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Desarrollo

Una ecuación compleja

La receta para ingresar en la sociedad del conocimiento tiene más ingredientes de lo que se imagina, de acuerdo con un informe europeo.

BRAZ¿Cuál es la receta para construir una sociedad en la que la innovación sea parte inseparable del ambiente económico y del cotidiano de la gente? El economista alemán Peer Ederer, docente de la Universidad Zeppelin y director de los grupos de investigación Consejo de Lisboa y Deutschland Denken, desarrolló una metodología que intenta organizar una respuesta para esa pregunta. En su evaluación, los ingredientes ni por mucho se restringen a altos niveles de escolaridad, a la destinación de recursos para ciencia y tecnología o al esfuerzo de las empresas en ganar competitividad. Ederer sostiene que la ecuación es mucho más compleja y depende de otros requisitos fundamentales, que van desde la participación de los padres en la educación de los hijos hasta la capacidad de dar empleos para el capital humano en cuya formación una nación invirtió. El estudio, intitulado Innovation at work: the european human capital index, aplicó la metodología a los 13 países de la Unión Europea y estableció el ranking de naciones del bloque según su capacidad de participar de la llamada sociedad del conocimiento, aquella en la cual los cambios y las innovaciones tecnológicas tienen lugar en un ritmo tan acelerado que, además de los factores tradicionales de producción, como el capital, la tierra y el trabajo, es fundamental administra de forma inteligente el conocimiento de las personas.

El índice de Ederer tiene cuatro componentes principales. “Cada uno de ellos representa un aspecto de como el capital humano contribuye a generar actividad económica”, él explica. El primero de ellos tiene en cuenta todos los esfuerzos de una nación en formar sus ciudadanos o perfeccionar la calidad de la mano de obra, lo que se engloba desde el alcance de la escolaridad formal, que va del primer grado a la enseñanza superior, hasta el entrenamiento que las empresas dan a los funcionarios y la participación de los padres en la educación de los niños. Ese conjunto de esfuerzos corresponde al capital humano, que sufre un proceso de obsolescencia, lo cual también es contabilizado. El segundo componente mide el efectivo aprovechamiento del capital humano. De nada serviría formar cerebros y verlos emigrar para países vecinos que ofrecen mejores oportunidades de trabajo – un conocido problema de las naciones en vías de desarrollo que también se aplica en países menos competitivos de la Unión Europea. Médicos alemanes que emigraron para países nórdicos y profesionales franceses del área de finanzas atraídos por instituciones del Reino Unido son algunos de los ejemplos citados por Ederer.

Otro componente evalúa la productividad del conocimiento, medida por la razón entre el producto interno bruto del país y la existencia de capital humano. Por fin, tiene en cuenta  los cambios demográficos. Las naciones con crecimiento poblacional negativo tendrían problemas para mantenerse competitivas en las próximas generaciones.

Para Andre Tosi Furtado, profesor del Departamento de Política Científica y Tecnológica del Instituto de Geociencias de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp), el estudio divulgado por el Consejo de Lisboa peca por la ausencia de un detallismo metodológico más profundo. “Faltan explicaciones más claras sobre algunos componentes. Por ejemplo, ¿cuál interpretación debe darse a la caída de la productividad del capital humano? El trabajo es lacónico a ese respecto. El segundo componente del índice sobre la ocupación del capital humano es oscuro. No hay una explicación clara”, dice. Aún así, Furtado ve relevancia en la propuesta. “La utilidad de un indicador como ese es la de realizar comparaciones internacionales. Un índice semejante, también con varios componentes, es usado por la Comunidad Europea para medir la innovación”, afirma.

Aunque la Unión Europea haya establecido oficialmente la meta convertirse “la más dinámica y competitiva economía basada en el conocimiento en todo el mundo”, el estudio de Ederer muestra que la situación es desigual y la balanza del poder está en movimiento en el continente. En el tope del ranking figura Suecia, seguida por Dinamarca, el Reino Unido, Austria y Holanda. En un segundo pelotón están Finlandia, Irlanda, Francia y Bélgica. En último lugar: España, Portugal, Alemania e Italia.

La delantera de los países nórdicos se explica por el buen desempeño en todos los indicadores – aumentado por legislaciones que imponen una participación mayor de la familia en la educación de los hijos. En Suecia, por ejemplo, padres y madres se dividen en el goce de una licencia que puede durar hasta un año y medio después del nacimiento del hijo. El gobierno paga el 80% del salario. También es posible obtener una licencia para cuidar al hijo enfermo.

Finlandia tiene el mejor sistema educacional de Europa. Pero es superada por Suecia y Dinamarca en la atención a la infancia. Los dos países, por cierto, son pródigos en aprovechar su capital humano: 63% de la base nacional de conocimiento está en actividad en Dinamarca, contra el 55% en Francia y 52% en Italia. Francia exhibe buen desempeño en algunos indicadores, como la productividad de capital humano, pero sufre con una dotación de capital humano per capita relativamente baja y aprovecha de modo incompleto el potencial existente. Irlanda y España, aunque distantes del primer pelotón, se destacan por el aumento de la utilización de la mano de obra calificada en las últimas dos décadas, lo que, según Ederer, es al mismo tiempo causa y efecto del rápido crecimiento económico que viene experimentando.

Los patitos feos del análisis son Italia y Alemania. Con tasas de crecimiento demográfico erradas, flirtean con el estancamiento: serán responsables por el 70% del declive de la fuerza de trabajo de Europa en los próximos 25 años. Alemania tiene una dotación de capital humano, pero cuya productividad ha caído más que las de los vecinos. Los alemanes demoran en ingresar en el mercado de trabajo. En media, ellos alcanzan el nivel de maestría a los 28 años, uno de los niveles más altos de Europa. “Si Italia y Alemania continúan ignorando las dimensiones del capital humano en sus políticas públicas, su poder económico irá inexorablemente a moverse del centro para la periferia, revirtiendo una jerarquía vigente hace siglos en Europa”, dice Ederer. “La Unión Europea entabla una corrida contra China e India en la cual nuestra capacidad de desarrollar productos y servicios innovadores va a determinar nuestra habilidad de generar la riqueza necesaria para preservar nuestro bienestar social para las nuevas generaciones”, afirma el investigador.

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