El 12º piso del edificio de la Rectoría de la Universidade Estadual Paulista (Unesp), en el centro de São Paulo, alberga un espacio bastante concurrido. Se trata de una sala de reuniones con vista a la avenida 9 de Julho y dotada de cámaras de video, dos grandes pantallas planas de televisión en la pared y un gran logotipo de la Unesp al fondo. Allí, prorrectores y el personal de la rectoría deben disputar horarios para hacer videoconferencias con interlocutores distribuidos por las 24 ciudades que albergan institutos y unidades de la Unesp. La distancia física entre los participantes de esas reuniones virtuales puede llegar a 805 kilómetros, como en el caso de los campus de Ilha Solteira, en el límite con el estado de Mato Grosso do Sul, y de Guaratinguetá, en la zona de Vale do Paraíba. “El sistema de videoconferencia costó caro cuando se lo implantó, hace algunos años, pero tuvo impacto en el día a día de una universidad que nació descentralizada”, comenta Marilza Vieira Cunha Rudge, vicerrectora de la Unesp.
Un día se ven en los aparatos de televisión los coordinadores de carreras de posgrado de cierta área. Otro es el turno de los gestores de unidades, que discuten temas administrativos. “La posibilidad de reunirse a distancia, aparte de reducir costos y sortear barreras, permite compartir experiencias y ha venido ayudando a moldear una identidad en la Unesp”, dice Vieira Cunha, docente de la Facultad de Medicina del campus de Botucatu. La Unesp, que cumplió 40 años el día 30 de enero, tardó para construir esa identidad, sostuvo la vicerrectora. Hasta hace algunos años, alumnos y docente aún no se reconocían como parte de la universidad y decían pertenecer a los institutos aislados o a las facultades de filosofía, unidades con distribución en ciudades tales como Jaboticabal, Araraquara, Franca y Assis, cada una con una historia y una cultura académica particular, que se congregaron en 1976 merced a una ley propuesta por el entonces gobernador Paulo Egydio Martins. “En la actualidad, todos dicen que son de la Unesp”, afirma Vieira Cunha.
De un consorcio de instituciones regionales, la Unesp cumplió una trayectoria singular, transformándose en una de las principales universidades de investigación de Brasil. Pero se mantuvo como un punto de referencia en producción del conocimiento y en educación superior pública en el interior de São Paulo, con 37 mil alumnos matriculados en 134 carreras de grado y 3.880 docentes. “Al trazar un círculo con radio de 100 kilómetros alrededor de cada una de esas 24 ciudades, vemos que ocupamos prácticamente todo el mapa del estado de São Paulo”, dice el rector de la Unesp, Julio Cezar Durigan. “Si la USP fue creada para erigirse en una gran universidad, y la Unicamp para ser una universidad innovadora, la Unesp tuvo otra propuesta: transformarse en la universidad de todo el estado de São Paulo. Esto crea muchos problemas logísticos, pero la interacción que tenemos con todas las regiones es una riqueza que no tiene precio.”
La Unesp, responsable por el 8% de la producción científica brasileña, publicó entre 2011 y 2015 un promedio anual de 2.927 artículos científicos, según datos de la base Web of Science. Ese nivel es tres veces superior al del período comprendido entre 2001 y 2005 (vea los gráficos en las páginas 32 y 33). De 2007 a 2014, se duplicó la cantidad de artículos publicados en colaboraciones internacionales. La institución también es fuerte en la formación de investigadores. De sus 141 programas de posgrado egresaron 1.970 magísteres y 999 doctores en 2014, un contingente superado en Brasil únicamente por la Universidad de São Paulo (USP). La calidad de sus programas ha venido mejorando. En la última evaluación trienal de la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior (Capes), dada a conocer en 2014, por primera vez más de la mitad de los programas de la Unesp fue clasificada con las notas más elevadas (5, 6 y 7).
