Eduardo CesarEl médico Elisaldo Carlini parece tener una obsesión en su calidad de experto en psicofarmacología, área que ayudó a difundir en Brasil durante la década de 1960, luego de un paso de cuatro años por Estados Unidos, tres de ellos en la Universidad Yale. El foco de su trabajo consiste en entender de qué manera actúa la Cannabis sativa –la marihuana– en el organismo humano. Éste es su objeto de investigación desde hace 50 años. Heredó ese interés de José Ribeiro do Valle, su profesor de farmacología en la Escuela Paulista de Medicina en la década de 1950. Desde entonces ha venido trabajando en procura de desmitificar el concepto de sostiene que la marihuana es una droga maldita y sin utilidad.
Durante las décadas de 1970 y 1980 encabezó en Brasil un grupo de investigación que publicó más de 40 trabajos en revistas científicas internacionales. Esos resultados, sumados a investigaciones de otros grupos internacionales, hicieron posible el desarrollo en el exterior de medicamentos a base de Cannabis sativa empleados actualmente en varios países del mundo en el tratamiento de las náuseas y los vómitos causados por la quimioterapia contra el cáncer, para paliar la caquexia (la debilidad extrema) de enfermos con VIH y cáncer y para aliviar algunos tipos de dolores. Para Carlini, es hora de reconocer el uso medicinal de la marihuana en Brasil.
En mayo de este año se realizará un simposio internacional en São Paulo especialmente dedicado al abordaje de esta cuestión. Carlini ve un enorme prejuicio contra la marihuana, pero apuesta a que si los investigadores insisten en la dirección correcta, con el apoyo de la ciencia, su aprobación saldrá algún día. Cabe señalar que este médico de 79 años se manifiesta en contra del uso de la marihuana y de otras drogas con fines recreativos.
Carlini tiene una actuación social que a veces opaca al científico. Es el fundador del Centro Brasileño de Información sobre Drogas Psicotrópicas (Cebrid) –un importante centro proveedor de información para la formulación de políticas de educación– y de la Sociedad Brasileña de Vigilancia de Medicamentos (Sobravime), en 1990. Entre 1995 y 1997 estuvo al frente de la Secretaría Nacional de Vigilancia Sanitaria, un organismo antecesor de la actual agencia nacional Anvisa, en donde afrontó la delicada misión de combatir la corrupción en el sector. Exitosamente, dicho sea de paso. Actualmente va por el séptimo mandato como miembro del Expert Advisory Panel on Drug Dependence and Alcohol Problems, de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Tiene seis hijos y cinco nietos. En diciembre, entre una reunión y otra, Carlini nos concedió esta entrevista.
¿Cuál será la propuesta del simposio internacional sobre marihuana, que se realizará en mayo en São Paulo?
Propondremos que la marihuana sea aceptada para uso médico en Brasil. Mi abuelo se recibió de médico a finales del siglo XIX y en aquella época ya usaba un libro de 1888, que yo guardo hasta hoy, con la receta de la marihuana para varios males. Era un tratamiento usual en el mundo, incluso en Brasil. El simposio internacional tendrá como título “¿Una agencia brasileña de Cannabis medicinal?”. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) reconoce que la marihuana puede ser un medicamento –pese a la prohibición de la Convención Única de Estupefacientes de 1961–, siempre y cuando los países oficialicen una agencia especial para la Cannabis y sus derivados en sus ministerios de Salud. Ya son unos 10 países los que avalan ese uso, entre los que se encuentran Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, Italia, Francia, Alemania, España y Suiza.
¿Cuándo y cómo decidió usted que la marihuana sería su objeto de estudio?
Cuando ingresé en la Escuela Paulista de Medicina [la EPM, actual Universidad Federal de São Paulo (Unifesp)] en 1952. Y como alumno de 2º año empecé a interesarme en la farmacología; hice una pasantía con el profesor José Ribeiro do Valle, quien fue el primero en hacer trabajos verdaderamente científicos sobre la Cannabis sativa en animales de laboratorio en Brasil.
¿Qué experimentos?
