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Entrevista

Radovan Borojevic: El domador de células

El biólogo de origen croata y profesor emérito de la UFRJ habla de los percances y las perspectivas alentadoras de la medicina regenerativa

Leo Lemos

A punto de cumplir 80 años, Radovan Borojevic no se queja de la vida. “Tuve más oportunidades que las que he podido aprovechar”, dice el biólogo. “Me siento en la obligación de retribuirlas con mi trabajo”. Hijo de un militar serbio y de madre croata, Borojevic nació en Zagreb, en la extinta Yugoslavia, en noviembre de 1940, una semana antes de que el país fuera invadido por Alemania y quedara inmerso en la Segunda Guerra Mundial. Durante esa conflagración pasó hambre y luego creció bajo una dictadura socialista. Las penurias económicas y sociales lo forzaron a abandonar la universidad en Zagreb y emigrar hacia Francia.

En Estrasburgo, tuvo la posibilidad de finalizar sus estudios y, bajo la dirección del biólogo Claude Lévi, se orientó hacia un tema que guió su carrera científica: la búsqueda de la comprensión de cómo se comunican las células e influyen en el entorno donde están inmersas, un conocimiento fundamental para el desarrollo de terapias de regeneración de tejidos lesionados.

Borojevic arribó a Brasil hacia el final de la década de 1960 y, en 1980, entró en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). Allí colaboró en la implementación del primer servicio de trasplantes de médula ósea del estado de Río de Janeiro y en el desarrollo de estudios pioneros empleando células madre para el tratamiento de enfermedades cardiovasculares y degenerativas. Una vez jubilado, se mantuvo al frente del mayor banco de células de América Latina, creado por él al comienzo de los años 1980, que cuenta con más de 300 linajes celulares para la investigación científica y actualmente funciona en el Instituto Nacional de Metrología, Calidad y Tecnología (Inmetro).

En la entrevista que se lee a continuación, concedida en el mes de agosto por videoconferencia, Borojevic se refiere a los principales contratiempos y avances de la medicina regenerativa en Brasil y en el mundo.

Edad 79 años
Especialidad
Terapias celulares y regeneración y restauración de tejidos
Institución
Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ)
Estudios
Título de grado en biología por la Universidad de Estrasburgo (1963) y doctorado por la Universidad de París VI (1968), ambas en Francia
Producción
307 artículos en revistas científicas, 23 capítulos de libros, 67 direcciones de maestría y 50 de doctorado

Su trayectoria es ecléctica. Estudió las esponjas marinas, infecciones parasitarias y regeneración de tejidos. ¿Cuáles son los retos que lo estimulan actualmente?
Estoy transitando el final de mi carrera y retomé la línea de investigación que inicié en el laboratorio de Claude Lévi, en la Universidad de Estrasburgo, cuando emigré a Francia. Mi interés es la célula. Cuando llegué a Estrasburgo en la década de 1960, Lévi estaba arrancando con una línea de investigación, cuyo interés particular era la evolución de las esponjas marinas, los primeros seres vivos que alcanzaron una organización multicelular. Él quería entender cómo se produjo la integración de las células. Antes de las esponjas, las células funcionaban como entidades aisladas y autónomas. A partir de esos organismos, pasan a formar parte de un sistema y solo desempeñan –o deberían desempeñar– la función determinada por el conjunto.

¿Y qué descubrió?
Al estudiar la organización de las comunidades celulares de las esponjas, descubrí que ellas tienen un tipo de células madre equivalente a las células mesenquimales de los organismos más complejos. Esas células hacen de todo, son capaces de multiplicarse y diferenciarse en otros tipos de células. Se reproducen y mantienen su propia población, pero también perciben qué tipo de células necesita el organismo en cada instancia y las generan, para cubrir esa necesidad. En mi tesis doctoral, propuse su existencia en las esponjas. Este tipo de células es fundamental en la terapia celular. Mi trabajo se basa  en el concepto de la célula en su contexto, porque eso se aplica a los procesos regenerativos. Para recuperar un tejido lesionado o restaurar los daños provocados por el envejecimiento, ellas tienen que integrarse al tejido y ejecutar una función determinada. En la medicina regenerativa, esto debe controlarse y enfocarse. Hoy en día, mi objetivo es conocer las células y aprender a manipularlas para promover su regeneración.

