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Memoria

Un observador de los pueblos de la Amazonia

El material recolectado por el antropólogo alemán Protásio Frikel entre 1938 y 1974 se sigue utilizando actualmente en el estudio de los grupos indígenas del norte del estado de Pará, en Brasil

Como missionário franciscano, Frikel brinca com um bebê no Parque Zoobotânico do Museu Goeldi, sem data

Colección Fotográfica Guilherme de la Penha / Mpeg

“¡Vengan a ver!” Con emoción, la arqueóloga Edithe Pereira llamaba a su colega Cristiana Barreto y al historiador de la ciencia Nelson Sanjad para que fueran a conocer lo que había en las cinco cajas que acababa de abrir en su oficina del Museo Paraense Emílio Goeldi (MPEG), en Belém (Pará, Brasil), a principios de febrero de 2019. Las cajas contenían diarios, apuntes de campo, borradores de artículos mecanografiados, mapas y descripciones minuciosas de unos 150 grabados rupestres en 35 sitios arqueológicos que el misionero franciscano y antropólogo alemán Günther Protásio Frikel (1912-1974) había producido en sus expediciones por la Amazonia y habían estado guardados alrededor de 50 años. Pereira había buscado ese “tesoro”, como lo llamaba, durante casi 20 años, desde que recibió de una colega del mueso unas 400 fotografías de grabados rupestres tomadas por el propio Frikel con una cámara Rolleiflex. “Sabía que había más información, porque él era detallista y no se contentaba solamente con tomar unas fotos”, dice.

Mientras la antropóloga alemana Beatrix Hoffmann, de la Universidad de Bonn, en Alemania, transcribe los diarios escritos en alemán antiguo, Pereira mandó a traducir los textos mecanografiados y digitalizó las fotos, los negativos y la documentación con los datos de los sitios donde se encuentran los grabados rupestres, merced a una beca del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq). Su plan incluye la publicación de un libro en 2022, donde dará cuenta de estos hallazgos. “Casi nadie conoce este material, que incrementa considerablemente la cantidad de grabados rupestres en la Amazonia”, dice. Las imágenes que aparecen en las fotografías fueron talladas en bajo o altorrelieve en piedras ubicadas a orillas de ríos y consisten en dibujos figurativos y geométricos, con formas muy detalladas y casi siempre simétricas.

Protásio Frikel / Colección Lucia Hussak Van Velthem Grabados rupestres registrados por Frikel a finales de la década de 1950, cerca de la cascada de Tarumã, en el río Erepecuru, en el oeste del estado de ParáProtásio Frikel / Colección Lucia Hussak Van Velthem

A comienzos de la década de 1990, Pereira recorrió el río Erepecuru, en el municipio de Oriximiná, en el noroeste del estado brasileño de Pará, pero no logró ir más allá de la primera cascada. No halló los grabados que Frikel había descrito al pasar por la región 60 años antes, pero descubrió una que nadie había documentado, en Ilha do Descanso. Todavía no se sabe con certeza quiénes fueron los autores de los dibujos; ni los quilombolas [descendientes habitantes de los palenques o quilombos: comunidades rurales de afrodescendientes] ni el grupo indígena Zoé, que habita en esa región reconocen las obras que podrían haber sido realizadas por los primeros pobladores de lo que hoy es Brasil. Las pinturas y grabados de los sitios arqueológicos cercanos a Santarém, también en Pará, que Pereira presentó en su libro Arte rupestre de Monte Alegre – Pará, Amazonia, Brasil (Museo Goeldi, 2012), datan de hace unos 12.000 años.

“Frikel se hizo conocido principalmente por haber descubierto el primer sambaqui [montículo de conchas y otros materiales, vestigios de pueblos precolombinos] fluvial en la Amazonia, en 1939, y por sus investigaciones arqueológicas en el cerro de Tumucumaque, en el estado de Pará, ya en la década de 1960, adonde había llegado luego de tres meses de viaje, siguiendo el Erepecuru, un río plagado de cascadas”, relata la arqueóloga. Hasta ahí llegaba él para inculcarles los ritos católicos, entre ellos, misas, bautismos, casamientos y entierros, a los pueblos que habitaban en la región, cuyos hábitos observaba y describía minuciosamente. “La labor de Frikel en el cerro de Tumucumaque fue, durante muchos años, la única referencia arqueológica en la región”, comenta Pereira. Por la misma época, otros dos alemanes estudiaron a los pueblos aborígenes de Brasil, el etnólogo Curt Nimuendajú (cuyo nombre de nacimiento era Curt Unckel, 1883-1945) y el antropólogo Herbert Baldus (1899-1970), quienes también viajaron por las regiones sudeste, sur y centro-oeste de Brasil. Como sus coterráneos, Frikel obtuvo reconocimiento en el exterior, publicaba en alemán y era miembro de asociaciones científicas en Europa, no solo en Alemania.

