Cuando la joven estudiante Chana Malogolowkin ingresó en la por ese entonces Universidad de Brasil, en Río de Janeiro, biología era una carrera en la que se mezclaba la geología, la mineralogía y la paleontología, áreas agrupadas bajo el nombre genérico de Historia Natural. Era el comienzo de la década del 40, época en que la genética de las drosófilas (la mosca de fruta, el organismo modelo para el estudio en esa área), vivía en efervescencia a causa de la presencia en Brasil del investigador Theodosius Dobzhansky (1900-1975). Dobzhansky, un ruso radicado en Estados Unidos, que era la mayor autoridad en genética y evolución. En 1943, Dobzansky pasó seis meses dando conferencias y dirigiendo cursos en Brasil, adonde regresó en 1948, para permanecer durante un año más. En dicho período ayudó a formar a toda una generación de genetistas brasileños, como Crodowaldo Pavan, Antonio Brito da Cunha, Newton Freire-Maia y Oswaldo Frota-Pessoa, entre otros.
Chana Malogolowkin, nacida en la localidad de Maria da Fé (Minas Gerais) y criada en Río, forma parte de esa generación. Luego de concluir la carrera de Historia Natural, se juntó a otros investigadores en el Departamento de Biología General de la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la Universidad de São Paulo (USP) para estudiar en el grupo de Dobzhansky. En 1951 se convirtió en una de las primeras mujeres en lograr el título de doctora en Río de Janeiro. Se mudó a Estados Unidos, y a partir de entonces, consolidó su carrera académica en el exterior. Primero en la Universidad Columbia, Nueva York, al heredar la cátedra de Dobzhansky, cuando éste se jubiló. Y posteriormente en Israel, adonde fue cuando se casó. Allí fue fundamental en el montaje del Departamento de Genética de Drosófilas y en la creación del Instituto de la Evolución, en la Universidad de Haifa.
Chana se enorgullece de su carrera únicamente por lo que hizo en el ámbito de la ciencia y no tiene ningún tic feminista -aunque relata por lo menos un caso en el cual fue víctima del machismo. Es viuda, tiene una hija y dos nietos, y vive en Tel Aviv. Es de origen judío, pero es declaradamente atea. A veces es cuestionada por sus vecinos religiosos -en lugar de guardar el sábado, ella sale en coche por la ciudad. A los 78 años, esta investigadora conversó conPesquisa FAPESP durante una de sus raras visitas a Brasil.
Me interesaría que empezara hablando de su título de doctora, uno de los primeros conseguidos por una investigadora en Río de Janeiro.
-Yo había terminado mi carrera de Historia Natural en la Facultad Nacional de Filosofía de la por entonces Universidad de Brasil, actual Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), en 1946. En 1948 empecé a trabajar en la USP con el profesor Theodosius Dobzhansky. Él era el gran especialista mundial en genética y evolución, que había venido a Brasil en 1943 para dictar algunas conferencias y luego había regresado, con el auxilio de la Fundación Rockefeller, para formar un grupo de brasileños que trabajara en el área. Fue el primer grupo de genetistas de drosófilas surgido en Brasil. Recién después de la drosófila, algunos se abocaron a la genética humana. Posteriormente la cosa se fue desarrollando de manera diferente. Unos se volcaron a la genética médica, otros a la genética animal y vegetal.
¿Y quién formaba parte de ese grupo?
-En São Paulo estaba André Dreyfus, catedrático del Departamento de Biología General. Dreyfus acordó la venida a Brasil de Dobzhansky con la Fundación Rockefeller. Crodowaldo Pavan y Antônio Brito da Cunha eran los asistentes de Dreyfus. Con la llegada de Dobzhansky, otros investigadores y estudiantes se unieron en torno a él: yo vine de Río, Antônio Cordeiro, del sur, Newton Freire-Maia, de Minas Gerais. Y había otros. Oswaldo Frota-Pessoa, por ejemplo, que más tarde se vino a la USP, estaba vinculado al grupo, pero permaneció en Río. Trabajamos con Dobzhansky durante un año, y cuando concluimos las investigaciones, me pidió que fuera con él a la Universidad Columbia, en Nueva York. En los años subsiguientes, era común que hubiera algún investigador brasileño trabajando en su laboratorio de Columbia.
