Si el lector no tiene al menos 40 años, no está en edad de acordarse de eso (pero no lo lamente). Al compás de Aquarela do Brasil , con los hediondos arreglos de Ray Coniff, un helicóptero sobrevuela el fenómeno conocido como Pororoca en la Amazonia, que es descrito por el entusiasmado locutor como “el monstruo de las mil caras”. Era el “show de la naturaleza del Brasil Grande”, tema recurrente del (mal) afamado programa Amaral Netto, o Repórter , nacido en 1969 en la Red Globo, y que durante años fue la fuente de conocimiento sobre el país para generaciones de brasileños.
Muchas cosas han cambiado desde entonces; pero, curiosamente, la naturaleza continua siendo tratada en la televisión como un “show de la vida”: una mezcla de ficción con realidad, con derecho a efectos especiales, videoclips y sabor de aventura.”Las bellas imágenes narran más que los datos; una buena ubicación en el sistema del estrellato otorga más legitimidad que la participación comunitaria o la proximidad social.
La relación con la problemática ambiental es mediada por aspectos cada vez más cercanos al campo ficcional y cada vez menos por idearios colectivos”, advierte Thales de Andrade, autor de Ecológicas manhãs de sábado: o espetáculo da natureza na televisão brasileira [Ecológica mañanas de sábado: el espectáculo de la naturaleza en la televisión brasileña ], edición de Annablume/ FAPESP; un estudio acerca de cómo la pantalla chica ha tratado al medio ambiente, con base en dos casos disímiles en apariencia, pero análogos en el engaño: Amaral Netto y Globo Ecologia .
Los documentales sobre la naturaleza constituyen uno de los principales filones de la televisión en todo el planeta. Discovery Channel, por ejemplo, que exhibe 24 horas de programación del género, está presente en más de 145 países, un índice superado únicamente por MTV y por la cadena CNN.
Con un linaje donde puede trazarse una trayectoria desde los primeros exploradores, que hacían que el público lector temblase de miedo frente a los dibujos no siempre realistas del mundo exótico al que la mayoría no tenía acceso, los documentales ganaron con las nuevas tecnologías, pero aún guardan en sí la misma esencia. El fotoperiodismo ayudó a consolidar la necesidad de transformar lo natural en un espectáculo de mayor asimilación popular, y la ciencia, por su parte, no siempre logra librarse de la tentación del éxito comercial. Luego llegaron Robert Faherty y, por supuesto, el mundo submarino de Jacques Cousteau, en los años 1950 y 1960. Pero, ¿quien vio un documental puede decirse que ya vio todo?
Una pequeña historia contada
Los principios básicos, ya sea en la reconstitución computarizada de la vida en la Tierra en los tiempos de los dinosaurios o en el valiente cazador de cocodrilos, o incluso en las innumerables películas sobre tiburones, permanecen inalterables: son hechos para un público de clase media y para una audiencia familiar, y abusan de la narración antropomórfica, es decir, la adjudicación de cualidades humanas a los animales.
Así, la persecución de una ballena y su cría por parte de los tiburones se convierte en una lucha de la “mamá” ballena para librar a su “hijo” de las garras de los terribles y crueles predadores. Existe siempre la necesidad de una historieta contada, con personajes e incluso con una moraleja final que imprime el clima general de ambientalismo romántico. En esas películas no hay lugar para la gente, pues la naturaleza, reproducida como espectáculo, ha de ceder terreno únicamente para la identificación emocional del público con los animales, ya sean éstos extinguidos o vivos.
La tecnología es puesta al servicio del show: los efectos especiales constituyen la gran atracción, ya sea en las cámaras especiales y omnipotentes que nos colocan cara a cara con grandes animales o en la computadora que da vida a aquello que ya no puede verse más.
