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Historia

Si se planta, sale dinero

Luego de perder sus fuentes de Oriente, los portugueses recuperaron las redituables especias en Brasil

El historiador francés Fernand Braudel (1902-1985) solía contar la historia de la humanidad a través de los intercambios económicos entre los pueblos. “Desde siempre ha habido economías-mundo, o al menos desde hace mucho tiempo. Como así también siempre, o al menos desde hace mucho tiempo, ha habido sociedades, civilizaciones, Estados e incluso imperios”, escribió Braudel en El tiempo del mundo . Pero, si bien esa economía siempre ha regulado los destinos del mundo, hace 500 años se aceleró. Después del viaje de Cristóbal Colón a América las cosas nunca más fueron iguales. Hombres, enfermedades, animales y plantas superaron la barrera física de la evolución y saltaron continentes, en barcos comandados por corajosos conquistadores.

Braudel también decía que después del descubrimiento de América los europeos permanecieron durante un buen tiempo sin saber qué hacer con aquella inmensidad de tierras. Recién en los siglos XVII y XVIII la colonización empezó a valer. Los intercambios se intensificaron, y se empezaron a formar las ciudades. Y en el esfuerzo por transformar aquellas inhóspitas tierras en un paraíso rentable, equivalente a las Indias, Portugal empezó a traer en sus navíos constantemente árboles, semillas, estacas y sabios, conocedores de los secretos de las plantas. La historiadora Márcia Moisés Ribeiro, ligada al Instituto de Estudios Brasileños de la Universidad de São Paulo (IEB/ USP), estudia ese tiempo de cambios, cuando en la América portuguesa se hicieron tentativas de plantar las especias de Oriente: el clavo, el jengibre, la canela y la pimienta.

“La frecuencia de los contactos entre las colonias portuguesas esparcidas por el mundo, más específicamente entre Brasil y Oriente, se intensificó a partir de finales del siglo XVII. Como el viaje de Oriente a Portugal era largo, la escala de algunos días en Brasil era inevitable. Aun así, las autoridades de Lisboa procuraban prohibir la parada, para evitar el contrabando, que acababa produciéndose de cualquier manera”, dice Márcia. En 1672, una orden del rey permitió hacer escala en Salvador, Bahía. Con ello aumentó la frecuencia de barcos que, provenientes de Oriente, soltaban anclas en Brasil para desembarcar alguna carga, casi siempre ilegalmente, y cargar mercaderías para transportarlas a Europa. “Este intenso tránsito de embarcaciones permitió la entrada de plantas, especias y géneros útiles en las boticas brasileñas”, comenta la investigadora.

Los intercambios entre los continentes comenzaron pocos años después de que los portugueses desembarcasen en Brasil. “El cocotero llegó acá más o menos en 1553, a bordo de embarcaciones llegadas desde Cabo Verde, pero procedentes a su vez del Este Asiático. Hoy en día este árbol es uno de los símbolos del país”, explica la historiadora. En la senda de las palmeras, llegaron a Brasil el mango, la jaca, la canela, el azúcar y el algodón. Pero, más allá del anecdotario de qué plantas vinieron acá, la investigación de Márcia se preocupa por analizar el rol del Estado portugués como mediador de las actividades científicas inherentes al aprovechamiento de los recursos naturales de las vastas regiones del imperio ultramarino.

Un estudio de la naturaleza
“Durante el siglo XVIII, el estudio de la naturaleza se justificaba, pues ésta generaba beneficios para las sociedades. El gobierno metropolitano procuraba conocer todas las especies botánicas, no solamente las de la América portuguesa, sino también las de otros dominios, a fin de clasificarlas dentro del sistema de Linné y, principalmente, descubrir sus usos medicinales, tecnológicos y alimentarios”, analiza Márcia. Paulatinamente, el gobierno portugués empezó a incentivar de manera explícita el intercambio de plantas entre los continentes, en una tentativa de diversificar los cultivos y salvar la balanza comercial, que empezaba entonces a preocupar a los gobernantes portugueses.

Márcia recupera un estudio pionero de la historiadora Maria Odila da Silva Dias, editado en 1969, que permaneció escondido en la revista del Instituto Histórico y Geográfico Brasileño. Intitulado “Aspectos de la ilustración en Brasil”, en dicho trabajo se cuenta que, en 1796, don Rodrigo de Sousa Coutinho, absolutista ilustrado y ministro de Doña Maria I, empezó una política de renovación de la agricultura, con la introducción de nuevas técnicas rurales. Pedía informes a los gobernadores de las capitanías sobre los procesos empleados en la preparación y el cultivo de los géneros exportables; ordenaba que se procediese a efectuar relevamientos de plantas autóctonas, que luego serían remitidas al reino, y exploraciones mineralógicas; prometía premios a los labradores más industriosos, y trataba de fomentar la introducción del arado y el cultivo de nuevos géneros.

Y no solo eso. En el marco de esa política oficial de promover intercambios de plantas y conocimientos, el gobernador de la capitanía de São Paulo recibía “folletos y memorias sobre los árboles azucareros en general, sobre los tipos de azúcar fabricados en Río, sobre el cultivo de la papa, el añil, el café, la canela de Goa, el clavo Girofle, la urumbeba; sobre el algodonero, el cultivo del lino y del cáñamo; sobre las variedades de quino, al respecto de álcalis fijos e iluminados; sobre los métodos agrícolas empleados en América del Norte y libros de naturaleza más técnica sobre los procesos de estampado, construcción de edificaciones rurales y preparación del queso Roquefort; el arte de hacer cola; la preparación del tabaco; tratados de mineralogía y sobre el extracto y la preparación del salitre y estudios de botánica y tratados de medicina”, escribió Maria Odila.

