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Historia

Una vecindad incómoda

Estudio compara las historias y las rivalidades entre Brasil y Argentina

Si la rivalidad entre Brasil y Argentina es bilateral, el conocimiento que un país posee acerca del otro es unilateral y basado en prejuicios. Lo que nos separa en las canchas nos reúne en la ignorancia mutua: la historia. El acercamiento entre Brasil y Argentina es más que deseable, no solamente en el plano económico, sino también en el de la cultura. Una de las principales vías para alcanzar ese objetivo consiste en conocerse mejor, no sólo para apuntar las semejanzas, sino también para señalar las diferencias, escribe Boris Fausto, autor, junto con Fernando Devoto, de Brasil e Argentina: um ensaio de história comparada (Editora 34). La actual agenda entre ambos países no puede ignorar la Historia, pero tampoco puede tomarla como un elemento inhibidor.

Y para ello sobran los motivos. En la carrera en pos de la soberanía sudamericana, Argentina a mediados del siglo XIX salió a la delantera, pero solamente para estancarse después: fue república antes que Brasil, pero las luchas constantes entre los caudillos porteños y los de las otras provincias impidieron la formación de una nación unificada. El Imperio brasileño, conservador y esclavista, fundó un sistema político estable y una identidad de la que los argentinos carecían, con un Estado que ni siquiera podía emitir su propia moneda. Gol nuestro. Con todo, entre los años 1900 y 1937, nuestros vecinos avanzaron, merced a sus diversificadas exportaciones (al contrario que el monocultivo cafetero nuestro) de trigo y ganado y el arribo de oleadas de inmigrantes, tomando así la delantera, con un PBI per cápita que superaba al de Brasil, España, Italia y Suiza, y comparable al alemán. Gol argentino. Pero un pase mal dado signaría el destino argentino: su apuesta a la vinculación estrecha con Inglaterra.

Según los autores, ya sea en la exportación (los ingleses entre 1927 y 1929, absorbieron casi el 30% del total) o en el aporte de capitales extranjeros (el 67% del dinero que entró en Argentina provenía de Inglaterra), Argentina despreció el naciente poderío estadounidense para al calor la City. Brasil, tanto el país monárquico y como el republicano (éste último especialmente), prefirió abrir sus brazos al hermano yanky y, pese a ser un país agrario y dependiente, logró en el largo plazo mostrar que había tomado la decisión económica correcta. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, hasta el mismísimo germanófilo Getúlio Vargas se dio cuenta de que era mejor alinearse a los aliados. Inglaterra prefirió que los argentinos se mantuvieran neutros, para asegurarse el abastecimiento de la isla. Cuando terminó el conflicto, Argentina fue tachada por Estados Unidos como el peor alumno del grado y por eso fue excluida del grupo de naciones exportadoras que se beneficiaron con el Plan Marshall, sostienen Fausto y Davoto.

En 1949, el valor total de las exportaciones cayó a la mitad y las importaciones se redujeron, impidiendo así el necesario ingreso de bienes de capital y de materias primas para sostener el crecimiento industrial. La postura internacional diferente de Argentina y Brasil durante la guerra sería recordada por mucho tiempo por las elites argentinas como un grave error, que permitiría al vecino país ganar ventajas en la consolidación de su alianza con Estados Unidos, aseveran los autores. Esta confrontación argentina con el poderoso país del norte venía de una tradición más antigua, que siempre había fundamentado la política internacional de los conservadores (y que Perón heredara), posible gracias a la fuerte alianza con Gran Bretaña. Esto tendría reflejos en el futuro, en el discurso del ex presidente Carlos Menem, que veía el progreso brasileño superlativo como fruto de ese error del pasado, y en la actitud reciente de Kirchner, que refuta el Mercosur, de cuño regional, en pro del Alca, la alianza preconizada por Estados Unidos.

Esa trastabillada  explicaría buena parte del despecho argentino por el crecimiento brasileño, pese a las innumerables conquistas de los argentinos a lo largo de su historia. Después de Estados Unidos, Argentina fue el país que más atrajo inmigrantes en América. Mientras que Brasil fue por mucho tiempo un país rural, con población dispersa, constituida por ex esclavos, el Estado argentino, desde el siglo XIX, llevó a cabo una cruzada educativa para erradicar el analfabetismo, se urbanizó velozmente e hizo de sus habitantes ciudadanos, con un mayor grado de participación política. El éxito parecía inevitable.

Pero no lo fue. En buena medida, al margen del engaño en la elección del socio, una faz característica de los argentinos fue determinante para malograr el crecimiento de nuestros vecinos. Un amor por el pasado que hacía que ellos vivieran en medio a un creciente sentimiento nacional de que el futuro de Argentina estaba en el pasado. En Brasil, en cambio, el futuro parecía estar en el futuro, acotan los autores. Así, el nacionalismo autoritario brasileño, en especial durante la era Vargas, fue esencialmente civil y más pragmático que el argentino, que daba relieve a las Fuerzas Armadas, vistas como la única institución capaz de ponerle coto al liberalismo caótico e imponer el orden en el país. Esto tuvo su reflejo incluso durante los dos movimientos revolucionarios de los años 1930. El brasileño se dividió entre liberales paulistas, que bregaban por una república nueva y los militares, que ansiaban un Brasil fuerte. En Argentina, la corriente era única y corría hacia un retorno al pasado: la vuelta a una mítica edad de oro.

