Ningún libro ha sacudido tanto al medio científico en los últimos meses como The Skeptical Environmentalist – Measuring the Real State of the World (en una traducción libre, El Ambientalista Escéptico – Midiendo el Estado Real del Mundo), escrito por Bjorn Lomborg, de 36 años, profesor de estadística del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Aarhus, Dinamarca. Son 540 páginas, un tercio de ellas ocupado por las extensas notas de pie de página (2.930) y una vasta bibliografía repleta de fuentes oficiales, en las cuales este ex activista de Greenpeace envía un claro mensaje a los lectores: olvídense de lo que ustedes ya han leído sobre los problemas ambientales. Si el mundo no va bien, en la peor de las hipótesis está mejorando día tras día, merced a los avances de la tecnología. En líneas generales, Lomborg sostiene la tesis de que indica que el planeta, desde el punto de vista ambiental, está hoy en día en mejor forma que en el pasado.
El calentamiento del planeta, la lluvia ácida, la destrucción de las selvas, la extinción de especies, la contaminación del aire y del agua, el agujero en la capa de ozono, la escasez de recursos naturales – todo eso y mucho más, según Lomborg, constituye un problema menor, cuyos daños, reales o potenciales han sido exagerados por el movimiento verde y por los medios de comunicación. Desde su óptica, no va a faltar energía o comida en el mundo en el futuro. Y el Protocolo de Kyoto, el acuerdo internacional que intenta limitar las emisiones de gases de los países desarrollados, vinculados al aumento del efecto invernadero en la Tierra, es un mal acuerdo.
“George Bush está haciendo lo correcto, pero por motivos equivocados”, opina Lomborg – en entrevista concedida a Pesquisa FAPESP -, quien acaba de ser elegido para dirigir el nuevo Instituto de Evaluación Ambiental de Dinamarca, un órgano creado por el primer ministro danés, Anders Fogh Rasmussen, del Partido Liberal. El presidente estadounidense, principal crítico de Kyoto, dice que el acuerdo limitaría la capacidad de crecimiento de la economía de su país. Ése no es el gran problema del protocolo, en la opinión del estadístico: “El dinero que gastaríamos para implementar Kyoto, quizás unos 150 mil millones de dólares anuales – cuyos posibles beneficios solamente serían sentidos por las generaciones futuras de habitantes del Tercer Mundo -, sería mejor empleado en la ayuda directa a los países pobres, lo que tendría un impacto inmediato”.
Lomborg evita apuntar directamente a la comunidad científica como corresponsable por la dominante visión pesimista sobre los destinos del planeta. Pero aun así, ha sido acusado de fraude y tildado de manipulador de datos por varios científicos. Incluso se creó un sitio contra él: www.anti-lomborg.com. Pero Lomborg garantiza: “Yo no quería causar polémica, sino solamente abrir este debate”. Es curioso remarcar que, en rigor, El Ambientalista Escéptico ni siquiera es un libro nuevo. Fue lanzado originalmente en danés en 1998. En 2000 salió una versión en islandés y, al año siguiente, fue traducido al sueco. Hasta entonces, los efectos de la obra de Lomborg – que antes de abocarse al examen de las cuestiones ambientales, se ocupaba de temas tales como simulaciones de estrategias en dilemas de acción colectiva y el comportamiento de los partidos políticos en sistemas de votación proporcional – se restringían a Escandinavia.
Las repercusiones de su pensamiento en Estados Unidos y en los restantes países de Europa – y, por añadidura, en las otras partes globalizadas del mundo – empezaron a ganar importancia solamente después del 30 de agosto pasado, cuando la Cambridge University Press lanzó la del libro versión en inglés. Rápidamente, la obra se convirtió en un éxito internacional. El danés, que admite no tener formación específica en los temas sobre los cuales escribió, se rehusa a decir cuantos ejemplares de El Ambientalista Escéptico ya se han vendido. “Mi editora me pidió que no divulgara esa información”. Pero garantiza que no se volvió rico con los derechos de autor de la obra.
Lomborg, al autodenominarse como un ambientalista escéptico en su polémico libro, define de entrada claramente qué entiende por tal, definición que en versión libre, diría así: “Soy ambientalista, porque como la mayoría de las personas, me preocupo con nuestra Tierra, con la salud y con el bienestar de las generaciones futuras. Soy escéptico, porque me preocupo a punto tal que quiero que no actuemos con base en mitos, ya sean éstos pesimistas u optimistas”. En el lugar de los mitos, añade, “debemos usar la mejor información disponible para unirnos a los otros en pos del objetivo común que es construir un mañana mejor”.
