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Entrevista

Ruth e Victor Nussenzweig: Una combinación química exitosa

La pareja de científicos se refiere a los avances en la búsqueda de vacunas contra la malaria y la vida profesional en Brasil y en Estados Unidos

MIGUEL BOYAYANSi no fuera por una sensata colega de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo (USP), Victor Nussenzweig quizás no se hubiera convertido en científico. Ruth, una vienense que emigrara a Brasil siendo todavía niña, lo hizo desistir de la idea de seguir participando de aquellas aburridas reuniones del Partido Comunista y lo incentivó a seguir la carrera de investigador. De un noviazgo que comenzó durante el tercer año de la facultad, hace ya más de medio siglo, surgió una alianza para toda la vida. Dentro y fuera de los laboratorios. “Noviábamos hablando de ciencia”, recuerdan ambos ahora, a los 76 años. El golpe militar de 1964 llevó a Ruth y Victor, que en aquella época ya tenían un pie en el exterior, a trasladarse definitivamente a la escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York (NYU), donde permanecen hasta hoy – ella en el Departamento de Parasitología Médica y Molecular, y él en el Departamento de Patología.

En esta entrevista, concedida durante su reciente visita a São Paulo, la pareja comenta los últimos avances en las investigaciones referentes al desarrollo de una vacuna contra la malaria, tema al que se dedican desde hace décadas. El nombre de ambos está para siempre ligado a la lucha contra dicha enfermedad, que anualmente mata al menos a un millón de personas en África, y continua siendo una amenaza en varias regiones del mundo tropical, como en la Amazonia, por ejemplo. En 1967, Ruth fue la primera científica que probó que era posible inmunizar roedores contra la enfermedad por medio de la irradiación de los esporozoitos, uno de los estadios en la vida de los parásitos que causan la malaria, del género Plasmodium. Más tarde, en los años 1980, los Nussenzweig demostraron que una proteína que recubre al parásito podría usarse para promover una respuesta inmunológica contra la enfermedad y así brindar alguna protección contra la infección. Desde entonces, la proteína estudiada por la pareja se convirtió en un componente fundamental de la mitad de las vacunas que han sido y son aún ensayadas en humanos contra el parásito. Incluso, de una formulación recientemente experimentada en África, con resultados prometedores.

Los Nussenzweig también se refieren a una nueva línea de trabajo, llevada adelante en colaboración con la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz) de Río de Janeiro, por la cual intentarán desarrollar una vacuna contra la malaria usando la de la fiebre amarilla producida en Brasil como vector. Tejen también comentarios sobre sus vidas como investigadores en Nueva York, las facilidades y las dificultades para conseguir financiamiento en el área de ciencia y recuerdan las circunstancias que los hicieron dejar para Brasil para siempre. Para siempre más o menos, pues visitan el país a menudo, por motivos de trabajo o para ver a amigos y parientes. De sus tres hijos, todos científicos, dos están en Estados Unidos, y uno en la capital paulista.

¿No es un tanto difícil venderles a los estadounidenses la idea de que es necesario invertir en la investigación de una vacuna contra el paludismo, que actualmente en una enfermedad de los países pobres?
Victor –Por increíble que parezca, los National Institutes of Health (NIH) son muy generosos. Por supuesto que los fondos que destinan a enfermedades tropicales no son del mismo monto que para el cáncer o para los ataques cardíacos. Pero hay bastante dinero dedicado a la malaria, quizás más que en Brasil.