¿Qué fue lo que la llevó al doctorado?
-Cuando Dobzhansky me quiso levar a Estados Unidos, solicitó a la Fundación Rockefeller que me concediera una beca. Pero sucede que la fundación se informó sobre mí y descubrió que yo no tenía dedicación exclusiva en la Facultad de Filosofía, ni tampoco el doctorado. Y ellos únicamente le otorgaban becas a aquéllos que tuvieran ambas cosas. Entonces Dobzhansky empezó a presionarme para que hiciera mi doctorado. Y la fundación resolvió también ayudarme y dejó de lado la cuestión de la dedicación exclusiva, exigiendo únicamente el doctorado.
¿Cuál fue el tema de su tesis y en que área?
-Fue sobre la evolución de los genitales en el grupoDrosophila (Sophophora) , en Historia Natural. La Historia Trópica incluía la parte geológica. Más tarde separaron geología de biología. Así entonces, yo hice mi doctorado entre 1950 y 1951. Terminé y fui a la Universidad Columbia. Cuando Dobzhansky dejó la universidad porque se había jubilado, y fue a la Universidad Rockefeller, dejó la cátedra vacante. Fui elegida entre tres candidatos. Trabajé allí hasta 1964.
¿Cuál fue su investigación de mayor repercusión?
-Una que provocó mucha curiosidad fue un descubrimiento que hice sobre las hembras de drosófilas que no daban origen a machos. En ese período yo venía todos los años a Brasil, y ese trabajo acabó volviéndose muy conocido acá y allá. Una de esas veces que vine, el Museo Nacional me invitó a dictar una conferencia sobre el tema. Una de las científicas que trabajaban en el museo, de la cual no recuerdo el nombre, muy feminista, escuchó mi exposición y, al final, dijo entusiasmada: “iAh, eso es formidable! Debería suceder eso con la especie humana”.
¿Cómo fue ese descubrimiento?
-Verifiqué que estaban naciendo solamente hembras de drosófilas en uno de los medios de cultivo que yo estaba utilizando. Eso me pareció extraño y noté que tenía óvulos que se tornaban oscuros y no se abrían. Yo sabía que debía haber alguna cosa en el citoplasma de aquellos núcleos que mataba a los machos. Entonces consulté a un colega genetista de la Universidad Yale. Éste dominaba una técnica de inyección de sustancias en drosófilas, algo muy difícil, dado el tamaño de ese insecto. Imagínese: iuna inyección en el abdomen de una drosófila! Era algo muy serio y difícil de hacer. Nosotros hacíamos un homogeneizado de esos huevos, observábamos lo que sucedía en el suero fisiológico y lo inyectábamos en el abdomen de las moscas. Y éstas comenzaban a no engendrar machos. Descubrimos que esto sucedía a causa de una espiroqueta, una bacteria espiralada, que impedía la formación de los machos. Esta historia dio que hablar porque abría la posibilidad de evitar pestes, es decir, se podría soltar hembras estériles en zonas contaminadas con estos insectos.
Y en Estados Unidos, ¿usted trabajaba únicamente con genética?
-Sí, solamente con genética. En 1964 me casé y fui a Israel invitada por la Universidad Hebraica de Jerusalén, en donde trabajé durante un año. Posteriormente terminé yendo a la Universidad de Haifa. Y allí conté con una gran ayuda de la Fundación Rockefeller. Recibí 500 mil dólares para la creación del laboratorio de genética de las drosófilas.
¿Su marido también era investigador?
-No, era abogado y ya residía en Israel. Yo me aprestaba a ir a la Universidad de Carolina del Norte, Estados Unidos. Pero entre ir allí y casarme e ir con mi marido a Israel, preferí ir a Israel. Eso fue en 1964 y yo tenía 39 años.
En ese entonces, Israel era una criatura todavía, ya que el Estado israelí surgió en 1948.
-Efectivamente, Israel no era más que una aldea.