Todo es narración rayana con lo ficcional, un artificio agradable logrado mediante el relato en off y la edición de las imágenes: escenas filmadas en ocasiones diversas se juntan a fin de dar la impresión de una continuidad de acciones. De esta forma, “vemos” al león con la mirada fija en su presa, pensando cómo atacar y, de pronto, comienza la gran lucha por la vida en la sabana. Tampoco el sonido es real, sino fruto de la post-producción. El efecto final es poderoso y convincente. Cambiamos luego de canal creyendo que hemos enriquecido nuestro conocimiento y que somos ecológicamente más sólidos.
Pero los interrogantes que quedan son muchos: ¿es correcto reconstituir eventos naturales para las cámaras? ¿El hecho de abusar de los efectos especiales no le quita atención a lo principal, el saber, desviándola hacia a los accesorio, hacia la mera diversión? ¿Cuáles son los tópicos éticos que rigen la producción de un documental? No podemos engañarnos acerca de la fuerza del mercado y de los niveles de audiencia que orientan buena parte de los documentales, al igual que como lo hacen con otros programas de la televisión. El impacto visual y la presencia cada vez más fuerte de la tecnología pueden estar sacándoles a esas películas su motivación real y presentando una visión distorsionada del mundo natural, Y, a contramano de lo que se ve, poniendo aún más lejos las fronteras existentes entre hombres y animales.
La aventura, los peligros, el hombre versus la naturaleza, el espectáculo, todo con el ropaje de lo científicamente aprobado (de allí surgen los testimonios de los “hombres de ciencia” que legitiman todo aquello que se dice en la TV: ¿quién puede poner en tela de juicio sus dichos?), la transformación del fenómeno natural en ficcional, estos peligros son mayores todavía con la inmensa capacidad tecnológica actual. De acuerdo con los documentales, parece efectivamente muy difícil relacionarse con el mundo animal, y más aún preservarlo en un contexto real.
El placer de la diversión parece estar superando al del saber. “Existe el peligro de la infantilización, es decir, la transformación de la realidad natural en un juego y en una diversión; pero ha de acotarse también que, con los nuevos recursos tecnológicos, si se los utiliza en forma creativa, podemos desmistificar el propio proceso del conocimiento, una dirección interesante y fecunda”, evalúa Thales de Andrade.
Pero éste no es precisamente un fenómeno nuevo o solamente internacional. En enero de 1969, a tan solo un mes del Acto Institucional Número 5 (AI-5), se producía el estreno en la Red Globo de Amaral Netto, o Repórter . “Sus documentales enviaban hacia el interior de los hogares imágenes de un Brasil cuasi legendario, una tierra mal conocida y ni siquiera concebida. A decir verdad, solo sabemos que el reportero estuvo allá.
En los confines de lo imaginable, mostrando la verdadera cara de regiones que permanecían envueltas en el misterio y la fantasía”, como dice el texto de presentación de la serie televisiva, tal como revela Thales de Andrade. El clima es muy parecido al que vemos aún hoy en día en las películas sobre la naturaleza, con una mezcla de suspenso y heroísmo, que se inicia incluso antes de la llegada al objetivo del programa, en los propios percances que esperan al equipo de Amaral en el transcurso de su viaje al misterio, poniendo en riesgo su propia vida.
Sin embargo, Amaral se arriesga por entero, vence y, por supuesto: “estuvo allá”. Aunque con la ayuda de los aviones de la Fuerza Aérea Brasileña (FAB), las corbetas de la Marina, la expertise de los militares para dar la palabra “científica” final sobre el Brasil desconocido. Y, lógicamente, Amaral llega allá con sus cámaras y su aparato tecnológico.
“Todos estos elementos concatenados instituyeron una mirada agresiva sobre la naturaleza brasileña, plenamente integrada al momento político y al estadio de perfeccionamiento tecnológico que el país atravesaba. En suma, un narrador agresivo procurando hacer inteligible un espacio hostil y exuberante, una alegoría de Brasil forjada por las elites de entonces, también agresivas”, acota Thales. “Esas elites creían estar dando un gran salto económico y tecnológico: la gran modernización conservadora. En medio a ese ideario delirante, Amaral es casi un poeta embriagado, transmitiendo informaciones y promesas inverosímiles y espectaculares”, dice.