Con todo, en el ambiente científico, las tesis defendidas en el libro se convirtieron en blanco de ácidas críticas por parte de conocidos investigadores, en artículos escritos para publicaciones de peso, como Nature y Science. Y fuera de dicho ámbito, le valieron a su autor incluso una torta arrojada sobre su rostro por los ambientalistas ingleses en septiembre pasado, en una librería de Oxford. Los títulos de algunos artículos contrarios al trabajo de Lomborg muestran a las claras el tono de las recriminaciones que se profieren contra él, que lejos de cernirse a la cuestión meramente científica, son también políticas.
Dos ejemplos: ¿Contando con el maná del cielo?, es el título del artículo escrito por Michael Grubb, del Grupo de Manejo y Política Ambiental del Imperial College de Londres y del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Cambridge, en la edición del 9 de noviembre de 2001 de la revista Science; y Matemática Engañadora sobre la Tierra, es el título colocado por la revista de divulgación científica estadounidense Scientific American para remitir a cuatro textos escritos por especialistas en cuestiones ambientales, que ocupaban 11 páginas de su edición de enero.
Visiones encontradas
Existen fuertes evidencias acerca del carácter político de la polémica provocada por el libro, como puede observarse en la cobertura que le ha brindado la respetada revista inglesa The Economist. En un editorial publicado en la edición del 2 de febrero, por ejemplo, en el cual se analiza la furia inspirada por el trabajo de Bjorn Lomborg y las visiones de sus críticos, la revista recupera una curiosa afirmación de Stephen Schneider, uno de los autores de los textos de Scientific American de enero contra El Ambientalista Escéptico, proferida 13 años antes para la revista Discover. En ella, Schneider, profesor de Biología Ambiental y Cambios Globales de la Universidad Stanford, aseguraba que cada científico, al tratar las cuestiones ambientales, debería encontrar “el equilibrio correcto entre ser eficaz y ser honesto”.
Schneider observaba que los científicos “son también seres humanos”, que, como la mayoría de las personas, desean ver un mundo mejor. Para ello era necesario obtener apoyo para cautivar la imaginación popular, lo que implicaba lograr una amplia cobertura de los medios. Desde ese punto de vista, Schneider concluía lo siguiente: “Debemos entonces ofrecer escenarios asustadores, hacer afirmaciones dramáticas, simplificadoras y hacer pocas menciones a cualquier duda que podamos tener”. Los reportajes de Economist , aun siendo favorables a Lomborg, no dejan de señalar ciertos problemas en su trabajo. En uno de estos artículos (en la edición del 2 de febrero), es apuntada la siguiente falla: “Su abordaje al examinar datos a nivel global, pese a que tiene sentido desde el punto de vista estadístico, tiende a soslayar tendencias ambientales locales”.
Otro problema de la visión de Lomborg, según la publicación, en este caso apoyándose en un argumento de Allen Hammond, del World Resources Institute, es el siguiente: el postulado central de que la Tierra como un todo está mejorando, pese a ser sumamente cuestionable, solamente tendría sentido para los países desarrollados. “Los números suministrados por el libro ocultan el deterioro en los niveles de contaminación en megacidades del mundo pobre”, afirmaba el reportaje. Por último, un tercer pecado de Lomborg, siempre según The Economist: “El libro da poco crédito a la política ambiental como motor de las mejoras en el área ambiental”.
A los ojos de un habitante del Primer Mundo, esas vacilaciones metodológicas pueden incluso parecer fallas secundarias de El Ambientalista Escéptico , como da a entender el tono de Economist. Para quienes no están en Europa Occidental, en Estados Unidos o en Japón, la distorsión creada por el uso exclusivo de estadísticas globales genera un escenario despegado de la realidad en buena parte de la Tierra. Lomborg admite las limitaciones del libro, escrito para el público de los países desarrollados. También reconoce que cometió fallas al trabajar con la montaña de datos explorados en su tratado escéptico-ambiental – algunos de esos deslices son apuntados en su sitio (www.lomborg.com), en el cual coloca reportajes y comentarios sobre el libro. “Son errores menores, que no comprometen la argumentación”, dice Lomborg, para quien gran parte de los problemas ambientales de los países pobres se resolverá con el progreso económico de las naciones.
Mucha gente seria cree que las fallas metodológicas no son precisamente inofensivas. Para Carlos Alfredo Joly, de la Universidad Estadual de Campinas y coordinador del programa BIOTA, de la FAPESP, el libro construye su razonamiento de que las selvas no están en peligro con base en datos sobre la cobertura vegetal que no hacen distinción entre bosque nativo, en donde la biodiversidade es alta, y área reforestada con eucaliptos, por ejemplo, en donde la variedad de especies que allí viven es mucho menor. “Creo que eso lleva a errores groseros”, dice Joly. “Si efectuamos una evaluación acerca de cuál es la cobertura forestal del estado de São Paulo considerando únicamente los remanentes de vegetación autóctona, tendremos entre un 8% y un 9% de bosque. Pero, si adicionamos a esto las áreas de reforestación, ese porcentaje de área forestal quizás se duplique.”
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