Ruth –Mi visión es un poco diferente. Es difícil conseguir dinero de varias fuentes. La principal fuente para cualquier investigación científica en Estados Unidos la constituyen los NIH. Y se obtiene dinero, pero hay mucha competencia por los fondos. Los fondos de mis investigaciones provinieron fundamentalmente de dos lugares. Uno era la Usaid (la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos), que es muy política. La Usaid desarrolló un área de investigación de vacunas contra el paludismo. Les asignaron dinero a unos pocos laboratorios, unos cuatro o cinco, y el nuestro fue el único que produjo algo. Yo recibí millones durante varios años. Luego, al cambiar la política, recortaron los fondos. La segunda fuente importante de financiamiento, no simultánea a la anterior, apareció más tarde. Fue una fundación que se llama Starr Foundation, cuyo financiamiento a nuestra investigación se extendió durante unos nueve o diez años. Con ese dinero, que eran millones, compramos aparatos modernos, pues allí no había nada, era todo primitivísimo.

¿Y eso fue en qué época?
V –En la década de 1980.

R –Creo que fue un poco antes, a mediados de 1970. Esa fundación otorgaba acciones a la facultad, y cuando se terminaron las acciones, hizo donaciones. Fueron tres donaciones en nueve años, que ayudaron a refaccionar el departamento, que ocupaba un edificio de seis pisos y un subsuelo. El sótano, un local horrible y asqueroso, al que la ciudad de Nueva York usaba para aplicar vacunas, se transformó en un lugar para mantener a los animales de investigación.

V –Hay dos puntos importantes para enfatizar en esta historia del financiamiento. Primero: los millonarios americanos donan dinero para investigación con mucha frecuencia. Fundaciones inmensas, como Howard Hughes, aportan el sustento de la investigación en Estados Unidos, casi tanto como el propio NIH. Bill & Melinda Gates Foundation dona mucho dinero, para varias cosas. En Brasil eso es muy raro.

R –En Estados Unidos, las fundaciones particulares tienen muchas ventajas. No pagan impuestos, o pagan menos.

V –Pero la ventaja fiscal es solamente el comienzo. El millonario que dona por ejemplo 500 millones dólares, deduce ese valor solamente una vez del impuesto. Luego ya no tiene ningún control, o muy poco control sobre el dinero. El millonario también es obligado a reunir a un grupo de personas, o a veces algún miembro de la familia, para encargarse de la fundación. Muchas fundaciones empezaron así, aunque algunas no tengan ahora nada que ver con lo que eran al comienzo.

Se profesionalizan casi como una agencia de fomento a la investigación.
V –Exactamente. Se convierten en agencias de fomento, con el nombre de su fundador. Pero el dinero para la parasitología en sí, básico, proviene del NIH.

R –Quiero también llamar la atención hacia el hecho de que la mayor parte del dinero de estas fundaciones se destina a una cierta enfermedad. Existe por ejemplo una fundación que financia solamente investigaciones en artritis. Hoy en día no hay una fundación que financie la investigación en malaria. Existía la Starr.

¿Esa fundación no existe más?
R –Sí, existe, pero actualmente financia otros tipos de investigación y no existe una fundación únicamente para la malaria.

V –Yo querría comentarle una anécdota, para que vea cómo funciona esto. Cuando yo trabajaba con inmunología básica, estaba estudiando indirectamente algo que se relacionaba con el lupus eritematoso, una enfermedad autoinmune muy frecuente. En esa época, existía la Kroc Foundation, creada en los años 1960 por el dueño de McDonald’s, un húngaro llamado Ray Kroc. Esa Kroc Foundation estaba muy interesada en los estudios sobre el lupus porque un miembro de la familia padecía la enfermedad. Entonces obtuve una beca de un año de duración. Al final del plazo, recibí la siguiente noticia: se acabó esa historia de financiar lupus, ahora estamos financiando (investigaciones sobre) alcoholismo. Este cambio ocurrió porque otro miembro de la familia era alcohólico. Este tipo de cosas no suceden con frecuencia, pero suceden. En el fondo, eso no importa. Ya sea alcoholismo o lupus, por causa de miembros de la familia o no, las fundaciones están siempre invirtiendo dinero en problemas sociales importantes.