La antropóloga Lucia Hussak van Velthem, del Museo Goeldi, relata que Frikel “poseía un enfoque holístico, por lo que examinaba todos los aspectos de la cultura de los pueblos nativos”, siguiendo los preceptos de dos antropólogos: el polaco Bronislaw Malinowski (1884-1942) y el alemán Franz Boas (1858-1942). “Visitó prácticamente todas las aldeas indígenas del norte de Pará, una región de acceso difícil”, comenta. Velthem está trabajando con otra porción todavía no examinada de su colección: los diarios en alemán de sus expediciones a las aldeas Aparai y Wayana, en el norte de Pará, cedidos por su viuda, Marlene, como parte de un conjunto que incluía las fotografías de los grabados rupestres, que le fueron entregados a Pereira. En 2019, la antropóloga Ruth Cortez, viuda del también antropólogo Roberto Cortez (1940-2013) quien trabajó con Frikel en el Tumucumaque, le cedió para su investigación las cajas con el material complementario.

Museóloga graduada, Velthem llegó al Goeldi en 1973 como becaria del CNPq y Frikel aceptó ser su mentor, porque ya contaba con varios trabajos propios sobre antropología y era un investigador formal del museo de Belém. El alemán, Marlene y Velthem realizaron dos viajes juntos. En el primero, de dos meses de duración, en 1973, estudiaron a los mundurucús, un pueblo que agrupaba a unos 3.000 pobladores de la zona del río Cururu, en el sudoeste de Pará (hoy en día son alrededor de 11.000). Velthem se interesó por los métodos de fabricación y el uso que le daban a los cestos con los que las mujeres transportaban la leña y la mandioca; y él, por los sistemas de parentesco y la organización social. Al año siguiente, en otra expedición que se extendió por cuatro meses, visitaron todas las aldeas de esta etnia en esa región y “un sitio sagrado para los mundurucús, completamente aislado, con una cascada de 30 metros de altura y un gran lago”, recuerda. “Frikel falleció repentinamente unos meses después de aquel viaje. Tenía los ojos azules, era alto, obeso y muy estricto. Podía ser muy gentil, pero a menudo también se enojaba. Fue un excelente maestro, que demostró lo importante que era estar con todos los sentidos puestos en la investigación de campo entre los pueblos indígenas”.

Colección Fotográfica Guilherme de la Penha / Mpeg  Lisa-FFLCH-USP Como investigador del Goeldi, Frikel solo (sin fecha)Colección Fotográfica Guilherme de la Penha / Mpeg  Lisa-FFLCH-USP

Exsacerdote e investigador
Hijo de un relojero, Frikel nació en Breslavia, por entonces una ciudad alemana (desde 1945 forma parte de Polonia) y en 1931 arribó a la ciudad de Recife, capital del estado de Pernambuco, para estudiar filosofía con los frailes franciscanos, que le añadieron otro nombre, Protásio, por el que se hizo más conocido. Tres años más tarde se trasladó a un seminario en Salvador, la capital del estado de Bahía, donde estudió teología. Para entonces, ya interesado en la etnología, investigó el culto Yeyé-Nagó, que forma parte del candomblé bahiano y publicó sus apuntes en alemán, en 1941, en la Revista dos Franciscanos.

En 1938, ya ungido como sacerdote, Frikel viajó a Santarém (Pará) y comenzó su labor misionera. Como autodidacta que era, también comenzó a investigar de manera informal como arqueólogo y antropólogo, recogiendo material e información y escribiendo sus observaciones. De 1939 a 1941 recolectó 175 fragmentos y artefactos de cerámica en la superficie del sambaqui Ponta do Jauari, al oeste de Alenquer, en Pará, y le envió ese material y los apuntes a su amigo Peter Hilbert (1914-1989), arqueólogo del Museo Goeldi. En 1959, cuando publicó los resultados en un folleto de 22 páginas editado por el Instituto de Antropología y Etnología de Pará, Hilbert apuntó las similitudes de estos objetos con la fase más antigua (980 a 200 a. C.) de la cerámica marajoara o marayó, producida en la isla de Marajó, a 600 kilómetros de distancia. “Frikel decía que no era arqueólogo, pero hizo una arqueología minuciosa y sin prejuicios, cuando no había nada en esta zona de la Amazonia”, comenta Pereira.

