Nuevos estudios arqueológicos han puesto a prueba la visión tradicional sobre los pueblos indígenas del tronco lingüístico ye, que habitaron una zona comprendida entre el sur de São Paulo y el norte de Rio Grande do Sul durante la primera mitad del milenio pasado. Excavaciones recientes, realizadas en sitios de la meseta de Santa Catarina, indican que dichos grupos, de los cuales descienden los indios de las actuales etnias Kaingang y Laklãnõ/ Xokleng, no eran meros cazadores-recolectores que llevaban una vida nómade, sin lugar de residencia fija ni jerarquías sociales definidas. También practicaban la agricultura y podían vivir durante largos períodos de tiempo en casas subterráneas, probablemente para protegerse del frío de la región. Una línea de estudios sugiere también que los proto-ye, tal como los estudiosos denominan en la actualidad a estos pueblos precolombinos, tenían un gran conocimiento del ambiente natural, sabían en alguna medida realizar el manejo de los bosques de araucarias y eran capaces de moldear el paisaje local. Las araucarias les aportaban, por ejemplo, una parte importante de su menú: los piñones.
La gran interacción con los paisajes de las tierras altas del sur de Brasil constituye un importante indicio del antiguo modo de vida de los proto-ye, que habitaban en general áreas del interior del país y eran adversarios de los pueblos de la familia lingüística tupí-guaraní, más numerosos y comúnmente asociados a las zonas costeras y a las tierras bajas de las grandes llanuras fluviales. Un trabajo publicado en julio de 2016 en la revista científica PLOS ONE sobre una gran casa subterránea erigida por los proto-ye ilustra algunas de las hipótesis de este nuevo abordaje. En el artículo, investigadores del Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad de São Paulo (MAE-USP) y de dos universidades inglesas, la de Exeter y la de Reading, describen una vivienda con 12 capas arqueológicas de ocupación en el sitio Baggio I, en Campo Belo do Sul, en la meseta catarinense.
Según sus análisis, dicha morada estuvo ocupada ininterrumpidamente durante alrededor de 250 años, entre 1395 y 1650 d. C. Los vestigios de la vivienda ocupan un área circular de 16 metros (m) de diámetro y llegan hasta 1,6 m de profundidad. “No encontramos evidencias de que haya habido algún período largo de abandono de esa casa”, comenta el arqueólogo Paulo DeBlasis, del MAE, coordinador de un proyecto internacional en cuyo marco se estudia a los proto-ye del sur de Brasil en colaboración con el grupo de José Iriarte, de la Universidad de Exeter. “Este dato contradice la visión de que esos pueblos no tenían lugar de residencia fijo”. Antiguas casas subterráneas de este tipo, también halladas en sitios arqueológicos de otras regiones frías del planeta, se construyeron partiendo de la apertura de un gran hoyo redondeado en el piso rocoso. Se colocaban grandes troncos de árboles en distintos puntos del piso excavado de la vivienda, que funcionaban como pilares. Con la ayuda de esos puntales y de un armazón de madera, los indios construían un techo cubierto de paja que se proyectaba afuera de la hendidura. Una apertura funcionaba como puerta de entrada.
El equipo internacional dató mediante el método del carbono 14 muestras de carbón encontradas en cada una de las 12 capas de la casa. Entre la capa más profunda y antigua y la más superficial y reciente presentes en el lugar donde se construyó la residencia, la cronología obtenida es prácticamente continua. “La casa exhibe evidencias de renovaciones periódicas, incluso de rituales de quema del techo”, dice el arqueólogo brasileño Jonas Gregorio de Souza, quien realiza su doctorado en la Universidad de Exeter.
La capa más profunda indica una ocupación que comienza a finales del siglo XIV y la 12ª es testigo de la finalización del uso de la casa a mediados del siglo XVII, cuando los colonizadores europeos ya se habían radicado en la zona. Restos de cinco techos distintos, elaborados con fibras vegetales, se hallaron colapsados y quemados en las capas arqueológicas de sedimentos que albergan los vestigios de la morada subterránea. “No tiene sentido construir una casa con estas características como residencia provisoria”, dice el arqueólogo Rafael Corteletti, de la Universidad Federal de Pelotas (UFPel), participante en el proyecto. “Asimismo, una intervención de ese porte en el paisaje denota que los proto-ye tenían, con posterioridad al año 1000 d. C, una organización social estructurada.”