¿Quiénes financian actualmente la enseñanza superior en Israel?
-Las universidades cuentan con financiamiento del Estado, pero el Estado no subvenciona cualquier investigación. En Israel las investigaciones se llevan adelante especialmente con fondos provenientes del exterior. Son becas y auxilios de fundaciones, como Rockefeller y Guggenheim, por ejemplo.
¿Usted hizo algún otro trabajo que haya tenido una repercusión similar al de las drosófilas que engendraban únicamente hembras?
-Nada tan resonante como ése. En Israel había mucho interés en las drosófilas. El clima es muy cálido, pero no es del mismo tipo que el de Brasil. En ciertas localidades existía un grupo de moscas, mientras que en otras no existía. Entonces empecé a verificar y encontré muchas drosófilas que nunca habían sido estudiadas.
¿Cómo fue mudarse a Israel?
-Fue muy difícil. Llegué a un país en el que cual el idioma me era desconocido, no sabía leer ni escribir. Tenía que usar siempre el inglés para comunicarme. En la Universidad Hebraica yo daba clases solamente para doctorandos. El problema era yo podía dar una que otra charla en inglés, pero algunos seminarios tenía que darlos en hebreo. Porque los alumnos exigían que fueran en hebreo, no querían escuchar solamente inglés. Entonces tuve que aprender el idioma. Y aprendí en seis meses. Ingresé en un curso ultraintensivo de estudio del hebreo.
Tenía una profesora que me ayudaba: iba conmigo en el coche y antes de empezar la clase me ayudaba un poco más. Pues bien, aprendí a hablar, pero no a escribir. Cuando fui a la Universidad de Haifa, tenía dos asistentes. Yo escribía las clases en inglés, ellas las traducían al hebreo, pero en letras latinas, y así yo daba clases de esa forma, leyendo en letras latinas las clases que tenía que dar en hebreo.
¿Los profesores extranjeros continúan sufriendo de la misma forma actualmente?
-No, hoy en día las cosas están mucho más avanzadas. En aquella época había muy pocos emigrantes; ahora hay mucha emigración. Actualmente existen tres idiomas oficiales en Israel: el hebreo, el inglés y el árabe.
¿Usted permaneció durante cuanto tiempo en esa primera universidad?
-En la Universidad Hebraica, un año. Yo vivía en Tel Aviv y era muy difícil ir a Jerusalén todos los días. El viaje era de una hora y media. Pero yo tardaba dos horas y media desde mi hasta la universidad. Tenía que levantarme muy temprano y la carretera era muy sinuosa, fea, con paso para un automóvil solamente. Tel Aviv está al nivel del mar, y Jerusalén, a 700 ó 600 metros de altura. En la universidad, ellos me dieron un dormitorio en el Departamento de Zoología que el techo era de chapa, algo provisorio, porque no había lugar en el edificio principal. En el verano era un infierno de calor, una cosa insoportable. No tenía aire acondicionado. Y en el invierno era un frío tremendo.
¿El verano es parecido al nuestro?
-Es mucho peor. Y en el invierno nieva. Por eso yo hacía lo siguiente: levaba mi microscopio, permanecía en una sala a una temperatura constante de 18ºC, y solamente salía de allí a la hora de volver a casa. Era muy difícil. Por eso dejé la universidad pensando que fuera a ser más fácil trabajar en Tel Aviv. Obtuve una promesa en la Universidad de Tel Aviv de que podría trabajar allí. Ellos decían que iban a recaudar dinero en Estados Unidos e iban a construir un nuevo edificio. Y yo entonces estructuraría el departamento de genética. Pero eso no se concretó, me quedé algún tiempo sin trabajar, hasta que me recomendaron para la Universidad de Barilan, también en Tel Aviv. Ellos necesitaban alguien que diera clases de genética. Me sorprendió, pues es una universidad religiosa. Me pareció extraño. Los religiosos, especialmente los ortodoxos, no aceptan mucho el estudio de la genética de la evolución.
¿Y como fue su experiencia allí?