En esa época también estudió el modo de vida de los descendientes de los esclavizados refugiados en los ríos Trombetas, Curuá y Cuminá, todos en Pará, y trabó contacto con indígenas de los pueblos Kaxuyana, Parukotó, Wayana, Aparaí y Tiriyó. En 1963, tras nacionalizarse brasileño, se incorporó al Museo Goeldi como antropólogo y llegó a ocupar el cargo de subdirector de la Sección de Antropología. “Su interés antropológico prevaleció sobre su vocación religiosa”, dice Velthem. Para dedicarse exclusivamente a la investigación, dejó la orden franciscana y luego se casó con Marlene, quien lo ayudaba en sus frecuentes expediciones.

Colección Fotográfica Guilherme de la Penha / Mpeg  Lisa-FFLCH-USP Con su esposa Marlene en un barco, en 1963, cerca de una aldea indígena cateté, en ParáColección Fotográfica Guilherme de la Penha / Mpeg  Lisa-FFLCH-USP

En un artículo de 1975 en la revista Indiana, el antropólogo alemán Hans Becher (1918-?) comentó que las “obras más notables” de Frikel fueron sus investigaciones al respecto de la organización social, las tradiciones y los cambios culturales de los tiriyós: “Entre 1950 y 1974, emprendió un total de 14 expediciones para [visitar] a esos indios [sic]”. Sus estudios han contribuido para la creación del Parque Nacional Indígena del Tumucumaque, en 1968. En una obra de 117 páginas publicada por el Museo Goeldi en 1971, intitulada Dez anos de aculturação Tiriyó 1960-70, Frikel confió que una misión religiosa en territorio tiriyó contaba con un aserradero, un taller de alfarería, un tractor, máquinas de coser, un criadero de ganado y pollos, una desnatadora para elaborar manteca, heladeras y sierras eléctricas. “En lugar de retraerse o rechazar toda esa maquinaria, ellos [lostiriyós], luego de verificar su funcionamiento, se entusiasmaron y se mostraron realmente interesados”, describe.

Estos indígenas ya utilizaban cuchillos y hachas, ollas de hierro, escopetas, linternas, radios, pantalones y camisas (los varones) y vestidos y faldas (las mujeres), aunque no usaban la ropa en forma permanente. “No celebran más sus fiestas tradicionales de cazadores: ya no bailan, ni siquiera para entretenerse por las noches, ya no cantan sus canciones de fiesta, de bebidas, etc.; no cuentan más sus leyendas; ya no hablan de los chamanes o pajés ni de sus obras, ni tampoco del mundo de los espíritus y los ancestros, porque todos ellos, los espíritus, los chamanes y los ancestros han ido a parar al ‘gran fuego’, el infierno, por no haber conocido y observado los preceptos de la Biblia”, apuntó.

FRIKEL, P. Os Tiriyó, Seu Sistema Adaptativo. 1973 Dibujos de Frikel: exterior de una construcción, vista de la planta y corte vertical, y dibujos de puntas de flecha tiriyóFRIKEL, P. Os Tiriyó, Seu Sistema Adaptativo. 1973

Frikel criticaba esta forma de evangelizar. Según él, “ninguna misión tiene derecho a apartar al indio [sic] de sus tradiciones” y el cristianismo, “debería ser un complemento de sus creencias antiguas” y no venir a destruir el modo de vida de los pueblos indígenas. En la actualidad, unos 1.000 tiriyós viven en el norte del estado de Pará y otros 1.200 en Surinam. Junto a ellos en el Tumucumaque, también viven los katxuyanas, a los que también estudió y forman un grupo de alrededor de 450 individuos, distribuidos por las tierras del noroeste de Pará. “Los estudios de Frikel han sido importantes para la recuperación de la memoria de los pueblos de la Amazonia”, comenta Velthem.

Frikel también recolectó objetos para los museos de Austria, Alemania, Dinamarca y Suecia. “Eran artículos nuevos, elaborados por los nativos para vendérselos o intercambiarlos con los investigadores”, explica Velthem. El Museo Goeldi conserva, en cajas, unas 50.000 muestras de cerámica, utensilios de piedra, conchas y huesos recolectados por él en sus expediciones al interior de los estados de Pará y Amazonas, agrupados en seis colecciones. En 2006, Pereira y el historiador Vitor Martins, actualmente en la Universidad del Estado de Pará, abrieron las cajas, con el propósito de elaborar un inventario de las colecciones reunidas por Frikel, y comprobaron que más del 90 % del material arqueológico aún no había sido evaluado. “Nadie más se había interesado por ese material”, dice Pereira, “pero ahora la colección arqueológica reunida por Frikel ha sido analizada y se encuentra a disposición de quienes quieran estudiarla”.

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