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Integración

Una obra colectiva

Investigadores, médicos, empresarios y usuarios se unen para acelerar aplicaciones de la investigación médica

desde Bethesda

JUSTIN IDE/UNIVERSIDADE HARVARDEn diciembre pasado, el Centro Nacional para Recursos de Investigación (National Center for Research Resources, NCRR), parte de los Institutos Nacionales de Salud (NIH), con sede en Bethesda, una ciudad vecina a Washington, capital de Estados Unidos, comunicó que siete grupos de universidades de Estados Unidos recibirán 171 millones de dólares durante los próximos cinco años para llevar adelante sus proyectos de investigación. Sería algo rutinario si no fuese por las pretensiones y las dificultades que reviste: esas instituciones deberán hacer que los hallazgos científicos se conviertan en nuevos medicamentos, diagnósticos o servicios de uso amplio. El problema radicará en movilizar a investigadores académicos, médicos y otros profesionales de la salud, empresas y comunidades de usuarios, que deberán trabajar simultáneamente en pos de objetivos comunes.

Estos centros de investigación médica, con sede en los estados de Nueva York, Illinois, Arkansas, Texas, Carolina del Sur y Florida, son los más recientes integrantes del programa Clinical and Translational Science Awards (CTSA), que agrupa actualmente a 11 mil personas –expertos de instituciones académicas, hospitales, asociaciones profesionales, empresarios y organizaciones comunitarias locales– en 46 centros de investigación médica de 26 de los 50 estados norteamericanos. El CTSA representa uno de los esfuerzos más recientes de los NIH destinados a fomentar la llamada investigación traslacional, definida como el trabajo integrado de todos los interesados –desde los inventores hasta los usuarios finales– para el traslado o traslación de los descubrimientos científicos al mercado consumidor.

Uno de los resultados de este programa iniciado en 2006 es un dispositivo de liberación presurizada de medicamentos directamente desde la nariz al cerebro, que evita así los efectos colaterales ocasionados por las altas concentraciones de drogas administradas oralmente. Los posgraduandos que crearon el dispositivo en el Centro de Análisis de Genes y Secuenciamiento de ADN de la Universidad de Washington recibieron 50 mil dólares proveniente de un fondo de innovación de la universidad, licenciaron la tecnología y abrieron una empresa destinada a desarrollar el aplicador nasal de remedios. Otros resultados son más sutiles, tales como la reducción del tiempo de aprobación de las propuestas de ensayos clínicos de nuevos medicamentos de seis meses a 45 ó 30 días, –siempre y cuando todos trabajen juntos de entrada–, comenta Heng Xie, supervisor médico del NCRR. “El reto más difícil consiste en hacer que los científicos se animen a colaborar en lugar de competir entre ellos”, dijo Anthony Hayward, director de la división para recursos de investigación clínica del NCRR. ¿Y cómo hacer que los científicos colaboren? “Ofreciéndoles financiamientos elevados, de 4 millones de dólares, a veces de hasta 10 millones de dólares anuales, demostrándoles que los científicos pueden ir más lejos cuando trabajan juntos y apoyando sus objetivos.”

Definida como la construcción conjunta de soluciones para problemas que afectan a distintos grupos de personas, la investigación médica traslacional implica el desarrollo colectivo, no solamente la transferencia de tecnologías que faciliten el tratamiento o la prevención de enfermedades comunes o raras. Cuanto más  diversificado sea el grupo de participantes, mejor, pues podrán anticiparse a los problemas, y resolverlos conjuntamente, antes de que se agraven. La participación de líderes comunitarios y profesionales de la salud de hospitales locales, a la que se suman los grupos académicos, ha sido valorada como una forma de detectar qué cuidados médicos requieren las personas y de llevarles los avances de las investigaciones de manera más rápida. “Más que decir ‘queremos que usted nos dé algo–, debemos preguntar “¿qué podemos hacer por usted?'”, reconoció Steven Reis, docente de medicina de la Universidad de Pittsburg, en una edición reciente de la revista NCRR Reporter. Para llevar adelante un estudio sobre enfermedades cardíacas, consultó a un director de la Liga Urbana del Gran Pittsburg, una organización no gubernamental que atiende a los habitantes de la región. Decidieron empezar con exámenes médicos simples, de sangre y de presión arterial, que era lo que los pobladores más solicitaban. Ese contacto le ayudó a Reis a atraer a los participantes que necesitaba para su estudio.

Los coordinadores del CTSA fomentan la visibilidad de los investigadores y de los trabajos en los éstos que toman parte. “¿Ve la videocámara en la computadora del doctor Hayward?”, pregunta Xie, mirando hacia atrás, en un momento de la entrevista en la cual se basó este artículo. “Él la usa bastante para conectarse con las personas”, dice. “Si las personas desean realmente trabajar juntas, la distancia no es un gran problema”. Otra forma de sortear las barreras institucionales, una de las metas del CTSA, es el Building Connections, una de las partes del sitio del CTSA (www.ctsaweb.org) que promueve la interacción entre los grupos de investigación, las escuelas de negocios, las empresas, las comunidades y el público en general.

