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HISTORIA

Publican la correspondencia del abolicionista brasileño André Rebouças

Cartas da África es el primero de una serie de cinco libros con sus escritos íntimos

Un lienzo de Rodolfo Bernadelli, de 1897, a partir de un retrato del busto del abolicionista, de 1885

André Pinto Rebouças, de Rodolfo Bernardelli, 1897. Colección del Museo Histórico Nacional / IBRAM. Reproducción: Jaime Acioli

“Últimos idilios: encontrar en África una bellísima palmera y dormir el sueño eterno a su sombra”, le escribió André Rebouças (1838-1898) a Alfredo Maria Adriano d’Escragnolle Taunay (1843-1899), el vizconde de Taunay, el 22 de febrero de 1892. El ingeniero y abolicionista aún no había subido a bordo del vapor Malange, el buque que lo llevaría de Marsella (Francia) a Lourenço Marques (Mozambique), pero ya se ilusionaba con un dramático viaje a través del continente africano.

La misiva es una de las 193 que Hebe Mattos, del Departamento y Programa de Posgrado en Historia de la Universidad Federal de Juiz de Fora (UFJF), recopiló en Cartas da África – Registro de correspondência: 1891-1893 [Cartas desde África – Registro de correspondencia: 1891-1893]. A pesar del título, el inicio del volumen tiene lugar en el balneario francés de Cannes, donde Rebouças se encontraba solo, tras una estadía inicial en Lisboa, Portugal, en compañía de la familia imperial, con la que había partido rumbo al exilio tras la Proclamación de la República en Brasil. Cercano a Pedro II, se mantuvo fiel a la monarquía tras los sucesos del 15 de noviembre de 1889.

En Francia, contrariado por el rumbo de la república naciente y mientras se preparaba para la circunnavegación del continente africano, les escribía a sus amigos, como José Carlos Rodrigues (1844-1923), uno de los propietarios del periódico Jornal do Commercio. Ya en esas cartas, las primeras del libro, confluyen las dos facetas de Rebouças, que se alternan también en las epístolas a otros 25 destinatarios: el ingeniero, que manifiesta sus ideas acerca de la infraestructura, y el intelectual que comenta aspectos de la política.

El título, publicado por la editorial Chão, da comienzo a una serie de cinco libros con los escritos íntimos del abolicionista, organizados por Mattos, dos de ellos en colaboración con Robert Daibert, su colega en la UFJF.

El primer contacto de Mattos con las cartas desde el exilio de Rebouças se produjo hace más de 15 años. En una investigación para su tesis doctoral en la Universidad Federal Fluminense, ella había estudiado a los intelectuales negros “que reflexionaban de alguna manera sobre la memoria de la esclavitud”, relata. Entre ellos, a Antônio Rebouças (1798-1880), consejero del Imperio, y a su hijo André. Durante su investigación, fotografió la correspondencia de André, que se conserva en la Fundación Joaquim Nabuco, en el estado de Pernambuco. Pero la figura del pensador en los años siguientes no ganó más espacio que el de unos pocos artículos. Hasta que surgió la propuesta de la editorial de publicar sus cartas. “Mi propósito pasó a ser entonces el de compartir a André Rebouças con un público más amplio”.

En opinión de Ligia Fonseca Ferreira, de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp), en su campus de la localidad de Guarulhos, este tipo de trabajo aún es escasamente desarrollado por los académicos brasileños. Por ello, hace hincapié en la importancia de proporcionar acceso a los textos completos de Rebouças: anteriormente, la principal fuente de sus escritos personales era una selección de 1938. Fonseca Ferreira habla desde su propia experiencia con la obra de Luiz Gama (1830-1882), un pionero del abolicionismo cuyos escritos editó en los libros intitulados Com a palavra, Luiz Gama [Con la palabra, Luis Gama] (Imprenta Oficial del Estado de São Paulo, 2011) y Lições de resistência [Lecciones de resistencia] (Edições Sesc, 2020).

Para Fonseca Ferreira, mientras que Gama, un antiguo esclavizado, siempre tuvo conciencia de su africanidad, es en el período que aborda Mattos cuando Rebouças descubre su condición de negro. De hecho, es en la carta que da comienzo al libro, según indica Mattos en la introducción, donde Rebouças se reconoce por primera vez como “el negro André”.

