El próximo mes de noviembre, Tomie Ohtake cumplirá 100 años. Los festejos se multiplicarán a lo largo de todo el año y ya comenzaron con la apertura de dos exposiciones, que resumen a las claras las dos facetas singulares de la artista: su permanente y aguzado carácter experimental y una gran sintonía con el arte de su tiempo. Mientras la colectiva Correspondências, en cartelera en el instituto cultural que lleva su nombre, establece nexos –a menudo tenues– entre su obra y el trabajo de un abanico amplio de artistas (tales como Cildo Meireles, Mira Schendel, Paulo Pasta y Cadu, entre otros), y tiene como eje tres aspectos centrales de su producción: el color, la expresión y la textura, la muestra que puede apreciarse en la galería Nara Roesler hasta el día 23 de marzo revela a una artista en plena actividad y todavía capaz de reinventarse. En tres series de pinturas amplias, realizadas recientemente (datan de 2012 y 2013), Tomie parece imprimir una mayor velocidad al pincel y explora relaciones de profundidad y luminosidad en trabajos casi exclusivamente monocromáticos (en amarillo, azul y verde), con quirúrgicas puntuaciones en rojo. “Me interesa la transparencia y la profundidad”, afirmó ella en una entrevista reciente para la Art Nexus.
“La pintura es mi rutina”, suele aseverar Othake, quien durante más de seis décadas ha investigado con un celo casi devocional los aspectos primordiales de la pintura. Aunque dice que le gustaba dibujar desde niña, cuando todavía vivía en Japón, Tomie recién se tornó pintora con casi 40 años y más de 15 años después de haber venido a Brasil. Arribó al país para visitar a un hermano, pero terminó quedándose debido a la guerra sino-japonesa. Aquí se casó, tuvo hijos y adoptó la nacionalidad brasileña. Las primeras lecciones se las brindó su primer y único profesor, Keisuke Sugano. Del principio de los años 1950 datan sus primeras telas figurativas, pero rápidamente la artista adopta la abstracción informal y pasa a explorar en forma persistente la contención y materialidad del gesto.
Su madurez, según diversos críticos, la alcanza en la década siguiente, en la cual realiza experiencias tales como las “pinturas ciegas”, por sugerencia del crítico y amigo Mário Pedrosa. Renuente a grupos o tendencias y con un trabajo marcadamente autodidacta, no por ello Tomie deja de lado la riqueza que le aporta la convivencia y observación atenta de la producción que la rodea. Tal como sostuvo Paulo Herkenhoff, “Tomie constituye un punto privilegiado a partir del cual podemos observar el arte brasileño”. O también, tal como resume Miguel Chaia, su obra permite una “aproximación entre geometría e informalismo, sintetizando contradicciones de la sociedad brasileña y de su historia del arte”. Se percibe así en sus trabajos una especie de síntesis, o convivencia pacífica, entre polos generalmente contrarios, tales como Oriente y Occidente, la rigurosidad de la forma y el lirismo del color, la figuración y la abstracción…
Tomie explora en el curso de su vasta trayectoria diferentes maneras de operar con una gama bastante reducida de temáticas: sus formas geométricas son casi siempre suaves, caracterizadas por la sinuosidad del círculo y de la espiral; los colores generalmente no contrastan, sino que armonizan, incluso cuando son más estridentes, tal como aquellos adoptados en los años 1970; la expresión normalmente está contenida, elegante, remitiendo a la idea de la coreografía o musicalidad.
Cuenta en su currículo con más de 20 bienales internacionales, 90 exposiciones individuales y casi 400 colectivas, incluyendo ahí no sólo trabajos de pintura, sino también otras áreas de actuación, tales como el grabado, la escultura y las obras públicas, que realiza desde la década de 1980. La última de ellas, una gigantesca estructura de metal de dibuja un número 8, se inauguró el año pasado en Tokio. Las obras públicas, que ocupan un lugar de privilegio en la trayectoria de la artista, serán objeto de un libro que está siendo organizado por Paulo Herkenhoff y saldrá publicado en noviembre, en conjunto con la apertura de la exposición Gesto y razón geométrica, coronando los festejos por su centenario.
Previo a eso, en agosto, el Instituto Tomie Ohtake (proyectado y administrado por sus hijos Ruy y Ricardo Ohtake), albergará también una exposición en la que se mostrarán aspectos proyectivos de la obra de la artista, sus ejercicios íntimos, estudios de procedimiento, dibujos, collages… Una manera concreta de conocer a la aplicada investigadora que convive en pie de igualdad con la artista intuitiva, para confirmar cómo ‒según las palabras de Olívio Tavares de Araújo‒ ella ha “dosificado en partes casi iguales la razón y la emoción”.
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