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SALUD PÚBLICA

Ya hay más de 1.000 millones de personas con obesidad en el mundo

Y la cifra aumentaría un 50 % para mediados de la próxima década

Mariana Zanetti

Poco antes del 4 de marzo, el Día Mundial de la Obesidad, la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció los resultados de un nuevo estudio internacional con estimaciones actualizadas de este problema. Con base en información sobre el peso y la estatura de 222 millones de personas en más de 190 países, un grupo de 1.500 investigadores, entre ellos algunos brasileños, calculó la progresión mundial de la obesidad en las últimas tres décadas. Las conclusiones, presentadas en un artículo publicado en marzo en la revista The Lancet, son contundentes y deberían instigar a las autoridades sanitarias y a los formuladores de políticas públicas a actuar con urgencia.

El dato más alarmante indica que actualmente hay 1.040 millones de personas con obesidad en el mundo. Esto significa que uno de cada ocho habitantes del planeta (el 12,5 % de la humanidad) está muy por encima del peso que se considera saludable. Por este motivo, este segmento de la población corre un riesgo mayor que otros individuos de desarrollar diabetes, enfermedades cardiovasculares, algunas formas de cáncer y morir prematuramente.

Entre 1990 y 2022, la población mundial aumentó un 51 % y pasó de 5.300 millones a 8.000 millones de personas. En el mismo período, el total de individuos con obesidad ha crecido un 360 %: pasó de 221 millones a los actuales 1.040 millones, de los cuales 159 millones son niños y adolescentes.

La prevalencia de obesidad entre los adultos se ha incrementado en prácticamente todos los países. En términos relativos, su frecuencia promedio entre las mujeres se duplicó (del 8,8 % al 18,5 %) y entre los varones se triplicó (del 4,8 % al 14 %). Esta tendencia global, que ya se venía observando entre los adultos desde la década de 1990, también se ha consolidado entre los niños y adolescentes. En la franja etaria de los 5 a 19 años se ha cuadruplicado. El porcentaje de niñas y adolescentes obesas era del 1,7 % en 1990 y aumentó a un 6,9 % en 2022. Entre los niños, pasó del 2,1 % al 9,3 %.

El incremento de la obesidad en cifras absolutas y relativas ha ido acompañado de una disminución significativa del bajo peso. El total de personas con un peso inferior al que se considera saludable ‒ es decir, demasiado delgadas ‒ ha disminuido de 649 millones en 1990 a 532 millones en 2022.

Con la variación simultánea de crecimiento de la obesidad y reducción de la delgadez, el sobrepeso se ha convertido en el principal problema de malnutrición a nivel mundial (un desequilibrio entre las calorías y los nutrientes que el cuerpo necesita y aquellos que obtiene). Ambos son como las dos caras de una moneda. El bajo peso provoca problemas de salud por carencia. La obesidad, por exceso. Hoy en día hay más personas con obesidad que con bajo peso en todas las regiones del planeta, a excepción del Sudeste Asiático.

“Es muy preocupante ver que la epidemia de obesidad, que ya era evidente entre los adultos en gran parte del mundo en 1990, ahora se ve reflejada en los niños y adolescentes en edad escolar. Al mismo tiempo, cientos de millones de personas todavía padecen subnutrición, especialmente en algunas de las regiones más pobres del mundo”, dijo en un comunicado a la prensa el epidemiólogo Majid Ezzati, del Imperial College de Londres, coordinador del estudio. “Para combatir con éxito ambas formas de malnutrición, es fundamental introducir una mejora sustancial en la disponibilidad y el precio de alimentos sanos y nutritivos”.

Desde hace algún tiempo se considera que la obesidad es una enfermedad crónica y multifacética. Desde el punto de vista del individuo, es el resultado de la interacción entre los genes y las condiciones de vida de las personas. Se sabe que hay unos pocos genes que, una vez alterados, bastan para hacer que una persona engorde. Pero existen más de 300 que regulan la acumulación y el consumo de energía. Algunas personas pueden tener incluso características genéticas que propician el aumento de peso, pero engordan poco si, por ejemplo, mantienen una dieta saludable y realizan ejercicios regularmente. O bien pueden no tener las variantes genéticas que favorecen la acumulación de grasas, pero suben de peso porque comen demasiado o solo tienen a disposición alimentos muy calóricos.

La OMS y otros organismos sanitarios en general adoptan el índice de masa corporal (IMC) para clasificar si un adulto se encuentra o no en el rango de peso ideal; en el caso de los niños y adolescentes el criterio es otro, basado en cuánto difiere el peso del que se considera ideal según las curvas de crecimiento. El IMC se determina calculando el cociente entre el peso ‒ o masa (músculos, huesos y grasa) ‒ y el cuadrado de la altura. Este indicador permite clasificar al individuo en una de las siguientes cuatro categorías: bajo peso (IMC inferior a 18,5 kg/m2); peso saludable (IMC superior a 18,5 kg/m2 e inferior a 25 kg/m2); sobrepeso (IMC entre 25 y 30 kg/m2); y obesidad (IMC superior a 30 kg/m2). Según este criterio, una persona de 1,70 m de estatura tendrá bajo peso si pesa menos de 53,5 kg y obesidad si pesa más de 86,7 kg.