La prorrectora de Investigación de la Unesp, Maria José Soares Mendes Giannini, subraya que algunas unidades despuntan por su producción científica, pero todas han contribuido para ampliar el protagonismo académico de la Unesp. “Los institutos de Química, en Araraquara, de Física Teórica, en São Paulo, y de Biociencias, tanto el de Botucatu como el de Rio Claro, están entre las unidades con investigaciones más internacionalizadas”, afirma. La última edición del Webometrics Ranking of World Universities señaló cuáles eran los científicos brasileños más citados de acuerdo con el Google Scholar Citations (GSC), indexador académico de Google. Entre los primeros nombres de la lista hay algunos investigadores de la Unesp, tales como Sérgio Novaes y Nathan Berkovits, del Instituto de Física Teórica (IFT), y José Arana Varela, docente del Instituto de Química de Araraquara y vicedirector del Centro de Desarrollo de Materiales Funcionales (CDMF), uno de los Centros de Investigación, Innovación y Difusión (Cepid) apoyados por la FAPESP, aparte de Célio Haddad y Mauro Galetti, del Instituto de Biociencias de Rio Claro.
Entre los 14 campus que se aglutinaron en 1976, varios ya contaban con investigación y enseñanza de calidad reconocida, como en los casos de Araraquara, por ejemplo, en las áreas de farmacia, odontología y química, de Botucatu, en medicina, o de Jaboticabal, en ciencias agrarias. En el transcurso de los años, la Unesp llegó a otras 10 ciudades, luego de crear unidades en municipios como São Vicente y Tupã e incorporar instituciones tales como la Universidad de Bauru, con carreras de ciencias, ingenierías, artes y comunicación, y el Instituto de Física Teórica, en la capital paulista, a mediados de los años 1980. “El IFT era una institución de investigación respetada internacionalmente que empezó a sufrir con la falta de financiación federal”, recuerda Jorge Nagle, rector de la Unesp entre 1984 y 1988. “Con alrededor de 15 físicos, tenía una producción científica superior a la de todos los físicos de la Unesp. La incorporación fue sumamente importante, tanto para el IFT como para la Unesp”, dice.
Nagle comenta que, durante su gestión, fue posible modificar por primera vez la estructura de la joven universidad. “El poder se concentraba en un consejo universitario con pocos profesores titulares, en general resistentes a los cambios”, recuerda. “Aunque estaba ya bajo la égida de una universidad, los institutos se consideraban instituciones separadas”. El apoyo del en ese entonces gobernador André Franco Montoro resultó importante para darle un norte a la institución. “Obtuvimos recursos para contratar a otros 40 profesores titulares y creamos un nuevo estatuto, que permitió la participación de alumnos y no docentes. Esto ayudó a oxigenar el consejo y abarcó a otras unidades en el proceso de decisión”. La obtención de recursos para el mantenimiento de la universidad era una misión trabajosa. “Los rectores debían peregrinar por diversas secretarías para conseguir fondos para nuevos proyectos e iniciativas, y tenían que negociar el presupuesto con el gobierno todos los años”, afirma.
Este panorama cambió en 1989, con la autonomía universitaria, durante el gobierno de Orestes Quércia, que aseguró un porcentaje fijo de la recaudación de impuestos a las tres universidades estaduales paulistas. “La autonomía creó otra concepción de universidad”, dice el rector Julio Cezar Durigan. “Antes, el rector no hacía otra cosa que correr con proyectos para justificar los gastos al año siguiente. Con la autonomía, fue posible planificar el futuro de la institución y eso cambió el perfil de la Unesp a través de la corresponsabilidad.”
El salto en la producción científica y en la calidad del posgrado llegó en los años 2000. Con la experiencia de quien había ayudado a crear y a coordinar el bien calificado programa de posgrado en zootecnia en el campus de Jaboticabal, el profesor Marcos Macari se convirtió en prorrector de Investigación y Posgrado en 2001 y adoptó una estrategia tendiente a darle mayor consistencia a los más de 180 programas de maestría y doctorado de la institución. “Yo conocía bien cómo funcionaban las reglas de la Capes, que en esa época les asignaba las notas A, B y C a los programas. Observé que muchos programas de la Unesp estaban mal calificados porque no seguían esas reglas”, recuerda. El primer paso consistió en reunir datos sobre cada uno de ellos e iniciar un periplo por los campus. “Había programas con grupos sólidos, que publicaban en buenas revistas, pero se mezclaban con docentes con producción científica irregular o inexistente, que tiraban abajo la calificación.”
