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Ficción

Un heredero de Gobineau en los trópicos

Nota: Hallé el siguiente texto, sin firma, en una página arrancada probablemente de un diario. El autor tenía – o aún tiene – una caligrafía menuda, femenina, cuyas letras “a” al final de las palabras terminaban en cierta línea que se alargaba y poco antes de concluir dibujaba una curva suave. La tinta azul del bolígrafo creaba un contraste antiguo con el amarillento papel sin renglones. La hoja estaba doblada al medio a lo largo, señalando el capítulo de una obra del filósofo Alfred Rosenberg, editada en el alfabeto gótico alemán. Hallé ese libro en una de las pilas de libros viejos de la librería de usados del viejo Gazzeau, que cerró sus persianas hace muchos años. Furtivamente, me escondí la hoja en un bolsillo de la chaqueta y arrojé el ejemplar a un rincón. Y de desde entonces he venido reflexionando sobre su contenido.

***

Repito hoy,unavezpasados tres días, elhábitode todas las noches:mesiento a lamesade trabajo demibibliotecay abroestecuaderno. La nochesilenciosaparecesermás espesa aún. Y el silencioquecircunda lacasa, siempre tan acogedor,merestringe,mehiere.Todoslos esfuerzosquehe emprendido en losúltimosmeses hanresultadoinútiles, einclusolas dosentrevistascon el rector no han surtido ningún efecto, loquesignificaquemiproyecto ha sido archivado.

A decir verdad, no tengonadadequequejarme. Después dequehace dos añosmepretirieronparaocuparlacátedrade AntropologíaSocial,estetipode reacciones no deberían sorprenderme.

Adelante mío, en la rendijaentrelas estanterías, un pequeñofocodeluzilumina oretratodel cardenal Ippolito de Medici,pintadoporTiziano Vecellio. Ippolito…

Meacuerdo de aquella primera vezquelo vi. Estábamos en el palacio Pitti, en Florencia. Mipadremellevaba de la mano, dándome clases de historia con esa vozestruendosa quesiempre measustaba. Y allí estaba el retrato, al ladode otro queeraquizá el de Felipe II. Pero Hipólito… robusto, con la complexión sóliday el fondo oscuro quehace emerger la figurasombría, comoqueescapándose del soporde la muerte, con sus manossujetando firmementela picay la espada, y su mirada soberbia y altiva, desdeñosa y arrogante; esa mirada quemefascina, sobrando porencima de esa bella narizlevementeaquilinay la barba, negray pulcra, haciendo resaltar ese rostroagresivo, todoen él me conmovió detal maneraque, aquella misma noche,para desesperación demimadre, la fiebre hizopresa de mí, mientras soñabaque Ippolito venía  a quedarse amilado en lacama, tocándome con susdedos gruesos,similares a los demipadre. No sonreía:me devoraba con su mirada enigmática, manteniendo la ceja izquierda erguida. ¿Cuántos años tenía yo? ¿Trece? ¿Catorce? Le supliquéque regresáramos al museo, lleguéincluso a llorar, peromissúplicas fueron en vano. Enseguida viajamos a Roma, y al fin de las vacacionesme obligaron avolver al internado en Suiza. Contodo, no sinantes pedirle a mamáqueme comprara un hermoso ejemplarsobre Tiziano, donde reencontrara a Hipólito, ocupandounapágina entera.

Los años pasaron y, siemprequepuedo, regreso a Pitti. Perodesdequemeafinqué en Brasil, en esta propiedadquepertenece amifamiliadesdehace generaciones, le solicité a unafamadofalsificadorlondinense esta copiaquevelapormí mientras escribo, leo opreparomisclases.