El IMC es útil para estimar el grado de salud a nivel poblacional, porque se basa en dos medidas fáciles de obtener (peso y estatura). Empero, no siempre indica el estado real de salud de un individuo porque no permite conocer qué proporción de su masa corporal es grasa (una persona puede tener un IMC superior a 25 porque es musculosa) ni dónde está concentrada la grasa (la que se acumula entre los órganos es más nociva que la que se encuentra alojada debajo de la piel). Por esta razón, tanto médicos como nutricionistas adoptan otros indicadores, tales como la circunferencia de la cintura y el análisis de la concentración de lípidos en la sangre para estimar la salud del individuo.

Mariana Zanetti

El hecho de que un porcentaje mayor de personas haya empezado a convivir con la obesidad a edades más tempranas inquieta a los especialistas. Sucede que así aumenta el tiempo que permanecen expuestas a condiciones que propician el desarrollo de enfermedades, aunque haya individuos obesos sanos. “La obesidad es cada vez más pronunciada, precoz y prolongada. Es casi una sentencia de por vida”, dice el pediatra y nutricionista brasileño Mauro Fisberg, de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp). Según el investigador, uno de los coautores del estudio publicado en The Lancet, esta franja de la población estará sujeta a una mayor probabilidad de conservar por más tiempo este sobrepeso o de convertirse en obesa. “Algunos niños con sobrepeso en la fase prepuberal ya no experimentan la pérdida de peso que caracterizaba a la pubertad”, comenta.

El panorama descrito en el estudio en The Lancet ciertamente puede ser peor. Y si no se hace nada para modificarlo drásticamente podría empeorar aún más en la próxima década. La edición de 2024 del Atlas mundial de la obesidad, también publicado en marzo por la Federación Mundial de Obesidad (WOF), estima que el 42 % de la población adulta mundial ya presentaba peso elevado en 2020: alrededor de 1.390 millones de personas tenían sobrepeso y 810 millones eran obesas. El documento prevé que ese porcentaje alcanzará el 54 % en 2035, con 1.770 millones de personas con sobrepeso y 1.530 millones obesas, lo que supondrá para la economía mundial un gasto de 4 billones de dólares anuales en salud y pérdida de productividad.

La situación en Brasil está en un plano intermedio, aunque el porcentaje de personas con obesidad es muy superior a la media mundial. Con el aumento de peso de las últimas décadas, el índice de niños y adolescentes obesos pasó del 3,1 % en 1990 (para ambos sexos) al 14,3 % entre las niñas y al 17,1 % entre los niños en 2022. En el caso de los adultos, creció de un 11,9 % a un 32 % entre las mujeres y de un 5,8 % a un 25 % entre los varones. En la actualidad, el país ocupa el 54º puesto de la clasificación mundial de obesidad infantil y es el 65º en cantidad de varones y el 70º en cantidad de mujeres con obesidad.

Aquí, la transición nutricional, marcada por un descenso de la desnutrición y un aumento simultáneo del sobrepeso y la obesidad, empezó mucho antes de los años 1990. En la Universidad de São Paulo (USP), el médico y epidemiólogo Carlos Augusto Monteiro y sus colaboradores identifican sus comienzos en la década de 1970 (véase la entrevista). En la década siguiente, el sobrepeso ya se perfilaba como un problema de salud pública entre la población adulta.

Al igual que en el resto del mundo, es probable que este fenómeno se agudice en Brasil en los próximos años. Con base en los datos del peso y la talla de 730.000 brasileños adultos reunidos mediante encuestas telefónicas realizadas entre 2006 y 2019, el licenciado en educación física y epidemiólogo Leandro Rezende de la Unifesp y colaboradores calcularon la evolución de la obesidad en el país en los últimos tiempos: el porcentaje de individuos con un IMC superior a 30 creció de un 11,8 % en 2006 a un 20,3 % en 2019, según los resultados, publicados en 2022 en la revista Scientific Reports. El aumento relativo de la prevalencia del problema fue mayor entre las mujeres, los adultos jóvenes, los negros y grupos minoritarios y en personas con nivel de educación formal intermedio (8 a 11 años de estudios). Para 2030, el grupo prevé que el 68 % de los adultos brasileños tendrán sobrepeso y el 29,6 % con obesidad.

En un artículo de revisión publicado en marzo en la revista Nature Metabolism, investigadores de la USP, de la Universidad de Campinas (Unicamp) y de la Universidad Nacional Autónoma de México enumeraron siete factores sociales, económicos y culturales que pueden desempeñar un rol preponderante, especialmente en América Latina, en el ritmo de crecimiento del exceso de peso. Entre ellos, figuran la exposición a determinados tipos de alimentos, la desigualdad social y el acceso limitado al conocimiento científico. “Existen factores genéticos involucrados en la génesis de la obesidad, pero el contexto en el que viven las personas es el principal determinante del problema”, sostiene la endocrinóloga Sandra Ferreira Vivolo, de la Facultad de Salud Pública de la USP y autora principal del artículo. “El contexto tiene una estrecha relación con la condición socioeconómica, que influye en el acceso a la educación, a una nutrición adecuada, en el acceso a la salud y a la práctica de actividad física segura”.