Vargas
El gobierno de Vargas, al contrario que sus pares argentinos (más anticuados), se relacionaba cómodamente con los grupos industriales y con la elite política, y esto facilitó el proceso de sustitución de importaciones de los años 1930, y engendró una intensa expansión de la actividad industrial nacional. Los vecinos argentinos siguieron sujetos a las oportunidades del sector agroexportador, cuyos días estaban contados. Asimismo, Argentina era una sociedad dividida, sobre todo en lo atinente al campo político y militar. Al contrario que en Brasil, el poder estaba fragmentándose, no concentrándose, sostienen los investigadores. Como en la dualidad inicial entre Imperio y República, el atraso brasileño funcionaba mejor que el progreso porteño.

El ascenso de Perón al poder generó aún más dificultades. Rechazado por las elites, el ex coronel se acercó a las masas e implementó un gobierno populista que otorgó a los sindicatos un poder sin precedentes, e izó la bandera de la relación tensa y de competencia con Estados Unidos, en los moldes de los conservadores de los años 1930. El país se aisló en un capitalismo de Estado, mientras que el Brasil del gobierno de Dutra optaba por un desarrollo basado en la libertad de mercado, la apertura de la economía y la drástica reducción de la acción estatal. Ambos países tuvieron dificultades en muchos puntos similares, y un desarrollo marcado por el stop and go. En ambos se alternaron períodos de crecimiento y de crisis, políticas expansionistas y de ajuste, con el Estado desempeñando un importante rol en su reorientación, evalúan los autores. Así y todo, en las fases expansivas Argentina le asignó prioridad al consumo por sobre la inversión, mientras que Brasil hizo lo contrario. Gol brasileño.

Curiosamente, los dos países llegaron a los años 1950 en un empate técnico. Del lado brasileño, Juscelino Kubitschek consolidaba la democracia nacional y planeaba el desarrollo industrial impulsado por el capital extranjero. Del lado argentino, el presidente Frondizi preconizaba lo mismo, pero el poder civil no adquirió fuerza con la caída de Perón, y la democracia de nuestros vecinos continuó bajo el arbitrio de los militares. La habilidad de JK para gambetear al conservadorismo nacional e implementar sus metas era digna de un crack, ya que no se hamacaba sobre fuentes ideológicas. Frondizi enfrentó, sin cejar, la hostilidad de los militares, y sus medidas provocaron un fuerte descontento social y un debate político-ideológico en una sociedad movilizada, con una clase obrera reticente a ceder sus conquistas con Perón. Y cualquier intento de imponer al Estado como conductor de la economía traía el recuerdo del pasado peronista, lo cual horrorizaba a las elites.

De este modo, la industrialización argentina se dio en un clima de improvisación, con escasa preparación técnica. El resultado fue una industrialización caótica, con muchas fábricas disputando un mercado muy restringido, lo que generaba una limitación en las mejoras de escala e incrementaba los costos. Sin embargo, tanto allá como acá los vientos políticos empezaban a soplar en otra dirección, y ambos presidentes desarrollistas dejaron su lugar para que lo ocuparan dictaduras militares. Las elites económicas y sociales de ambos países mostraban una clara y creciente tendencia al inconformismo, que las llevaba a alentar rupturas institucionales, dicen los investigadores.Las Fuerzas Armadas, aunque a veces actuaron por cuenta propia, en muchos casos tendieron a ser portavoces o instrumento de las elites. La democracia nunca fue en ese período un valor incorporado por los grupos de poder. Gol en contra de ambos contendores.

Dictadura
Pese a ser igualmente perjudiciales, ha de convenirse que la dictadura brasileña fue menos represiva y estable que su similar argentina, lo que tiene que ver con el amplio recrudecimiento de los embates sociales, la amplitud de las acciones de la guerrilla urbana y la mayor fragilidad institucional del régimen militar argentino. Y más: al contrario que lo militares brasileños, los argentinos no intentaron modernizar el Estado y mejorar la economía. Su brutalidad recién se vio interrumpida por el desastre de las Malvinas, que determinó una brusca transición a la democracia, con la realización de elecciones generales, en 1983. En este ínterin, ambos países sufrieron el fracaso de los planes económicos, lo que generó una sensación de desaliento o, en el caso argentino, de desesperación en los años más recientes. Pero actualmente, hay en el imaginario argentino la idea de que los brasileños son demasiado grandes, que tienen pretensiones hegemónicas en América del Sur, dijo Boris Fausto en una entrevista. Era bueno cuando nos desentendíamos solamente sobre quién era mejor: si Pelé o Maradona. Sigue el partido.

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