Las células que se utilizan en una terapia perciben el entorno químico e interpretan lo que debe hacerse

¿Cómo reconocen las células lo que hay que hacer?
Las células perciben el efecto del entorno que las rodea y ese contacto les brinda información. Cada célula produce a menudo mediadores químicos que se propagan llevando información a otras células, y eso repercute en las condiciones del tejido generando efectos sistémicos. A su vez, las células que se encuentran alejadas producen mediadores que son percibidos por la célula inicial. Con base en la respuesta que recibió del tejido, esta célula modula su contacto con el entorno. Este conocimiento es fundamental. La célula que se utilizará en una terapia, introducida en el corazón, por ejemplo, percibe químicamente el ambiente. Cuando el mismo es patológico y ha sufrido agresiones, la célula sana introducida interpreta lo que debe hacerse y produce la reparación. La primera terapia celular clínica en la que participé fue para tratar el infarto de miocardio.

A menudo se citan sus trabajos sobre terapia celular para el corazón ¿Cómo participó en ese proyecto?
En 1980 me encaminé al Instituto de Química de la UFRJ para hacer el cultivo de células correspondientes a los estudios básicos de biología celular. Ahí recibí un laboratorio prácticamente montado y me comuniqué con colegas de diversas instituciones para obtener células e iniciar el cultivo. Noté que muchas no estaban bien caracterizadas, o bien su origen era desconocido. Entonces decidí crear el Banco de Células de Río de Janeiro, que hoy en día es la mayor colección de América Latina, con más de 300 linajes de células clasificadas. En la década de 1990, Halley Pacheco, un gran hematólogo brasileño, docente de la universidad, estaba instalando el servicio de trasplantes de médula ósea en Río, que hasta entonces solo existía en el Hospital Israelita Albert Einstein, en São Paulo, y me invitó a colaborar en el montaje del laboratorio de preparación de células. Todo ello hizo que me tornara conocido en el área. Más adelante, Hans Dohmann, cardiólogo del Hospital Pró-Cardíaco, en Río, y Emerson Perin, un cardiólogo brasileño del Texas Heart Institute, en Houston (Texas, EE. UU.), plantearon la posibilidad de hacer terapia celular en miocardios. La propuesta era buena y original. Pero por cuestiones legales no era posible realizarla en Estados Unidos y se resolvió intentarlo en Río. Y buscando a alguien que manipulara las células llegaron hasta mí.

¿Usted ya había trabajado con las células que se implantarían en el corazón?
Se trataba del mismo tipo de células con las que trabajaba en el servicio de trasplantes de médula ósea del Hospital Clementino Fraga, de la UFRJ. La diferencia radicaba en que serían implantadas en el corazón, y no inyectadas en el torrente sanguíneo. Realizamos los primeros trasplantes experimentales en cardiopatías crónicas graves, cuyos resultados se publicaron en 2003. Nuestro grupo y el de Düsseldorf, en Alemania, fueron los primeros del mundo que realizaron terapia celular en miocardios. En aquella época, cada grupo ignoraba la actividad del otro, pero los resultados fueron similares. Esa labor tuvo una gran repercusión. Luego de eso, hicimos en el Pró-Cardíaco el primer trasplante celular para ACV [accidente cerebrovascular] y para cardiopatías agudas.

A partir de esos trabajos se realizó un estudio nacional en el que participaron 1.200 personas, iniciado en 2004 por el Ministerio de Salud, pero se sabe poco de sus resultados. ¿Qué sucedió?
El proyecto fue demasiado ambicioso. Pasó de una escala de 20 pacientes a centenas, abarcando cuatro patologías y con la participación de hospitales desde Porto Alegre hasta Belém. También fue muy optimista. Los organizadores no habían contemplado las dificultades del proyecto. Desde el punto de vista científico era consistente, pero su ejecución era difícil en un país tan grande y con tantas divergencias en su infraestructura como es Brasil. Los estudios multicéntricos, al igual que los internacionales, no son fáciles de realizar.

¿Los resultados fueron los que se esperaban?
No. El tratamiento para el infarto de miocardio confirmó los resultados  previos. El InCor [Instituto del Corazón] hacía su parte con el estudio cardiológico, pero no logró integrarse en forma óptima y en un momento determinado se escindió. El grupo que se ocupaba de la cardiopatía chagásica [la enfermedad cardíaca causada por el parásito Trypanosoma cruzi], en Salvador, siguió avanzando, pero no obtuvo resultados confirmatorios a largo plazo. La preparación de células para el trasplante es algo delicado y complejo. Hay pocos laboratorios clínicos de hospitales que cuentan con las condiciones como para hacerla. En esa época participé en el montaje de ese tipo de servicios en los hospitales que formaron parte del estudio, excepto en el InCor, pero es ilusorio pensar que en pocos días se le puede enseñar a un equipo a hacer una manipulación adecuada.