Pretendía saber qué tipos de reacción [de comportamiento] tienen los animales cuando se los somete a los efectos de la marihuana, y quería cuantificar la potencia de las diferentes variedades de esa planta. En aquella época, la psicología experimental estaba poco desarrollada en Brasil. En 1960 fui a Estados Unidos con la misión de estudiar técnicas más modernas de neuroquímica y psicología experimental para introducirlas acá. Y eso fue lo hice cuando regresé, en 1964.
¿Usted se fue enseguida después de recibirse?
No, yo me recibí en 1957 y trabajé como asistente voluntario de Farmacología hasta 1960, con beca de la Fundación Rockefeller. Entonces me dieron otra beca, pero para ir a Estados Unidos. Estuve allá cuatro años; hice una maestría en la Universidad Yale. Cuando volví, no tenía lugar en la EPM, pese de los esfuerzos de Ribeiro do Valle. Fui a la Facultad de Medicina de la Santa Casa de Misericordia de São Paulo, que empezaba a funcionar.
¿Por qué no lo contrataron en la EPM?
No había vacantes. En 1964 yo ya estaba casado y tenía tres hijos. Estuve dos meses en la EPM y me fui a la Santa Casa, de donde salí en 1970. Fue allí que empecé a hacer efectivamente mis estudios sobre marihuana con pruebas comportamentales.
¿Cómo fue que volvió a la EPM?
Fue cuando me avisaron que no querían hacer más investigación en la Santa Casa. Como yo no quería dar clases solamente, fui a la EPM y conversé con el director, el profesor Horácio Kneese de Mello. Le pregunté si me aceptaba para dictar un curso que no existía allí en aquel tiempo: psicofarmacología, en el curso de farmacología de Ribeiro do Valle. Me admitió y me prometió que tan pronto como se abriese la primera vacante, me efectivizarían. Dos años después eso se concretó. Entré como profesor adjunto, después pasé a ser titular.
¿Y allí siguió sus estudios sobre la marihuana?
Sí, seguí con el tema. Cuando estudiamos la historia de la marihuana, es fácil ver que en la prohibición de su uso médico no hay nada de científico y sí lo hay de ideológico. Hasta comienzos del siglo XX, la marihuana era considerada un excelente medicamento. Se la importaba desde Francia bajo la forma de cigarrillos que se llamaban Grimaldi. Posteriormente, desde la década de 1930 en adelante, la marihuana se convirtió en una droga maldita. El gobierno egipcio llegó a decir que era una droga totalmente destructiva, que merecería el odio de los pueblos civilizados. Brasil participó en la criminalización de la marihuana mediante una mentira perpetrada por el representante brasileño ante la Liga de las Naciones, la antecesora de la ONU. En 1925, la Liga de las Naciones realizó la segunda conferencia internacional sobre el opio con 44 países presentes, entre los cuales se encontraba Brasil. Era para discutir cómo controlar el opio, pero Egipto metió el tema de la marihuana. Y el representante brasileño, Pedro Pernabucano Filho, dijo que era más peligrosa que el opio en nuestro país. Por supuesto que eso era una inexactitud. Primero porque la marihuana es muchísimo menos peligrosa que el opio; segundo porque el opio nunca fue un problema acá. El resultado de ello fue que la Liga de las Naciones condenó a la marihuana. Después de la creación de la ONU, fue la Convención Única de Estupefacientes, en 1961, suscrita por más de 200 países, que puso a la Cannabis en una lista, junto a la heroína, como droga particularmente peligrosa. Es algo que no tiene razón científica en los días actuales.
De cualquier manera, es indiscutible que la marihuana tiene efectos tóxicos.
Por supuesto que los tiene, como todos los medicamentos. No existe ningún remedio que en el prospecto diga: “No provoca ningún tipo de problema”. Esto vale incluso para las plantas. Estamos desarrollando el programa Planfavi, Plantas y Farmacovigilancia, y advertimos también sobre los peligros de los productos naturales.
¿Comparado con el cigarrillo de nicotina, el cigarrillo de marihuana es peor o mejor?
