a entender por qué el escenario es relativamente uniforme. Los árboles del “Cerradão”, cuyos troncos tienen espesores similares, sin grandes variaciones, en general tienen escaso follaje y ramificaciones; es como si no quisieran llamar la atención. Son discretos hasta para morir: se mueren en pie. Pierden sus hojas, las ramas se caen y luego son lentamente devoradas por las termitas – a diferencia de los árboles del Bosque Atlántico o de la Amazonia, que al morir caen ruidosamente, llevando otros consigo: es cuando se forman los claros y surge la oportunidad para que otras especies germinen, lo que explica en buena medida la elevada diversidad de especies de los bosques tropicales.

El reconocimiento de los árboles y caminos en el “Cerradão” requiere una mirada aguzada como la de Giselda Durigan, investigadora del Instituto Forestal que comenzó a explorar los montes de dicha región cuando aún era niña. Ella presenta las especies más comunes como la copaíba (Copaifera langsdorffii), de tronco voluminoso cubierto de líquenes y manchado de gris y rojo oscuro, que representa el 27% de las árboles identificados en esta área de estudio. El análisis de las especies de árboles que crecen en este “Cerradão” reveló un fenómeno curioso, que sugiere cómo un tipo de bosque puede transformarse en otro: comienzan a predominar algunas especies indiferentes a la sequía o a la humedad, que viven también en los bosques atlánticos de la costa o del interior, como la propia copaíba, la canela del cerrado (Ocotea corymbosa) y el limón bravo (Siparuna guianensis). “El ‘Cerradão’ puede ser una forma de transición entre Cerrado y el Bosque Atlántico”, conjetura Giselda, “o del Bosque Atlántico al Cerrado, si la temperatura del planeta se elevase”.

Suelo fértil, mucha agua y poca luz
Si bien en el interior el agua es rara por lo menos irregular, en las otras dos áreas de estudio, ambas cercanas a la costa, lo que no falta es humedad. “Llovió todas las veces que yo vine acá”, comenta Cooper, fatigado, bajo una lluvia fría e incesante, mientras que escala las laderas de la reserva de Bosque Atlántico que integra el Parque Estadual de Carlos Botelho, compartido por los municipios de Sete Barras, Eldorado y São Miguel Arcanjo.

Esta selva atlántica del litoral es la más impresionante, con troncos de árboles cubiertos de bromelias, y la más rica de las cuatro áreas estudiadas, pues alberga 220 especies de árboles, aunque es también la menos poblada: en el área de estudio había solamente 10.582 ejemplares con tronco suficiente como para entrar en el relevamiento. Es también la más oscura. Gandolfi verificó que las hojas más cercanas a la superficie del suelo reciben tan sólo el 1% de la luz que llega a la cima de la selva.

Suelo pobre, poca luz y mucha agua
Esta exuberancia contrasta con el porte discreto de la otra área de investigación que también se encuentra en la costa, a unos 80 kilómetros de distancia: la restinga del Parque Estadual de Ilha do Cardoso, en Cananéia, una de las más antiguas poblaciones brasileñas, actualmente con alrededor de 23 mil habitantes, en el extremo sur del estado de São Paulo. Cuando Daniela Sampaio llegó a la isla por primera vez, en mayo de 2001, recién egresada de la carrera de biología, vio solamente una masa verde. Cuatro años después, al cabo de identificar 16.890 árboles de 177 especies distintas, camina por la restinga como si estuviera en su jardín, desviándose con naturalidad de las espinas de las palmeras y las bromelias, cuyas hojas de medio metro saltan del suelo cuan lanzas.

Poco a poco, a medida que el relevamiento que hizo se sumó a los estudios de los otros especialistas del grupo, pudo entender por qué este bosque es así. Los árboles raramente pasan de los 15 metros de altura debido al suelo pobre en nutrientes, como en el “Cerradão”. Pero el suelo arenoso tiene a su vez otro problema: vive inundado. En las áreas más bajas, la napa freática emerge y forma riachos de agua cobriza “el color se debe a la concentración de hierro” que se mueven lentamente entre las orillas de arena blanca como una hoja de papel. Pero Cooper, un argentino robusto y alto, de 40 años, recomienda: es mejor permanecer alejado del agua. Cooper la revuelve con la bota y les pregunta a los otros expedicionarios si sienten el olor a huevo podrido, debido al azufre acumulado en las hojas y troncos en lenta descomposición. “Mucho peor”, dice, “sería deforestar y drenar el agua”. El azufre, al reaccionar con el oxígeno, puede transformarse en sulfato, que al combinarse con el agua, forma ácido sulfúrico, que puede esterilizar el suelo.

El Proyecto
Diversidad, dinámica y conservación de árboles en los bosques del estado de São Paulo: estudios en áreas permanentes
Modalidad
Proyecto Temático vinculado al Programa Biota/ FAPESP
Coordinador
Ricardo Ribeiro Rodrigues – Esalq/ USP
Inversión
R$ 1.785.067,39 (FAPESP)

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