Noobstante, luego de lo sucedido estasemana, nosédurantecuánto tiempo seguiré aceptando humillaciones en la universidad. Cuando defendímitesis doctoral,unapartede lamesaexaminadora la repudió, calificándolacomo“retrógrada”, mientras solapadamentemetachaban de “racista”. Ése fue el precioquedebípagarpormilucidezyporintentarrevivir a Gobineau…

¡Ignorantes! ¡Creenquelo sabentodo,solamenteporhaber leído media docena depanfletosizquierdistas! Pero se olvidan dequela Antropología debeseruna  cienciaviva, dedicada a estudiar al hombre en susdiferenteshábitats, yprincipalmentea demostrarles a losquese apartaron de la barbarie loquelesesperasiinvolucionan, movidosporsus errores. Les he repetidoestocentenares de veces: urgeredimensionarel concepto de raza, adaptarlo auna  concepción realista delmundo, despojada detodoidealismo, y aceptar la jerarquía de losgrupossociales. ¡Es imposible escamotearse de la realidad!

Sin embargo, no cejaré. ¿No meconceden el terrenoen el campus? ¿Archivan miproyecto? ¡Pues nacerá aquí mismo, en esta propiedad! Todossabrán, en la práctica, de qué manera el Essai sur l’inegalité des races humaines sigue siendounaobracapaz de abrirle los ojos a la humanidad. Y loque laacademiame niega,que es darle nuevavida a los proyectos de Geoffroy de Saint-Hilaire, ¡lo haré en proporciones jamásantes imaginadas! Reviviré las antiguas exposiciones etnográficas, presentando a losgrupossocialesexóticos enambientes reconstituidosmeticulosamente, permitiendoque los especimenes copulen y procreen. Acá los niños y los jóvenes aprenderán las razonesque llevan aque muchosanimaleshumanos sigan estando atados a unmundoprimitivo. Y cuando el proyecto esté enmarcha, concentenas de visitantes diarios, convenceré al gobiernosobre la necesidad deplasmar lasegundaetapa:por unlado, perfeccionar las cualidades hereditarias y,por el otro, hacerque los especimenes abandonen susculturas obsoletas.

No, no será un “zoológicohumano”,comomeha dicho hoy concinismoel rector,sinounaconvocatoria al nuevomundo, a la nuevaera, ¡a la purificación de la especie!

Mijovencriadopalestinoacaba de traerme el té. Tieneunosojos hermosos y resignados; es adorablementeservilymeagradecetodoslos díasporhaberlo traído demiúltimoviaje a MedioOriente. Le pareció untantoextraña la familia de hutúesquehe adiestradoparalos trabajos pesados en la propiedad. Pero, pese aqueno logranconversarentreellos, han entabladounarelaciónamistosa, cosaquemealegra.

¡Hay, Hipólito!, un díamiataúd también será transportadoporhombresquese lamentan en las másdiferenteslenguas, y les llorarán a sus diosespormialmaincomprendida. No, no serán arquerostártaroso buzos indios,sinoquizá guerreros maoríes, cuyosrostrostatuados expresarán el dolor deperdera aquélquelos salvó de la ignorancia. O quién sabe, jinetes de la estepa mongola,vestidosenazuly dorado. ¿Cuáles de ellos preferirías?… ¡Hay, Ippolito!, ¡micuerpo tiembla,mismanostranspiran! Confiesoquemisueño es un joven sambia, encantadoramente sometidoporlosritosde pasaje de aquel pueblo de Nueva Guinea. Pero, mientrasqueestetrofeo no llega,mequedoconestechico, sentado en elpiso, con su cabeza recostadasobremirodilla.Paracomprarlo tuve de sobornar a cuatro funcionarios de la FundaciónIndígena. ¡Hay,siestuvieras acáparaverlo! ¡Quépurezaen su mirada! ¡Qué fragilidad en susgestos! Llegó con lasmanostodavía heridasporlas hormigas tucanderas. Segúnunode los funcionarios, uncoronelretirado del Ejército,estepibe no soportó elritode pasaje de su tribu, los Saterés-Maués, y quedaríaporeso relegado a la condición de medio hombre. Pues bien…Sila cosa ha deserasí Ippolito,quelo sea entonces: casiunahembra. Pero acá mismo, bajo nuestroscuidados, conociendo el cariñoquesolamentelos hombres civilizados puedendemostrar…

Rodrigo Gurgel es escritor y editor, y fue uno de los diez ganadores del Concurso de Cuentos “450 años de São Paulo”, organizado por el periódico O Estado de S. Paulo en 2004.

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