Motivadas por la secularización de los estados europeos, las congregaciones católicas llegaron a Brasil desde la década de 1890 hasta la segunda mitad del siglo XX y aportaron conocimientos técnicos en áreas tales como la educación, la salud, la producción editorial y la arquitectura. En el campo educativo, dichas congregaciones ofrecieron conocimiento y experiencia en la enseñanza, tanto en la elaboración de material didáctico como en el desarrollo organizativo de las escuelas. Durante un largo período de la historia republicana, el Estado brasileño se apoyó en los servicios de la Iglesia para cumplir algunas de sus obligaciones. Éstas fueron las conclusiones a las que se arribó en el marco del proyecto temático intitulado “Congregaciones católicas, educación y Estado nacional en Brasil (1840-1950)”, coordinado por Agueda Bernardete Bittencourt, docente de la Facultad de Educación de la Universidad de Campinas (FE-Unicamp).
En dicho proyecto también se realizó un estudio de las congregaciones católicas que actuaron y actúan en Brasil, mapeando la existencia de aproximadamente 500. La información sobre esas misiones estará accesible en los próximos meses en un banco de datos abierto a la consulta pública. Como despliegue del proyecto coordinado por la profesora Bittencourt, que avanzó más allá del período enunciado en el título, llegando a los años 1990, se realizaron coloquios anuales en el exterior y en Brasil y se elaboraron dosieres publicados en las revistas Brasileira de História da Educación y Pro-posicições. Esta última publicará en 2017 un número especial con artículos de investigadores que participaron en el proyecto.
Estudios académicos anteriores abordaron la historia de la Iglesia en Brasil e incluso la de la vida religiosa, pero sin analizar el impacto de la inmigración masiva sobre las políticas del Estado brasileño. Había también investigaciones sobre el trabajo de congregaciones específicas, pero sin abarcar la presencia de las misiones de manera amplia, tal como se planteó en el proyecto.
Según la investigadora, las congregaciones trajeron y adaptaron a la realidad local conocimientos pedagógicos adquiridos durante los años de trabajo en sus países de origen, participando así en el afianzamiento de servicios básicos de educación en Brasil. En las monarquías europeas, al igual que durante el Imperio en Brasil, la Iglesia estaba vinculada al Estado. En la medida en que países tales como Francia e Italia se convirtieron en repúblicas, procedieron a la separación entre Iglesia y Estado, y la supervivencia de órdenes y monasterios se volvió sumamente difícil. Una profunda reforma transformó órdenes y monasterios en congregaciones e hizo que su misión religiosa se ampliase, añadiéndole una orientación social. Con las restricciones de actuación en Europa, cuyo proceso de laicización se aceleraba, a finales del siglo XIX la Iglesia buscó alternativas fuera del continente. Un hito significativo de ese proceso se dio con el Concilio Plenario Latinoamericano de 1901, convocado por el papa León XIII, en el cual se reglamentó la actuación de la Iglesia en los países de América Latina, donde se debería aprovechar la herencia católica de los colonizadores europeos y también combatir la entrada de los protestantes.
En Brasil, pese a que la Iglesia había actuado desde la llegada de los portugueses, su presencia local se había concretado fundamentalmente por la intermediación de las parroquias, los seminarios de formación del propio clero y las organizaciones laicas, tales como las terceras órdenes y las hermandades. Luego de la Proclamación de la República, se intensifica y se profesionaliza la actividad de la Iglesia a través del trabajo de las congregaciones extranjeras inmigradas. “Las congregaciones crearon escuelas, dirigieron hospitales y fundaron santuarios y editoriales para realizar una actividad social que justificase su existencia”, afirma Bittencourt.
Cultura extranjera
Al comienzo de la investigación, que empezó en 2012 y finalizará en junio de este año, el grupo de investigadores trabajaba con la hipótesis de que las congregaciones inmigraron por haber sido expulsadas de los países europeos. Pero, con el desarrollo de los estudios, se constataron distintos intereses en juego en ese proceso. Francia, por ejemplo, si bien restringió el espacio de las congregaciones en su sistema educativo, apoyó la llegada de las mismas a Brasil y a otros países de América Latina. “El Estado francés tenía interés en difundir el idioma y la cultura francesa”, dice la investigadora.
Por otra parte, mientras que las repúblicas europeas se cerraban a las congregaciones católicas, el Estado brasileño, incapaz de abarcar a toda la población en un sistema educativo público, dejaba brechas en la oferta escolar que fueron en parte ocupadas por las congregaciones europeas. En ese proceso, el clero, ligado a las diócesis brasileñas e interesado en modernizar el catolicismo local, atento a esas lagunas, invitaba a las organizaciones religiosas extranjeras a suplir las demandas según la especialidad de cada una: creación y gestión de establecimientos educativos, producción de material pedagógico, edición y publicación de libros y calificación de docentes, entre otras.
Bittencourt explica que, en el pasaje del siglo XIX al XX, la instrucción pública en Brasil se limitaba a la educación primaria, unas pocas escuelas secundarias y algunas carreras superiores aisladas. Con la llegada de las congregaciones católicas, se fundaron escuelas para todas las etapas de la educación. Hasta mediados de la década de 1950, la enseñanza secundaria en el país era mayoritariamente privada y confesional. Esos colegios eran frecuentados por la elite y estaban instalados fundamentalmente en los estados de São Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais, aparte de los estados del sur, cuyos inmigrantes demandaban asistencia y educación católica.