¿Por qué en Brasil no existen fundaciones privadas que financien la investigación científica?
V –Yo también me lo pregunto. Las fundaciones son un rasgo de la cultura anglosajona. Yo no sé, no puedo decir cuáles son los orígenes de eso. De hecho esa cultura está muy arraigada tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. En Francia, en Italia y en Brasil la cosa no es así. Pero no se olvide de que existen algunas excepciones. Por ejemplo: ahora hay un millonario acá, llamado Ricardo Semler, que realizó una reunión con científicos y pensadores (fue un evento del Instituto DNA Brasil, realizado en septiembre).

R –Yo creo que, más allá de ello, debe haber una legislación que otorgue los mismos beneficios a los millonarios brasileños que en Estados Unidos. Eso es muy importante, al menos para empezar.

V –También depende mucho de la iniciativa local. Por ejemplo: es necesario tener acceso a esos millonarios. ¿Quiénes son esos millonarios? Los rectores de las universidades deben tomar la iniciativa para entrar en contacto con los tipos que tienen mucho dinero, que muchas veces son inteligentes, y convencerlos de que el dinero que van a donar les será útil. Los ricos deben convencerse de que el dinero no irá a parar a la basura. Muchas personar son escépticas con relación a la calidad de la ciencia en Brasil. Piensan que nada importante saldrá de acá, cosa que no es verdad. Las universidades de Estados Unidos – me refiero a las privadas, que son muchas, algunas de las cuales son las mejores del país – mantienen consejos con millonarios y científicos de renombre, que se hacen cargo de toda la dirección. Eligen al rector. Los millonarios se muestran satisfechos, porque influyen en la política de Harvard o de la NYU. Y al mismo tiempo, establecen los contactos financieros para la universidad.

R –Ellos también tienen una compensación personal, pues su nombre aparece en el nombre de un hospital, o de una facultad de la universidad. Cuanto más dinero dona un millonario, gana más en prestigio – y mayor es la placa que lleva su nombre en la universidad.

V –Es curioso. En Estados Unidos mucha gente tiene deseos de inmortalidad. Acá la gente anhela convertirse en un nombre de calle cuando muera. Si es muy importante, se convierte en nombre de un túnel.

¿Qué evaluación hacen de la ciencia nacional actualmente?
R -El nivel científico es alto en muchos casos. No digo que esto sea cierto para la gran mayoría, pero si para una buena parte de los investigadores brasileños. ¿Por qué digo eso? Pues por experiencia personal. Durante varios años formé parte de una fundación norteamericana: Pew Foundation, que otorga becas generosas a estudiantes de toda Latinoamérica, para perfeccionarse en laboratorios americanos. Los brasileños eran muchas veces, por no decir casi siempre, los mejores candidatos a las becas.

V -En América Latina, no tengo ninguna duda: Brasil y Argentina aportaban todo el contingente de becarios.

¿Por qué los países templados prácticamente han eliminado el paludismo y los tropicales no lo han logrado aún?
V –Por cuestiones de saneamiento básico. No se si usted lo sabe, pero durante un período en Italia – aunque parezca increíble – se moría el papa y los cardenales debían ir allá. Pero resulta que los cardenales no querían ir, porque tenían miedo de morir de paludismo. Esto es conocidísimo. Tenían que posponer la elección porque había pantanos y mosquitos… Cuando se descubrió que los mosquitos del género Anopheles transmitían el paludismo, el saneamiento fue la solución. En la costa de Estados Unidos también había mucha malaria, pero el saneamiento resolvió el problema.

R –Eso es el progreso económico.

Entonces, si nosotros hubiéramos hecho eso en la Amazonia…
V –Pero en la Amazonia no se puede hacer saneamiento. ¿Cómo va a hacer eso en la selva? Recuerde que la malaria también se transmite en la selva. El tipo sale de casa para trabajar y lo pica un mosquito. No es como el (mal de) Chagas, que se puede fumigar las cabañas de los habitantes y eliminar las vinchucas (los insectos transmisores de la enfermedad). Brasil podría eliminar el paludismo. En las áreas costeras es fácil. Pero en la Amazonia es complicado. ¿Se puede destruir la selva, cortar los árboles? No, no se puede hacer eso. Por eso se hace difícil implantar el saneamiento en toda esa región.

