Reproducción
“Miles de ciudadanos estadounidenses se enriquecieron con el comercio negrero. Se volvieron conocidos por vender y alquilar barcos a comerciantes de esclavos brasileños en los puertos de Salvador y Río de Janeiro. Las embarcaciones construidas en Estados Unidos abastecían los entrepuestos esclavistas emplazados en la costa africana, suministraban un apoyo decisivo a las expediciones esclavistas y transportaban miles de africanos a la costa brasileña”, afirma el brasileñista Dale Graden, de la Universidad de Idaho. Un cónsul estadounidense en Río de Janeiro, en la década de 1840, valuó entre el 70% y el 100% la rentabilidad de esas expediciones negreras en buques estadounidenses, tanto del Sur esclavista como del Norte supuestamente abolicionista. La nacionalidad de esos barcos aún se mantiene como un fantasma después de tantas décadas. “Uno de los diversos problemas que tuvimos para lograr la autorización para bucear en busca de los destrozos fue el hecho de ser una embarcación construida en EE.UU., lo que, de acuerdo con la Convención de la Unesco para la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático, puede causar problemas diplomáticos aún hoy en día”, explica el historiador Gilson Rambelli, de la Universidad Federal de Bahía, y coordinador del proyecto Arqueología subacuática de un navío negrero – La historia que no está en los libros, financiado por la FAPESP. El objetivo de Rambelli era justamente localizar en Porto Bracuí, Angra dos Reis (al sur de Río de Janeiro), vestigios del Camargo, el bergantín del capitán Gordon. Partiendo del relato de buceadores locales que recuperaron linternas y piezas del bergantín (más tarde usadas para decorar un hotel, hoy desaparecido, como así también los artefactos), Rambelli organizó una expedición para encontrar restos del navío. “Para la arqueología subacuática es una cápsula de tiempo preciosa, capaz de dar voz a aquéllos cuyo sufrimiento fue olvidado por la historia.”
Reproducción
Si los secretos del Camargo están guardados en el mar, la participación estadounidense en el tráfico fue una divisoria de aguas para los amos de esclavos brasileños luego de la promulgación de la Ley Eusébio de Queiroz, en 1850, que prohibía el comercio negrero. “Durante todo el día 4 de julio (día de la independencia estadounidense) nosotros decoramos el buque para celebrar la fecha y disparamos una salutación de cañón que teníamos a bordo. A las cuatro de la tarde de aquel día, recomenzamos el embarque de nuestra carga y una hora después habíamos embarcado 746 negros; soltamos amarras y partimos”, contó William Anderson, inmediato del Quinsey, navío negrero americano, al cónsul americano en Río de Janeiro, en 1851. “Yo me arriesgaría a afirmar que ninguna embarcación de EE.UU. es vendida en Brasil para ser destinada a un puerto en África, sin que el comandante y la tripulación de Estados Unidos, si no los dueños, por libre y espontánea voluntad, viabilicen y contribuyan para perpetuar el tráfico”, escribió el ministro norteamericano a Brasil Henry Wise, un sureño esclavista que luchó contra el tráfico en aguas brasileñas por el solo hecho de que la mayoría de los barcos negreros yanquis provenía del Norte, rival en la Guerra Civil. “Desembarcos clandestinos se realizaban con la complicidad de una serie de agentes del Estado corrompidos por traficantes y amos de esclavos. El abuso de funcionarios de la Marina y del Ejército era tal que muchos alquilaban instalaciones del gobierno para servir de depósitos de esclavos. Pese a algunas medidas, muchos dudaron del peso de la nueva ley”, evalúa el sociólogo Luiz Alberto Couceiro, de la Universidad Federal de Río de Janeiro. El “poco caso” terminó con el “caso de Bracuí”.
Reproducción
En diciembre de 1852, el Diário do Rio de Janeiro informó acerca del “rumor” de que un buque americano había desembarcado africanos en el puerto de Bracuí. El emperador personalmente fue informado de que dos marineros norteamericanos habían sido detenidos. Ambos eran miembros de la tripulación del Camargo. El comisario local era también dueño de esclavos y su implicación repercutió en la prensa de la Corte. “Un contingente de 400 efectivos fue enviado para patrullar la región de Angra. Luego de la intervención del Estado en las haciendas donde los esclavos habían sido ilegalmente comprados, sólo 38 negros fueron recuperados. Asimismo, a partir de este hecho político, otros esclavos de la región se creyeron en el mismo derecho y hubo fugas. Esclavos detenidos decían que estaban ejerciendo su derecho a la libertad, como los africanos traídos en el Camargo que fueron libertados”, afirma Couceiro. Fueron tres meses de investigaciones y maniobras políticas que llevaron a una pulseada con el Imperio, que quería demostrar no eran los propietarios quienes mandaban en la nación, dictaminando el momento justo de tomar medidas contra el trabajo esclavo. “Fue una acción orquestada. Según carta del responsable de la investigación, Ildefonso de Souza Ramos (reemplazante de Eusébio de Queiroz), al fondear un barco comandado por el americano Gordon, muchos botes se aproximaron y los africanos desembarcaron en tierras de la hacienda Santa Rita”, sostiene la historiadora Martha Abreu, de la Universidad Federal Fluminense. Perseguido antes por un navío inglés, Gordon incendió el buque, una práctica común entre otros comandantes norteamericanos de barcos negreros. Valía la pena: un esclavo comprado en África por 40 dólares, en tierras brasileñas, cuya producción creciente de café demandaba esclavos que no eran más “importados”, valía entre 400 y 1.200. Así, una carga de 800 esclavos podía rendir la fortuna de 960 mil dólares: 100 dólares de 1850 corresponden actualmente 4 mil dólares.
Reproducción