La terapia celular funciona bien para las enfermedades degenerativas que afectan a los músculos, las articulaciones y los huesos

En ese entonces, Brasil parecía hallarse a la vanguardia de la medicina regenerativa. ¿Cuál es la situación actual?
La fase inicial fue favorable. La legislación brasileña permitía introducir un estudio clínico de una terapia novedosa y original, debidamente autorizada por los organismos nacionales, basada en manipulaciones experimentales preclínicas. Eso hizo posible el proyecto del Pró-Cardíaco y el multicéntrico financiado por el ministerio. Entonces se advirtió, incluso como resultado del estudio multicéntrico brasileño, que la calidad de la manipulación de las células era crucial para los resultados. También se constató, tanto aquí como en el resto del mundo, que los procedimientos de manipulación celular debían regularse, tanto en el caso de los estudios preclínicos como en las terapias. Luego de esos resultados, varios grupos en China, Panamá y República Dominicana comenzaron rápidamente a ofrecer terapias sin ningún tipo de control. Siguiendo las estrictas normas estadounidenses, se prohibió todo. Solo los laboratorios certificados, en el caso brasileño por la Anvisa [la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria], y calificados como Centros de Tecnología Celular podían manipular esas células. El proceso de certificación fue largo y durante ese tiempo, la aprobación de nuevos ensayos clínicos en la Conep [la Comisión Nacional de Ética en la Investigación Científica] se hizo difícil. Progresivamente fue transformándose en una medicina no autorizada para su aplicación clínica. Solo se permitió su uso potencial en terapias compasivas, cuando no había otro tratamiento satisfactorio, pero era necesario que lo hiciera un centro certificado, algo que no existía. Ese fue el período de declive.

¿Se resolvió esa situación?
En nuestro caso, allá por 2006, el Pró-Cardíaco montó el laboratorio Excellion, en Petrópolis. Vine aquí para ponerlo en marcha, siguiendo las más rigurosas reglas internacionales. Fue el primer laboratorio del país para la manipulación intensiva de células con fines terapéuticos certificado por la Anvisa. A partir de ese momento quedamos habilitados para preparar células destinadas a protocolos experimentales aprobados por la Conep. Esto significó el relanzamiento de nuestras terapias. La Anvisa se involucró efectivamente en el tema y, en 2008, publicó una resolución que define cómo debe ser y funcionar un laboratorio de este tipo. Eso permitió que se montara en el país una red de laboratorios calificados para la manipulación de células. Entonces empezamos a subir la cuesta. Hoy en día, algunos laboratorios funcionan muy bien, como por ejemplo, el de la Universidad de São Paulo [USP] en Ribeirão Preto y el de la PUC de Paraná, coordinado por Paulo Roberto Brofman, que se transformó en un referente de calidad y provee células para la mayoría de los ensayos clínicos. El Pró-Cardíaco fue vendido a la empresa de asistencia médica Amil, que posteriormente fue adquirida por el grupo United Health, y el Excellion se cerró.

¿La terapia celular ha resurgido en el país?
Ha comenzado a resurgir y algunas terapias comienzan a autorizarse. En 2015, el Consejo Federal de Odontología liberó el uso de plasma enriquecido con fibrina y plaquetas, que contiene células, para acelerar la cicatrización y reconstitución del hueso. En los últimos años, la Anvisa publicó un conjunto de resoluciones definiendo los criterios para el registro de terapias celulares que contemplan y definen la manipulación amplia de las células que se utilizarán en esos tratamientos. Las perspectivas son buenas, pero pudo verse que incluso los laboratorios certificados por el organismo de control no son efectivamente capaces de manipular las células de manera adecuada por falta de especialistas. Esto no es un problema propio de Brasil únicamente, pero estamos en vías de poder dar el salto y ofrecer este tipo de tratamiento, tal como lo hacen España, Corea del Sur, Australia y Japón.