Tengo dificultades para darle una respuesta definitiva. No cabe duda hoy en día de que el cigarrillo normal es cancerígeno. Sabemos que la marihuana tiene también sustancias cancerígenas. La hoja de marihuana está cubierta por una capa de cera que tiene naftaleno, antraceno… Si refregamos el sarro de la marihuana en la piel de ratones, en aquéllos que nacen sin pelos, los animales tienen cáncer al cabo de 50 semanas de administración. Sucede que no se consume la marihuana de la misma manera que cigarrillos, con la misma intensidad y la misma asiduidad. Otra diferencia consiste en que el cigarrillo tiene un efecto bastante serio para el corazón. En tanto, la marihuana no causa este problema. Con relación a la parte clínica, existen demostraciones, de acuerdo con varios autores, y aún sujetas a confirmación, en el sentido de que el uso de la marihuana puede promover la aparición de cáncer en ciertas personas si se la usa excesivamente. No hemos logrado todavía realizar un estudio epidemiológico lo suficientemente vasto como los que se han realizado con el cigarrillo, en que centenares de miles de personas han sido entrevistadas. Para ello es necesario hacer un seguimiento con mucha gente que consuma continuamente marihuana y sea susceptible a sus efectos.
¿Usted es favorable al uso de la marihuana como recreación?
No, no lo soy. No estoy a favor de uso de ninguna droga para “que pegue”, que altere la mente sin real necesidad de hacerlo. Pero estoy sumamente a favor del uso de la morfina, por ejemplo, como analgésico. Sería un absurdo total prohibir el uso de la morfina o del opio porque pueden producir dependencia fuerte. Lo que no puedo es difundir el uso recreativo de la morfina; pero debo difundir, y mucho, el uso de la morfina como un agente sumamente poderoso para darle calidad de vida en sus momentos finales a un canceroso que se muere gañendo de dolor, por ejemplo. En el caso de la marihuana, existen relatos científicos que sostienen que la droga es una sustancia de primera línea para tratar ciertos dolores. No dolores comunes, como un dolor de cabeza, de muelas o debido a cólicos, sino los dolores miopáticos o neuropáticos, que comprometen músculos y nervios. La esclerosis múltiple, por ejemplo, provoca este tipo de dolor. Y la marihuana tiene un efecto muy bueno para aliviar tales dores. Sin embargo, acá en Brasil no se consigue utilizar este recurso. En otros países ese uso está bastante difundido.
¿Incluso en Estados Unidos, que vienen de un período reciente muy conservador?
Allá ya existe por lo menos un medicamento. Ellos sintetizan el delta-9-tetraidrocanabinol (THC), que es el principio activo de la marihuana, y le venden el compuesto al mundo entero: su nombre comercial es Marinol. Inicialmente fue propagandeado para disminuir las náuseas y los vómitos inducidos por la quimioterapia del cáncer. Fue aprobado por la FDA [la Food and Drug Administration, la agencia estadounidense de control de alimentos y medicamentos] con uso controlado, como es debido.
¿Y es posible importar el medicamento desde Brasil?
Está prohibido importarlo y usarlo. Lo interesante es que el uso terapéutico antináuseas fue descubierto accidentalmente por jóvenes de California que tenían leucemia, el cáncer sanguíneo. Los muchachos recibían el quimioterapéutico y los sábados salían para divertirse, y fumaban marihuana. Estos jóvenes empezaron a describirles a sus médicos que no sentían ni náuseas ni llegaban al vómito cuando estaban bajo el efecto de la droga. Los especialistas empezaron a investigar, hicieron trabajos y demostraron claramente que había un efecto antináuseas. Más tarde estudiaron otra consecuencia del uso de la marihuana, conocida popularmente en Brasil como “larica”, que es el hambre exagerada que el tipo tiene después de fumar. En este caso también comprobaron los efectos y patentaron el medicamento Marinol para la caquexia, que es la pérdida exagerada de peso que se produce con el cáncer y el Sida.
eduardo cesar¿Es posible hacer té en vez de fumar?
