Hasta 1935, Brasil no fabricaba aviones. En la tierra de Alberto Santos-Dumont, uno de los pioneros de la aviación, cuando se necesitaban aeronaves de cualquier tipo, la solución era importarlas. Es cierto que, desde 1910, se habían proyectado y construido en el país varios aparatos, pero casi siempre eran desafíos personales de individuos apasionados por el tema. Sin embargo, en mayo de este año, esa situación se había invertido: Embraer inauguró en Gavião Peixoto, en el interior paulista, un hangar para instalar la línea de montaje del supercarguero KC-390, el mayor avión fabricado en Brasil. La decisión de fabricar aeronaves en serie tuvo lugar en 1934, con el apoyo del gobierno de Getúlio Vargas y en gran parte debido al empeño del teniente coronel del Ejército Antônio Guedes Muniz y del industrial carioca Henrique Lage. Un año después, el primero modelo, el M7, voló en Campo dos Afonzos, en Río de Janeiro. La Compañía Nacional de Navegación Aérea (CNNA), propiedad de Lage, construyó 26 unidades del M7 y 40 del M9, ambos proyectados y supervisados por Guedes Muniz.
El gobierno brasileño y los militares percibieron la importancia de la aviación durante el transcurso de la Primera Guerra Mundial, cuando se utilizó a las aeronaves como armas por primera vez. El conflicto impulsó al Ejército y a la Marina para crear su propia arma de aviación, mientras que el Ministerio de Aeronáutica recién se instituyó en 1941. Más allá de las cuestiones bélicas, Brasil poseía escasas rutas y vías férreas, y el transporte aéreo era importante para llegar al interior del país. “Entonces se pensó en adquirir aviones para entrenamiento básico, capacitar pilotos y donarlos a los aeroclubes”, relata el historiador João Alexandre Viégas, quien defendió su tesis doctoral sobre ese tema en 1988, en la USP, y lanzó el libro Vencendo o azul – História da indústria e tecnologia aeronáuticas no Brasil (Livraria Duas Cidades, agotado).
“Fue en ese contexto que el alagoano Guedes Muniz propuso, en el marco del 1º Congreso Nacional de Aeronáutica, en 1934, la fabricación de aviones en Brasil”, dice Viégas. El militar planteó tres opciones: la creación de una fábrica estatal, invitar a una empresa extranjera para que realizase el montaje de sus aviones aquí o desarrollar una industria nacional, con capitales y administración privados. Muniz impulsaba la última opción y recibió la ayuda del gobierno federal, importante para conseguir un mercado interno compensador. Simultáneamente, Henrique Lage ya planificaba incursionar en el sector de la aviación.
El primer aparato de Guedes Muniz ‒por entonces, uno de los escasos ingenieros aeronáuticos del país‒ fue el Muniz M5, proyectado por él y fabricado en Francia con fondos del gobierno federal. La aeronave fue enviada a Río de Janeiro y fue presentada al público en 1931. El éxito del M5 allanó el camino para otro proyecto de Muniz, el M7, el primero que fue fabricado en serie por la CNNA.
Se trataba de un biplano monomotor con estructura de madera. El motor era el Gipsy Major inglés, con 130 caballos de fuerza. Las piezas del avión fueron construidas por empresas nacionales y un departamento de precisión carioca copió un controlador de curvas estadounidense. La aeronave era robusta, con gran resistencia en los aterrizajes, y estaba destinada al entrenamiento primario de pilotos. De los 26 fabricados entre 1936 y 1941, ocho estuvieron al servicio de la aviación militar y 18 fueron a aeroclubes. Después, Muniz proyectó el M9. Era prácticamente el mismo aparato, con un motor diferente, el De Haviland Gipsy, con 200 caballos y una nariz más larga. Fue homologado en 1938 y se fabricaron 40 unidades hasta 1943.
La empresa de Lage fue la primera, pero no la única que fabricó aviones a partir de los años 1930. En 1945 existían otras similares. Pero según Viégas, luego de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos comenzó a exportar aviones muy baratos sin ningún tipo de restricción aduanera. Esa disposición aceleró el final de la incipiente industria brasileña de aviones. “Las primeras compañías de fabricación aeronáuticas dependían en gran medida del Estado, que, aunque no era el único comprador, sin duda era el principal”, afirma la historiadora Nilda Oliveira, docente e investigadora del Departamento de Humanidades del Instituto Tecnológico de Aeronáutica (ITA). “La interrupción de los encargos luego de la guerra resultó determinante para el fin de las empresas”. El país se recuperó de ese revés en el sector con la creación de Embraer, en 1968, una consecuencia directa de la capacitación de los ingenieros del ITA, fundado en 1950 en São José dos Campos.
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