Peritos orientales
“Si bien el tema de la naturaleza está recibiendo una mayor atención por parte de los historiadores brasileños y portugueses en las últimas décadas, nunca estuvo ausente de las preocupaciones de la historiografía de cuño más tradicional”, dice la investigadora. Con todo, la mayor parte de los estudios se orienta con mayor intensidad hacia las décadas del 70 y 80 del setecientos, cuando se concretó la fundación de la Academia de Ciencias de Lisboa, con lo que el período que precede a este hecho quedó con un déficit de análisis más profundos. Y es precisamente en este período que Márcia focaliza su atención.

De poco serviría el envío de plantas a Brasil si con él no se importase la tecnología para su cultivo. “Conciente acerca de la falta de personal habilitado para su manejo en la América portuguesa, el gobierno metropolitano se encargó de mandar a Brasil a diversos peritos orientales”, comenta la investigadora. En uno de estos viajes, en la misma embarcación que traía a don Pedro de Almeida de Portugal, quien acabara de dejar el cargo de virrey de la India, embarcó un grupo de goenses con la misión de cumplir las órdenes reales de difundir entre los habitantes del Brasil las técnicas de cultivo de plantas orientales.

En otra ocasión, más precisamente, en 1692, una correspondencia anónima dirigida al virrey de la India comenta la multiplicación de los canelos en Bahía y afirma que no eran de tan buena calidad como los de la India, pues en Brasil faltaban individuos especializados en el cultivo de aquella planta. Otro ejemplo de la importación de técnicas agrícolas de la India aparece en la correspondencia intercambiada en 1694 entre el gobierno portugués y el gobernador de Maranhão, Francisco de Sá Menezes. Optimista con respecto a las plantaciones de clavo de la India en Maranhão, el rey de Portugal le ordena al gobernador el plantío de otros cien árboles de clavo y determina que siga a rajatabla los consejos de los peritos indios.

Márcia descubrió incluso cuánto ganaban los canarins (nombre asignado en Portugal a los habitantes de Goa venidos al Brasil). “Ellos recibían un ordenado de ocho vinténs por día para realizar diversas tareas, entre ellas enseñar el modo correcto de sembrar lino de diversas calidades, transferir las técnicas de beneficiado y encargarse del cultivo de las moreras, que no daban frutos”, dice la investigadora. Las moreras eran importantes para que los gusanos de seda empezasen a producir.

Preocupado con la baja producción de las moreras, Diogo de Mendonça Corte Real, a la sazón gobernador de Bahía, mencionó el problema ante el virrey de Brasil, conde de Atouguia, y atribuyó aquella situación también a la falta de gente especializada en Brasil, lo que solamente podría resolverse con el auxilio de gente que tuviera “inteligencia en el cultivo de estos árboles”. Aunque el gobierno de Don João V (1706-1750) fue signado por la importación de especies asiáticas a la América portuguesa, fue Don José (1750-1777) quien más incentivó este tipo de práctica.

Adaptación
Para que las plantas pudieran adaptarse en Brasil, el gobierno portugués contó con la ayuda de un poderoso aliado: la Iglesia Católica. Por todo el territorio brasileño existían estaciones experimentales, donde los jesuitas adaptaban las plantas. Una de éstas se tornó más conocida, tanto por la cantidad de cartas que recibía de hacendados preocupados con las plagas y hormigas como por la cantidad de jesuitas sabios que allí vivían. Era la llamada Quinta do Tanque, y quedaba en el interior de Bahía.

“Los jesuitas fueron importantes agentes del proceso de transmisión del saber médico y botánico por los diversos puntos del Imperio portugués. A través de las cartas, una especie de informe de las actividades desarrolladas por los ignacianos, y de las farmacopeas, la colección de recetas de remedios, la Compañía de Jesús funcionó como un nexo entre los diversos pueblos del Imperio colonial portugués en lo que se refiere al cultivo y a la práctica científica”, explica la investigadora.

Al invertir en América, Portugal intentaba compensar económicamente la pérdida de las especias de Oriente. Pero el país terminó acertándole a un blanco al que no apuntaba. Merced a ese incentivo comercial, el cultivo de drogas de la India en Brasil contribuyó a promover la circulación de una cultura científica entre sus diferentes dominios de ultramar: la aventura de las plantas por el mundo, como suele decir la investigadora.

“El espíritu expansionista se asentaba sobre principios contradictorios. Por una parte era ávido de novedades, ansioso por develar la diversidad del mundo, pero, por otra parte, era dominado por la tradición que lo llevaba a encuadrar lo desconocido en los cánones ya familiares”, explica Márcia. El conocimiento de estos saberes nos ayuda a entender la mentalidad científica de la época y a comprender el rol fundamental asumido por los portugueses, como transportadores primarios y secundarios en la difusión global de plantas.

El Proyecto
Los Periplos de Ultramar: la Circulación del Conocimiento Científico en el Imperio Colonial Portugués – 1650-1800 (nº 02/04400-9); Modalidad Programa Joven Investigador/FAPESP; Becaria Márcia Moisés Ribeiro – Instituto de Estudios Brasileños/USP

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