No, porque los compuestos presentes en las hojas no son solubles. El delta-9-THC se vende en cápsulas gelatinosas, dada su naturaleza lipídica. Existe también un canabinoide sintético llamado Nabilone, utilizado en Canadá. Y ha sido lanzada también en Canadá y en Inglaterra una mezcla de dos cepas de marihuana. Ambas son de Cannabis sativa. Una produce canabidiol, que es el precursor del delta-9-THC. Y la otra posee un alto tenor de delta-9-THC. La firma inglesa GW Pharmaceuticals produce dos extractos de estas plantas. La estrategia consiste en mezclar ambos de manera tal de obtener una cantidad adecuada de canabidiol y de delta-9-THC. Esa mezcla salió bajo el nombre comercial de Sativex, dentro de una bombita, como el inhalador del asma, para usarla directamente en la boca. Cada dosis libera 5 miligramos de delta-9-THC.
¿Para qué se la prescribe?
Para dolores neuropáticos, náuseas y vómitos de la quimioterapia del cáncer, caquexia y esclerosis múltiple. Lo interesante es que fue nuestro Departamento de Psicofarmacología de la Unifesp el que por primera vez demostró que al mezclar canabidiol con delta-9-THC en determinadas concentraciones se modula mejor el efecto de la marihuana. Fue acá que se originó el trabajo de Inglaterra. Esto es reconocido internacionalmente. El canabidiol modula el efecto del delta-9-THC, de manera tal que el delta-9-THC, en presencia del canabidiol, genera menos ansiedad y actúa durante un tiempo mayor.
¿Cuándo demostraron eso ustedes?
Son estudios de las décadas de 1970 y 1980 con trabajos publicados en la British Journal of Pharmacology, en la Journal of Pharmacy and Pharmacology y en la European Journal of Pharmacology, que son revistas de alto nivel. Pero nunca logramos sacar nada positivo de estos trabajos en Brasil como para generar algún producto. No es prioritario en el país.
¿Esos trabajos solamente sirvieron para hacer los otros?
Sí solamente sirvieron en el exterior. Fue lo mismo con la Maytenus ilicifolia, la congorosa. Hicimos un trabajo inmenso con esa planta. Demostramos en animales de laboratorio y en seres humanos que tiene un efecto protector para el estómago. Publicamos mucho acá y en el exterior y no logramos hacer una patente. Japón la solicitó y la consiguió. Los que me frustra más es que en la solicitud de patente japonesa dice más o menos así: “… la Maytenus ilicifolia, perteneciente a la familia Celastraceae, es utilizada en el folclore brasileño para el tratamiento de las úlceras”.
La historia se repitió.
Eso es común. Los intentos oficiales de hacer que la medicina haga lugar al uso de la marihuana como medicamento en Brasil vienen de antes de la década de 1990. En 1995, como secretario nacional de Vigilancia Sanitaria, yo coordinaba el registro de medicamentos en el país. Le dije al ministro de Salud, Adib Jatene, que quería organizar dentro de Vigilancia Sanitaria una reunión para discutir si el delta-9-THC podría ser licenciado como medicamento contra las náuseas y los vómitos producto de la quimioterapia del cáncer. Jatene estuvo de acuerdo y entonces hablé con el presidente del Consejo Nacional de Estupefacientes, Luiz Mathias Flack, quien también aceptó. Ambos abrieron la reunión. Pero no conseguimos hacer nada. Los médicos no aceptaron.
¿Cuál es la razón de esa resistencia? ¿Sería el hecho de que la marihuana es conocida como una puerta de entrada a otras drogas?
Pero nosotros estábamos hablando de un medicamento, no de recreación. Organizamos otras reuniones, incluso una acá en la Unifesp, en 2004, con especialistas del exterior. Ésa obtuvo el primer resultado. El general Paulo Yog de Miranda Uchôa, de la Senad [la Secretaría Nacional de Políticas sobre Drogas], estaba presente y aceptó que el gobierno brasileño debería solicitarle a la ONU, a través de la cancillería, que la marihuana fuese retirada de la lista de las drogas malditas, dado que había sido el propio gobierno brasileño el que había catapultado a la marihuana a esa situación. Ese pedido ha sido elevado a la ONU.