DAN DAVENPORT/UNIVERSIDADE DE CINCINATTIOtra peculiaridad del CTSA consiste en que los coordinadores de los proyectos de investigación pueden recibir financiamientos, simultáneamente, de parte de empresas farmacéuticas. “Ha habido un enorme distanciamiento entre las empresas y los centros médicos académicos, pero éstos deben trabajar más  cerca, debido a las exigencias de las agencias reguladoras, cada vez más  complicadas”, sostiene Hayward, director de la división para recursos de investigación clínica del NCRR. Otra justificación para el montaje de estas colaboraciones son los costos de desarrollo de nuevos medicamentos o productos médicos, que han aumentado y, según él, “los centros académicos no están en condiciones de solventarlos”. Los encuentros con empresarios, tanto como con los representantes de la comunidad, son constantes. El más reciente, realizado en febrero, fue el CTSA Industry Forum, planeado para facilitar las colaboraciones entre el gobierno, las empresas, las universidades y las organizaciones no gubernamentales con miras a acelerar el descubrimiento y el desarrollo de medicamentos, dispositivos y diagnósticos médicos y para explotar nuevas oportunidades de colaboración. “Tenemos interfaces, obviamente, evitando conflictos de intereses entre la universidad, el gobierno y la industria”, dice Hayward. “Las empresas quieren productos exitosos, pero no vamos a soslayar la necesidad de que los medicamentos sean seguros, ni queremos que el gobierno favorezca a una u otra empresa. Mantenemos la independencia académica. Los acuerdos establecen estándares éticos elevados.”

El deseo de transformar grandes hallazgos de laboratorio en productos comerciales moviliza a investigadores también en Brasil e inspira cursos como el A.C. Camargo Global Meeting of Translational Science, del 19 al 30 de abril, en São Paulo, bajo la coordinación de Ricardo Brentani y Emmanuel Dias. Esper Cavalheiro, docente de neurología de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp), rememora: “La separación entre lo básico y lo clínico ya me molestaba sobremanera cuando instituimos el posgrado en neurología de la Unifesp, reservado a médicos con título de especialista en neurología”. Transformando la angustia en acción, a finales de la década de 1980, Cavalheiro logró la habilitación de la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior (Capes) para que la carrera de posgrado aceptase también a quienes no eran médicos, y recibirían el título de doctor en neurociencia para diferenciarlos de los estudiantes médicos, que serían doctores en neurología. “Muchos nos siguieron y actualmente la imposibilidad de sumar a profesionales de otras áreas no constituye más un impedimento en el posgrado nacional.”

Según él, su grupo de investigación, aunque sin usar el término “traslacional”, siempre intentó ver de qué modo el conocimiento que obtenía en los experimentos con animales podría ayudar a mejorar el tratamiento de la epilepsia en seres humanos. “Es un típico caso de camino de doble mano. Además de discutir todo en conjunto, los clínicos que ven a los pacientes más de cerca aportan nuevas preguntas”, dice. “Y fuimos más lejos al crear en la década de 1980 la Asociación Brasileña de Epilepsia, para las personas con epilepsia, sus familiares y los profesionales interesados, y en reuniones mensuales trasladamos a la sociedad los avances en el área que pueden interesarle a ésta directamente”. Pocos años atrás, cuando el grupo ideó el Instituto Nacional de Neurociencia Traslacional, que  él coordina desde el principio, “todo el grupo de investigadores involucrado estaba de una manera u otra trabajando con ese aspecto traslacional en sus investigaciones”.

“La ciencia y la tecnología siempre anduvieron juntas, pero no realmente integradas”, recuerda. “Al igual que en otras áreas del conocimiento, las ciencias básicas del área biológica, debido a diversos factores históricos, nunca tuvieron mucha preocupación con la utilización práctica de los resultados de su trabajo”. Términos como “interdisciplinario” o “multidisciplinario” intentaron acercar a ambos universos en el transcurso de las décadas de 1980 y 1990. “Pero también hace ya tiempo que de nada sirve la buena voluntad por sí sola, ni los términos nuevos. La propia política de estímulo a la investigación no ayudaba mucho. La pura búsqueda de aplicación de los resultados de la ciencia no daba mucho rating académico. Era necesario diferenciarse más, apuntar al conocimiento y a la verdad; ése era el verdadero rol del académico.”

En su óptica, las Iniciativas Nacionales de Innovación, de las cuales su instituto forma parte, promueven la integración de expertos de áreas diferentes para que conjuntamente produzcan y apliquen nuevos conocimientos y generen beneficios sociales y económicos, sumados a los académicos. “Precisábamos ir más allá de la asociación entre áreas básicas y clínicas de la salud, pues los nuevos aparatos médicos requieren de ingenieros y científicos de software; para los nuevos medicamentos necesitamos químicos y físicos; para los estudios poblacionales de salud, matemáticos y estadísticos; para los impactos sociales de las llamadas nuevas enfermedades, cientistas humanos y sociales”, comenta Cavalheiro.

Y comenta que participó en algunas reuniones de planificación de uno de los programas de investigación traslacional de los NIH. “Allí, con más dinero, el proyecto era muy claro y se dirigía a todos los grupos académicos en salud, con o sin interacción con empresas. Se creó incluso un brazo lateral de los NIH pura y exclusivamente para encargarse del programa. Tiene un sistema de gestión adecuado, de manera tal que se pueden seguir de cerca los logros de manera muy clara”. Según Cavalheiro, acá predomina la investigación inter o multidisciplinaria: cada investigador tiene su propia idea y golpea a la puerta de otro investigador para pedirle ayuda. “De nada sirve llamar al otro para que te ayude en tu problema”, advierte. Y plantea una visión convergente en que todos los participantes se hagan una misma pregunta (lea “La reconstrucción del hombre”, Pesquisa FAPESP  nº 136). “El problema debe ser de todos.”

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