Imprimir Republish

Memoria

Tecnología y arte

Hace 511 años, el italiano Aldo Manuzio empezaba a reinventar el libro impreso

En sus primeros 50 años de historia, poco fue lo que cambió en el libro impreso. El alemán Johannes Gutenberg inventó los tipos móviles en 1442, y publicó La Biblia, probablemente con Peter Schoffer, en 1455. Hasta 1494 se publicaron miles de otras obras, pero el tipógrafo, editor y librero italiano Aldo Manuzio fue responsable de las innovaciones que cambiaron la forma de hacer libros en el mundo durante los 500 años siguientes. Como editor, fue el primero que imprimió los clásicos greco-latinos por decisión de un consejo editorial – algo también innovador: llevó el nombre de Academia Aldina –, donde figuraban algunos de los prominentes espíritus de la época, como Erasmo de Rótterdam. Esos eruditos no solamente seleccionaban los mejores textos de la Antigüedad para publicarlo, sino que también hacían la traducción, cuando era el caso, y los comentarios, al margen de colaborar en la edición. Participaban en la academia 32 intelectuales europeos escogidos e invitados por Manuzio. Como tipógrafo, éste creó el tipo cursivo – igualmente conocido como manuscrito, itálico, inclinado o aldino –, el formato de bolsillo, la página doble como unidad formal y el lomo plano. En las tapas, reemplazó la madera por el cartón, empezó a usar pergamino de cabra como revestimiento y a grabar en éste el título del libro con oro caliente. Por último, como librero, elaboró el primer catálogo con la nómina de obras publicadas y sus respectivos precios, y creó el entonces inédito agrupamiento de libros dentro de series o colecciones.  La mayoría de estas innovaciones se conserva aún hoy en día en la rutina de la producción editorial en todo el mundo.

Aldo Manuzio nació (se estima) en 1450, en Bassiano di Sermonetta, y murió en 1515, en Venecia. En pleno Renacimiento, las principales ciudades italianas brillaban como producto de la renovación en las artes plásticas, las letras y la arquitectura, con los ojos mirando hacia los modelos greco-romanos. En ese ambiente repleto de escritores, pintores, escultores, filósofos, científicos y – no menos importantes – mecenas, “Venecia toda era ciencia y sabiduría”, al decir de John Ruskin, crítico de arte, pensador y escritor inglés del final del siglo XIX. Allí, Manuzio se radicó, y allí frecuentaba el taller tipográfico de Andrea Torresani, su futuro suegro, en 1492.  Con el incentivo de su amigo y protector, el noble Giovanni Francesco Pico della Mirandola, Manuzio se convirtió en editor, e imprimió sus primeras ediciones en 1494. Ambos amigos, enamorados de la lengua y la literatura griegas, aborrecían las pésimas traducciones, impresiones y ediciones de aquel tiempo, según comenta el catalán Enric Sauté, historiador de las artes gráficas, en su recientemente publicado libro Aldo Manuzio: editor, tipógrafo, livreiro (Ateliê Editorial, 253 páginas). Ese tratamiento rústico dado a los clásicos llevó al entonces tipógrafo a considerar seriamente una antigua idea: brindar a los estudiantes y estudiosos productos literarios y lingüísticos de primera calidad.

Al margen de la efervescencia cultural de Venecia, había dos motivos especiales para que Aldo se afincase en la ciudad. El primero es que se había convertido en la capital mundial de la tipografía, con centenas de profesionales en la ciudad con respectivos talleres. Más o menos en 1480, 410 ciudades de seis países europeos tenían tipografías, la mayor parte en Italia, “como si el país hubiera usurpado la invención de Alemania”, comenta Sauté. El segundo motivo era que allí había radicado una numerosa colonia de exiliados griegos, algo muy conveniente para Manuzio, dada la mayor facilidad para encontrar revisores, calígrafos, tipógrafos, impresores y encuadernadores para los textos originales que pretendía editar en ese idioma. Antes de abocarse a ediciones ambiciosas, Aldo tuvo el cuidado de editar tratados de gramática, vocabularios y opúsculos de iniciación al estudio de las lenguas clásicas. Finalmente, para imprimir a los griegos, era necesario primeramente contar con los manuscritos, disponibles pero dispersos por toda Europa. Era una tarea ardua leer, entender y corregir posibles fallas en copias manuscritas de textos milenarios, especialmente debido a que la paleografía no estaba aún desarrollada.