¿Usted está a favor de la legalización de la marihuana en general?
Estoy en contra de la legalización porque creo que el ser humano no necesita usar drogas que contaminan al cuerpo y la mente solamente con objetivos recreativos. Estoy a favor de la marihuana como medicamento, usado bajo control. La descriminalización ya existe en Brasil. Nadie más va preso, ni se lo denuncia si lo agarran con unos pocos gramos actualmente. A no ser que el policía así lo desee.
¿Usted fuma?
Marihuana no. Fumé cigarrillos comunes durante mucho tiempo. Dejé hace más de 20 años por un motivo curioso, cuando aún no existían pruebas cabales de los perjuicios del cigarrillo. Yo estaba en el aeropuerto de Cumbica, en Guarulhos [São Paulo], que hacía poco había sido inaugurado. Todo era flamante, el piso, las sillas, todo. Fui a tomarme un café y dejé el cigarrillo en la punta del cenicero. Cuando volví se había caído y había hecho un agujero en la carpeta del piso, nuevita. Aquello me dio una vergüenza enorme. Dejé de fumar después de ese episodio y no me hace falta el cigarrillo.
Usted mencionó a la morfina como un medicamento también muy temido por los médicos.
En mi época, en la Secretaria Nacional de Vigilancia Sanitaria se creía que solamente el 5% de los pacientes con dolor severo, aquéllos que necesitaban la morfina para paliar el sufrimiento –gente con cáncer terminal, quemados graves, politraumatizados–, recibía la droga. Las razones son muchas, y existen en el mundo entero. Existe un concepto llamado opiofobia. El médico no prescribe opiáceos, de los cuales la morfina es un ejemplo, por miedo a inducir la dependencia. Es obvio que la dependencia es horrible, pero no para un paciente terminal o para un politraumatizado. Es sumamente difícil vencer esa fobia de los médicos.
Estamos hablando de drogas y todavía no mencionamos al alcohol.
El alcohol es una droga psicotrópica. Produce efectos en el sistema nervioso central y genera dependencia. Una droga psicoactiva es aquélla que actúa en el sistema nervioso, pero no genera dependencia porque no tiene propiedades reforzadoras. En tanto, la droga psicotrópica actúa en el cerebro, produce su efecto –analgesia, sueño, euforia, alegría, relajación– y al mismo tiempo refuerza esas sensaciones en el individuo. Éste siente un bienestar o placer, que es sumamente importante para él. Fácilmente, la persona se vuelve dependiente. Para mí el alcohol es la droga más terrible que existe en el mundo. En el Estudio Domiciliario de 2005, realizado por el Cebrid, se aplicó en las 108 ciudades más grandes del país un test para verificar el riesgo de dependencia del alcohol. Salió que el 12,3% de la población entrevistada corre ese riesgo. Es demasiada gente, corresponde a más de 20 millones de brasileños. En este momento estamos haciendo un trabajo con apoyo de la FAPESP para intentar mejorar la adhesión de los alcohólicos al tratamiento.
¿En que consiste ese proyecto?
Empezamos conversando con el paciente para intentar entenderlo. Después le planteamos cuatro opciones terapéuticas, incluso con una película ilustrativa. El paciente se va a su casa con un folleto explicativo, y debe pensar qué pretende hacer, discutirlo con su familia y finalmente viene y nos dice cuál sería el mejor tratamiento. Él elige la técnica que juzgue que le es más conveniente. Tenemos la expectativa de que el paciente, al ser dueño de una situación en la cual está implicado, puede adherir más al tratamiento. Ésa es nuestra línea actual. El proyecto es largo y pasará tiempo hasta que tengamos resultados mensurables. Por el momento estamos reclutando a pacientes alcoholistas para que participen en la investigación. [La adhesión puede hacerse por teléfono, llamando al (55 11) 5084-1084; hablar con Valéria.]
¿Cómo analiza la política de reducción de daños, con distribución de jeringas entre drogadictos, por ejemplo?