Macari visitó todos los programas y se reunió con sus docentes. Llevaba transparencias que mostraban el desempeño de cada uno de ellos. “Y hablaba con mucha franqueza: esos docentes necesitaban dejar el programa porque no tenían producción científica y estaba comprometiendo la calificación. Imagínese el revuelo que eso causaba”, comenta. “A veces, el profesor había armado el programa con un esfuerzo enorme y aparecía el prorrector diciendo que debía ser desacreditado. Yo explicaba que mi misión consistía en mostrar cómo funciona el sistema”, afirma el profesor. En dos años de trabajo, aparecieron los resultados. “Mucha gente que no publicaba dejó los programas. Y mucha gente que producía conocimiento empezó a publicarlo.”
Empezaron a funcionar en aquella época los embriones de algunos programas actualmente consolidados en la Unesp, como la oferta de una contrapartida de la universidad a investigadores que obtuvieran financiamiento para sus proyectos de investigación. “Al comienzo era del 10%, pero después tuvimos que cambiar, cuando los investigadores empezaron a recibir financiamientos abultados, de proyectos temáticos o de la Financiadora de Estudios y Proyectos, la Finep”, dice. De la misma manera, la Unesp se propuso pagar las tarifas de publicación de artículos y la traducción de los papers en inglés. “A los investigadores esto les gustó y utilizaron esos recursos. Y nosotros bregábamos para que los autores no se olvidaran de informar en los artículos que pertenecían a la Unesp. En esa época era común que dijesen que estaban vinculados a su unidad, pero no así a la universidad.”
Macari lamenta no haber logrado viabilizar una de sus ideas: la creación de grupos virtuales de investigación. “Como hay campus distribuidos por varias regiones, la Unesp tiene programas de posgrado similares en diversas localidades. Hay tres programas de veterinaria, tres de agronomía y tres de biología. La idea era juntar virtualmente a los científicos de esos programas para que desarrollasen juntos proyectos de gran porte. Pero nadie se adhirió, con excepción de un programa de maestría y doctorado que reunió a investigadores de Presidente Prudente, Araraquara y Bauru, por iniciativa del profesor José Arana Varela”, recuerda.
En 2006, Macari se convirtió en rector de la Unesp y decidió dividir en dos la Prorrectoría de Investigación y Posgrado. Invitó a José Arana Varela, docente del Instituto de Química en su campus de Araraquara, para encargarse del área de investigación. “Creamos nuevos incentivos para que los científicos publicasen en revistas de gran impacto como Nature y Science”, dice Arana Varela, quien actualmente es director presidente del Consejo Técnico Administrativo de la FAPESP. “Por cada paper publicado, el investigador recibía una cantidad y podía utilizarla en cualquier actividad de su grupo: mandar a un alumno afuera, hacer una viaje o emplearla en el laboratorio”. En aquel momento, Arana Varela ayudó a montar el núcleo de innovación tecnológica para ayudar a los investigadores a obtener patentes y a hacer acuerdos de transferencia de tecnología con empresas. “Fue un trabajo arduo y enseguida se mostró mucho más difícil que publicar artículos”, recuerda. Ese núcleo fue el embrión de la Agencia Unesp de Innovación, creada en 2010 y coordinada por Arana Varela tras dejar la prorrectoría. “Creamos una estructura sobria y eficiente para la agencia, que trabajó en forma proactiva. Su mérito radicó en crear una cultura de innovación dentro de la universidad.”
También en 2010, varios programas de incentivo a la producción científica y a la calidad académica se articularon en el Plan de Desarrollo Institucional (PDI) de la Unesp, que llegó a contar con un presupuesto de 55 millones de reales. En 2016, habida cuenta de la caída general de la recaudación del estado, quedó fijado en 35 millones de reales. La intención del PDI consiste en garantizar que programas estratégicos para la universidad cuenten con recursos reservados y asegurados en el presupuesto. Existen alrededor de 20 iniciativas apoyadas. Una de ellas apuntó a inducir la movilidad de los docentes de los programas de posgrado, lo cual causó una cierta controversia. Los programas con notas 5, 6 y 7 de la Capes conquistaron el derecho de enviar, durante un mes, a uno de sus docentes al exterior para desarrollar proyectos en colaboración, aparte de poder traer a un docente extranjero a la unidad. El incentivo era aún mayor para los programas con nota más baja: los de nota 3 podrían mandar un docente afuera hasta seis meses. “Se quejaron de que estábamos protegiendo a los programas más frágiles, pero nosotros no lo veíamos así. Para esos programas, pasar solamente un mes en el exterior no era suficiente. Necesitaban más tiempo para entablar lazos afuera”, dice Vieira Cunha.