Alrededor de la casa principal del sitio Baggio I, ubicada en el punto más alto del lugar, a 1.000 m de altura, hay siete viviendas subterráneas menores, con un diámetro de entre 2 y 5 m. En los alrededores de esta aldea aparecen sitios fúnebres llamados popularmente danceiros, compuestos por tapiales circulares construidos con tierra y montículos funerarios. Los danceiros pueden tener más de 150 m de diámetro. En sectores más bajos del sitio hay un conjunto de ocho habitaciones, cuyos diámetros miden entre 2,5 y 7 m.
En lo que hace a los artefactos, las excavaciones en el sitio revelaron una gran presencia en los primeros tiempos de ocupación de la vivienda de un tipo de cerámica un tanto distinta a la rústica tradición Itararé-Taquara, caracterizada por sus piezas pequeñas, de espesor delgado y de color oscuro, normalmente asociada con los grupos proto-ye. La cerámica hallada más abundantemente en las primeras décadas de uso de la morada tiene un espesor más grueso y es innovadora. La parte interna de muchas piezas está ennegrecida y contiene residuos de quema, un indicio de que se las utilizaba para procesar alimentos. “La mayoría de las casas subterráneas habrían sido usadas como residencias, pero no necesariamente por agricultores. Las sociedades de cazadores-recolectores también podían ocupar este tipo de viviendas”, dice la arqueóloga Silvia Copé, de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS), colaboradora del proyecto, quien ya excavó unos 60 sitios proto-ye en las localidades gaúchas de Bom Jesus y Pinhal da Serra. “Las casas subterráneas también pueden haber sido utilizadas como silos.”
Otro sitio de las tierras altas catarinenses que refuerza la hipótesis de que los proto-ye no eran nómades y tampoco vivían únicamente de la caza y de la pesca es Bonin, situado en el municipio de Urubici, cerca de Lages, en la actualidad, uno de los lugares más fríos de Brasil. En esa localidad se halló una aldea con 23 casas semisubterráneas dispersas por una extensión de 3 hectáreas, en la parte superior de la planicie de la vega del río Canoas. En un estudio publicado en junio de 2015 en Journal of Archaeological Science, Corteletti, DeBlasis y sus colaboradores informan por primera vez sobre la identificación de vestigios del consumo de mandioca, fríjol y quizá ñame en un sitio proto-ye, además de los tradicionales maíz y zapallo. Los investigadores descubrieron residuos de almidón y fitolitos (partículas microscópicas de sílice formadas en las plantas) asociados a estos vegetales en 14 fragmentos de cerámica hallados en dos estructuras subterráneas que parecen haber sido usadas como “cocinas” en el sitio Bonin. Según las dataciones que los científicos realizaron, el sitio estuvo ocupado entre 1300 y 1440 d. C. “Estos descubrimientos indican que los proto-ye del sur de Brasil tenían una economía de subsistencia diversificada y que, además de cazar, pescar y recolectar, producían su propia comida más de un siglo antes de la llegada de los europeos”, comenta Corteletti.
Si estos grupos humanos se dedicaban a alguna forma de agricultura, según estiman los investigadores, probablemente se habían establecido en la zona. Sumadas a la evidencia de una larga y continua ocupación de algunas viviendas en la sierra de Santa Catarina, tal como aparenta ser el caso de la gran morada del sitio Baggio I, las pistas de que los ancestros de los actuales kaingang y de los laklãnõ/xokleng cultivaban la tierra chocan con la idea más tradicional de que estos pueblos autóctonos siguieron siendo nómades hasta que entraron en decadencia. Esta visión más difundida apunta que los proto-ye tenían una economía estacional, que los obligaba a alternarse entre las tierras altas y la costa para sobrevivir.
