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Literatura

Un genio del ensayo

Estudio afirma que el cronista Nelson Rodrigues era "el Montaigne de Brasil"

ARCHIVO / AGENCIA ESTADOEl lugar de Nelson Rodrigues (1912-1980) entre los grandes dramaturgos del siglo XX es asegurado por algunas generaciones de especialistas. Su talento como ensayista, aunque él no tuviese esa pretensión, es el nuevo ángulo defendido por el crítico literario gaúcho Luis Augusto Fischer en Inteligência con dor, publicado por Arquipélago Editorial. La singularidad de su argumentación es producto del hecho de basarse en las crónicas publicadas en los periódicos, en las cuales Fischer, docente de la Universidad Federal de Río Grande do Sul (UFRGS) y autor de libros sobre Machado de Assis y Jorge Luis Borges, ve mucho más que comentarios breves y triviales. Ante la excepcionalidad de esos  textos, explica, puede elevárselos a otra categoría. Por ende, la denominación de “ensayista”, y no de “cronista”, le asigna un nuevo status a lo que Nelson Rodrigues publica sin grandes pretensiones en la prensa. “El cronista es por regla un comentarista lírico de la vida, al paso que el ensayista escribe con el cerebro activo, aun cuando comente la vida cotidiana”, afirma el crítico sureño. “Y el cronista tiende a ser un autocomplaciente, al tiempo que el ensayista es riguroso y hasta cruel consigo mismo, y lo es no por masoquismo, sino para conquistar un punto de vista más profundo y más radical, escapándole al círculo ameno de la crónica, que se contenta con exterioridades”, añade.

Nacido en Recife en 1912, afincado en Río de Janeiro siendo aún niño, Nelson Rodrigues perteneció a una familia de periodistas: su padre, Mario Rodrigues, fundó el periódico carioca A manhã en la década de 1920, y el hermano Mario Filho, que da nombre al estadio Maracanã, fue uno de los más importantes cronistas deportivos del país. Desde temprano, el niño, que en sus palabras, ve el mundo – por el agujero de la cerradura -, conoció la tragedia: el primer golpe es la muerte de su hermano Roberto, también periodista, asesinado en la redacción. Con la Revolución de 1930, el diario de la familia es allanado. Nelson, que escribe en las páginas policiales y de fútbol, se convierte en autor de obras teatrales cada vez más consagradas. En la década de 1970, su hijo Nelson Rodrigues Filho pasa a la clandestinidad huyendo de la dictadura, y nace la hija Daniela, “la niña sin estrella”, con graves problemas de salud.  En las crónicas reunidas en libros como O óbvio ululante y A cabra vadia, se comentan episodios de la escena política y social y política del país, entre registros de su cotidiano y el de su familia: de la úlcera a monseñor Hélder Câmara y a las nuevas costumbres. En obras como À sombra das chuteiras imortais, hay crónicas deportivas, tan sorprendentes que pueden estar dedicadas, por ejemplo, al escupitajo de un jugador. El propio Nelson no tenía una percepción clara acerca del valor de sus crónicas. La hacía, como él decía, para “pagar la leche de los chicos”, como corazonadas, como un memorialista, que no raramente suscitaba la furia de distintos sectores de la sociedad, que lo consideraban ora reaccionario, ora pornográfico. “Con seguridad no tenía en la cabeza la tradición del ensayo. Creo que se puede decir incluso que él no tenía ni siquiera el concepto de crónica en la cabeza. Pero su intuición es lo que importa, junto a su capacidad de moldear su lenguaje”, sostiene Fischer.

El padre de la idea de un Nelson ensayísta, un “Montaigne de Brasil”, como advierte Fischer, es Aníbal Damasceno Ferreira, periodista e historiador a quien se le debe también el redescubrimiento de otro autor, Qorpo Santo, en la década de 1960. Fue en un almuerzo en 1988 que Ferreira inspiró a Fischer a investigar el tema. Poco después, el valor de las crónicas del dramaturgo sería resaltado por Ruy Castro, cuando presentó la biografía O anjo pornográfico y coordinó la reedición de su obra por Companhia das Letras, en la década de 1990. Actualmente, es Agir la editorial que tiene los derechos de publicación.  Quienes conocen las crónicas de Nelson Rodrigues suelen reconocerlas inmediatamente cuando las encuentran otra vez. El autor no solamente escribe muy bien. Posee también, como sostiene el crítico, “un amplio repertorio de mañas narrativas y dramatúrgicas”: retardamiento de la acción, dramatización de la posición del cronista, dibujo rápido y eficaz de los personajes. Es creador de expresiones tales como “obvio ululante”, y de personajes caricaturales inolvidables: el padre de marcha, la pasante de periodismo con los talones sucios, la fina de narinas de cadáver. En cuanto a los temas, como recuerda Fischer, el más original de su creación se relaciona más bien con el punto de vista y no al asunto. “Había cronistas que también hablaban de la juventud, de fútbol, de la condición de los brasileños, pero solamente él hacía reflexiones y pálpitos singulares sobre todo eso”. Como todo buen ensayista, lograba salir de la estrechez de su tiempo liberándose de esa constricción, para intentar evaluar las cosas desde el punto de vista de la eternidad.