Simultáneamente, la universidad invirtió en renovación. Sólo durante la segunda mitad de los años 2000, contrató a más de mil nuevos docentes. También se abrieron plazas docentes direccionadas a departamentos vinculados a programas de posgrado de excelencia: la idea era generar más masa crítica y estimularlos a crecer. La calificación de los docentes dio resultado. En 2001, sólo 40% de los profesores de la Unesp participaba en los programas de posgrado. En la actualidad lo hace alrededor del 80%. También se invirtieron recursos para promover la internacionalización de la universidad. En diez años, los convenios con universidades extranjeras crecieron de 30 a 250. En tanto, la creación de oficinas de apoyo a los investigadores en todas las unidades de la Unesp apuntó a liberar a los docentes para hacer investigación, reduciendo así el trabajo de administrar los proyectos.
Divulgación UnespComo la producción científica de la Unesp está fuertemente concentrada en ciencias de la vida, se crearon programas tendientes a financiar la investigación en las áreas de ingenierías y humanidades. También se invirtió en el rescate de docentes que, abocados a la enseñanza y la gestión, habían dejado de tener producción científica. “Una de las estrategias consistió en ofrecerles recursos, incluyendo becas de iniciación a la investigación científica para sus alumnos, de manera tal que estos se comprometieran en líneas de investigación y programas de posgrado”, recuerda la prorrectora Maria José Giannini. En el campo de la investigación, se crearon cuatro centros interunidades dedicados a estudios avanzados sobre el mar, bioenergía, biotecnología y políticas públicas, y está estructurándose una red virtual de laboratorios multiusuarios. “Las instalaciones de esos laboratorios podrán utilizarlas vía web los investigadores de distintas unidades”, dice la profesora.
La meta para los próximos años consiste en expandir el alcance de los objetivos y las acciones del PDI, creando planes similares en las unidades y en los departamentos. “De esta forma, será posible hacer que los mismos estímulos se propaguen por todos los campus”, dice el rector Júlio Cezar Durigan. Y hay otros desafíos por enfrentar. La Unesp se ha esforzado por atender cada vez más a estudiantes provenientes de escuelas públicas, en el marco de un sistema que reserva el 50% de las plazas a esa categoría de alumnos y que estará vigente hasta 2018. Para la vicerrectora Marilza Vieira Cunha Rudge, también es necesario atraer a los jóvenes altamente talentosos para dotar de mayor vigor y diversidad al ambiente académico. “Debemos asegurarles el espacio a esos jóvenes en la universidad”, afirma.
El rector Durigan prevé una agenda de desafíos para los próximos años. Afirma, por ejemplo, que es necesario modificar la forma de enseñar. “La formación de los estudiantes debería orientarse más hacia la solución de problemas”, dice, y menciona un proyecto piloto de una carrera de ingeniería civil del exterior que dejó a un lado las clases formales para que sus alumnos se abocasen a la búsqueda de soluciones para problemas prácticos, bajo la supervisión de un docente. Durigan también cree que la investigación en la Unesp debe transformarse. “No tiene sentido que un departamento tenga más de 30 líneas de investigación. Es necesario que haya más enfoque, definir a lo sumo cinco líneas con impacto en la sociedad y movilizar a los docentes alrededor de ellas”. Y en el campo de la extensión, el énfasis debería ser menor en la prestación de servicios a la comunidad para privilegiar aquello que caracteriza como “extensión innovadora”, definida como la transferencia de conocimientos a la sociedad y al sector privado. De superar estos desafíos, dice el rector, la Unesp podrá transformarse en la mayor universidad de Brasil. “Como somos jóvenes y estamos distribuidos por varias ciudades, tenemos aún mucho tiempo y espacio como para crecer”, afirma.
Éste es el primero de una serie de artículos sobre los 40 años de la Universidade Estadual Paulista, la Unesp
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