Las cursivas
Determinado, Manuzio venció uno por uno todos los obstáculos, e imprimió la obra completa de Aristóteles entre 1495 y 1498, en cinco tomos. Posteriormente, en 1513, hizo lo mismo con Platón, al margen de publicar a los demás pensadores, dramaturgos, historiadores y poetas de la Antigüedad, como Xenofonte, Eurípedes, Heródoto, Esopo, Plutarco, Homero, Teócrito, entre tantos otros. Tal producción impulsó los estudios helenísticos en la Italia renacentista y se propagó por los demás países, que empezaron a publicar clásicos griegos. Manuzio imprimía también muchos libros en latín, y unos pocos en italiano. En el primer caso eran Ovidio, Virgilio, Cícero, Horacio, como para citar tan sólo a algunos. En el último caso, básicamente Dante Alighieri y Petrarca.

El holandés Erasmo de Rótterdam, el más famoso humanista de su tiempo, por ejemplo, escribía en latín y llegó a ser un contratado exclusivo durante más de un año, algo totalmente inusitado en aquel período. Antes de que los libros de la casa editorial de Manuzio crearan un nuevo patrón de excelencia en la edición e impresión, los tipos de prensa más comunes se moldeaban sobre alfabetos de tipología gótica, “en variantes pesadas y angulosas, de difícil lectura”, explica Enric Sauté en su estudio. Los primeros tipos que Manuzio mandó a tallar fueron del alfabeto griego, hechos por calígrafos y artesanos griegos radicados en Venecia. Cuando empezó a editar en latín, el mejor grabador de Aldo, Francesco Griffo, creó un tipo inédito, redondo, distante de la tendencia a engrosar los rasgos de la letra para intentar obtener el peso visual correcto. Manuzio inventó la tipología cursiva la inventó en 1500, pensando en el lanzamiento de las ediciones de bolsillo, un proyecto elaborado especialmente para su adaptación al formato pequeño. El éxito del tipo cursivo fue tan grande que suscitó imitaciones inmediatas. Una probable influencia se dio en un sector apartado de la tipografía. El violín de cuatro cuerdas surgió más o menos en 1550. De acuerdo con todos los indicios, fue en Cremona (“la ciudad de los legendarios Amati, Guarnieri y Stradivarius”, recuerda Sauté). Los instrumentos tienen dos arabescos simétricos y característicos de ambos lados del puente, que perforan la tapa armónica para obtener la resonancia acústica correcta. Estos arabescos tienen la forma inconfundible de una letra cursiva: las “efes del violín”.

Éxito
Las colecciones de bolsillo, con sus letras cursivas, fueron el mayor éxito de Manuzio. Las primeras salieron en 1501, con tres libros de Virgilio: Bucólicas, Geórgicas y La Eneida. Fueron más de 50 títulos, lo que significa que lanzó a la plaza entre 1501 y 1506 un título de bolsillo cada 60 días. El precio máximo era de un ducado (alrededor de 50 reales) y el tiraje inicial era de mil ejemplares – eso sin contar las frecuentes reediciones. “Era una proeza, considerando que se trata de un fenómeno cultural y comercial acaecido hace más de 500 años”, dice Sauté en su libro. El mismo asombro con la calidad de las obras de Manuzio, que catapultó a un alto nivel el modelo tipográfico, gráfico y editorial del libro, se mantiene todavía hoy entre los apasionados por el objeto libro. “Manuzio fue un genio al unir la tecnología y el arte para mejorar el libro y hacerlo atractivo y funcional”, dice Claudio Giordano, traductor del texto de Sauté al portugués y creador de Oficina do Livro [Taller del Libro], una entidad paulistana [de la ciudad de São Paulo] que procura preservar, recuperar y mantener vivas las obras, los periódicos y los documentos olvidados por editoras, críticos y lectores. Giordano se refiere a los primeros libros impresos, grandes y pesados, difíciles de cargar y leer, con tapas de madera revestida en cuero.

El tiempo y la censura
El bibliófilo José Mindlin, titular del principal archivo particular de libros raros de Brasil y gran admirador del editor y impresor, es quizá el dueño del único ejemplar existente en Brasil de Hypnerotomachia poliphili, de Fernando Colonna, de 1499, (cuya foto aparece en la página 11), la mejor lograda edición de Manuzio. “Si se lo publicase actualmente, ese libro sería también un éxito, tal la claridad de la lectura, la belleza de las ilustraciones y la calidad de la edición”, cree. Mindlin muestra una reedición de 1533 de Las rimas, libro de poemas de Petrarca en italiano – cuya primera edición, de 1514, es de Manuzio –, con parte de las líneas tachadas. “Como tiene algunos sonetos contra el papa, los editores de la época se vieron en la obligación de cubrir versos con tinta china. Sucede que hoy en día es perfectamente posible leerlos a través de la tinta opacada”, sostiene. Durante la dictadura brasileña, Mindlin usaba la historia de ese libro como un pretexto para alertar: “El tiempo vence a la censura”. Como en el libro de Petrarca, el tiempo procuró preservar la relevancia de la extensa obra innovadora de Aldo Manuzio.

Republicar