R –Pero, Victor, quizás no sea posible eliminar la malaria en toda la región amazónica, porque hay áreas que están en deplorables condiciones, y otras no tanto. Pero si la gente tomara antipalúdicos y algunas áreas que registran una inmensa transmisión de la enfermedad, como aquellas excavaciones ilegales de oro o de piedras preciosas, hubieran sido tratadas con insecticidas, la situación sería otra, y restringida a ciertos focos.

V –Pero, Ruth, hoy en día en Brasil los servicios de salud pública son muy buenos en este sentido. Es rarísimo que alguien muera de malaria.

Los datos oficiales, de 2002, apuntan que son alrededor de cien muertes anualmente. Pero la incidencia de la malaria, que ya ha sido mucho mayor en el pasado, es aún alta, algo así como 350 mil casos, casi todos en la Amazonia.
R –Pero esa mejora obedece también a otra razón. Ha habido un cambio muy grande en el tipo de malaria que se detecta en Brasil. Ese cambio se dio quizás hace diez años, no lo sé exactamente. La personas que sufrían paludismo grave, causado por el parásito Plasmodium falciparum, y que estaban más o menos cerca de un centro de salud pública, iban a él y se hacían tratar enseguida. Esta medida eliminaba también la parte del parásito que es responsable de la transmisión. Con ello ha disminuido mucho la transmisión del P. falciparum, y entonces surgió, tal como sucedió en otros países, otro tipo de infección. La infección ocasionada por el Plasmodium vivax, que no es tan letal.

Actualmente el P. vivax responde por alrededor del 80% de los casos registrados en Brasil.
R –Como la infección por vivax puede tratarse, la mortalidad ha disminuido mucho. Pero el vivax también es un caso serio, y va a ser más serio en el futuro porque el parásito está volviéndose resistente a la droga más barata contra el paludismo: la cloroquina. Esto ya ha sucedido en países asiáticos, y tarde o temprano sucederá acá. Y cuando esto suceda, habrá recaída tras recaída. En la región tropical, el vivax genera recaídas muy a menudo; son varias por año. Entonces la situación desmejorará.

V –Ahora bien, sucede lo siguiente: Brasil es rico y existen drogas nuevas, que son mucho más caras. Pero me imagino que en Brasil el cuadro es siempre menos catastrófico que en África.

R -¡Ah!, no cabe duda.

V –En Brasil la salud y la riqueza permiten que se compren otros medicamentos. El problema es que son más caros y más tóxicos.

¿Qué medicamentos, por ejemplo?
V –Yo no hago ese tipo de medicina, pero existe ese medicamento chino, una hierba…

¿La artemisia?

R – La artemisia es excelente.

Algunas personas abogan por su uso combinado con la alopatía. ¿Qué piensa de eso, Ruth?
R –La artemisia tiene un efecto casi instantáneo. Hace que caiga mucho la parasitemia, pero no la elimina. Para terminar con el parásito, hay que administrar una medicación después de la artemisia. Pero la artemisia es muy cara. Nadie en África puede tomarla.

V -Pero no es tóxica. Es un gran medicamento nuevo. Y hay varios otros. Lo más importante de todo esto es que, luego de que revelaron el genoma del parásito de la malaria, existen nuevos blancos de tratamiento.

R –Creo que pasarán otros diez años hasta que estos nuevos remedios sean probados y adoptados en la práctica clínica.

¿Por qué las vacunas contra el paludismo fracasaron? ¿Al final de la década de 1980, cuando se desarrollaron las posibles vacunas con base en sus trabajos, ustedes confiaban en tener éxito?
R -Va a funcionar.