Colección Fundación Joaquim Nabuco / Ministerio de EducaciónCarta de Rebouças a su amigo Rangel da CostaColección Fundación Joaquim Nabuco / Ministerio de Educación

En la tesis de titularidad de Mattos, la borradura de la experiencia intelectual de los negros libres en el siglo XIX era un tema central. Para ella, este es un “punto clave para la forma en que el racismo se institucionaliza como no racismo”. “Se alude al color cuando hablamos del esclavo [sic], del sospechoso. La trata es negrera, cada vez que se dice prieto, negro o criollo, se está pensando en el esclavo [sic]”. Los intelectuales, sin embargo, no tenían color, aunque, como ella explica, más del 70 % de la población en el siglo XIX era negra o parda. Incluso los investigadores ignoraban los datos raciales cuando hablaban de personalidades que hoy en día son “nombres de calles”, como André Rebouças o el también ingeniero Teodoro Sampaio (1855-1937).

Este emblanquecimiento, sostiene, se reforzó con las fotografías en blanco y negro, que aclararon la piel de muchos de ellos, pero no la del propio Rebouças, cuyo tono no aparece enmascarado en sus retratos. A juicio de Mattos, la nitidez de su color se presta para fortalecer el mito de la democracia racial. Uno de los puntos más recordados cuando se habla de Rebouças como una persona negra importante, dice, fue su amistad con el emperador, como si su trayectoria, en la que fue ingeniero, empresario y entabló relaciones comerciales con personas de su campo en varios países, “hubiera sido fruto de una concesión” de la monarquía.

Angela Alonso, del Departamento de Sociología de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo [FFLCH-USP] e integrante de la coordinación adjunta de la Dirección Científica de la FAPESP, también destaca la “anulación de la cuestión racial” y cómo Rebouças fue utilizado para ello, en gran medida debido a la “asociación espuria” entre él y la casa monárquica. A causa de esta conexión, “Rebouças no ha sido valorado como un prócer negro”, sostiene.

Para la autora de Flores, votos e balas [Flores, votos y balas] (Companhia das Letras, 2015), obra en donde retrata el abolicionismo como movimiento social, uno de los méritos de la obra de Mattos reside en rescatar una figura central no solo para la campaña abolicionista, “su más importante articulador”, sino también “para muchas cuestiones fundamentales en Brasil”, como la actividad modernizadora que emprendió junto a su hermano, también ingeniero, Antônio Rebouças (1839-1874). Alonso hace hincapié en las lagunas que aún cabe rellenar en los estudios sobre André Rebouças, tal como es el caso de su faceta como empresario exitoso.

Mattos dice que la colección de la editorial Chão ayudará a cubrir ese faltante. Luego de Cartas da África, están previstos O engenheiro abolicionista: Diário, 1882-1885 [El ingeniero abolicionista. Diario, 1882-1885]; A abolição incompleta: Diário, 1887-1888 [La abolición incompleta. Diario, 1887-1888]; O amigo do imperador: Registro de correspondência, 1889-1891 [El amigo del emperador. Registro de correspondencia, 1889-1891]; y Cartas de Funchal: Registro de correspondência, 1893-1898 [Cartas desde Funchal. Registro de correspondencia, 1893-1898].

La publicación de los escritos de Rebouças saca a la luz nuevos temas, como el “tolstoísmo” del autor, que se trata en el epílogo de Mattos a la edición. Las lecturas de Lev Tolstói (1828-1910), explica, representan una “inflexión importante en el liberalismo” de Rebouças y configuraron su pensamiento social. Con su defensa de una “democracia rural”, Rebouças dejó asentada una “crítica al gran capital financiero en una línea nítidamente moral”, similar a la del autor ruso.

El estoico apego a sus convicciones, recuerda Alonso, fue lo que le impidió a Rebouças aceptar los puentes que sus amigos intentaron tenderle para que regresara a Brasil, algo que nunca sucedió. Murió en 1898, no bajo una palmera, como había soñado, sino al pie de un peñasco junto al mar, en Funchal, isla de Madeira, Portugal, donde vivía desde 1893.

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