En ese movimiento de mostrar al país como que en un “estado de guerra” permanente entre lo natural y lo civilizado, Amaral, como observa el investigador, no solamente se alía al ufanismo militarista del momento, sino que, y lo que es más importante, acerca su lenguaje al de los programas de auditorio, la estética popular vigente en la televisión de ese tiempo. La naturaleza se convierte en espectáculo, empero grotesco.
Y, para ello, valía todo, incluso “corporeizando” lo natural: la Pororoca se convierte en “el monstruo de las mil caras” y el Atolón das Rocas una inusitada “isla de la nada”. “La central hidroeléctrica de Itaipú y el puente Río-Niterói serían elementos llenos, plenos de racionalidad y funcionalidad, en tanto que espacios como el Atolón se definirían por el vacío, en detrimento de su riqueza biótica”. La exageración llegó incluso a molestar a algunas facciones del régimen militar, que odiaban el ufanismo sin consistencia de Amaral, que acababa por funcionar contra la propaganda oficial, cuidadosamente urdida.
Diferentes exigencias
Veinte años después, en 1990, el cuadro ya es otro, porque las exigencias del mercado y del público son diferentes. Salen de escena los peligros y las deformidades de la naturaleza salvaje para dar lugar a una nueva consciencia ecológica, y en ella la sociedad desea verse retratada en la televisión como agente del cambio de la causa ambiental. Como observa el autor, salen de escena los marineros y los soldados, y en su lugar aparecen los ambientalistas, los científicos, los ribereños y, oh sorpresa, los artistas. Es el programa Globo Ecologia , que debe mostrar a un público joven (de allí el uso del lenguaje del videoclip y del rock, con programas presentados por actores de las telenovelas) y activo que “las cosas pueden salir bien”. Es un nuevo optimismo, que invade la naturaleza por medio del discurso de la sosteniblidad moderna.
“Las soluciones puntuales y compartidas, articulando sectores cercanos con otros distantes, componen la nueva condición del optimismo. Sale bien (el nombre de un bloque del programa) representa más que un comportamiento gerencial exitoso, implica también vaciar el debate de aspectos político-ideológicos, embates superados en el escenario actual”, observa Andrade. Todo por medio de la apología de la práctica comunitaria y de la implicación, la mayoría de las veces anónima, de parte de la sociedad civil en las causas ambientales. La elite no se interesa más, como sucedía en los tiempos de Amaral, en descubrir con un mixto de horror y admiración el potencial natural monstruoso de Brasil. Ahora es el turno de las pequeñas acciones que salen bien.
“El rumbo que nuestra cultura del espectáculo ha adoptado debe interferir en la ubicación social de los problemas de la degradación ecológica. La artificialización de la realidad conduce al reino de la simulación, donde las carencias ecosistémicas pueden adquirir diversas facciones, acordes con las metas culturales predominantes”, afirma el investigador. “Es factible que se ensayen nuevas poéticas sobre la discusión ambiental. Una mirada menos distanciada y que no se rinda en forma incuestionable a las preferencias de consumo del mercado audiovisual es la eventual meta de una producción televisiva que incorpore la temática ambiental con su complejidad y su plasticidad”, sugiere. Solamente así, únicamente en el cine los dinosaurios tienen apodos y a las ballenas les gustan los chicos.
El Proyecto
Ecológicas Mañanas de Sábado: el Espectáculo de la Naturaleza en la Televisión Brasileña (nº 02/01593-0); Modalidad Auxilio a la Publicación; Investigador Thales Haddad Novaes de Andrade ? Facultad de Ciencias Sociales/PUCCamp; Inversión R$ 2.509,50