LUANA GEIGERDurante los años 1930, el canto orfeónico, importado de las escuelas francesas a las brasileñas desde el siglo anterior, se convirtió en asignatura obligatoria. Más informal que el coro erudito, se adaptó al ambiente escolar y así fue difundido por la política educativa del gobierno de Getúlio Vargas (1930-1945), que vio en aquellas clases la oportunidad de desarrollar en los alumnos, además de la propia técnica musical, la disciplina y el civismo. Al frente del proyecto estaba una figura más que respetada: Heitor Villa-Lobos (1887-1959), uno de los grandes compositores eruditos del siglo XX. Este pasaje de la historia de la música en Brasil es casi siempre recordado por quienes forman parte de ella: aun cuando la intención fuese otra, las clases de canto orfeónico contribuyeron para despertar talentos. Casi un siglo después, la música volverá a ser contenido obligatorio de la enseñanza básica en las escuelas públicas y privadas del país, a partir del segundo semestre de 2011.
Las circunstancias son a todas luces distintas de las de la época de Villa-Lobos. La inclusión se da luego de una larga reivindicación por parte de los educadores, y apunta en líneas generales a hacer con que los alumnos, al tiempo que se inician en el lenguaje musical, mejoren la concentración, la convivencia y el rendimiento, incluso en otras asignaturas. Las escuelas tuvieron tres años de plazo para adaptarse a la nueva ley, promulgada en 2008. Sin embargo, en vísperas del comienzo del ciclo lectivo, aún existen diversas preguntas con relación a cómo será la educación musical. “Una nueva ley por sí sola no garantiza todo. La propia legislación dice que estados y municipios deben colaborar y el proyecto pedagógico es de alzada de las escuelas”, recuerda Regina Simão Santos, docente del Departamento de Educación Musical del Instituto Villa-Lobos de la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro (Unirio).
La ley que determina el regreso de la música a las escuelas establece únicamente que sea contenido obligatorio de la materia de educación artística, y no una asignatura específica, tal como destaca Silvia Nassif, docente de la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la Universidad de São Paulo (USP), campus de Ribeirão Preto. “Esto no es un mero detalle y ha pasado desapercibido en algunas discusiones sobre el tema. Será mucho más difícil controlar lo que se ofrecerá realmente en las clases; sin querer ser pesimista, el espacio para ‘fingir que se hace algo’ queda bastante abierto”, subraya Silvia, que desarrolla junto con el grupo de investigación Musilinc (Música, Lenguaje y Cultura), de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp), un proyecto sobre educación musical de niños. Las discusiones acerca de “cómo” se pondrá en práctica la ley, dice la investigadora, deben ir aparejadas de otras, sobre “por qué” la música debe estar presente en la escuela. “Sin una conciencia profunda de ese valor, ninguna ley hará que la música vuelva de modo consistente”, explica.
¿Quién será el responsable por las clases? Regina, de la Unirio, recuerda que la legislación es clara: la actuación en la escuela básica depende de una licenciatura realizada en carrera de formación de especialista. El hecho de admitirse que no es necesaria la carrera de formación pedagógica, según ella, es lo mismo que admitir que el conjunto de saberes construido a partir de una reflexión sistemática y fundamentada en la enseñanza superior de música es innecesario.
Pero como no hay educadores musicales en cantidad suficiente como para dar cuenta de la demanda, Silvia Nassif argumenta que restringir a los músicos graduados la responsabilidad de dar las clases podría volver inviable la aplicación de la ley. “El profesional debe tener sensibilidad y un compromiso profundo con la música, pero no necesariamente formación técnica de músico. Se pueden hacer muchas cosas en términos de una vivencia musical activa y significativa sin profundizar necesariamente en el ámbito técnico”, añade. No existe una manera de suministrar “recetas” de clases que sirvan para todas las situaciones de la enseñanza, recuerda Silvia. “Cualquier proceso educativo debe tener en cuenta siempre el contexto en el cual se plantea. En cada situación distinta, cabe una conducta distinta”. Sin embargo, sostiene que existen problemas que deben evitarse, como el uso de “cartillas” – que ya pueden encontrarse en el mercado – que proponen “clases enyesadas en repertorios estancos y elementos musicales descontextualizados”.
Más que saber música, hay que saber enseñar música, destaca Iveta Ávila Fernandes, docente del Instituto de Artes de la Unesp, quien defendió la tesis doctoral intitulada Música en la escuela: retos y perspectivas en la formación continua de educadores de la red pública. Uno de los objetivos de la misma fue descubrir los caminos para que, aun sin formación académica en música, esos docentes puedan superar el método tradicional de enseñanza de esta materia en la escuela. Si un niño puede aprender a leer y escribir, también puede aprender a componer, argumenta. Hay que superar el modelo tradicional de enseñanza de la música con la incorporación de nuevas formas de trabajo, que incluyan actividades lúdicas, tales como juegos y actividades didácticas en grupo. “La propuesta es cantar, tocar, improvisar, componer, interpretar, apreciar”, explica. De nada servirá, dice, cantar canciones que no son de autoría propia, si no se trabaja el desarrollo del lenguaje musical. “La manera repetitiva que se suele usar en clase y el raro uso de instrumentos y del aspecto lúdico hacen que el aprendizaje se vuelva menos atrayente para los niños”, afirma.