En líneas generales, según este modelo, las antiguas poblaciones de indios se desplazaban a las regiones de escarpas y de la costa durante el verano y la primavera, debido a la escasez de recursos naturales en las tierras altas durante las estaciones más calurosas, y regresaban a las áreas serranas en otoño, cuando se concretaba la cosecha del piñón, su principal fuente de alimento. “Pero nuestras investigaciones indican que los proto-ye eran también agricultores y podían asentarse en ciertos lugares”, sugiere DeBlasis. Dependiendo de la época en que se los siembre, la mandioca y fríjol, dos cultivos presentes en el sitio de Bonin, pueden ser cosechados en primavera y en verano, lo cual, en teoría, se opone a la idea de que había escasez de recursos en la estación calurosa en la zona de meseta. Para estudiar de qué manera esos antiguos pueblos ocuparon extensiones de la costa y de las escarpas de la sierra catarinense, en este proyecto internacional también se realizan excavaciones en sitios arqueológicos presentes en dos áreas más bajas: Laguna, en la zona costera, y Rio Facão, en la ladera.
La relación de los proto-ye con el bosque de araucarias y con los piñones es un tema que intriga a los arqueólogos. Las primeras casas subterráneas asociadas a esos pueblos datan de 300 a. C. Pero el desarrollo de este tipo de construcciones, presente en un centenar de sitios arqueológicos de Rio Grande do Sul, Santa Catarina y Paraná, ocurre alrededor del año 1000 d. C, precisamente cuando el monte de araucarias se encuentra en un momento de gran expansión, de acuerdo con datos paleobotánicos. Una interpretación posible de esta coincidencia indica que el crecimiento del bosque de pinos, fuente de alimento de los indígenas y atractivo para los animales que éstos cazan, hizo posible la propagación de los proto-ye. Algunos investigadores aventuran la posibilidad de que el aumento del área de araucarias podría haber sido estimulado al menos en parte por los antiguos habitantes de la zona. Los aborígenes habrían aplicado una tala selectiva de árboles y así habrían también favorecido la propagación de las araucarias.
La paleoecóloga chilena Macarena Cárdenas, quien realiza una pasantía de posdoctorado en la Universidad de Reading, investiga esta hipótesis. La estudiosa ha recolectado muestras de sedimentos en profundidades de hasta 2 m en sitios de las cuatro áreas en donde se llevan a cabo excavaciones en el marco del proyecto. Con este material, que puede contener vestigios preservados (polen, semillas y carbón) acerca de cómo ha sido la vegetación a lo largo de los últimos 8 mil años, la investigadora está construyendo modelos referentes a la expansión de la región ocupada por las araucarias en Santa Catarina. “Compararemos la vegetación en distintas áreas en el transcurso del tiempo y la cotejaremos con la distribución de los pueblos proto-ye”, explica Cárdenas. “En la Amazonia existen indicios de que el manejo de las palmeras favoreció la expansión de la ocupación humana en el pasado. A lo mejor, las araucarias cumplieron un rol similar en el sur.”
Proyecto
Jê landscapes of Southern Brazil (nº 2012/51328-3); Modalidad Proyecto Temático; Acuerdo AHRC, RCUK; Investigador responsable Paulo DeBlasis (USP); Inversión R$ 897.654,12 (FAPESP).
Artículos científicos
SOUZA, J. G. et al. Understanding the chronology and occupation dynamics of oversized pit houses in the southern Brazilian highlands. PLOS ONE. 6 jul. 2016.
CORTELETTI, R. et al. Revisiting the economy and mobility of southern proto-Jê (Tacuara-Itararé) groups in the southern Brazilian highlands: Starch grain and phytoliths analyses from the Bonin site, Urubici, Brazil. Journal of Archaeological Science. v. 58, p. 46-61. jun. 2015.
Léo Ramos ChavesDescubren el sitio arqueológico más antiguo de São Paulo
Lascas indican que los paleoindígenas habitaron el centro del estado, cerca de la actual ciudad de São Carlos, hace 12.600 años
Identificado hace dos años en tierras del municipio de Dourado, aproximadamente a 50 kilómetros de São Carlos, el sitio arqueológico Bastos guarda vestigios de la presencia del hombre en el estado de São Paulo que se remontan a 12.600 años atrás, de acuerdo con un estudio publicado en diciembre en la revista Palaeoindian Archaeology. Se hallaron 449 piezas forjadas por manos humanas, la mayoría de ellas lascas de arenisca silicificada. Seis muestras de carbón y una de materia orgánica, extraídas de distintas capas geológicas asociadas a las piezas líticas, fueron datadas mediante la aplicación del método del carbono 14. “Estos datos hacen de Bastos el sitio más antiguo del estado, con una edad equivalente a la de los sitios de Lagoa Santa, en Minas Gerais”, explica el coordinador del equipo que realizó el descubrimiento, el investigador Astolfo Araujo, del Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad de São Paulo (MAE-USP). “Poco a poco vamos demostrando que en el interior paulista hay sitios arqueológicos importantes”. Algunas piezas también están datándose con otro método, el de luminiscencia, pero estos resultados aún no están listos (vea el reportaje). No se hallaron esqueletos humanos en Bastos. Y aún no se sabe qué pueblo paleoindígena pudo haberse establecido en Dourado hace más de 10 mil años.