V –No, espera un poco. Él nos pregunta por qué hubo todo aquel entusiasmo inicial. Fue debido principalmente a nuestros trabajos. Cuando se iniciaron los ensayos en seres humanos, estábamos entusiasmadísimos. Mucha gente creía que aquella vacuna sintética que habíamos ideado resolvería el problema. En animales de laboratorio, los niveles de anticuerpos que se obtenían con la vacuna eran suficientes como para proteger contra la malaria. Pero cuando hicieron el primer ensayo en el hombre ocurrió lo siguiente: de alrededor de 15 voluntarios, solamente tres evidenciaron títulos altos de anticuerpos. Estos tres fueron protegidos, pero era una proporción muy pequeña. Algunos investigadores y la industria farmacéutica abandonaron los pruebas cuando vieron que no era fácil, que había que invertir dinero y capital humano. Entonces el trabajo se detuvo, porque no había ninguna compañía farmacéutica que realmente estuviera interesada en llevar adelante una segunda o tercera generación de la vacuna. No fue solamente nuestra prueba la que falló. El Ejército de Estados Unidos también estaba probando una vacuna y obtuvo el mismo resultado. Pero, como la malaria es un problema muy importante para el Ejército estadounidense, la investigación continua siendo orientada a resolver ésa y otras cuestiones. Ellos tienen un excelente centro de investigación: el Walter Reed Army Institute of Research.

R –Ocupa un edificio entero.

V –Y persistieron en los trabajos con esa molécula que nosotros descubrimos durante otros diez años. Hicieron pruebas y más pruebas. Al final, llegaron a una vacuna con esa molécula, en una conformación que no vale la pena ahora discutir en detalle, con un adyuvante muy poderoso, que aumentaba su potencia. De esta manera lograron en los ensayos proteger al 70% de las personas a las que se les aplicó vacuna en Estados Unidos. Pero la protección duraba poco. Aun así fueron a África, donde realizaron más pruebas en la población local. Alrededor del 70% de las personas quedaban protegidas con la vacuna, pero el efecto duraba tres meses. Después la cantidad de anticuerpos caía. El problema era entonces mantener la protección. Ahora un grupo del Ejército estadounidense y del laboratorio GlaxoSmithKline está haciendo ensayos en África con la misma vacuna y nuevos adyuvantes, para intentar mejorarla.

¿Ésa es la vacuna que tuvo recientemente resultados prometedores en Mozambique?
V –Los resultados de los ensayos de esa vacuna en más de dos mil niños de entre 1 y 4 años fueron muy alentadores. Su eficiencia con relación a la malaria grave, que puede ocasionar la muerte, fue de alrededor del 60%. Ese trabajo salió publicado en una edición de la revista Lancet, en octubre. Y esos resultados se obtuvieron seis meses después de la aplicación de la última dosis de la vacuna. Esto es un triunfo realmente. El siguiente paso está en marcha, y consiste en vacunar a los bebés. Al fin, luego de más de 30 años de trabajo en investigación básica, ha salido una vacuna. Y estoy seguro de que aún no es el final de esta historia. La vacuna aún puede mejorar. Actualmente existen alrededor 30 vacunas contra el paludismo en desarrollo, en diferentes fases de experimentación. De ellas, más o menos la mitad se basa en la molécula que descubrimos. La otra mitad emplea otras moléculas.