Creo que eso es muy bueno. Es algo que una parte de la sociedad combate porque no se reconoce que la dependencia es una enfermedad. Para algunas personas, los que tienen que recibir jeringas son los diabéticos, y no los “drogadictos”. Lo que no saben es que el grado de dependencia y sufrimiento de éstos es inmenso. Debe tratárselos como enfermos.
¿Podemos decir que los trabajos de los años 1960 con ratones sobre privación del sueño y agresividad resultaron en líneas de investigación sobre el sueño y en el propio Instituto del Sueño, encabezado por el profesor Sérgio Tufik?
Sérgio fue mi alumno en la Facultad de Medicina de la Santa Casa y en el doctorado. Los primeros trabajos sobre privación del sueño paradójico y la marihuana los hicimos juntos. No cabe duda de que salió de acá. Él tiene una inteligencia fuera de lo común y se encuadra en aquel perfil raro de científico que ve lo que todos ven y piensa lo que nadie ha pensado.
¿Cómo nació el Cebrid?
Yo anhelaba mucho conocer la situación de las drogas en Brasil ni bien regresé de Estados Unidos, pero no podía. Ya había hecho un boceto del Cebrid en la Santa Casa y me di cuenta de que debería generar las informaciones porque había pocos datos confiables. Entonces la cosa fue empezar a recabar los datos para tenerlos disponibles en un archivo. Empezamos buscando trabajos sobre abuso de drogas en todas las bibliotecas de acá de São Paulo. Ya de entrada vinimos a la Unifesp y montamos un banco de trabajos de investigadores brasileños que habían escrito sobre el tema. Actualmente son casi 4 mil, todos disponibles para los que desean investigar. Buena parte de los trabajos era antigua y estimamos que precisábamos producir otros estudios, más actualizados. Hicimos el primer relevamiento entre estudiantes de las capitales brasileñas y entre chicos de la calle en 1987. Los repetimos en 1989, 1993, 1997 y 2004, y haremos uno más este año. Estos datos se utilizan en Brasil como fuente de información en la elaboración de políticas públicas educativas.
Existe un gran interés acerca de los posibles resultados de los estudios sobre plantas medicinales, especialmente debido a la enorme biodiversidad brasileña. Pero la expectativa de hallar moléculas o principios activos que puedan convertirse en medicamentos parece casi inalcanzable. ¿Por qué?
Realmente es difícil avanzar solamente por esa senda. Si analizamos los medicamentos importados que llegan a Brasil actualmente, existe una gran cantidad que no se elabora más por el principio activo, sino por el extracto seco de la planta. Creo que cometimos un error táctico de procedimiento. Nosotros siempre salimos en busca del principio activo de la planta. Pero ésta tiene decenas y a veces centenas de sustancias, y hay que investigar cada una de esas sustancias para saber cuál es la responsable del efecto que deseamos. Cuando se usa un extracto y produce el efecto deseado, perfecto; no hace falta investigar más, sustancia por sustancia. Y existe también otra ventaja: esos extractos provienen casi siempre de plantas que se emplearon popularmente durante siglos, y probablemente no son demasiado tóxicas. Quizás no sea la mejor estrategia utilizar un principio activo aislado y único. La investigación con algunas plantas está demostrando que la interacción entre componentes es responsable del efecto deseado. Nuestro problema es que no existe una prioridad para este tipo de investigación en Brasil. Empezando por los propios entes del gobierno, que no creen en eso y ponen obstáculos como los que impuso el CGEN [el Consejo de Gestión del Patrimonio Genético], del Ministerio de Medio Ambiente. El CGEN sin duda tiene buenas intenciones, y al igual que nosotros, apunta a proteger nuestro patrimonio genético con miras a que no caiga en otras manos, y también, como nosotros, pretende conceder derechos a aquéllos que son en realidad los dueños del conocimiento popular. Pero en la práctica estipuló reglas tan extrañas que terminó impidiendo que los científicos brasileños trabajasen con plantas. Y existe otro problema: el trabajo con plantas otorga un escaso índice de impacto, lo que genera un escaso interés por parte de otros investigadores y de las agencias de fomento.