-Quien me recomendó ante el rector fue un profesor de la propia Universidad de Barilan. Fui para una entrevista; esperé un poco y luego el rector me pidió que entrara. Yo le dije: “¿Usted quería verme?”. A lo que él respondió: “Usted quería verme”. Es decir, la historia ya empezó mal para mí. Lo difícil es que soy muy tímida en esas cosas y no sabía qué hacer. Entonces le dije: “Sí, en realidad yo solicité una entrevista”. Y me senté. Entonces él me preguntó qué era yo, y respondí que era una genetista que buscaba trabajo. Él dijo: “¿Usted es genetista? Nunca vi su nombre relacionado con la genética”.
Expliqué que eso me parecía extraño porque yo tenía muchos trabajos publicados en el área. Y retruqué: “Quizás usted no lea sobre genética. Por ejemplo: usted es químico, ¿no es verdad?”, le pregunté, a esa altura, ya estaba con rabia. Él respondió: “Sí, soy químico”. Entonces necesité decirle: “Nunca vi su nombre vinculado con la química porque no leo trabajos de química”. Él respondió de manera grosera: “Para mí, el lugar de la mujer es en la cocina”.
Bueno, me imagino que no consiguió ese empleo.
-Claro que no. Le dije “hasta luego” y salí. Lógicamente, la universidad no me admitió. Algún tiempo después fui a la Universidad de Haifa gracias a algunos amigos de Suiza, Alemania e Inglaterra que estuvieron en un congreso de genética en Israel y vieron que yo estaba sin trabajo: había salido de la Universidad Hebraica, no había tenido una oportunidad en la de Tel Aviv y fui expelida de la de Barilan.
¿Sus amigos sabían que usted estaba buscando trabajo?
-Ellos pensaban que yo hubiera dejado el trabajo porque me había casado y no lo necesitaba más. Cuando me encontraron en Tel Aviv les expliqué la situación y ellos me consiguieron un trabajo en la Universidad de Haifa. Fue muy bueno porque supe que podría recibir un auxilio importante de la Fundación Rockefeller.
¿Su laboratorio dio frutos?
-Con base en el trabajo en el laboratorio creé el Instituto de la Evolución. Hoy en día ellos están realizando un trabajo de genética de la drosófila muy interesante allí mismo en Haifa, en diferentes hábitats. Uno en una zona de montaña que no recibe sol, y otro en otra que recibe sol durante todo el día. En esos hábitats, los ambientes son completamente diferentes para las drosófilas, que también son de tipos diferentes. Los investigadores del laboratorio están haciendo un trabajo de ecología muy lindo en ambos campos.
¿A qué atribuye sus dificultades en Israel? A los prejuicios por el hecho de ser mujer o al hecho de que era un país en formación?
-Los prejuicios solamente se manifestaron en la Universidad de Barilan. En las otras, no. La cuestión fue efectivamente la falta de fondos. Ellos estaban comenzando a hacer un país, había muchos intelectuales y no tenían dinero para sostener otra investigación más.
¿Cómo era la vida cotidiana en Israel?
– Era una vida de mucho trabajo. Salía de mi casa a las 6:30, ya con todo listo para mi marido: almuerzo y cena preparados, porque yo llegaba a casa a veces después de las 20 horas. Tenía que arreglármelas sola: hacer las compras, lavar la ropa, todo, además de trabajar en la universidad. No era común tener empleada doméstica en esa época.
¿Cuándo se jubiló?
-Cuando mi marido se enfermó, en el 79, para poder cuidarlo (murió hace nueve años). Entonces dejé la Universidad de Haifa. Pero hasta hace poco tiempo, cuando ellos me necesitaban, yo iba para allá. Actualmente hago únicamente pequeñas asesorías.
¿No tiene problemas por ser una judía no practicante en Israel?
-Soy judía apenas de nombre. En realidad soy atea. Vivo en un edificio en el que hay gente religiosa, que se queja cuando salgo en coche los fines de semana. El sábado es el día de descanso, está todo cerrado, y el salir en auto es algo que no es muy apreciado por los judíos. Pero a mí no me importa, yo salgo lo mismo.