¿La molécula es aún el principal blanco para el desarrollo de una vacuna?
V -Efectivamente, es el más importante, pero existen otras estrategias, incluso una que empezó Ruth con colaboradores de la Fiocruz de Río de Janeiro. Antes la idea era hacer que los enfermos produjesen más anticuerpos, pero era difícil llegar a esos niveles altos. Pero también se puede proteger contra la malaria atacando la forma hepática del parásito, que va de la sangre al hígado. Para atacar el hígado, se necesita tener inmunidad celular. Y, para alcanzar esa inmunidad celular, se necesita otra estrategia. Ruth trabajó más en eso. Tiene un approach extraordinario e interesante: emplea la vacuna de la fiebre amarilla, que contiene un virus atenuado, como vector de malaria. Es la mejor vacuna del mundo, porque se toma una dosis solamente, y la protección dura prácticamente toda la vida. La Organización Mundial de la Salud (OMS) solicita que las personas se revacunen cada diez anos, pero es por exceso de celo.

¿Cómo es esa línea de investigación?
R –Por medio de técnicas de biología molecular, insertamos en el virus de la fiebre amarilla una parte muy pequeña del parásito del paludismo, nueve o diez aminoácidos. No sabemos todavía cuál es el mejor lugar de la vacuna para insertar secuencias de malaria. Y también no se sabe qué cantidad se puede insertar sin que el virus se vuelva inviable.

V –La idea es elaborar una vacuna contra la malaria que requiera solamente una dosis para proteger a las personas. En África, muchas veces se logra únicamente vacunarlos una vez en la vida, cuando el niño nace. Y lo mejor de todo es que el mayor productor de vacunas de fiebre amarilla está acá en Brasil. Si la estrategia tiene éxito, se elaborará una vacuna contra el paludismo en Brasil. Y eso es extraordinario, porque no necesitamos compañías farmacéuticas.

¿Cuando eran estudiantes de medicina en Brasil, ustedes se dieron cuenta enseguida de que serían científicos y que trabajarían juntos?
V –Eso era obvio. Noviábamos hablando de ciencia. En gran medida, ése era nuestro noviazgo. Hablábamos de ciencia y sobre qué podríamos hacer. Nuestras ideas se juntaban, siguieron juntas y así siguen.

R –Pero no siempre nuestras líneas de investigación coincidieron. En la NYU tuve incluso un laboratorio que físicamente quedaba a algunas cuadras del de Victor, en otro edificio. En mi carrera, he seguido una línea constante, y Victor muchas veces ha trabajado con temas nuevos.

V –Ha habido momentos en que nuestras carreras se diversificaron. En 1958 fuimos a hacer un posdoctorado en Francia. Ruth fue al Collège de France, donde trabajó en bioquímica. Y yo fui al Instituto Pasteur a especializarme en inmunología. A partir de esa opción, nuestras trayectorias se diversificaron efectivamente. En 1960 regresamos a Brasil. Pero, al cabo de un cierto tiempo, verificamos que quizás fuera mejor seguir en el exterior. Entonces solicitamos becas para ir a Estados Unidos.

La dictadura no había empezado aún. ¿Por qué lo hicieron?
V –Siempre había problemas menores. Nada muy serio. Pero nos dimos cuenta de que en Brasil no podíamos hacer lo que queríamos de manera rápida. Queríamos aprender más, avanzar más. Entonces yo solicité y me concedieron una beca de la Guggenheim (la John Simon Guggenheim Memorial Foundation, de Nueva York) y me fui a la NYU. Con la beca, naturalmente, Ruth iría conmigo a Estados Unidos. Esta vez decidimos que ella no iría a otra institución de investigación. Inicialmente ella trabajaría con Baruj Benacerraf (que después ganaría el Premio Nobel de Medicina, en 1980). Pero, cuando llegamos allá, Ruth se fue a trabajar con un investigador llamado Zoltan Ovary. No es una broma. Su nombre quiere decir ovario, de verdad. Ovary, por cierto, es un tipo muy bueno. Y al final yo terminé trabajando directamente con Benacerraf. Pero, al cabo de dos años en Estados Unidos, queríamos regresar a Brasil. Por eso en abril de 1964, resolvimos volver. Llegamos al aeropuerto…

¡Justo en abril!
V –No estoy seguro, puede haber sido también mayo o junio. Nuestros colegas en Brasil ya nos habían advertido: “no vengan que acá está complicado”. Pero nosotros igual vinimos.