Desde 2009, Araujo y sus alumnos del MAE, como la maestranda Letícia Correa, por ejemplo, quien participó en las excavaciones en Bastos, organizan sistemáticamente viajes de campo en busca de nuevas evidencias de las primeras ocupaciones humanas en el estado de São Paulo. El descubrimiento del sitio en Dourado, que aparece a cielo abierto (por ende, fuera de cualquier caverna o refugio), fue casi casual. Hace cuatro años, el dueño de una hacienda cafetera del municipio se acercó al investigador y le ofreció su propiedad para la realización de excavaciones. “Él ya había encontrado algún material arqueológico allí, pero no tenía ni idea de qué se trataba”, comenta Araujo.
Los investigadores realizaron tres viajes al lugar, identificaron el sitio y, tras datar el material encontrado, se sorprendieron con su antigüedad. De acuerdo con los datos, Bastos fue objeto de dos ocupaciones distintas en la prehistoria: una más antigua, hace alrededor de 12.500 años, y otra más reciente, hace a lo sumo 9.000 años. En la década de 1980, una datación realizada con muestras de carbón del sitio Alice Boer, en Rio Claro, le adjudicó una edad al mismo de 14 mil años, pero ese dato es cuestionado por una buena parte de los arqueólogos. Además de Bastos, en Dourado, Araujo descubrió otro sitio antiguo: Lagoa do Camargo 1, también en Rio Claro, cuya ocupación, según la dataciones, indicó que fue ocupado hace 10.500 años.
En la misma edición de la revista Palaeoindian Archaeology, un equipo de la empresa Zanettini Arqueologia reporta el descubrimiento de otro lugar con artefactos paleoindígenas muy antiguos en el interior paulista. El sitio Caetetuba, en el municipio de São Manuel, a 25 kilómetros de Botucatu, suministró alrededor de 3.500 fragmentos y artefactos provenientes de una industria lítica de origen humano que se estableció allí hace casi 11 mil años, de acuerdo con dataciones realizadas en muestras de carbón extraídas del lugar. Entre el material rescatado se destacan las puntas de flechas hechas con silexita, además de raspadores del tipo plano-convexos en arenisca silicificada que parecen babosas.
“Pese a toda la investigación ya realizada, el interior de São Paulo exhibe innumerables vacíos que en ocasiones los completa la arqueología preventiva”, opina Paulo Zanettini, cuya empresa se especializa en desarrollar programas orientados al análisis y la mitigación de los impactos sobre el patrimonio arqueológico como parte del proceso de licenciamiento ambiental de emprendimientos. El sitio Caetetuba, por ejemplo, fue localizado durante las excavaciones tendientes a prever los efectos de la expansión de un cañamelar en la zona.
Proyecto
La ocupación paleoindígena en el estado de São Paulo: un abordaje geoarqueológico II (nº 2013/13794-5); Modalidad Ayuda a la Investigación – Regular; Investigador responsable Astolfo Araujo (USP); Inversión R$ 247.647,91
Artículos científicos
ARAUJO, A. G. M. y CORREA, L. First notice of a Paleoindian site in central São Paulo State, Brazil: Bastos site, Dourado County. Palaeoindian Archaeology. v. 1, n. 1, 2016.
TRONCOSO, L. P. S., CORRÊA, A. A. y ZANETTINI, P. E. Paleoíndios em São Paulo: Nota a respeito do sítio Caetetuba, município de São Manuel, SP. Palaeoindian Archaeology. v. 1, n. 1, 2016.