¿Hoy en día esas terapias están liberadas solamente para su uso en investigaciones?
Para investigación, terapias compasivas y procedimientos clínicos que incluyen manipulación celular, realizados en instituciones debidamente certificadas. En este sentido, participo en estudios que lleva adelante el grupo del ortopedista Gildásio Daltro, de la Universidad Federal de Bahía, que utiliza células madre para el tratamiento de la necrosis de la cabeza del fémur, un problema que afecta a adultos jóvenes, que generalmente padecen de anemia falciforme, y a los afrodescendientes, que a menudo requiere el implante de una prótesis metálica. También he trabajado en terapias celulares para quemaduras extensas en el Hospital de la Fuerza Aérea del Galeão y pudimos salvarles la vida a muchos pacientes, incluso a algunos que tenían más del 70% del cuerpo quemado. El grupo del profesor Brofman, en Curitiba, colabora con hospitales que recurren a la terapia celular para el tratamiento de las úlceras diabéticas. En casos en los que se ha aconsejado la amputación, ellos extraen células madre de los pacientes, que posteriormente son manipuladas y se las reinjertan. En la mitad de los casos se ha logrado evitarla. En Estados Unidos, hay un grupo limitado de terapias autorizadas, y hay países de Europa, además de Japón, Corea del Sur y Singapur, en Asia, que están comenzando a ofrecer terapias celulares realizadas con todos los recaudos en casos específicos y para pacientes calificados. La Anvisa está realizando un esfuerzo notable para poder autorizar toda una serie de terapias avanzadas en Brasil.

¿Para cuáles problemas ha sido más exitosa la terapia celular?
Esta terapia funciona bien para las enfermedades que afectan a los músculos, las articulaciones y los huesos, especialmente en el caso de los procesos degenerativos. Por lo general, se utilizan células madre capaces de generar huesos y cartílagos. Existe una gran demanda por este tipo de tratamiento en la medicina deportiva, dado que los atletas se lastiman bastante. El uso clínico en ortopedia ya ha sido aprobado en algunos países e imagino que será uno de los primeros que será registrado por la Anvisa. Otra de las áreas con potencial para su avance, si bien eso aún no ha ocurrido, es el tratamiento de los traumas de la médula espinal, que son poco frecuentes pero muy visibles. En las inflamaciones hiperagudas de intestino, como en el caso de la enfermedad de Crohn, se puede trabajar con células madre alógenas [las que provienen de un donante] para reducir la respuesta inflamatoria. La inflamación pulmonar causada por el covid-19 también parece responder bien, como apuntan algunos experimentos. Su uso también es prometedor en los casos de infarto agudo de miocardio y ACV.

Mientras trabajaba en la interfaz académico-industrial, noté que hacía falta una carrera para la formación de biotecnólogos

Usted participó en la creación del polo de biotecnología, el Bio-Río. ¿Eso cómo fue?
La idea de ese polo de biotecnología, que está ubicado en el campus del Fundão de la UFRJ, era crear un puente entre la ciencia básica de la universidad y el sector privado. Empecé a trabajar en la UFRJ cuando se discutía la creación de una interfaz con el sector industrial, algo absolutamente necesario. Un grupo de docentes propuso la creación de un parque tecnológico, similar a los existentes en ciertas universidades extranjeras. Yo formé parte del grupo de trabajo que elaboró el proyecto y el andamiaje administrativo del Bio-Río y más tarde, de la evaluación del valor científico de las propuestas presentadas. Luego dejé esa actividad al sumarme al servicio de trasplantes de médula ósea del hospital universitario. Posteriormente, aunque en esa misma línea de trabajo, me invitaron a trabajar en el Inmetro ocupándome del nexo con la industria. En esos trabajos, noté que estábamos debatiendo sobre la interfaz académico-industrial, pero hacía falta un grupo específico de profesionales: los técnicos en biotecnología. El país no disponía de ninguna escuela secundaria técnica que formara a esos profesionales. En la universidad, los que desempeñan esa función son, a menudo, los alumnos de posgrado, pero en la industria se necesitan técnicos.

¿Cómo lo resolvieron?
Me puse en contacto con la Escuela Federal de Educación, Ciencia y Tecnología, en el barrio carioca de Maracanã, y pusimos en marcha una carrera de formación de biotecnólogos que hoy ya tiene 30 años. Ese fue un reto interesante. Nos pusimos manos a la obra con la profesora Maria Helena Nicola y, en 10 días, elaboramos el proyecto y el programa curricular y determinamos el contenido de las materias. Los alumnos reciben una capacitación excelente. Muchos de ellos posteriormente cursaron una carrera universitaria.