¿Entonces ya había sido el golpe?
V –Si, ya habían sido el golpe, pero desconocíamos su intensidad. A Ruth y a mí nos extrañó cuando desembarcamos en el aeropuerto y no había nadie esperándonos.

R –No, espera, espera un poquito. Había algunos amigos nuestros, que nos dijeron: “no vayan a la facultad”.

V –La memoria de Ruth es diferente a la mía. Pero eso no tiene importancia. Para mí no había nadie allá. Nos pareció raro, porque teníamos muchos y buenos amigos. Pero creo que Ruth tiene razón. A decir verdad, me telefonearon más tarde y me dijeron “mira, no vayas a la facultad de medicina”. Era un domingo por la mañana y yo creí que sería bueno ir a la facultad. Si la situación se presentaba negra, quizá fuera bueno echar un vistazo en mi oficina, para ver si yo tenía algún documento comprometedor, de izquierda, qué sé yo, del Partido Comunista… Y fui allá, a las 10 de la mañana. Salí de ahí a las 11 y no tenía nada. Cuando regresé a casa, me telefonearon.

R –No señor, me telefonearon tan pronto como tú saliste. Tomé el teléfono y me dijeron que había agendada una entrevista contigo para el lunes, al día siguiente, con el secretario general de la facultad de medicina.

V –Imagine la situación. El domingo, apenas había entrado a la facultad y ya sabían que yo estaba allí. Inmediatamente alguien llamó a casa y dijo que yo tenía que ir a una entrevista con un coronel. Yo solo, no con Ruth, fui a hablar con el coronel, que me hizo unas preguntas estúpidas, sin sentido. Antes de ir a Francia habíamos organizado una serie de seminarios, de bioquímica, de parasitología, que eran orientados a los científicos. Pues bien, me preguntaron si aquellas reuniones eran subversivas, porque se realizaban a puertas cerradas. Respondí que discutíamos estrictamente ciencia, que no tenía nada que ver. Entonces me di cuenta de que ese coronel era realmente quien mandaba en la facultad. Si mandaba en la facultad, me mandaba también. Noté que yo no tenía ningún poder. Al coronel no le interesaba si yo era o no docente. Entonces me di cuenta de que no podía permanecer en Brasil. Ruth y yo regresamos a Estados Unidos y nuestras carreras tomaron caminos diversos. Ella fue a trabajar con Ovary, y yo, con Benacerraf. En ese momento hubo una coincidencia. Ellos necesitaban un inmunólogo para la cátedra de parasitología. Y, como ella había hecho una carrera brillante con Ovary, éste la recomendó firmemente para el cargo. Ella entonces fue a parar a parasitología. Y así fue como nuestras carreras divergieron completamente. Ella se quedó en parasitología, y al cabo de algunos años se convirtió en chairman, y yo seguí en patología, haciendo el complemento, trabajando con inmunología básica. Después ella empezó a trabajar en malaria.

R –La biología de la malaria ya estaba siendo estudiada por dos docentes del departamento, pero no había estudios en inmunología. Por eso ellos querían que yo fuera allá. Fui asistente, rápidamente me convertí en professor. Después crearon una división “porque en ese ínterin el jefe del departamento se jubiló” y me eligieron como jefe. Más tarde crearon una cátedra que no existía, la de enfermedades parasitarias. Por cierto, hasta ahora en ninguna otra facultad de medicina de Estados Unidos existe esa cátedra.