Ruido
Para Jorge Schroeder, que coordina el grupo de investigaciones Musilinc, de la Unicamp, antes de definir cómo serán las clases de música, hay que hacer una evaluación amplia sobre la escuela y sus alumnos. Algunos factores que han de considerarse son, por ejemplo, si posee instrumentos musicales y un sitio adecuado, en donde el “ruido” de la clase no sea un problema para otras actividades; si hay un docente especialista del área; cuál es el gusto medio de los alumnos y si existe alguna manifestación cultural fuerte en la región que incluya a la música. “Este tipo de evaluación, que generalmente se hace a mediano o largo plazo, con la inmersión en el cotidiano de la escuela, puede ayudar a definir las estrategias de acción educativa con referencia a la música, teniendo en cuenta también las posibilidades de cooperación con otros docentes de otras áreas en proyectos conjuntos y los límites y especialidades de los propios profesores de música”. Schroeder recuerda que existen grandes posibilidades de que un licenciado en música que toca algún instrumento elija caminos y objetivos distintos que un licenciado en música que es cantante o compositor.
Magali Cléber, docente de música de la Universidad Estadual de Londrina (UEL), hace hincapié en la importancia de ofrecer en las clases un contenido que se relacione con la realidad sociocultural de los alumnos. “Hay que contemplar la diversidad cultural brasileña y considerar los valores socioculturales presentes en el contexto de los estudiantes, de la escuela y de las redes que la constituyen”, explica Magali, quien está al frente de grupo de investigación sobre educación musical y movimientos sociales. La investigadora argumenta que las clases deben privilegiar los procesos de creación, la escucha crítica y la apreciación musical de los más diversos estilos y géneros musicales, y abarcar el repertorio de diferentes épocas y pueblos. Según ella, se debe evitar el prejuicio contra estilos y géneros, aun cuando no sean del agrado del profesor. “Es importante también incorporar la agenda de las fiestas y eventos significativos del lugar, la cultura popular, las salas de conciertos, en síntesis, los espacios de la ciudad, que deben ser entendidos como lugares educativos, despertando la pertenencia y el ejercicio de la ciudadanía”, dice.
Las buenas experiencias en educación musical, según la investigadora de la UEL, son aquéllas que consideran las demandas de la comunidad en que actúan y apuntan a la interlocución entre los actores sociales, ya sean estudiantes, docentes, o personas del barrio. Estos proyectos son en general vinculados a las secretarías municipales o estaduales de Cultura, u originados por organizaciones no gubernamentales (ONG’s) que reciben apoyo de parte de órganos públicos. Por eso pueden contemplar necesidades tales como transporte e infraestructura para las clases y las presentaciones públicas, además de ofrecerles a los alumnos algún beneficio económico (becas). Y cita ejemplos de ciudades como Mogi das Cruzes y Franca (interior de São Paulo), Porto Alegre, Vitoria y Goiânia. “Estos proyectos tienen principio, medio y fin, y no se caracterizan como política de Estado. Esta situación no garantiza una perennidad en la oferta y en muchas ocasiones los proyectos dejan de funcionar por falta de fondos, frustrando a los que tuvieron la oportunidad de vivenciar experiencias positivas”, afirma Magali Kleber.
En el estado de Río, Regina Simão Santos enumera diversos ejemplos exitosos. En Volta Redonda, interior del estado, existe desde 1974 el proyecto Ciudad de la Música, concebido y desarrollado por el maestro Nicolau Martins de Oliveira. En la capital está la Escuela de Música de la Rocinha, por ejemplo, un proyecto social de carácter educativo creado en 1994 por el alemán Hans Ulrich Koch y bajo la dirección de Gilberto Figueiredo. Cuenta con diversos socios, como la municipalidad y la Unesco. En la comunidad de Morro Dona Marta, el proyecto Villa-Lobinhos se desarrolla desde 2000, bajo la dirección general del guitarrista Turíbio Santos, y ya ha contado con diversos apoyos: de la ONG Viva Rio, del Instituto Moreira Salles y del Museo Villa-Lobos. Y esta también el Grupo Cultural AfroReggae, un proyecto que surgió en la favela de Vigario Geral en 1993 con la creación de un Núcleo Comunitario de Cultura, en donde se desarrollaron talleres, entre los cuales hubo uno de percusión. “Todos apuntan a la formación integral del ciudadano, pero apuntando a la posibilidad laboral de sus integrantes. Eso atrae, hace que el salón de clases y la vida social fuera de él se mezclen”, explica Regina.
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