Usted nació en la ciudad de Zagreb, cuando Croacia formaba parte de Yugoslavia. ¿Conserva recuerdos de aquel período?
Nací en los suburbios de Zagreb en noviembre de 1940. Una semana después, Yugoslavia fue invadida por las tropas alemanas y entró en guerra. Mi padre era serbio y mi madre croata. Puesto que era serbio y militar, para los alemanes era alguien a quien debían ejecutar. Zagreb tenía un sector pobre y otro más desarrollado que estaba prohibido para los judíos, gitanos y serbios. Nuestra casa estaba en la parte rica, pero no podíamos dejarnos ver. Por eso pasaba el día en la calle con mi abuela, lejos de allí y recién regresaba a mi hogar por las noches. A veces, mis padres, mi abuela, mi hermana y yo disponíamos de una bolsa de maíz para pasar la semana. Pese a esas dificultades tuve una infancia y una adolescencia feliz, pero solo regresé allá muchos años después. Emigré a Francia cuando cursaba el tercer año de la facultad y debía hacer el servicio militar en Yugoslavia. Hasta los 36 años me consideraban un desertor, y corría riesgo de que me eliminaran si retornase al país.

En el colegio secundario usted recibió una educación enfocada en las ciencias humanas. ¿Qué lo impulsó a decantarse por la biología?
En Zagreb había una escuela tradicional de excelencia, adonde iban los mejores alumnos. Ahí se enseñaba la cultura clásica, además de griego y latín, porque esta última fue la lengua oficial del gobierno croata hasta el final del siglo XIX. Califiqué entre los seleccionados e ingresé a ese colegio. Desde un comienzo, sin embargo, estaba interesado por la naturaleza y tuve un gran apoyo de mi abuelo paterno, un sacerdote ortodoxo. Luego de la guerra viví un tiempo con él en Bosnia. Él tenía una chacra allí y me llevaba a pasear por los campos y los bosques. Cuando ingresé en la Universidad de Zagreb para estudiar biología, mi idea era trabajar en la conservación de los parques naturales. A causa de las penurias económicas y sociales, resolví partir para Francia, donde durante un período breve fui un inmigrante ilegal. Mientras estaba allá, supe de una beca para extranjeros en la Universidad de Estrasburgo y me postulé. Entonces fue cuando ingresé al grupo del profesor Lévi. Con mis trabajos de fin de graduación, logré convertirme en investigador del CNRS [Centro Nacional de Investigación Científica], un paraíso para cualquier científico. Como para entonces ya me había naturalizado francés, tuve que hacer el servicio militar. Ya era doctor y mi edad era bastante superior a la del resto de los convocados, entonces me enviaron para hacer una cooperación científica internacional entre Francia y Brasil.

Así es como llegó aquí.
En febrero de 1969 comenzó mi vida brasileña. Primero fui por un corto período a Recife, donde había un puesto que cubrir y estuve un tiempo embarcado en el buque oceanográfico Almirante Saldanha, de la Marina de Brasil, estudiando biología marina. Luego me enviaron al Instituto de Investigaciones de la Marina (IPqM, por sus siglas en portugués), en Ilha do Governador, en Río de Janeiro. Ahí comencé a trabajar con el almirante Paulo Moreira, que estaba montando un centro de biología marina en Arraial do Cabo, en el litoral norte de Río, en una labor conjunta con Francia. El IPqM tenía un convenio con el Instituto de Investigaciones Walter Reed, del Ejército de Estados Unidos, que intentaba desarrollar un medicamento que pudiera aplicarse en la piel y protegiera a los soldados contra la infección causada por el parásito del esquistosoma.