V –Hay algo importante en esa historia. Ni bien llegó – y por eso Ruth se convirtió rápidamente en líder de la división – ella hizo un gran descubrimiento: el de que los esporozoitos irradiados podrían proteger contra la malaria. Ese descubrimiento fue la base para las investigaciones con vacunas contra la malaria. Muchas cosas ocurrieron en función de ese descubrimiento. En Estados Unidos las promociones dependen mucho del currículum, de lo que uno hace. Es un sistema muy competitivo, diferente que el brasileño. Cuando un investigador empieza a hacer cosas más importantes, lo solicitan de otras facultades. Por ejemplo, querían que nosotros fuéramos para La Jolla (en la Universidad de California de San Diego). A ella llegaron a ofrecerle una cátedra.

R –Posteriormente, el propio Benacerraf, después de ganar el Premio Nobel, le ofreció un cargo de gran prestigio a Victor, y mí también, en la escuela Médica de Harvard (adónde Benacerraf se había trasladado en 1970). Ofreció una división, algo grande. Le sacaron fotos a mi laboratorio para hacer uno igualito en Harvard.

¿Eso fue en los años 1980?
V –Sí. En esa ocasión contábamos con un gran apoyo para desarrollar la vacuna. Yo había hecho avances en la identificación de moléculas. Benacerraf consideró que debía llevarnos a Harvard. Hizo varias démarches, pero era complicado obtener una cátedra para nosotros

R -No éramos precisamente jóvenes en aquella ocasión y ellos, lo que pretenden es un chairman de 40 años.

V –La oferta de Harvard generó un dilema. Teníamos estudiantes y todo en la NYU, y nos atraía Nueva York. Boston (donde está Harvard) es una especie de provincia. Asimismo, teníamos hijos en Nueva York. Por estas y otras razones resolvimos no aceptar la invitación, y nos quedamos en la NYU.

Extranjeros, con pasado de izquierda, ¿ustedes tuvieron alguna dificultad para adaptarse a Estados Unidos?
R –Todo cambió mucho para nosotros dos. Yo nunca me adapté. No quise adaptarme. No hice ningún esfuerzo y…

¿Hasta hoy no se adaptó?
R –Hasta hoy. Y yo no nací en Brasil. Vine a Brasil cuando tenía 11 o 12 años.

V –Ruth es feliz; se siente bien acá. Básicamente es eso. A veces uno no quiere, pero termina adaptándose. Ella está adaptada, pero le encanta Brasil. Le gusta más venirse acá que estar allá.

R –Mis amigos son de acá. Allá no tengo prácticamente a nadie.

V –Yo me adapté perfectamente bien, continúo estando adaptado y me siento muy bien en Estados Unidos. No es que no me sienta bien en Brasil, me siento muy bien acá también. Pero, cuando llego acá, siento que necesito regresar lo más rápidamente posible para hacer las cosas que estoy haciendo. A mí me encanta lo que hago.

R –También quiero continuar con el trabajo. Pero por lo único que me agrada Estados Unidos es por la facilidad para investigar de manera rápida y eficiente.

¿Nunca pensaron en regresar a Brasil?
V –Hubo períodos en que yo aún consideraba eso, pero hoy ya no. Después de un cierto tiempo uno pierde esa posibilidad. Te cuento: yo intenté volver hace poco tiempo, hace unos cinco años. Quería construir un centro internacional de estudio de la malaria en São Paulo. Contacté a varias personas, hablé con el rector de la escuela Paulista de Medicina, hablé con mucha gente, incluso de la FAPESP, para ver si había posibilidades de crear cargos para ese centro. Pero entonces la cosa se paró. Incluso redacté un proyecto y lo presenté ante la FAPESP, que estaba dispuesta apoyarlo. Pero faltaban los cargos…

R –El centro debía estar dentro de una universidad.

V –En Brasil no están acostumbrados a trabajar en una cosa que garantiza carrera vitalicia. En Estados Unidos no es así. Uno recibe un buen sueldo y garantía de tres, cuatro, cinco años de trabajo y después se va…

Se va a luchar.
V –Acá la gente pretende entrar en un puesto federal o estadual, asegurarse la carrera. Por eso me di cuenta que volver era imposible.

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