Las condiciones ambientales son capaces aun de modificar el riesgo de desarrollar obesidad desde antes del nacimiento. Moldean el patrón de activación de los genes en los adultos ‒ sin alterar propiamente los genes ‒ y este patrón puede transmitírseles a los hijos, un fenómeno denominado epigenética. “En estudios con animales, se ha comprobado que exponer a los padres a una nutrición deficiente, y especialmente a la madre durante la gestación, repercute en la descendencia, que tendrá una tendencia a engordar más al ser sometida a una dieta rica en grasas”, dice el biólogo Marcelo Mori, de la Unicamp, autor del estudio correspondiente.

En un intento por modificar el panorama mundial, varios países, Brasil inclusive, adoptaron en la 75ª Asamblea Mundial de la Salud, realizada en 2022, el Plan de Aceleración de la OMS para acabar con la obesidad. El proyecto incluye medidas tales como la adopción de normas para proteger a la población del impacto pernicioso del marketing de la industria alimenticia, la implementación de políticas de etiquetado nutricional (incluyendo la adopción de un sello frontal) y políticas fiscales (como impuestos y subsidios para la promoción de dietas saludables).

En Brasil, la Guía alimentaria para la población brasileña, que incluye las directrices alimentarias oficiales para el país, ya establecía desde hace más de una década que “una alimentación adecuada y saludable es un derecho humano básico que implica garantizar su acceso permanente y regular, de forma socialmente justa”, y propone que “los alimentos naturales o mínimamente procesados, en gran variedad y predominantemente de origen vegetal, sean la base de la alimentación”. El problema, sin embargo, aún parece estar lejos de resolverse.

En un estudio cualitativo publicado en marzo en la revista Cadernos de Saúde Pública, el equipo de la nutricionista Larissa Loures Mendes, de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG), entrevistó a residentes de favelas de la región sudeste de Brasil para evaluar cómo perciben el acceso a los alimentos. Se calcula que hay 16 millones de brasileños viviendo en 11.000 favelas en el país. A partir de los relatos de los encuestados, los investigadores constataron que en las favelas faltan recursos y elementos fundamentales para una alimentación adecuada y saludable. Carecen de información sobre la alimentación, los ingresos son insuficientes y hay escasa disponibilidad de establecimientos que comercialicen alimentos saludables a precios accesibles.

Esta situación puede que empiece cambiar. En marzo, el gobierno federal firmó un decreto que establece la composición de la nueva canasta básica. Contiene principalmente alimentos frescos o mínimamente procesados, así como ingredientes culinarios. Si se mantiene, la nueva canasta contendrá: frijoles; cereales; raíces y tubérculos; verduras y hortalizas; frutas; castañas y frutos secos; carnes y huevos; lácteos y quesos; azúcares, sal, aceite y grasas; café, té, yerba mate y especias.

Los fármacos modernos para adelgazar y las cirugías de reducción del estómago pueden incluso ser medidas eficaces y recomendables para casos concretos y graves, pero están lejos de ser el camino para combatir el problema a nivel poblacional. “Para los países en desarrollo, como el nuestro, la estrategia más eficaz es la prevención”, dice Vivolo. “La modificación de los determinantes sociales y culturales de la obesidad es más eficaz que depender de intervenciones farmacológicas o quirúrgicas”, añade Rezende.

Proyectos
1
. La acción recíproca del sistema inmunitario y el metabolismo como determinante principal del proceso de envejecimiento (nº 21/08354-2); Modalidad Proyecto Temático; Investigador responsable Marcelo Alves da Silva Mori (Unicamp); Inversión R$ 4.055.356,61.
2. CMPO – Centro Multidisciplinario de Investigaciones sobre Obesidad y Enfermedades Asociadas (nº 13/07607-8); Modalidad Centros de Investigación, Innovación y Difusión (Cepid); Investigador responsable Licio Augusto Velloso; Inversión R$ 49.186.229,92.

Artículos científicos
NCD RISK FACTOR COLLABORATION. Worldwide trends in underweight and obesity from 1990 to 2022: A pooled analysis of 3663 population-representative studies with 222 million children, adolescents, and adultsThe Lancet. v. 403, n. 10431, p. 1027-50. 16 mar. 2024.
ESTIVALETI, J. M. et alTime trends and projected obesity epidemic in Brazilian adults between 2006 and 2030Scientific Reports. 26 jul. 2022.
FERREIRA, S. R. G. et alDeterminants of obesity in Latin AmericaNature Metabolism. 4 mar. 2024.
ROCHA, L. L. Percepção dos residentes de favelas brasileiras sobre o ambiente alimentar: Um estudo qualitativoCadernos de Saúde Pública. mar. 2024.

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