Pesquisa FAPESP nº 70, de 2001, publicó un artículo sobre el trabajo de la bióloga Eliana Rodrigues, dirigido por usted, que había identificado 164 especies vegetales empleadas por los indios Krahó con fines medicinales. Los indios le exigieron a la Unifesp una indemnización de 25 millones de reales. ¿Cómo se resolvió esa situación?
No se resolvió. La situación sigue siendo complicada hasta ahora. Nos acusaron de ladrones de la biodiversidad brasileña. Recientemente recibimos una carta del Ministerio Público solicitando una prueba de que no habíamos publicado ese trabajo en ninguna revista del exterior. Al mismo tiempo, centenares de trabajos de brasileños fueron publicados por diferentes universidades brasileñas en el exterior en asociación con industrias extranjeras, y es más, existen cuatro estudios con plantas exclusivas de Brasil hechos únicamente por universidades de afuera. Y nosotros fuimos apuntados para rendir cuentas, no sabemos la razón de ello. Para poder investigar una planta brasileña, los farmacólogos debemos probar que no estamos haciendo una bioprospección. La bioprospección es por definición cualquier cosa del campo de la ciencia que pueda generar en el futuro un interés comercial. Ahora bien, la farmacología es el estudio de los medicamentos, algo que siempre podrá generar un producto comercial, aun cuando el investigador no lo quiera. Puede ser un remedio, un cosmético, una pintura cualquiera.
¿Los indios a ustedes les hicieron juicio?
No, ellos están a favor de nuestro trabajo. Vinieron hasta acá y estuvimos tres días con las autoridades públicas. Uno de los líderes, que habla mejor en portugués, nos dijo, “que quede bien claro que si la investigación no sale es por culpa de ustedes, los blancos, porque nosotros sí la queremos”. Estamos en esa pelea. Es un gobierno contra otro gobierno, porque al fin y al cabo, la Unifesp es federal. Nuestro proyecto ya había sido aprobado en la FAPESP. Un punto para mí era fundamental: yo quería que los indios tuvieran derecho a la patente. Como los indios son tutelados por el Estado y no pueden firmar nada, intenté suscitar el interés de la Funai [la Fundación Nacional del Indio], pero durante ese lapso pasaron tres o cuatro ministros de Justicia y sus respectivos presidentes de la Funai. La solución fue hacer un contrato “ético” entre la universidad y los indios, de manera tal que la universidad les asegurase a ellos sus derechos a los royalties. Se firmó todo, pero después todo quedó en nada.
¿Como fue su paso por la Secretaría Nacional de Vigilancia Sanitaria, la actual agencia Anvisa?
La Vigilancia Sanitaria tenía una fama horrible de corrupción, conocida nacionalmente. Cuando acepté la invitación del ministro Adib Jatene, la misión consistía en moralizarla y modernizarla. Solicité la colaboración del personal para cambiarle la fama al lugar y creo que lo logré. Me mandaban muchos regalos: relojes, bolígrafos Mont Blanc, electrodomésticos, y decidí no devolverlos para no granjearme nuevas enemistades. Agradecía los regalos y la mandaba a la secretaria a ponerlos en un estante específico. Eran decenas y decenas de obsequios. Después las llevaba a las personas que me habían dado los presentes a ver el estante. A fin de año llamaba a todo el personal de la Anvisa y hacía un gran sorteo con esos regalos. También aparté a 15 funcionarios y “cerré” entre 100 y 150 laboratorios fantasmas, todos con registros normales y varios que participaban en licitaciones públicas. Eso nos da una idea del nivel de desaciertos de ese período. También cancelé más de 300 registros de farmacias magistrales que hacían las famosas fórmulas para adelgazar. Pero sirvió de poco. Al salir Jatene y cuando yo dejé la secretaría, todo volvió a ser como era antes. Afortunadamente, enseguida después asumió otro ministro de Salud, fue creada la agencia Anvisa y actualmente creo que aquella fase negra no volverá jamás. Lo interesante es que, al cabo de tanta lucha, me granjeé una buena respetabilidad entre la gente de la industria y en la propia Vigilancia Sanitaria.