En Zagreb, durante la guerra, a veces lo único que había era una bolsa de maíz para pasar la semana

¿Y cuál fue su participación?
Ellos me pidieron que hiciera el cultivo de las células para los estudios de penetración de ese helminto. Así fue que me topé con la esquistosomiasis. Me enamoré de Río de Janeiro y al terminar el servicio militar me enrolé en el servicio de cooperación civil del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia. Por entonces, había otro proyecto francobrasileño, montado por el médico y almirante Aluízio Prata para el estudio de la patología de la esquistosomiasis en una zona endémica de la enfermedad en el estado de Bahía. La embajada francesa me trasladó al Instituto Gonçalo Muniz, que entonces era privado [más tarde fue incorporado a la Fiocruz], y comencé a estudiar la patología de la esquistosomiasis. El asesoramiento estaba a cargo del Instituto Pasteur de Lille, que estaba abocado al desarrollo de una vacuna. Ahí tuve mi primer contacto con los problemas médicos de una población pobre en un país tropical. Después, la Organización Mundial de la Salud [OMS] me invitó a sumarme a un comité de medicina tropical para asegurar la integración entre las ciencias básicas y la medicina. Los estudios inmunológicos siguieron su curso, pero ocho años más tarde se acabó la financiación del Pasteur sin haber conseguido desarrollar la vacuna. Así, pues, los proyectos de cooperación bilateral disminuyeron y mi participación también. En 1979, el servicio de cooperación me ofreció trasladarme a otro país.

¿Es cierto que casi se va a Irán?
En las reuniones de la OMS en Ginebra, tiempos atrás, tenía como compañero en el comité al bioquímico Jacques Monod [1910-1976], del Instituto Pasteur, que había recibido el Premio Nobel de Medicina de 1965. Monod me citó para conversar en París y me invitó a que desarrollara el sector de biología celular en la filial del Instituto Pasteur que él estaba montando en Teherán, con el aval del sah Mohammad Reza Pahleví [1919-1980]. En principio descarté trasladarme de Bahía a Irán, pero finalmente acepté. Pero antes regresé a Brasil porque tenía asuntos por resolver. Mientras desarmaba mi laboratorio en Bahía se produjo la Revolución Iraní y el Pasteur de Teherán fue destruido. El último avión francés que logró salir de Irán embarcó a los empleados del instituto apenas con la ropa que llevaban puesta.

¿Por qué decidió quedarse en Brasil?
Porque me gustó. La situación del Pasteur se volvió complicada y mi proyecto en Bahía ya no existía. Viajé a Río, ingresé nuevamente en el CNRS y comencé a organizar un programa de cooperación internacional que involucraba a la UFRJ, donde arranqué como profesor visitante, y al Instituto Pasteur de Lyon. En el campus del Fundão fui muy feliz.

¿Cuáles eran las condiciones de la UFRJ en aquella época?
El dinero no faltaba. Las condiciones laborales en el Instituto de Química eran excelentes. Pasaba algunos meses en Río de Janeiro y otros en Lyon, pero sinceramente, era más sencillo trabajar en el Fundão. Ese fue uno de los motivos que me impulsaron a presentarme a concurso y quedarme en la universidad. En aquella época trabajábamos con proyectos a largo plazo, por lo que nos era posible mantener nuestras investigaciones. Al no tener formación en química, en un comienzo estaba fuera de contexto en el instituto, pero la interfaz entre las ciencias exactas y las aplicadas al área biomédica adquiría mayor relevancia.  Asumí la responsabilidad de la asignatura de bioquímica celular de la carrera, a la que también asistían alumnos de las carreras de biología y medicina, y durante un largo período fui el coordinador de la carrera de posgrado en bioquímica del instituto. Esos cargos me llevaron a establecer una interacción creciente con el área médica. La calidad del trabajo de los laboratorios me causó una grata impresión y la UFRJ me generaba un gran optimismo. Mantuve excelentes relaciones con grupos de la USP, de la Universidad de Campinas y de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul. El bioquímico Ricardo Brentani [1937-2011], por ese entonces director del Instituto Ludwig de Investigaciones sobre el Cáncer, me invitó para que fuera a trabajar a São Paulo, pero yo tenía una estructura que funcionaba muy bien en la UFRJ. Y además, entre nosotros, prefiero a Río de Janeiro.

¿Cuál es el estado actual de la universidad?
Ahora soy profesor emérito. Ya no tengo tanta actividad allí y sería difícil decirlo. Al comienzo de la década de 2000 tuve un cáncer y me jubilé. Luego vino la puesta en marcha del Excellion y el trabajo en el Inmetro. Con el tiempo, dejé de ir a la universidad, pero sigo en contacto. Creo que la UFRJ necesita una renovación. El Coppe [el Instituto Alberto Luiz Coimbra de Posgrado e Investigaciones en Ingeniería] funciona muy bien, pero no tan así el área de la salud. El hospital universitario parece hallarse en una situación difícil. Estamos atravesando un período complicado.

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