La investigadora sostiene que la convivencia entre las escuelas públicas y las escuelas católicas generó un intenso intercambio de conocimientos e ideas. Eso se debió a la circulación de los docentes entre ambos tipos de escuelas y a los convenios entre los poderes públicos y las congregaciones. “Los docentes militantes católicos que actuaban en las escuelas públicas llevaban a la red oficial de enseñanza las prácticas pedagógicas y el ideario católico”, afirma.
Un ejemplo de la relación entre la educación pública y la Iglesia es lo que ocurría en el colegio Caetano de Campos ‒la primera institución pública de formación docente de São Paulo–, cuyos directores también dirigían la Liga de Docentes Católicos entre las décadas de 1920 y 1930 y hacían circular por la escuela materiales elaborados en dicha liga. Asimismo, estados tales como Santa Catarina y Mato Grosso firmaron convenios con algunas congregaciones para impartir la enseñanza en las escuelas rurales.
A finales de la década de 1950, el clero latinoamericano empezó a elaborar una teología orientada a los más pobres. Se alía a los movimientos iniciados por la Iglesia francesa en la posguerra, como el proyecto de los curas obreros, que dejaron los conventos para vivir en barrios periféricos y practicar la evangelización. Incluso en colegios privados destinados a atender a las elites, pasaron a ofrecer servicios destinados a las poblaciones menos favorecidas, una iniciativa social que se mantiene.
La investigadora recuerda que la historia brasileña es distinta a la argentina, por ejemplo, que universalizó la educación básica a finales del siglo XIX, dejando poco espacio para el trabajo pedagógico de las congregaciones. En tanto, en Brasil la universalización –que abarque la totalidad de la demanda– a duras penas se completó en la década de 1990. Según el Ministerio de Educación, en 2014, año de los últimos datos disponibles, la cobertura era del 97,5%.
Las congregaciones adaptaban los conocimientos pedagógicos y técnicos desarrollados en sus países de origen a la sociedad brasileña. Un caso ejemplar es el de los maristas, que trabajaban tradicionalmente en la educación en Francia. Cuando llegaron a Brasil, utilizaron su conocimiento pedagógico para fundar colegios y elaborar material didáctico. Los maristas fueron responsables de la fundación, en 1901, de FTD (las iniciales de Fray Théophane Durand, superior general de la Congregación Marista de 1883 a 1907), una editorial paulista que hasta los días actuales es una de las más importantes del sector de material didáctico. El Ministerio de Educación, las gobernaciones de los estados y las alcaldías municipales son sus principales clientes. “Esto no quiere decir que los libros de FDT tengan necesariamente un tenor religioso, sino que en algunos temas el contenido se aborda desde una perspectiva cristiana”, explica. Otras editoriales católicas se abrieron en el país en el pasaje del siglo XIX al XX, tal como es el caso de Vozes, también hasta los días actuales presente en el mercado.
El mantenimiento de los privilegios
Desde la óptica de Carlos Roberto Jamil Cury, docente de la Facultad de Educación de la Pontificia Universidad Católica de Minas Gerais (PUC-Minas) y de la Facultad de Educación de la Universidad Federal de Minas Gerais (FE-UFMG), las congregaciones llegaron a Brasil tanto a causa de los conflictos políticos existentes en Europa como porque la jerarquía católica pretendía establecer otro tipo de catolicismo en Brasil. En lugar de las prácticas “populares”, consideradas supersticiosas y “contaminadas” por otras creencias, la Iglesia aspiraba a poner de relieve al catolicismo romano, más jerárquico, sobrio y tradicional. Asimismo, la actuación de las congregaciones hizo su aporte un cierto retroceso de la presencia del Estado en la educación. “Durante el Imperio, los curas eran empleados públicos pagados por el gobierno”, comenta Jamil Cury. “Con la República, aprovecharon la insuficiencia del sistema educativo público para mantener su influencia y su prestigio en el seno de la sociedad brasileña.”
Luiz Antônio Cunha, profesor emérito en la Facultad de Educación de la Universidad Federal de Río de Janeiro (FE-UFRJ), entiende a la ocupación del espacio educativo por parte de las congregaciones católicas como una disputa tanto en el terreno religioso como en el campo político. Según Cunha, antes de la República, el Estado brasileño mantenía económicamente a la Iglesia católica. Los docentes hacían un juramento de aceptación de la religión y de que no enseñarían ninguna otra fe en las escuelas públicas. De este modo, y hasta finales del siglo XIX, inmigrantes y misioneros protestantes provenientes de Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y otros países enfrentaban restricciones a sus derechos civiles.
De todos modos, de acuerdo con el investigador, antes incluso de la Proclamación de la República, la oligarquía cafetera paulista se articulaba con los pastores protestantes para ofrecer educación en las ciudades del interior. Posteriormente, cuando paulistas como Prudente de Morais se convirtieron en presidentes, incorporaron la pedagogía protestante a las políticas gubernamentales. “Existía una afinidad electiva entre la ideología declaradamente renovadora de los caficultores paulistas y el trabajo pedagógico de los protestantes”, dice Cunha. En líneas generales, el profesor explica que la pedagogía católica se basaba en la memorización de contenidos y el respeto a la tradición, en tanto que la protestante se apoyaba en un método en el cual el alumno ocupaba una posición menos pasiva en el aprendizaje y permitía el cuestionamiento de la tradición.
Proyecto
Las congregaciones católicas, la educación y el Estado nacional en Brasil (1840-1950) (nº 2011/51829-0); Modalidad Ayuda a la Investigación – Proyecto Temático; Investigadora responsable Agueda Bernardete Bittencourt (FE-Unicamp); Inversión R$ 246.113,00.