ARCHIVO / AGENCIA ESTADOLa mejor parte de las crónicas de Nelson Rodrigues corresponde al período de 1967 a 1970, desde la eclosión de la Tropicalia hasta el Mundial. Fue cuando ?llegó al apogeo de su lenguaje, que antes estaba siendo aún tallada?, explica el crítico. La izquierda y la juventud eran blancos constantes de su crítica más mordaz. ?Después de eso, en parte se volvió previsible, pues ya había encontrado aquellas expresiones y confrontado a aquellos enemigos. Es también un período en que incluso él, de temperamento político conservador, debió hacer radicales autocríticas, en razón de la brutalidad de la censura, por ejemplo.?

Para Fischer, el autor de Vestido de noiva pertenece al linaje de los genios del lenguaje, que reúne a “pocos pero valiosos miembros”. En la prensa brasileña, dice que vio al menos otro caso de gran ensayista, en el mismo sentido en que Nelson lo es: Paulo Francis. “Aun con todos los descuentos y ajustes necesarios, también en su obra, en la prensa y en la ficción, pulsa un corazón ensayístico, interesado en analizar mediante el autoanálisis y la crítica profunda”, afirma. Otros autores escribieron y escriben grandes crónicas, aunque no siempre: Machado de Assis, Carlos Heitor Cony, Millôr Fernandes y Luis Fernando Verissimo. En el exterior, entre aquéllos que, estando vinculados a la prensa, demostraron una “originalidad expresiva”, señala a Karl Kraus y Jorge Luis Borges. “No veo discípulos directos de Nelson Rodrigues, a lo mejor porque cada artista excelente es realmente ‘irrepetible’. En general, aquéllos que buscan ser discípulos sobre la base de la imitación del estilo caen en lo ridículo; sólo se mimetizan, y para leer copias, mejor ir directamente al original.”

En Inteligencia con dor, el crítico literario también sostiene que Nelson Rodrigues culmina un proyecto constructivista moderno en la literatura brasileña, que se inició con los parnasianos, alcanza a los modernistas y prosigue hasta los tropicalistas. El autor, según argumenta, es un desilusionado con la fantasía vanguardista en un sentido amplio, “aquélla que mueve a los artistas a conquistar el futuro a los gritos, enfrentando a la opinión media con gestos aparentemente transgresivos”. “Tal cosa se vio en esos grupos, con variaciones acordes con la época y el gusto, pero no se ve en Nelson, ni siquiera en su teatro, creo yo. Allí donde él era transgresor, no se trataba de vanguardismo, sino de profundidad trágica, en el caso del teatro, y no se trataba de vanguardismo, sino de ensayismo, en el caso de la crónica”, subraya. “Nelson se acerca a un clásico y, por ende, es opuesto al temperamento vanguardista, que siempre es romántico.”

Antes que cualquier otro autor en el país, según Fischer, Nelson Rodrigues sería el primero en registrar el fin de una era, la de la Guerra Fria, la de la disputa entre la economía de mercado y la economía centralizada y planificada. Pocos fueron los que se percataron de las contradicciones, y menos aún, los que tuvieron coraje de hacer una crítica visible, cosa que se volvió más fácil después de la caída simbólica del Muro de Berlín. No se trata, como explica el crítico gaúcho, de ignorar lo reaccionario en el Nelson de los años 1960 y ’70, ni tampoco de sugerir que él tuviese una interpretación crítica fundamentada en una lectura profética de los límites económicos de la antigua Unión Soviética. Fue un reaccionario horrible, obtuso, a veces risible de tan conservador, pondera Fischer. Pero, sostiene, estaba en lo cierto, “al pensar autónomamente y adoptar una visión más amplia que la triste y mediocre polarización que la dictadura impuso, todo eso por no admitir que aquellos rumbos fuesen los únicos posibles”.

Con sus crónicas, Nelson Rodrigues fue capaz de construir una teoría sobre el ser brasileño, algo que, como recuerda Fischer, fue tan del gusto de ensayistas que escribieron sobre el tema en el transcurso del siglo XX. Son del autor frases que, en muchos casos, se convirtieron en latiguillo. Para recordar algunas: “El brasileño tiene alma de feriado”, “El brasileño es un Narciso al revés: escupe en su propia imagen”, “En Brasil, la gloria está más en el insulto que en el elogio”, o también “El brasileño, incluso nuestro ateo, es un hombre de fe”. Fischer dice que el autor fue “el profeta de lo obvio ululante”, con medios específicos de lenguaje, que en portugués estaban “en estado de latencia”. Así fue como realizó el sueño antiguo de escribir “en brasileño”, como quien está charlando, algo que Mário de Andrade ya había intentado y que, con Nelson Rodrigues, se concretó. Fue con sus crónicas que, según el crítico, el lenguaje literario se abrasileñó definitivamente. “Nelson hizo esa magia”, concluye Fischer.

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